sábado, 31 de agosto de 2024

DE NO CREER Y AL MARGEN


Chicas picantes, el karma de Javi Milei

— por Carlos M. Reymundo Roberts


Por sus frutos los conoceréis. Sí, OK. Pero antes, por su gente. Milei debería hablarnos de su gente. Dime con quién andas y te diré si la libertad avanza.
Por ejemplo, estas chicas revoltosas que empiojan todo en el Congreso. Lilia Lemoine pasó, en meses, de disfrazarse para animar fiestas a diputada nacional; de maquilladora y estilista del Presi a disciplinadora oficial del espacio. Hay que ver si después de ese tremendo viaje no le ha quedado un poco de jet lag. Hoy es la voz, la ira y el látigo del Presi. Y pegue, y pegue, y pegue Lili pegue. En el audio trending topic de la semana dice que José Luis Espert, compañero de bancada y figura en ascenso, es gay, y su mujer, “fea”, “boluda” e “hipócrita”. Mirá la rubia qué atrevida. Fue una distracción: su blanco preferido es Vicky Villarruel, a la que cada dos o tres días vuelve a atender. Con esos modos y a punta de rímel parece que se ha adueñado del bloque; se lo fumó a Gabriel Bornoroni. Ojo con Lilia Adela Bolukalo Lemoine. A retener las señas: nace una estrella.
Vicky sigue con su agenda, que solo por un eventual error coincide con la de Milei. La novedad es que le acaba de copiar el estilo y el blanco: los periodistas. Enojada porque los senadores libertarios echaron del bloque a Francisco Paoltroni, rebelado contra la candidatura de Lijo a la Corte Suprema, tuiteó: “Al periodismo pautero y mala leche le digo que deje de buscar titulares que dividen y dedíquense a informar sin hacer amarillismo”. En los comentarios a esta columna suelen llamarme también pautero, así que aprovecho para contestar. No me molesta la acusación, sino no estar contemplado en ninguna pauta.
Lourdes Arrieta, la de rulitos, ¿qué onda? Formó parte de la excursión de diputados oficialistas al penal de Ezeiza; turismo de aventura: se trataba de avistar represores. Descubierto el paseo, pelada la gallina, adujo que la habían llevado engañada. Mi amor, qué desencanto: pensó que iban al aeropuerto y de pronto salen a recibirla Astiz, Suárez Mason, Pernía... En la foto que dio la vuelta al mundo, ella está en primera fila, en el centro, dibujando una sonrisa: tremenda actitud ante la adversidad. Después se defendió heroicamente, con histeriqueos y acusaciones a sus compañeros del tour carcelero.
Cuando estaban por echarla del bloque, se echó ella. Una estratega.
En el reparto de chicas picantes reclama su lugar Carolina Píparo, candidata a gobernadora de Buenos Aires por LLA en octubre, hoy apartada, híbrido de leona herida y oveja descarriada: declara su admiración por Milei y, con el mismo aliento, se lamenta de lo mal que está haciendo todo. Solo Yuyito pone mesura: “Nos casamos”, tiró. ¿Dónde? En su programa de televisión. Va por todo. Por favor te lo pido, Javi: que no crezca esa maleza en los jardines de Olivos.
¿Será que no es bueno eligiendo? No hablo del corazón. Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla para la Corte Suprema no estarían siendo las mejores opciones. Lijo, porque a su prontuario solo le faltaba el peor delito: la disposición a votarlo del pleno de la bancada kirchnerista; por supuesto, eso en el caso de que Javi hocique y acepte lo que le están pidiendo: el oro y el moro, sin decoro. Lorenzetti, responsable del scouting del que surgió la perla Ariel, remueve por estas horas cielo y tierra en busca de apoyos a la postulación. Un senador que fue víctima de ese lobby reveló cuál es el principal argumento de Lorenzetti: “Con él adentro dormimos todos tranquilos”. A GarcíaMansilla lo arrojaron a la jauría de kirchos, que no le perdonan su honorabilidad. Ya supone una afrenta hacerle compartir cartel con Lijo, tipo La bella y la bestia. Le leo los labios al Presi: el clásico mecanismo de compensación. ¿Compensar con la bella a una Corte a punto de ser ultrajada? No, compensar a la casta con la bestia.
Allá por el año 2014, a Javi se le presentó un dilema parecido: trabajar o no para la candidatura presidencial de Scioli, entonces gobernador kirchnerista de Buenos Aires. Imagínense: un alma pura y libertaria arrimándole el bochín a alguien tan, tan Scioli. Eligió bien: aceptó sumarse, pero sin cobrar un peso. Por esa misma época empezó a presentar facturas (en papel, escritas a mano, muy parecidas a las truchas) por servicios de asesoría a Provincia Seguros, empresa del Banco Provincia, sin la debida tributación fiscal y sin que haya constancia de tales servicios. La cosa saltó a la AFIP y Javi se vio obligado a acogerse a una moratoria. Le salió carísimo: durante cinco años tuvo que destinar la mitad de sus ingresos en Corporación América a saldar esa deuda. Y también barato: no terminó en la Justicia. Todo por ayudar a Dani. De estos pecados de juventud nos enteramos por una nota del martes de Hugo Alconada Mon, que estuvo un año investigando el entuerto. Hugo le hizo llegar la consulta al Presi, que nunca le contestó. Lógico: quién se puede acordar de lo que pasó hace 10 años.
Me corrijo: no está de más tener a la perla Ariel en la Corte.
García-Mansilla fue tirado a la jauría de kirchos, que no le perdonan su honorabilidad


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¿Puede el ChatGPT empobrecer al mundo?
                                  Héctor M. Guyot


Durante una estadía en Toronto, hace un par de décadas, en los días de lluvia solía refugiarme en la biblioteca pública de la ciudad. Moderna y bien nutrida, encontraba allí verdaderos tesoros. Entre ellos, The Real Work. Interviews & Talks 1964-1979, de Gary Snyder, poeta que aparece bajo el nombre de Japhy Ryder en Los vagabundos del Dharma, de Jack Kerouac. Snyder fue el primero, dentro de la generación beat, que miró hacia Oriente. En estos días volví a ese libro y releí un pasaje que hoy cobra para mí un nuevo significado: “Hay un dualismo entre cuerpo y mente si estoy barriendo el piso y pensando en Hegel. Pero si estoy barriendo el piso y pensando en eso, soy uno. Barrer el piso se convierte, entonces, en la cosa más importante del mundo. Y lo es”.
Esta invitación a estar presente en la experiencia concreta resuena hoy como una advertencia. A mí me cuesta cada vez más habitarla. Por los estímulos que llegan sin descanso a través del WhatsApp, sin ir más lejos. Pero es peor: cuando atiendo alguna obligación, incluso durante el trabajo, siento que estoy desatendiendo otras. Bajo el asedio de un ecosistema de comunicación fuera de escala humana, la espada del multitasking se me clavó hondo. No importa cuánto hagamos, siempre estamos en falta. La tecnología digital cambió nuestro entorno y ahora, insensiblemente, nos está cambiando a nosotros.
La incógnita es si vamos a ir resignando parcelas de experiencia individual, subjetiva –nuestro propio diálogo con la existencia–, a medida que nos recostamos en las respuestas de los chats de la inteligencia artificial. La invitación es irresistible: al módico precio de resignar contacto con el entorno, se nos ofrece el mundo, el acumulado de sabiduría que la humanidad ha destilado a lo largo de los siglos, a la distancia de un clic. De la nube, directo al consumidor. Esta forma de conocimiento será menos dolorosa, además, pues la pantalla suaviza las asperezas de la vida.
Estamos ante un cambio de sensibilidad de aquellos capaces de marcar el tránsito de una civilización a otra. En su libro A otra cosa. El arte como modo de superar la dispersión en la era de Internet, Sven Birkerts cita a Kevin Kelly, el fundador de la revista Wired, y su idea de una biblioteca digital universal, que gracias a la IA se transforma ahora en una mente colectiva que “piensa” con determinadas jerarquías. “Para Kelly –dice Birkerts–, el futuro consiste en acercarse cada vez más a la experiencia humana unitaria e interconectada; lo opuesto al individualismo subjetivo en derredor del cual se ha erigido gran parte de nuestra cultura occidental posterior al Iluminismo”.
Un reparo a la idea de Kelly: por definición, la experiencia es individual y subjetiva. Precisamente, esa imposibilidad que los humanos tenemos de compartir con el otro lo que nos produce el roce con la vida y sus misterios es lo que mantiene viva la llama del arte: aunque la experiencia es intransferible, la imperiosa necesidad de compartirla ha dado novelas, pinturas y obras musicales en las que, sin embargo, nos reconocemos. Entonces ¿hay posibilidad de una experiencia que no sea subjetiva? Habrá que encontrarle otro nombre al encuentro con ese cúmulo de experiencia humana alojada en la nube, ya objetivada y fija, administrada al gran cuerpo eléctrico según las jerarquías automáticas que establece el algoritmo.
Hasta mis alumnos de periodismo, de una generación nacida digital, están preocupados con la IA. ¿Hasta dónde va a escribir por ellos? Podría decirles, con Henry Miller, que las palabras de nada sirven si el espíritu está ausente. Pero elijo el fragmento de un poema de Wallace Stevens que Birkerts cita en su libro: “Veinte personas que cruzan un puente y entran a un pueblo son veinte personas que cruzan veinte puentes y entran en veinte pueblos”.
Articulados y todo, los textos de los chats de IA son experiencia vieja convertida en dato. Sin embargo, lo que confiere significado al dato es el contexto en el que lo inscribimos, operación que cada periodista (cada ser humano) hace munido de su propio conocimiento y su background. La física cuántica explicó que el observador observa, pero es parte del sistema y su ojo modifica lo observado. Veinte puentes, veinte pueblos. Y veinte caminantes. Cada cual importa.
Sospecho que, usados en las tareas equivocadas, los chats inteligentes neutralizan la creatividad humana y la limitan mediante un sistema automatizado de referencias dadas. Regurgitan lo viejo. Limitan, en suma, la interpretación de la realidad inagotable a lo ya dicho y escrito, cuando el mundo es una interrogación siempre abierta que se renueva de generación en generación.
Me compré el libro de Gary Snyder durante aquel mismo viaje, en San Francisco. Y en estos días lo tomé de mi biblioteca por pura intuición, tal como lo elegí en esas tardes de lluvia que pasaba en la biblioteca pública de Toronto. Cada tanto lo agarro y, al releerlo, me dice cosas nuevas. Ignoro si habría llegado a él conducido por los algoritmos inescrutables, pero cuidadosamente calibrados, del ChatGPT.
Los chats inteligentes limitan la interpretación de la realidad a lo ya dicho y escrito, cuando el mundo es una interrogación siempre abierta que se renueva

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