miércoles, 26 de junio de 2024

Los 90: la reconversión de los Montoneros en el gobierno de Carlos Menem


Los 90: la reconversión de los Montoneros en el gobierno de Carlos Menem
El peronismo revolucionario también se sumó al primer experimento neoliberal de la democracia, a través de la incorporación de varios dirigentes de organizaciones guerrilleras como funcionarios
Pablo Mendelevich
El presidente Raúl Alfonsín recibe al gobernador de La Rioja, Carlos Menem, y al secretario de Hacienda de la provincia, Eduardo Rodríguez, el 22 de abril de 1986
“Yo quiero ser el presidente de la Argentina de Rosas y de Sarmiento, de Mitre y de Facundo, de Ángel Vicente Peñaloza y Juan Bautista Alberdi, de Pellegrini y de Yrigoyen, de Perón y de Balbín”, dijo Carlos Menem el 8 de julio de 1989, al asumir. Prometió ese primer día un gobierno de unidad nacional. Habló de eficacia, desarrollo, bienestar. Obviamente, no usó el término con el cual sus antagonistas, muchos historiadores y casi todos los analistas rotularían la década: neoliberalismo. Ya habría tiempo para las novedades. En el discurso inaugural, Menem prefirió ceñirse a la contraseña peronista clásica: justicia social, soberanía política e independencia económica. Remarcó que su identidad originaria estaba intacta.
Aunque el kirchnerismo y otros sectores peronistas renieguen de los años noventa y se empeñen en describirlos como algo ajeno, lo cierto es que en 1989 el peronismo volvió a la Casa Rosada después del derrocamiento del 24 de marzo de 1976. Proverbialmente camaleónico, no perdió la esencia populista con las políticas pro mercado, las privatizaciones ni con las alianzas de Menem, por más que ellas contradijeron la memoria histórica del movimiento creado en 1945.
Menem no solo lideró el giro ideológico de la mayor parte del peronismo, sino que envolvió a sectores inesperados como la izquierda peronista más fervorosa, la de la utopía del socialismo, la de Perón o muerte, protagonista tres lustros antes de la lucha armada. Sin aspavientos, acaso con mayor discreción, el peronismo revolucionario también se sumó al primer experimento neoliberal de la democracia, el peronismo neoliberal.
Menem no fue sólo de Rosas a Sarmiento y de Perón a Balbín como dijo al asumir, sino del almirante Isaac Rojas a los montoneros. Lo del almirante Rojas -el presidente riojano lo visitó en su domicilio de la calle Austria, lo abrazó, lo besó- terminó siendo una estampa fugaz, mientras que la sumatoria de los montoneros significó una validación política personalizada, sin mediar autocrítica alguna, que dejó la mesa servida para la reivindicación discursiva que haría Néstor Kirchner en el siglo XXI, cuando otra actualización peronista batió épica guerrillera con derechos humanos.
Nadie reconvirtió a tantos montoneros en funcionarios públicos como quien gobernó vanagloriándose de tener relaciones carnales con Estados Unidos, se sumó a la OTAN, le entregó el Ministerio de Economía a Bunge y Born y ejecutó las políticas económicas más derechistas que haya hecho no ya un peronista, sino cualquier presidente constitucional hasta la llegada de Javier Milei.
Tras indultar a los líderes de la guerrilla, Menem consiguió sin mayor problema que cientos de exguerrilleros peronistas abrazaran alborozados las ideas neoliberales. Ideas, se supone, que ellos habían combatido a tiros y con bombas, a un costo de miles de vidas propias y ajenas en el terrible baño de sangre que la represión ilegal multiplicó.
En septiembre de 1975, el anterior gobierno peronista, el de Isabel Perón, había dispuesto por el decreto 2452 que quedaba fuera de la ley “el grupo subversivo denominado Montoneros”. El decreto estaba refrendado por varios ministros, entre ellos Carlos Ruckauf, quien sería vicepresidente de Menem en el segundo mandato.
Con Menem, algunos montoneros ocuparon puestos de baja visibilidad. Un ejemplo podría ser el de Alberto Conca, funcionario del Instituto Nacional de Acción Cooperativa y subsecretario de Gestión del Sector Público, previamente militante de la campaña Menem Presidente. Otros llegaron bien alto, como Julio Mera Figueroa, ministro del Interior entre 1989 y 1991, antes jefe de campaña de Menem. O Jorge Obeid, quien lideraba la Regional II de Montoneros y devino gobernador de Santa Fe, así como Jorge Busti, que luego de su militancia en el peronismo revolucionario y de que un grupo del Ejército lo mantuviera cautivo lideró el peronismo de Entre Ríos y gobernó tres períodos.
Roberto Cirilo Perdía@araferreyraok

Roberto Perdía, miembro de la conducción de Montoneros fallecido en marzo pasado, trabajó en la Subsecretaría de Derechos Humanos que dependía del Ministerio del Interior. También habían sido montoneros el secretario de Deportes del amanecer menemista, Fernando “Pato” Galmarini, un gran impulsor de la reelección, junto a quien entonces era su esposa, Marcela Durrieu (padres de Malena Galmarini, la mujer de Sergio Massa), en los 90 diputada y asesora del Ministerio de Justicia.
Carlos Bettini, muy cercano en la juventud a Cristina Kirchner, embajador en España desde comienzos del kirchnerismo hasta 2015, desembarcó en el Estado en la época menemista. Fue jefe de gabinete del ministro de Justicia Elías Jassan -quien debió renunciar por su cercanía con Alfredo Yabrán- y luego asesor de los ministros Rodolfo Barra y Jorge Maiorano. Durante la dictadura militar, Bettini se exilió en Madrid, donde hasta el día de hoy actúa como lobista.
Carlos Bettini, años más tarde embajador argentino en EspañaEFE
500 militantes reconvertidos

Luis Prol (1945-1996), militante montonero detenido el 24 de marzo de 1976 pocas horas antes del golpe, estuvo preso en varias cárceles del país. Durante un largo período los militares negaron su detención. A Menem lo conoció en la localidad formoseña de Las Lomitas, donde compartieron cárcel. Prol fue liberado años más tarde. En 1990 Menem lo nombró secretario de Energía, un importante puesto dentro del equipo económico para el que debió ajustar sus ideas antiimperialistas, ayudado por un carácter severo. Se convirtió en un duro funcionario neoliberal. Al año siguiente le tocó una delicada misión política. Menem lo designó interventor en Catamarca al destituir a Ramón Saadi tras el asesinato de María Soledad Morales. El ex montonero, paradójicamente, debía lidiar con el feudalismo catamarqueño fundado por Vicente Saadi (1913-1988), quien había sido el gran protector de los montoneros en los años 80.
En un libro que escribió Viviana Gorbato sobre los montoneros como “Soldados de Menem” (1999, editorial Sudamericana), con prólogo de Jorge Fernández Díaz, se asegura que los montoneros reconvertidos fueron alrededor de 500. Gorbato entrevistó a muchos de ellos y obtuvo valoraciones sorprendentes. Miguel Ángel Lico, por ejemplo, quien durante los noventa estuvo a cargo del Plan Arraigo y hasta empleó a María Eugenia Agüero de Firmenich, explicó su personal escala de valores: “a las únicas personas que reivindico son Menem y Firmenich”.
Pero los posicionamientos rotundos no impiden que se pueda continuar la circulación por las distintas versiones del peronismo. El ex montonero Jorge Rachid, hoy funcionario del gobernador Axel Kiciloff, después de haber sido el primer secretario de Medios de Menem (y de haber despedido a decenas de periodistas de los medios estatales) escribió en 2006 un libro titulado “El genocidio social neoliberal”.
Mario Montoto
Gestor del acuerdo

El caso de Mario Montoto, cuyo nombre de guerra era “Pascualito”, secretario, abogado, alter ego de Firmenich y padrino de su hija, pertenece a otra categoría. Montoto, hoy un poderoso empresario dedicado entre otras cosas a la compraventa de armas, fue uno de los principales gestores del acuerdo entre los Montoneros y Menem. Porque a esta altura hay que advertir que ni los indultos ni los cargos públicos surgieron un día por arte de magia.
Según publicó Miguel Bonasso en “Recuerdos de la muerte”, el Peronismo Revolucionario, sello de Montoneros en tiempos de Alfonsín, le hizo campaña a Menem y acordó los indultos, luego de un importante aporte económico. Una versión muy difundida sostiene que la idea de los indultos se la llevó lo que quedaba de la conducción montonera a Menem en 1987. El argumento no era otro que la reconciliación nacional.
La primera tanda de indultos, en octubre de 1989, pocos días después de la repatriación de los restos de Rosas, benefició a jefes militares procesados que no habían sido comprendidos por las leyes de Punto final y Obediencia debida, a los carapintadas de Semana Santa, Monte Caseros y Villa Martelli, y a la junta de comandantes condenada por la conducción de la guerra de Malvinas (Leopoldo Fortunato Galtieri, Anaya y Basilio Lami Dozo). Por otro decreto Menem indultó a 59 líderes y militantes guerrilleros, incluidos Roberto Perdía, Fernando Vaca Narvaja y Rodolfo Galimberti. Perdía y Vaca Narvaja volvieron al país (lo que antes habían evitado para no ser detenidos) y fueron a la Casa Rosada para agradecerle. En rigor, fueron a pedirle el indulto para Firmenich.
La segunda tanda de indultos, en diciembre de 1990, favoreció a los militares condenados en el Juicio a las Juntas y a los ex militares Guillermo Suárez Mason, Ramón Camps y Ovidio Ricchieri. En esta segunda parte fue indultado Firmenich con un compañero de decreto sorprendente, que no mucha gente recuerda: José Alfredo Martínez de Hoz. El exministro de Videla estaba procesado por delitos de lesa humanidad contra Federico y Miguel Ernesto Guthein.
Los decretos se fundamentaban en la idea de que había habido dos sectores de la sociedad enfrentados, una interpretación histórica totalmente contraria a la política de derechos humanos de Alfonsín, al juicio a las Juntas y al terrorismo de Estado que fue sujeto de aquella importante sentencia. Los indultos produjeron una reacción negativa en amplios sectores de la sociedad. Hubo manifestaciones masivas de repudio tanto en 1989 como en 1990.
El hecho de que las nóminas de indultos incluyeran a 14 desaparecidos o personas asesinadas desató desconcierto e indignación. Fue tal el escándalo por la impunidad de los militares acusados de graves violaciones a los derechos humanos que los indultos a la cúpula montonera quedaron en un segundo plano. En 2007, la Corte Suprema anuló los indultos a militares acusados de delitos de lesa humanidad.
Algunos montoneros, es cierto, también formaron parte de los gobiernos kirchneristas, pero no se trató ya de reconversiones individuales sino más bien de una reivindicación política global, a partir de una narrativa sesgada. Lo individual con el kirchnerismo fue la industrialización de las indemnizaciones pagadas por el Estado a ex guerrilleros y militantes, si ien las leyes reparatorias surgieron durante el gobierno de Menem..
Menem insistió en sucesivas declaraciones públicas con la idea de que había buscado la reconciliación, un objetivo coherente con su propensión a atraer y encantar sectores políticos absolutamente contrapuestos.
Carlos Menem, junto a su esposa Zulema Yoma y sus hijos, a comienzos de los años 70
Testimonio en tierra riojana

Si se me permite voy a contar una historia personal sobre la génesis del líder. A comienzos de junio de 1973, con 19 años de edad y con sólo cuatro meses de experiencia periodística, me tocó hacer mi primera cobertura fuera de Buenos Aires. La revista Redacción, que dirigía Hugo Gambini, me envió a la asunción en La Rioja de un peronista de prominentes patillas entonces poco conocido que reivindicaba a Facundo Quiroga. El gobernador más joven del país y el más votado.
De manera formal, Menem ya había jurado en la capital riojana el 25 de mayo a la par de Héctor Cámpora y Vicente Solano Lima. Esta era una asunción simbólica, como las bodas marroquíes, de varios días de duración. Un alarde de ecumenismo y carisma.
El nuevo gobierno riojano puso un par de aviones para los invitados. A mí me tocó como compañero de asiento el general Miguel Ángel Iñíguez, quien apenas once días después, durante la masacre de Ezeiza, actuó en el palco junto al coronel Jorge Osinde y que sería nombrado en septiembre jefe de la Policía Federal por el presidente Raúl Lastiri y ratificado por Perón. Dos asientos más adelante iba Ciro Bustos, uno de los artífices del intento del Che Guevara de lanzar en Bolivia y en la Argentina focos guerrilleros, más tarde acusado de traicionar al Che. Viajaban, tambiénn varios montoneros y miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) recién liberados de la cárcel de Devoto.
Menem nos paseó por toda la provincia, pero el acto central fue el 9 de junio, aniversario del levantamiento del general Valle, en el pueblo natal de Quiroga, San Antonio, cuyos 150 habitantes se diluían en una multitud de tres mil personas. Allí, delante del vicepresidente Solano Lima, conocí a monseñor Enrique Angelelli, asesinado tres años después; también a Jorge Conti, quien dejaba por entonces Canal 11 para convertirse en mano derecha de José López Rega, no solo en el Ministerio de Bienestar Social, sino en la Triple
Con sweater de cuello alto, pantalones Oxford y los dones de anfitrión magnético que luego serían célebres, Menem se abrazaba con todos e intercalaba discursos. Los mensajes, sazonados con liturgia justicialista y prosa nacionalista, cultivaban una magistral ambigüedad. Las vivas a los montoneros se confundían con las evocaciones a las montoneras de Chacho Peñaloza. Ahí me explicaron que las unidades militares de extracción rural conducidas por caudillos fue lo que dio origen a la palabra montonero, porque marchaban “en montón” y se dispersaban “en los montes”. Recuerdo haber preguntado, sin hallar respuesta, de cuáles montoneros se trataba en esa ocasión, si eran los del siglo XIX o los del siglo XX.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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