martes, 25 de junio de 2024

6 MESES DE LIBERTARISMO Y EDITORIAL


Enigmas y fantasmas históricos de un gobierno que se construye en la acción
El Presidente conserva el apoyo de la población; el desafío de hacer las reformas sustentables en el tiempo
Miembro del Club Político Argentino y de Profesores Republicanos Jorge Ossona —

Después de seis meses del comienzo de su gestión, el Presidente preserva, incluso incrementado, el apoyo de la mitad de la población y la expectativa de otro cuarto que, si no simpatiza con él, tampoco le desea un final infeliz. Rescoldos del estallido de un sistema político que perdió su brújula, la capacidad de trazar agenda, y que introyectó en sus espacios la vieja tradición del bloqueo recíproco a la manera de un estamento alienado de la realidad. Verosímil respecto de su gran acierto simbólico: “la casta”.
Silenciosamente, la sociedad hizo su trabajo desconcertando a sus pretendidos representantes a lo largo de las tres secuencias electorales que terminaron entronando a Milei con un 56% de los sufragios: una cifra récord desde 1983. La sociedad no declamó, como entre los 30 y los 70, una ruptura institucional mediante una “mano dura” ni estalló en una revuelta masiva como en 2001. Instrumentó los dispositivos de la democracia. Sin duda, un auspicioso signo de madurez que hasta podría indicar los signos de cambios culturales profundos.
Una vertiente politológica asimila a Milei como un outsider análogo a otros líderes que abarcan todo el espectro ideológico: de Donald Trump y Jair Bolsonaro a Gabriel Boric. Pero sin el soporte de estructuras preexistentes, y capaz de alcanzar a todos los sectores sociales aun en las regiones de la pobreza del interior y de los grandes conurbanos. Nuestra historia política matiza, sin embargo, esa caracterización ceñida a las plataformas digitales. Salvando las distancias, y con los cuidados cronológicos de rigor, también Hipólito Yrigoyen y Juan Perón fueron, a su manera, outsiders.
Pero volvamos a posar la lupa sobre Milei y el mileísmo en procura de algunas pistas sobre su lógica administrativa e incluso de un balance provisional en lo que va de su gobierno. En primer lugar, el hiperpresidencialismo. Nada nuevo bajo el sol. La sociedad argentina es constitucionalmente presidencialista, y la horrorizan gobiernos vaciados de autoridad como los de Guido, Cámpora, Isabel, De la Rúa o Fernández, por solo mencionar gobiernos legales. ¿Cuál sería el sesgo original de Milei respecto de Perón, Alfonsín y Kirchner? Sin duda, la sobreactuación mediática en 2.0 acorde con su temperamento que logra mantener la fe de sus seguidores más acendrados en torno del liberalismo, cuya vistosa iconoclasia trasciende las fronteras sociales y etarias. Cuestión que dice mucho sobre su compleja subjetividad sociocultural y que disimula mal una suerte de doble frecuencia.
Milei ataca a sus enemigos con la épica de un agitador justiciero: ratas, degenerados fiscales, delincuentes, comunistas y otras lindezas. Sin embargo, Guillermo Francos “rosquea”, infatigable, con gobernadores, legisladores y asociaciones civiles. Diana Mondino hace lo propio en el orden internacional. Y hasta Luis Caputo se permite algunas concesiones filokeynesianas. He ahí una primera pista. Tranquilizadora para aquellos que de buena fe se tomaron demasiado en serio sus consignas autocráticas, motosierra en mano. Aunque todavía incógnita respecto de sus costos para dotar de un marco legal sustentable en el tiempo a sus reformas. En su defecto, sus amigos globales en la industria del conocimiento a lo sumo solo le depararán fotos y admiración, aunque sin firmarle ningún cheque.
No es un dato menor: la improvisación y el decisionismo le jugaron malas pasadas a Yrigoyen, como lo recuerdan los conflictos sociales de posguerra reprimidos por el Ejército, y a Perón, al relevar en el BCRA a los equipos técnicos de Raúl Prebisch en favor del jactancioso hojalatero Miguel Miranda. En el primer caso, el providencialismo social de los militares, y en el segundo, la inflación endémica que el país padece desde hace casi 80 años. Hay, sin embargo, un signo de debilidad que la centralidad de Milei oculta: la insuficiencia de cuadros administrativos para el funcionamiento del organigrama burocrático estatal.
No tiene anclajes territoriales y sus legisladores son insuficientes, cuando no de dudosa lealtad. Vacío que les ofrece insospechada supervivencia a los fragmentos de “la casta” que cooptó y que le deparan fallas funcionales en el interior de su gabinete, poniendo en duda la eficacia de su gestión y aun su gobernabilidad. Nuevamente, las experiencias de Yrigoyen y Perón podrían ser aleccionadoras: el primero también solía despreciar al Congreso sustituyendo leyes por decretos; y el segundo, depurando sus heterogéneos gobiernos de funcionarios “audaces” a partir de la crisis de 1950, o de “infiltrados marxistas” en 1973/74 que hasta hacía poco conformaban su “juventud maravillosa”. En el caso de Milei, el despido de su jefe de Gabinete y el escándalo de la distribución de los alimentos que apunta a su ministra de Capital Humano.
Hay otro fenómeno recurrente desde el peronismo: el “familismo”, esta vez a través del misterioso el rol de su hermana. Lo involucra en otra discusión paradojal: la del género. Así lo prueba el protagonismo de dos mujeres: su hermana Karina (“el Jefe”), al frente de la estratégica Secretaría General de la Presidencia, y su vicepresidenta, Victoria Villarruel, que no ha dudado en definirlo como “el jamoncito” del sándwich entre ambas. Subyace allí una discusión en torno a cómo deberá afrontar LLA el desafío electoral de 2025. ¿Tendrán tiempo para hacer la prodigiosa tarea de Yrigoyen entre 1917 y 1922 de fundar una fuerza nacional como quiere Karina? ¿O se terminará imponiendo el “frentismo” peroniano de una alianza con un fragmento de Pro y partidos provinciales?
Un último interrogante apunta a su concepción ideológica. Milei concibe al Estado que encabeza como lo más parecido a una mafia depredadora a la que se propone fulminar. Extraña estribación del cometido de su prócer inspirador Juan Bautista Alberdi, precisamente obsesionado por los armados institucionales y sus contrapesos republicanos. Por lo demás, ¿cómo habrán de funcionar la política, la economía y la sociedad en el nuevo orden posestatal? Si se circunscribiera a “la casta”, podría hasta pensarse en un nuevo staff de políticos profesionalizados idóneos y honestos. Por lo demás, el anarcocapitalismo ya está en marcha desde hace décadas, como lo prueban la colonización privada de las agencias estatales y las tercerizaciones fácticas de la administración territorial de la pobreza. Y no solo por movimientos sociales, sino, en ciertas zonas, por el imperio del narcotráfico o del delito organizado.
Por ahora, parecería que el anarcolibertarismo de Milei aspira a acabar con la economía política en su concepción clásica. Los resultados se alinean con los saberes de su profesión: el déficit fiscal y la inflación decrecientes alientan la esperanza colectiva. Pero su “bilardismo” debería convencerlo de que solo los goles son amores, y aquellos no se agotan en el sesgo economicista de su visión de la realidad.
Los fantasmas de sus predecesores históricos acuden nuevamente admonitorios a instancias de la ininteligibilidad discursiva del profesor de Filosofía Yrigoyen inspirada por su pensador de cabecera Karl Krause, y de la concepción profesional del general Perón ceñido al magisterio estratégico de Carl von Clausewitz. Sería un desperdicio para quien ha puesto al país en la vidriera de un mundo ávido de nuestras potencialidades, reposicionándonos en un sitio más respetable, algo indispensable para remontar este agobiante combo de estancamiento económico, pobreza y anomia institucional de larga data.
La vistosa iconoclasia del liberalismo trasciende las fronteras sociales y etarias, cuestión que dice mucho sobre su compleja subjetividad sociocultural

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Reducir la presión tributaria
Es hora de revertir la asfixia que producen a los contribuyentes el constante incremento de impuestos y su grosera superposición entre jurisdicciones
En 1975 se reemplazaron el impuesto a las ventas y el impuesto a las actividades lucrativas –parecido al actual ingresos Brutos– por el impuesto al valor agregado (iVA). este iVA fue creado con una alícuota del 13% y no gravaba a la producción primaria (productos de la agricultura, ganadería, minería, entre otros) ni a ciertos artículos de consumo popular. Fijaba una alícuota más elevada, del 21%, para ciertos bienes como automóviles, televisores y motores, por ejemplo. Para entonces, no existían ni el impuesto PAis ni los derechos de exportación; tampoco el impuesto sobre los débitos y créditos bancarios.
en aquella época, la presión tributaria de la Argentina se ubicaba en los 25 puntos del PBi. La población rondaba los 27 millones de personas y el estado en sus tres niveles, nacional, provincial y municipal, ocupaba aproximadamente 1.600.000 empleados, o sea, el 5,93% de la población eran empleados públicos. entre jubilados y pensionados totalizaban 1.650.000 beneficiarios, que representaban el 6,11% de la población.
Los años fueron pasando, los impuestos fueron incrementando sus bases imponibles y sus alícuotas. se creó ingresos Brutos, reemplazando el impuesto a las actividades lucrativas, que se había derogado, más todo lo que conocemos, para actualmente a una presión tributaria que excede los 40 puntos del PBi. esta tan asfixiante como excesiva presión tributaria tiene por objetivo mantener una estructura ineficiente del estado que emplea a 3.900.000 de personas sobre una población de 45 millones, esto significa que el 8,67% de la población tiene empleo público. Visto desde otro ángulo, cada empleado atiende a 11 personas. Los jubilados y pensionados son actualmente 5,7 millones, lo que representa el 12,67% de la población. obviamente, esta pirámide poblacional obliga a que se considere incrementar la edad jubilatoria.
si actualmente se pretendiera unificar el iVA con ingresos Brutos, tendríamos una tasa del 35%. Bienvenida la transparencia fiscal proyectada en la Ley Bases: cada consumidor debe saber cuánto contiene de impuestos aquello que adquiere. sería bueno que, como lo establecía el proyecto original, se contemplasen no solo los impuestos nacionales, sino también los provinciales y las tasas municipales.
Muchos países alcanzan altos porcentuales de carga tributaria, pero los servicios que brindan a cambio, como seguridad, educación, salud y justicia, justifican el peso de los impuestos.
el presidente de la nación ha fijado como objetivo que la Argentina vuelva a tener una presión tributaria del 25%. Muchos serían los benedad ficios de llegar a lograrlo:
• Reducir la carga tributaria sobre los bienes y servicios que adquirimos y que hoy, en promedio, contienen un 50% de impuestos. Bajarlo al 30% aumentará el poder adquisitivo de la población.
• El sistema será menos regresivo. Con altísimos índices de pobreza, mucha gente destina la mitad de sus ingresos a impuestos y el resto a la compra de bienes y servicios. Altamente regresivo.
• Los de mayores ingresos pagan ese 50% solo sobre lo que consumen, no sobre lo que ahorran.
• Alcanzaríamos mayor competitividad a nivel internacional. Actualmente, lo que exportamos está fuertemente incidido por los impuestos: retenciones de exportación, incidencia en los costos de ingresos Brutos, impuesto al cheque, impuesto PAis y las tasas municipales. La Asociación de Fábricas de Automotores (Adefa) calculó que los valores de exportación en la industria automotriz se gravan con entre un 21,7 y 24,7% de impuestos. imposible competir con los países desarrollados, que no gravan la exportación y que, además, dan muchas facilidades para concretar los negocios.
• Menor costo administrativo para el estado y para los contribuyentes. Hoy muchas empresas cuentan con un departamento especializado en la gestión de esta pesada carga


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