Aniversario. Intelectual lúcido y prestigioso, escribió cuentos y anticonferencias, fue librero y fotógrafo, de un humor fuera de serie
Marcela AyoraBlaisten, “un olmo que da peras”, escribió Juan Forn
Año 1989: una pareja de argentinos está en París. Es su primer viaje juntos ahí. Ese hombre y esa mujer llevan poco más de diez años enamorados. En esa tarde de fin de década, están parados frente al ícono bermellón que es el Mouline Rouge. Todo parece ideal. Hasta que el hombre mira la vidriera y dice: “Fijate, hay tela de araña”. Y era cierto, confirma ella, Graciela Melgarejo. “Ahí, en el rinconcito. Se ve que no habían pasado el plumero. Es lo que él pescó”. Él era Isidoro Blaisten (Concordia, Entre Ríos, 1933), y hoy se cumplen 20 años de su muerte. Sobre aquella situación con la tela de araña, Melgarejo dice: “Tenía ese tipo de mirada. Eso de dar vuelta la seda de los párpados. La trama del revés. Una mirada de filoso, en el sentido de la agudeza”. Quienes lo conocieron también destacan ese aguijón para dar en un centro, y su humor. Para los que no lo tuvieron cuerpo a cuerpo, están sus libros.
Se dice que el último hijo suele ser el más libre, por haber sido criado sin tantos miedos. En la historia de Blaisten, su lugar dentro de la familia fue así: el menor de ocho hermanos, antecedido por cinco mujeres y dos varones. Y ahí las matemáticas podrían ayudar a entender los caminos de la literatura: muchas voces dieron vueltas a su alrededor desde la infancia. De sus quince libros publicados, se subrayan dos ensayos tejidos a la luz de esa agudeza que todos marcan, en un yo que siempre contó historias, incluso en formato de no ficción. Anticonferencias, de 1983, y Cuando éramos felices (1992). Sobre ellos, el escritor Pablo De Santis, quien llama a Blaisten “un maestro del cuento”, por considerar sus textos “personales, ingeniosos, llenos de vida”, dice: “Hay un sector de su obra que no ha tenido tanta atención y que es fabuloso”.
Además, trece libros: uno de poesía, Sucedió en la lluvia, que es de 1965; su única novela, Voces en la noche, publicada en agosto de 2004 –días antes de que muriera–, acaba de ser reeditada por el sello Hugo Benjamín. Los diez restantes, de cuentos. La felicidad (1969), El Mago (1974), de ahí “El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo”; Dublín al sur (1980), Cerrado por melancolía (1981), de donde es “A mí nunca me dejaban hablar”, que deja ver el humor, la dulzura desde el comienzo. También los títulos Carroza y reina (1986), Al acecho (1995). Por nombrar algunos premios, obtuvo el del Fondo Nacional de las Artes y el Konex en 1994 y 2004.
Blaisten hizo lo que muchos lectores sueñan: tener una librería. La suya funcionaba en el subsuelo de una galería en la avenida San Juan. Sobre ese momento en la vida del escritor, su colega y amiga, Josefina Delgado, lo recuerda así: “Y entonces surgió la idea de abrir una librería, en una galería comercial de San Juan y Boedo. Un precursor, ya que por entonces las librerías eran céntricas”. Romper con lo convencional parecía ser algo muy de él. En cuanto al librero, Delgado dice: “Ser testigo de cómo Isidoro recomendaba libros también era un espectáculo. Porque cuando alguien se revelaba no muy perspicaz él les recomendaba leer a Poldy Bird, una escritora muy básica que circulaba por aquella época”.
Hay fotos del escritor en sus distintos libros, no solo en las solapas. Era armónico. Pelo tupido con algunas ondas, cejas gruesas, nariz pequeña; mayormente serio para los retratos, pero en las que sonríe, el mundo se ablanda. Tenía lo que se llama porte. Sobre esa materialidad como hombre, Graciela Melgarejo, sentada en el living del piso en el que vivió con el escritor, da vuelta la última edición de La felicidad –que además ella prologó–, y sobre el plano de cuerpo entero dice: “Era un hombre muy lindo. Le quedaba linda la ropa porque en general era delgado. No muy alto, pero longilíneo”.
Blaisten siempre había soñado con un espacio como el que finalmente tuvo, en su hogar con Melgarejo, que hoy se conserva igual. Allí, el escritorio de madera de doble entrada –para dos personas– comprado en un remate (había sido parte del viejo diario bibliotecas pobladas hasta el techo con libros mandados a encuadernar. Sobre su lado lector, Eduardo Álvarez Tuñón escribió en el prólogo a Voces en la noche: “Era también, como Borges, un maravilloso lector, quizás el más extraordinario que he conocido”. Y en ese cuarto propio soñado, también la luz. Todo el aire y la luminosidad que entra por el ventanal del piso 17.
Blaisten no escribía en computadora. Cuando estaba solo, a máquina. Pero ganaba el “a mano”, y en los cuadernos de hule negro que ella pasaba a un archivo en compu. Y ahí todo cambió. Porque una vez que llegaron a ese piso, “Isidoro ya hacía todo literatura”. Dio talleres y publicó libros. Ellos dos se conocieron a fines de los 70, cuando él era un hombre separado y padre de Débora, hija de su primer matrimonio. De él, a Melgarejo la atrapó lo físico. La onda. “Y después el humor, el brillo de su inteligencia. Esa forma de esconder detrás del humor una enorme ternura. Era un tipo muy afectuoso. Todo lo que tenía de callado, de serio, cuando entrabas en relación con él, se daba una relación un poco más cercana. Porque era tan callado, escuchaba mucho a los demás. Prestaba atención a la gente. Él decía así: ‘A mí me interesa la gente’. Y en ese interés, había gestos”.
La escritora Silvia Plager cuenta: “Gracias a Isidoro, conocí, en la presentación de su libro Cerrado por melancolía, a mi primer editor, Hugo Levín, y Blaisten predijo, en su dedicatoria, que pronto publicarían algo mío”.
El humor de Blaisten está bien claro en Anticonferencias, “19 consejos útiles para presentar un libro”, en el punto 7 se lee: “Invitar a dos escritores de bien ganado prestigio y a una compañera de trabajo para que diga “mirá, mirá, mirá quién está”. En una reedición a ese libro, en la colección Rara avis de Tusquets, en el prólogo, Juan Forn dejó escrito esto para siempre: “Isidoro Blaisten era un milagro, un gato de cinco patas, un olmo que daba peras. Era un cuentero judío, un pachorra entrerriano y un porteño terminal, un relojero loco, un vago, un perdedor serial, un rey de la angustia, y también, sobre todo, un maestro de la salvación por la risa, por el relámpago poético”. Y ese párrafo no terminaría de retratarlo, si no siguiera como sigue, con una confesión de Blaisten tomada para contarlo aún más, algo así como contar al contador. “‘Me hubiera gustado ser un príncipe lituano, pero soy un mersón de San Juan y Boedo’, dijo famosamente, en el café Canadian, a metros de su ilustre ‘establecimiento’, aquella librería adentro de una galería comercial adonde iba tan poca gente que a veces se iba él también, para que fuera perfecta”.
Fue fotógrafo. “Fotógrafo de muchos años de plaza, les sacaba fotos a los chicos, y también de publicidad”, recuerda Melgarejo.
A pesar de la singularidad como escritor, su obra no estuvo siempre a mano. Toda reedición es recuperación. Y Pablo De Santis entiende el porqué de no dejar de hacerlo circular. “Ha habido momentos en los que los libros de Blaisten no estaban en librerías; sin embargo, es un autor que está siempre presente, porque los cuentos tienen vida propia, invaden antologías o circulan de mano en mano”.
Año 1989: una pareja de argentinos está en París. Es su primer viaje juntos ahí. Ese hombre y esa mujer llevan poco más de diez años enamorados. En esa tarde de fin de década, están parados frente al ícono bermellón que es el Mouline Rouge. Todo parece ideal. Hasta que el hombre mira la vidriera y dice: “Fijate, hay tela de araña”. Y era cierto, confirma ella, Graciela Melgarejo. “Ahí, en el rinconcito. Se ve que no habían pasado el plumero. Es lo que él pescó”. Él era Isidoro Blaisten (Concordia, Entre Ríos, 1933), y hoy se cumplen 20 años de su muerte. Sobre aquella situación con la tela de araña, Melgarejo dice: “Tenía ese tipo de mirada. Eso de dar vuelta la seda de los párpados. La trama del revés. Una mirada de filoso, en el sentido de la agudeza”. Quienes lo conocieron también destacan ese aguijón para dar en un centro, y su humor. Para los que no lo tuvieron cuerpo a cuerpo, están sus libros.
Se dice que el último hijo suele ser el más libre, por haber sido criado sin tantos miedos. En la historia de Blaisten, su lugar dentro de la familia fue así: el menor de ocho hermanos, antecedido por cinco mujeres y dos varones. Y ahí las matemáticas podrían ayudar a entender los caminos de la literatura: muchas voces dieron vueltas a su alrededor desde la infancia. De sus quince libros publicados, se subrayan dos ensayos tejidos a la luz de esa agudeza que todos marcan, en un yo que siempre contó historias, incluso en formato de no ficción. Anticonferencias, de 1983, y Cuando éramos felices (1992). Sobre ellos, el escritor Pablo De Santis, quien llama a Blaisten “un maestro del cuento”, por considerar sus textos “personales, ingeniosos, llenos de vida”, dice: “Hay un sector de su obra que no ha tenido tanta atención y que es fabuloso”.
Además, trece libros: uno de poesía, Sucedió en la lluvia, que es de 1965; su única novela, Voces en la noche, publicada en agosto de 2004 –días antes de que muriera–, acaba de ser reeditada por el sello Hugo Benjamín. Los diez restantes, de cuentos. La felicidad (1969), El Mago (1974), de ahí “El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo”; Dublín al sur (1980), Cerrado por melancolía (1981), de donde es “A mí nunca me dejaban hablar”, que deja ver el humor, la dulzura desde el comienzo. También los títulos Carroza y reina (1986), Al acecho (1995). Por nombrar algunos premios, obtuvo el del Fondo Nacional de las Artes y el Konex en 1994 y 2004.
Blaisten hizo lo que muchos lectores sueñan: tener una librería. La suya funcionaba en el subsuelo de una galería en la avenida San Juan. Sobre ese momento en la vida del escritor, su colega y amiga, Josefina Delgado, lo recuerda así: “Y entonces surgió la idea de abrir una librería, en una galería comercial de San Juan y Boedo. Un precursor, ya que por entonces las librerías eran céntricas”. Romper con lo convencional parecía ser algo muy de él. En cuanto al librero, Delgado dice: “Ser testigo de cómo Isidoro recomendaba libros también era un espectáculo. Porque cuando alguien se revelaba no muy perspicaz él les recomendaba leer a Poldy Bird, una escritora muy básica que circulaba por aquella época”.
Hay fotos del escritor en sus distintos libros, no solo en las solapas. Era armónico. Pelo tupido con algunas ondas, cejas gruesas, nariz pequeña; mayormente serio para los retratos, pero en las que sonríe, el mundo se ablanda. Tenía lo que se llama porte. Sobre esa materialidad como hombre, Graciela Melgarejo, sentada en el living del piso en el que vivió con el escritor, da vuelta la última edición de La felicidad –que además ella prologó–, y sobre el plano de cuerpo entero dice: “Era un hombre muy lindo. Le quedaba linda la ropa porque en general era delgado. No muy alto, pero longilíneo”.
Blaisten siempre había soñado con un espacio como el que finalmente tuvo, en su hogar con Melgarejo, que hoy se conserva igual. Allí, el escritorio de madera de doble entrada –para dos personas– comprado en un remate (había sido parte del viejo diario bibliotecas pobladas hasta el techo con libros mandados a encuadernar. Sobre su lado lector, Eduardo Álvarez Tuñón escribió en el prólogo a Voces en la noche: “Era también, como Borges, un maravilloso lector, quizás el más extraordinario que he conocido”. Y en ese cuarto propio soñado, también la luz. Todo el aire y la luminosidad que entra por el ventanal del piso 17.
Blaisten no escribía en computadora. Cuando estaba solo, a máquina. Pero ganaba el “a mano”, y en los cuadernos de hule negro que ella pasaba a un archivo en compu. Y ahí todo cambió. Porque una vez que llegaron a ese piso, “Isidoro ya hacía todo literatura”. Dio talleres y publicó libros. Ellos dos se conocieron a fines de los 70, cuando él era un hombre separado y padre de Débora, hija de su primer matrimonio. De él, a Melgarejo la atrapó lo físico. La onda. “Y después el humor, el brillo de su inteligencia. Esa forma de esconder detrás del humor una enorme ternura. Era un tipo muy afectuoso. Todo lo que tenía de callado, de serio, cuando entrabas en relación con él, se daba una relación un poco más cercana. Porque era tan callado, escuchaba mucho a los demás. Prestaba atención a la gente. Él decía así: ‘A mí me interesa la gente’. Y en ese interés, había gestos”.
La escritora Silvia Plager cuenta: “Gracias a Isidoro, conocí, en la presentación de su libro Cerrado por melancolía, a mi primer editor, Hugo Levín, y Blaisten predijo, en su dedicatoria, que pronto publicarían algo mío”.
El humor de Blaisten está bien claro en Anticonferencias, “19 consejos útiles para presentar un libro”, en el punto 7 se lee: “Invitar a dos escritores de bien ganado prestigio y a una compañera de trabajo para que diga “mirá, mirá, mirá quién está”. En una reedición a ese libro, en la colección Rara avis de Tusquets, en el prólogo, Juan Forn dejó escrito esto para siempre: “Isidoro Blaisten era un milagro, un gato de cinco patas, un olmo que daba peras. Era un cuentero judío, un pachorra entrerriano y un porteño terminal, un relojero loco, un vago, un perdedor serial, un rey de la angustia, y también, sobre todo, un maestro de la salvación por la risa, por el relámpago poético”. Y ese párrafo no terminaría de retratarlo, si no siguiera como sigue, con una confesión de Blaisten tomada para contarlo aún más, algo así como contar al contador. “‘Me hubiera gustado ser un príncipe lituano, pero soy un mersón de San Juan y Boedo’, dijo famosamente, en el café Canadian, a metros de su ilustre ‘establecimiento’, aquella librería adentro de una galería comercial adonde iba tan poca gente que a veces se iba él también, para que fuera perfecta”.
Fue fotógrafo. “Fotógrafo de muchos años de plaza, les sacaba fotos a los chicos, y también de publicidad”, recuerda Melgarejo.
A pesar de la singularidad como escritor, su obra no estuvo siempre a mano. Toda reedición es recuperación. Y Pablo De Santis entiende el porqué de no dejar de hacerlo circular. “Ha habido momentos en los que los libros de Blaisten no estaban en librerías; sin embargo, es un autor que está siempre presente, porque los cuentos tienen vida propia, invaden antologías o circulan de mano en mano”.
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Reclamo por el uso de imágenes sin autorización
Museo. El Moderno se disculpó con los creadores españoles del personaje MibiDaniel GigenaMibi representa “cómo la memoria se va desvaneciendo” boldtron
El dúo de artistas Boldtron (de los barceloneses Xavier y Daniel Cardona, especializados en diseño 3D, imágenes realizadas por ordenador, realidad virtual e inteligencia artificial) denunció el lunes en su cuenta de Instagram que el artista Martín Legón se había apropiado de una obra creada por ellos en la muestra Martín Legón: solo las piedras recuerdan, al cuidado de Francisco Lemus, inaugurada en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires el 21 del actual. “Utilizan nuestra obra como propia”, dijo uno de los hermanos Cardona. En Instagram, Xavier Cardona exigió al curador de la muestra y a la directora del museo, Victoria Noorthoorn, que den explicaciones públicamente, aun cuando desde el Museo de Arte Moderno les habrían ofrecido inmediatamente “quitar el material” o “poner debidamente los créditos”. La muestra de Legón, que agrupa collages, ensamblajes, videos y objetos intervenidos, se podrá visitar hasta marzo de 2025 en avenida San Juan 350.
Según la videodenuncia, se usó sin permiso la imagen de un personaje (Mibi) creado por Boldtron con un programa de inteligencia artificial, cuyo video sobre “cómo las memorias se van desvaneciendo con el tiempo” circuló en redes sociales. Además, el Moderno utilizó la imagen de Mibi para promocionar la muestra.
“Nadie nos ha avisado, no me ha avisado mi agente; googleé y la sorpresa fue que aparecía otra persona en los créditos”, dice Cardona. “Nos había cogido literalmente los videos para hacer promoción y fotos para kits de prensa para promocionar nuestro trabajo como si fuera el suyo”, acota mientras se muestran imágenes de la inauguración de la exposición.
En el video, por error, el español se refiere al museo como el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires (Macba), pero las imágenes corresponden al Moderno. Las autoridades del Macba ya se comunicaron con los Cardona para pedirles una rectificación pública.
Según pudo saber el curador del Moderno les habría explicado a los hermanos Cardona que se trataba de un trabajo de “edición” y que las imágenes utilizadas en el proyecto de Legón habían sido obtenidas de “fuentes de dominio público”. “Ha sido muy pobre en su explicación, por no decir deplorable”, dice Cardona en Instagram. Tras la protesta, el museo replicó que la obra sería borrada de las promociones. En diálogo , Cardona dijo que esperaba una disculpa pública del museo porteño.
La institución emitió ayer después del mediodía un comunicado en el que cuenta que “@Boldtron se comunicó a través de las redes sociales con el Museo Moderno para reclamar la autoría de imágenes usadas en un video producido por el artista Martín Legón para la promoción de la exposición”, y que las dio de baja de todas sus plataformas. Además, consideró importante señalar que ese material se incluyó en la promoción de la muestra “para referir a la inteligencia artificial, cuyos procedimientos forman parte de las investigaciones del artista sobre la imagen contemporánea, y no se encuentran incluidas dentro de la exposición presentada por el museo”. Y remató: “Ofreciendo antes que nada las disculpas del caso por la utilización de dichas imágenes por parte del artista, y volviendo a destacar que nuestra primera medida fue dar de baja dichas imágenes de todas las plataformas, el Museo Moderno ratifica que está siempre comprometido con las nuevas exploraciones del arte contemporáneo, su difusión y las diferentes formas de innovación”.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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