domingo, 23 de junio de 2024

MIRADAS Y AL MARGEN


¿Somos o nos hacemos?
La columna de Carlos M. Reymundo Roberts volverá a publicarse el 6 de julio Miradas — por Graciela Guadalupe
Dos muchachos con mucha decisión y pocos escrúpulos intentaron robar a vecinos de Virrey del Pino, partido de La Matanza. No tuvieron suerte los ladrones, pues los atraparon. Los pusieron de rodillas en plena calle y los obligaron a cantar el Himno y el “Arroz con leche”. Dos veces se lo exigieron, pero ambas canciones quedaron truncas. Uno no sabía la letra del “Arroz con leche”, aunque podría justificarse esa ignorancia en virtud de la corta edad del delincuente frustrado. Lo lastimoso fue que ninguno de los dos supiera la letra del himno nacional. ¿No lo cantaban en la escuela? ¿Habrán podido ir a la escuela?
Hace un par de décadas, el periodista Mariano Grondona nos contaba una anécdota en su carácter de profesor universitario: “Hoy no puedo preguntarle a un alumno recién egresado lo que antes le preguntaba a uno que ingresaba”. Y todavía faltaban años para las pruebas educativas internacionales y su revelación de que, en la Argentina, muchísimos estudiantes de los primeros niveles de enseñanza no entienden lo que leen ni saben hacer cálculos matemáticos sencillos.
Buena parte de la dirigencia –de la izquierda, de centro, de derecha y del punto cardinal donde se quiera poner el ojo– basa sus discursos en la añoranza del país que fuimos y en acusar al otro de haber caído en el agujero en el que nos encontramos. ¿Y el mea culpa? Bien gracias. ¿Y las soluciones que nunca aplicaron o contribuyeron a buscar? Como diría uno de los personajes de Holly, de Stephen King: “Dios, ayudame a dejar las harinas, pero no hoy. Me gustan mucho”.
Nos enojamos cuando desde afuera nos critican feo. El problema no es lo que dicen, sino la generalización. “Los argentinos son una manga de ladrones, del primero hasta el último”, aseguró en 2002 el entonces presidente de Uruguay, Jorge Batlle, sin darse cuenta de que habían quedado abiertos los micrófonos de la agencia Bloomberg. Siete años después, su compatriota candidato a presidente José “Pepe” Mujica fue mucho más allá. “No hay que “creer que la Argentina es un pueblo de tarados; tienen una intelectualidad potente, pensadores importantes, ¡vamos!”, decía, pero también creía –y acaso siga creyendo– que somos “un país que se despedaza al pedo” y en el que “la institucionalidad no vale un carajo”. Mujica es un refranero en sí mismo. A esas declaraciones formuladas a Alfredo García para su libro Pepe coloquios, se suma su visión sobre los Kirchner (“son una patota”), sobre Carlos Menem (“un mafioso y un ladrón”) y sobre los radicales (“son tipos muy buenos, pero unos nabos”).
No se la agarre, querido lector, con los amigos uruguayos porque no fueron los únicos en calificarnos. Basta con leer la excelente recopilación “Los argentinos ante los ojos de propios y extraños”, que Jorge Vanossi presentó durante una sesión de la Academia Nacional de Ciencias Políticas y Morales, de la que justo hoy se cumplen 30 años.
Allí recuerda que, para Jorge Luis Borges, los argentinos tenemos un afán de pasar por inmorales antes de que se nos tome por zonzos, y que a Charles Darwin le llamaba la atención que los argentinos ayudaran al delincuente a escapar y que fuera tan común el soborno a los funcionarios.
Recuerda Vanossi que Eduardo Wilde hablaba de la afanosa búsqueda del argentino “de un acomodo, donde se trabaje poco, se gane mucho y donde todo se cifra en la cartita de recomendación” y de la frase ya célebre de Jacinto Benavente, cuando al subirse al barco y ser acosado por los periodistas que le reclamaban formular algún juicio sobre nuestro país, los chicaneó con la frase “armen la única palabra posible con las letras que componen la palabra ‘argentinos’”. Los hombres de prensa aceptaron el reto. El resultado: “ignorantes”.
Y, claro está, como no recordar la exhortación de José Ortega y Gasset “argentinos a las cosas”, sobre la que Vanossi recuerda que no tuvo por objetivo ser una reprimenda, sino una invitación a dejar de “resbalar sobre toda ocupación o destino concreto”, a darse con plenitud, a dejar de estar a la defensiva.
Pero hay un dicho preferido por el autor de esa recopilación. Pertenece a Eduardo Mallea: “La Argentina es un país lleno de palabras”, publicó el escritor en 1962, aunque venía madurando esa reflexión desde 20 años antes. Una repasadita de apenas las últimas semanas sobre muchos de los discursos en el Congreso confirman que Mallea tenía algo de razón.
Sostener la pelea por la pelea misma y seguir acariciándonos el ego para finalmente hacer nada es no haber entendido la advertencia de muchos de estos personajes a los que les dolía la Argentina parsimoniosa, torpedeada y autodestructiva. Algunos deben haberse preguntado incluso si, teniendo todo lo que tuvimos, si abriendo todos los caminos que abrimos y pasado todas las que pasamos, ¿somos o nos hacemos?
“Dios, ayudame a dejar las harinas, pero no hoy. Me gustan mucho”

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Como la matrix, la casta está en todos lados
Héctor M. Guyot

Era una familia más o menos normal, más o menos como todas, con sus penas y sus alegrías. También, cómo no, con sus disputas. Algo inevitable cuando conviven con estrecheces un padre, una madre y ocho hermanos. Por esa misma falta de recursos, terminado el colegio los cuatro hermanos mayores buscaron empleo. Cuando no lo conseguían, se apuntaban a changas para contribuir al fondo común que sostenía la economía de la casa. Los González vivían con lo justo. Pero cada año, cuando llegaba el verano, invertían lo poco que podían ahorrar en el alquiler de una casa sencilla frente al mar. Allí olvidaban los sinsabores de una existencia sacrificada y llena de carencias que esperaban dejar atrás a fuerza de trabajo y perseverancia. Si ese día no llegaba nunca, al menos se daban el gusto de vivir, durante dos semanas plenas de sol, sal y arena, el sueño de la familia feliz.
Sin embargo, fue allí donde una mañana, en la mesa del desayuno, los hermanos menores advirtieron los relojes de lujo que los dos mayores llevaban en sus muñecas. Grandes, vistosos, llenos de agujas de diferentes tamaños. ¿De dónde habían sacado la plata para comprar semejantes joyas? No pudieron explicarlo y fue el principio del fin. En las semanas siguientes, ya de vuelta en casa, los hermanos descubrieron que los dos mayores tenían un auto de alta gama cada uno y una residencia en otro barrio donde se daban todos los gustos: habían acumulado allí todo lo que faltaba en la casa familiar. Reunieron evidencias y se las presentaron al padre, seguros de que restablecería la justicia en el seno de la familia y les daría a los dos mayores un justo castigo por haberse comprado otra vida con dinero robado del fondo común. No fue así. El padre les dijo que estaban equivocados.
–Hablé con ellos –les dijo–. Todo eso no les pertenece. Es de sus patrones y ellos solo lo administran.
Los hermanos pusieron sobre la mesa fotos de los otros dos en pleno acto de pillaje, las manos dentro de la caja a la que solo tenía acceso el padre. Cuando uno de ellos descubrió, en el fondo del ropero del padre, un reloj de lujo igual al que llevaban en sus muñecas los dos mayores aquel verano, los cuatro se reunieron con su madre, que con estas palabras les terminó de abrir los ojos: –Hemos sido engañados durante demasiado tiempo. Y ahora no hay a quien acudir. Pero así no podemos seguir. –¿Entonces qué hacemos? –preguntó el menor.
–No lo sé –dijo la madre–. Pero la familia se quebró. Ya no podemos volver a casa. La hemos perdido.
¿A dónde ir, entonces? ¿Dónde pasar la noche? ¿Cuál es el camino para restablecer la justicia cuando la autoridad encargada de impartirla cierra los ojos ante la evidencia y en lugar de defender a los despojados defiende a los ladrones? ¿Qué hacer cuando ya no quedan dudas de que aquellos que deberían cuidarte y velar por tus derechos son y han sido parte del mal que te ha dañado?
Así estamos. Sin saber qué hacer. Parece no haber salida. La casta es como la matrix: está en todos lados. La coima es aporte de campaña, nos dicen. El sol sale de noche, nos dicen, y esperan que lo aceptemos. La Cámara de Casación (sala de Mahiques, Barroetaveña y Petrone) obvió lo obvio: el registro del saqueo desplegado en ocho cuadernos implacables, tan detallados que los miembros de la casta implicados, ante las pruebas, acabaron confesándolo todo para acogerse a la figura del arrepentido. Solo así, cerrando los ojos, la Cámara pudo abrir la puerta de escape hacia el fuero electoral que ofreció la jueza María Servini de Cubría. Por allí pasa ahora Angelo Calcaterra, primo de Mauricio Macri, que entre 2013 y 2015 entregó 16 bolsos llenos de dólares mientras el gobierno de Cristina Kirchner daba obra pública a su empresa. Después de él tratarán de pasar por ella, para esquivar la pena, decenas de empresarios implicados en una causa que, con 161 imputados, es la radiografía más rigurosa del mal que nos aqueja. Pero el sol sale de noche y somos una gran familia.
La alquimia de convertir una coima en un aporte de campaña la inspiró el actual ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, cuando consiguió que Hugo Eurnekian, entonces su defendido, dejara la causa de los cuadernos y pasara a los brazos de Servini de Cubría bajo este argumento. Hugo es sobrino de Eduardo Eurnekian, exempleador del Presidente. Hoy Javier Milei y su ministro (que fue también defensor del excaudillo tucumano José Alperovich, condenado a 16 años de prisión por abuso sexual) impulsan a Ariel Lijo como candidato a la Corte Suprema, a pesar de que el juez ha sido acusado de manejar los tiempos del proceso para beneficiar a los corruptos, por decir lo menos. La casta es como la matrix y está en todos lados. Incluso en el Gobierno.
Allí están, la madre y sus cuatro hijos, sin saber qué hacer. Pero no está todo dicho. Acaso la madre recuerde la autoridad que le corresponde y reclame, para desgracia de los corruptos, sus derechos sobre la casa en la que han vivido hasta ahora. En nombre de sus hijos honestos. Es eso o la intemperie.
¿Cómo restablecer la justicia cuando la autoridad que debe impartirla cierra los ojos ante la evidencia y en lugar de defender a los despojados defiende a los ladrones?

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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