martes, 25 de junio de 2024

EL DRAMA DECECILIA KANG Y SU DOCUMENTAL Y LA VIDA DE ISABEL MACEDO


LAS VOCES DE LAS “MUJERES DE CONSUELO” VUELVEN A SER ESCUCHADAS
LA DIRECTORA ARGENTINA CECILIA KANG HABLA DE SU DOCUMENTAL
— texto de Fabiana Scherer —Las mujeres coreanas secuestradas por el ejército japonés fueron liberadas después de la Segunda Guerra Mundial
“No le conté a nadie mi pasado porque estaba totalmente avergonzada de mí misma”, lee frente a la cámara Melanie Chong, una joven actriz argentino-coreana, el testimonio de Hwang Kum Joo, traducido del libro Comfort women: an unfinished ordeal. Report of a Mission, publicado por la Comisión Internacional de Juristas en 1994. El texto late en Partió de mí un barco llevándome, la película de Cecilia Kang que tuvo su estreno mundial en la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata [ganó el Premio Astor Piazzolla Especial del Jurado y el Premio del Público] y que se exhibirá todos los sábados de julio en el Malba y en la sala Leopoldo Lugones [del 4 al 12 de julio].
“Vi a mi madre en una ocasión, pero no pude decirle nada. Algunas personas de mi pueblo me habían visto en Seúl y se lo dijeron a mi madre y ella vino a verme. No la vi más después de esa vez. Mi madre me pidió que me casara, pero yo no quise. Me pidió una explicación, pero no pude darle ninguna porque sentía mucha vergüenza por mi pasado (…) Después de mi calvario durante la Segunda Guerra Mundial, la sociedad me trató con total desprecio porque no tenía marido”. Melanie lee las palabras escritas en una hoja arrugada, las que repasa en voz alta, en su cabeza, mientras cepilla sus dientes, en el local de ropa donde trabaja junto a su mamá, en una clase de expresión corporal; lee ese testimonio una y otra vez en su vida cotidiana. Palabras que pronuncia y que la oprimen, palabras que resuenan como una arista, como ese segmento donde se encuentran dos caras y la empuja a revisitar su historia e indagar en su identidad.
“Mi nombre es Hwang Kum Joo. Nací en 1922, en Buyo-Kun, provincia de Chungchong Nam. Yo era la hija mayor de la familia y era responsable de cuidar de todos. No fui a la escuela porque no había dinero. Cuando tenía doce años me fui a trabajar como criada a la casa de una familia rica. Los oficiales japoneses le exigían a cada familia que enviara al menos una hija a la fábrica de municiones del ejército. La casa en la que yo trabajaba estaba formada por una familia de tres hijas que estudiaban en la escuela o en la universidad (...) Entonces me ofrecí a sustituir a esas chicas. Me sentí obligada a devolver la amabilidad demostrada por mi empleador hacia mí. La señora me dijo que, si yo trabajaba en esta fábrica de municiones en lugar de sus propias hijas, ella arreglaría mi matrimonio en una buena familia. Con la esperanza de mejorar mi situación económica, decidí ir”.
Su historia, la de Hwang Kum Joo, es como la de tantas otras mujeres asiáticas que fueron llamadas “comfort women”. “mujeres de consuelo” o “mujeres de solaz”, eufemismo usado para describir a las mujeres que fueron forzadas a la esclavitud sexual por parte del ejército japonés –antes y durante la Segunda Guerra Mundial– desde principios de la década de 1930 hasta 1945. Los supervivientes y activistas abrieron la discusión para encontrar un término respetuoso de las experiencias dolorosas de las mujeres, sus historias de vida y su llamado a justicia. “Esclavitud sexual militar por parte de Japón” surgió como el término para reflejar la situación de las víctimas que fueron forzadas a la esclavitud sexual sistémica.
“La práctica de las ‘mujeres de solaz’ debe considerarse un claro caso de esclavitud sexual y una práctica análoga a la esclavitud de conformidad con el enfoque adoptado por las normas internacionales de derechos humanos”, señaló Radhika Coomaraswamy en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, en febrero de 1996.
“El sistema militar de esclavitud sexual entró en pleno funcionamiento después del estallido de la Segunda Guerra Sino-japonesa [enfrentamiento con China] en 1937 –detalla la publicación A to Z Guide for Just Resolution of the Japanese Military Sexual Slavery Issue, editado por The Korean Council –. Mujeres de varios países de la región, colonizada u ocupada por Japón, incluidas Corea, China, Taiwán, Filipinas, Indonesia, Timor Oriental, Malasia y Tailandia, fueron tomadas como ‘mujeres de solaz’. Si bien se desconoce el número exacto –el gobierno japonés se niega a revelar documentos oficiales– los investigadores estiman que aproximadamente entre 16.000 y 410.000 mujeres fueron forzadas a ingresar en el sistema de esclavitud sexual. En 2019, un documento oficial reveló que el ejército japonés instalado en China había solicitado una ‘mujer de consuelo’ por cada 70 soldados”.
Cuando terminó la guerra, las “mujeres de solaz” fueron abandonadas o asesinadas por el ejército japonés para ocultar los crímenes de guerra. Aquellas que lograron sobrevivir no pudieron encontrar ni costear la forma de volver a casa. “Las pocas que pudieron regresar a su hogar tuvieron que enfrentar el estigma social –describe el informe de The Korean Council– y fueron silenciadas durante casi 50 años”.
Hwang Kum Joo llegó a la estación de Seúl llena de piojos. No podía volver con su familia en esas condiciones, eso pensaba, por lo que se quedó en Seúl. “Allí descubrí que tenía una enfermedad venérea grave –lee Melanie el testimonio–. Solía sangrar continuamente. Me operaron y me quitaron el útero. Todavía tengo las cicatrices de esa operación. No me casé porque había desarrollado una aversión muy fuerte hacia los hombres y el sexo”.
Alzar la voz
El 14 de agosto de 1991, Kim Bokdong se convirtió en la primera superviviente en testificar públicamente el horror vivido. Su coraje animó a que otras sobrevivientes de todo el mundo se presentaran y exigieran justicia. Fue Kim, la misma mujer que Cecilia Kang escuchó en 2013 en una charla, en Corea del Sur. “Había viajado para filmar escenas de mi película anterior [Mi último fracaso, 2017] –recuerda la directora argentina de ascendencia coreana– cuando tuve la oportunidad de conocer a esta mujer con rasgos tan similares a los míos, una mujer anciana que contó cómo a sus 15 años la subieron a un barco que emprendió́ un viaje a un destino no elegido. Nos habló de cómo la violaban más de 20 veces al día. Habló de otras mujeres que vio morir a su lado. De la culpa que sintió́ cuando finalmente pudo regresar a su casa, pero otras no. Y de la vergüenza infligida por una sociedad hacia ella, que la hizo callar hasta los 60 años”.
Este testimonio fue demoledor para Kang. “Me rompió, me quebró –confiesa con total franqueza–. Hasta ese momento, desconocía completamente esa porción de la historia, tan atroz. Fue tan fuerte escucharlo en la voz de Kim, escucharlo directamente de la persona que tuvo que soportar esa experiencia. Después de eso me dieron ganas de hacer una película, pero no creía tener todas las herramientas para contar ese hecho histórico, era un tema inabarcable. Durante muchos años me autocensuré. Sentía que no podía hacer una película sobre esto, porque no tenía las herramientas. Pero la imagen de Kim, su historia, seguía muy presente en mí”.
–¿Por qué decís que te autocensuraste?
–Porque yo también sentía vergüenza. Vergüenza de no conocer esa historia. Cuando la escuché tenía…nací en 1985, sí, tenía 28 años y no sabía nada acerca de este tema. Estaba en ese Congreso de Mujeres siguiendo a una de las protagonistas de mi película anterior y la escuché… y generó en mí un impacto, un sinfín de preguntas… Me partió, no podía creer lo que estaba viendo, no podía creer que esa señora estuviera contando todo lo que había vivido y que yo no supiera nada. Lo primero que sentí fue vergüenza, que aquel testimonio sea parte de mi historia, del lugar de donde vengo. Fue algo muy complejo de entender, de pensar, de analizar cómo la historia es contada, silenciada. Preguntarme por qué razones no hablaron, por qué no se escucharon sus voces… Después leí los otros testimonios y todos coincidían y señalaban la censura que vivieron por parte de la misma sociedad. Las hicieron callar.
A través de la mirada de Melanie, de esta joven estudiante de actuación, de 26 años, de ascendencia coreana, que vive en la Argentina, Kang encontró el punto de vista para narrar las complejidades históricas y transgeneracionales. En este devenir, el pasado y el presente traza un puente entre dos países y la violencia de ayer y hoy.
“Quedé embarazada en tres ocasiones. La primera vez me di cuenta cuando estaba en el tercer mes de embarazo –cuenta Hwang Kum Joo. Esas palabras están en el papel que tiene Melanie–. Nos dieron una inyección llamada 606 para prevenir enfermedades venéreas. Supongo que esa inyección debe haber sido fuerte porque tuve un aborto espontáneo. La segunda vez tuve que ser llevada al hospital del ejército para abortar cuando estaba embarazada de dos meses. La tercera vez también me llevaron al hospital del ejército y me hicieron un aborto”.
–¿Cómo surge este puntapié, este punto de vista para contar la historia de aquellas mujeres y también la de Melanie?
–Con mi amiga y guionista, Virginia Roffo, pensamos cómo hablar sobre este tema, pero desde acá, siendo quienes somos y donde estamos. Poder contar desde nuestro lugar, como integrantes de la comunidad coreana en la Argentina. Eso fue un poco el punto de partida, el que me dio la posibilidad de poder pensar la película, la posibilidad de encarar el tema. Tengo esa idea de que a las películas uno nunca las elige, son las películas las que nos eligen. La voz de Kim, desde que la escuché, estuvo siempre conmigo. Y así empecé a investigar, a conectar, a hacerlo como una necesidad, a no dejar de buscar. Entonces aparece este planteo, cómo hablar de lo ocurrido, pero desde acá, como parte de la comunidad. Qué pasa cuando lo contás, cuando das a leer estos testimonios a otras chicas de la comunidad coreana. Qué pasa cuando escuchas esa voz y ves a esa mujer que podría haber sido mi abuela, con esos rasgos tan similares a los míos que me interpela… la dualidad cultural. Así comenzamos con la investigación, a conocer un poco más, a dar con los testimonios recopilados en un libro.
La segunda parte del film transcurre en Corea del Sur. Melanie va a ver a su hermano y a su cuñada. Regalos, alfajores, chocolates, golosinas que recuerdan la infancia en Buenos Aires. Melanie recorre Corea y la voz de la mujer, la de esas palabras en la hoja arrugada, tiene rostro. En su visita a The War and Women’s Human Rights Museum de Seúl y a House of Sharing, casa de reposo –creada en 1992– para las mujeres que fueron víctimas de esclavitud sexual, Melanie arma el rompecabezas histórico, allí encuentra las voces de todas esas mujeres y, por qué no decirlo, también su identidad.
El rompecabezas se completa en Corea del Sur, uno de los momentos claves, es cuando Melanie puede ponerle rostro a Hwang Kum Joo. “En internet no había fotos de ella, las dos buscamos, pero no había información específica de esta mujer, más allá del testimonio del libro. Así que cuando la vi...Yo viajé una semana antes a Corea para preparar el rodaje. Cuando entré por primera vez al museo y pude ver esas imágenes, los objetos, los dibujos, fue muy fuerte –cuenta Cecilia Kang sin ocultar la emoción–. Una cosa es leer un testimonio y construir la narrativa. pero ahí estaban los rostros de todas esas mujeres, sus pertenencias”.
Otro instante del documental es cuando Melanie participa de la manifestación que se realiza todos los miércoles frente a la Embajada de Japón, en Seúl. “Fue muy conmovedor –reconoce Kang–, porque la mayoría de los que forman parte y se suman son jóvenes”. El 8 de enero de 1992, supervivientes y activistas se reunieron frente a la Embajada japonesa en Seúl. Desde aquel día, todos los miércoles se reúnen en busca de justicia y solidaridad con las sobrevivientes.
“He desafiado todas estas circunstancias y situaciones adversas –dice Hwang Kum Joo–. Ahora dirijo un restaurante. No sirvo alcohol allí porque me acuerdo de la conducta de los soldados japoneses cuando se emborrachaban y llegaban a la estación de confort”.
Cecilia espera exhibir su película en Corea del Sur, la que lleva por título el poema que Alejandra Pizarnik escribió en 1962: “Explicar con palabras de este mundo que partió de mí un barco llevándome”, y así volver a dar voz a aquellas mujeres y a las que hoy sufren en silencio

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Isabel Macedo: “La agresión y el odio no llevan a ningún lado, ni en el trabajo ni a nivel país”
Vuelve a la actuación como la villana en Margarita, la secuela de Floricienta; habla de su familia, su vida como primera dama de salta, sus tejidos y los ataques en las redes sociales
Flavia Fernández
"En redes enseguida bloqueo, y en la vida real me alejo", dice la actriz
En el universo Cris Morena –una academia impactante en zona norte, donde ramilletes de chicos multicolores (pelo, ropa, maquillaje) saltan, bailan, cantan, ríen, ensayan sin parar– hay una oficina blanca, con micrófono de pie y unas gradas. Ahí nos recibe Isabel Macedo. La mañana está helada y ella no tiene ni rasgos de frío, ni de sueño ni de resignación tediosa, algo bastante común en artistas que deben dar reportajes en cadena cuando se acerca un estreno.
Por el contrario, y por esas razones de compatibilidad y diálogos random –como dicen ahora–, la charla se inicia sobre vinos y telares. Cepas y lanas. “Algo muy lindo. La cultura de los vinos en Salta, como sucede en Mendoza, es alucinante. Los encuentros, los tratos, las escapadas, las complicidades, los consuelos, las buenas noticias o las que se esperan con ansias. Siempre copa en mano. Y lo de los tejidos es un proyecto que tengo en paralelo con mi trabajo principal que es esto, la actuación”, dice enfundada en un cárdigan multicolor que ella misma diseñó.
Antes de sumergirse en el tema principal, o sea la noticia del regreso de su malvada Delfina a Margarita (secuela de Floricienta, que se estrenará en una conocida plataforma de streaming), Macedo sigue con sus postales salteñas y algunos cuentos de sus días tranquilos. Habla y ríe; ríe y habla. Tiene una particular manera de comunicarse. Lo hace un poco con los ojos, que parecen entrenados para ese aleteo cómplice y seductor. Lo hace también con las manos y esos brazos tan largos. Es histriónica hasta para contar por qué a ella le queda muy bien un Pinot Noir. “Me fascina porque es ligero y va bien en cualquier momento del día. Me identifico con lo versátil. Es que en realidad me gustan mucho las cosas. La vida. Amo comer rico, por ejemplo ¡Lo que disfruto comer!”.
–Tendrás claro que muchos podrán no creerte esto...
–Bueno, ¡porque no se sientan conmigo a la mesa! Yo no sé si es mi deseo o se ha mejorado un poco la mirada con respecto a estos asuntos. Ya se sabe que no hay que meterse con los cuerpos de los demás. Pero es cierto que es una frase que después la gente –alguna– no la aplica en hechos. Pienso que es una buena intención, pero hay cosas que están tan instaladas que resultan difíciles de extirpar. A mí todo este tema me molesta bastante, así que, aunque tengo hijas muy chiquitas ya trato de hablarles.
–¿Qué les decís?
–Que si ven alguien solito, triste o apartado se le acerquen. Que si notan que se burlan o ríen de un compañerito jamás se sumen y lo acompañen. Me interesa que se críen atentas a esas cosas horribles. Que jamás sean las que se ríen. Belita tiene seis y Julia un año. Son bebotas, lo sé. Pero uno tiene que empezar a bajar línea desde el minuto cero. Para mí esa información te llega desde el libro que te lee tu mamá, las conversaciones con la abuela, el papá. Hasta la manera de tratar e involucrarse con los animales. Nosotros somos una familia grande, ensamblada, así que considero que lo principal es la amorosidad. Mi gran desafío es que ellas sean personas conscientes, empáticas y alegres. Darles herramientas para que en este mundo, por momentos tan desagradable, ellas puedan ser buenas.
Entre Salta y Buenos Aires: con su marido, Juan Manuel Urtubey, ex gobernador salteño(Fuente: Instagram/@isabelmacedophoto)
–Hace un tiempo viviste una situación horrible en redes. Se burlaron de Belita, y vos reaccionaste.
–En realidad fue la gente que reaccionó. No podían creer que se metieran con el cuerpo de una bebita; se indignaron. Yo, por la experiencia y exposición que siempre tuve, no me extrañé. Digamos que no me pareció un hecho excepcional. Lamentablemente sé que hay gente que puede decir tranquilamente ciertas barbaridades. Pero elegí no sumarme a esa violencia y ese odio. Decidí no ponerle el foco a lo malo. Parte de mi responsabilidad como madre es ser el mejor ejemplo, empezando por no hacerlas entrar en ese mundo, sino mostrarles todo lo lindo que puede pasar.
–¿Bloqueás a mucha gente en redes?
–Sí, y no necesariamente tienen que decirme algo feo o muy grave. Si veo que deslizan algo más o menos desubicado, chau. Enseguida te saco de mi radar. En redes enseguida bloqueo, y en la vida real me alejo. Pienso que la manera sana de vivir es no teniendo relaciones forzadas. La vida es muy corta, todo pasa muy rápido y no sirve perder el tiempo para sostener vínculos que no son nutritivos. Siento que el tiempo lo tengo que ganar con cosas y personas que me llenan el alma. Necesito poner mi mirada en los lugares donde siento que crezco.
–Nada de grises, entonces...
–Nada. Los lugares que me tiran para abajo o me empujan hacia un camino lúgubre, adiós. Siento, literalmente, que si pongo la mirada en eso mi energía se va para ese lugar. Y entonces se destartala todo. Yo hago limpieza al toque. Creo que nací con ese don, pero que también he trabajado y mejoré con el tiempo, los años, cada día de mi vida.
–¿Lo tuviste que aplicar en amigas también?
–No, no a tal punto. Lo hice y hago con personas del entorno, con situaciones no nutritivas que me las veo venir. Lo hago sin ningún esfuerzo. En estos años aprendí a tener la menor cantidad de pensamientos inútiles dentro de mi cabeza.
–¿Cómo se logra eso?
–En mi caso fue la meditación. Lo hago al amanecer porque ahí directamente nace un gracias gigante por estar viva. Es el momento en el que no doy nada por sentado. Muevo mis manos, mi cuerpo, disfruto de estar sana, en ese contexto de amor. Siempre fui así, desde chiquita. Jamás doy las cosas por sentadas. Yo vengo de una mamá que nos llevaba de vacaciones a Miramar y el primer día que llegábamos a la playa nos hacía ir a la orilla y decía ‘gracias Dios mío por mis ojos, por el trabajo de papá que hace que podamos estar acá, gracias porque podemos tener estas piernas para poder correr hacia el mar’. Y así. Yo ya me crié de esta manera. Un manifiesto a la vida constante, la conciencia de estar vivo. Por eso todo mi día, siempre pero siempre, va a tener algo que a mí me emocione.
Fui madre después de los 40, cuando estaba preparada. Quizás de chica pensaba que la maternidad me iba a llegar más joven. Hoy digo ¡qué suerte que no fue así!
–¿Sos de llorar?
–Re. Una leonina llorona, súper sensible. Me gusta la astrología, yo creo en todo. Me fascina saber que siempre hay algo mágico en este mundo.
–¿Y supiste por adelantado que ibas a formar esta gran familia, con tantos condimentos?
–Creo que siempre lo supe. A medida que vas creciendo las cosas que te van pasando te alejan un poco de tu propio sueño. Pero como la claridad de lo que yo quería para mi vida siempre estuvo intacta, terminó sucediendo. Lo que pasa es que no lo encontraba. Tal vez no estaba preparada, pero sí o sí yo sabía que quería una familia como la que yo había tenido, en la que me había criado. Todo muy a pesar de las cosas que me decían mis amigas. “¡No existe un matrimonio como el de tus papás!”, insistían. “Basta Isabel”, me decían, “no existe un tipo que coma con su mujer de la mano, que los dos se rían todo el tiempo, que se cuiden de esa forma durante 42 años”.
–Pero vos lo viviste.
–Sí, hasta que él se murió. Pensar que mamá le decía que si a él algún día le pasaba algo se moriría también. Y de pronto las cosas pasan. Papá no llegó a conocer a Juan Manuel (Urtubey), mi marido, pero estoy convencida de que algo tuvo que ver su partida con esto tan lindo que me sucedió después. Él siempre fue mi guía, era ingeniero agrónomo y también vendía seguros de vida. Fue muy culto y sabio; me crio con un nivel de amor alucinante. Y siento que dejó todo armado como para que mamá no sufra tanto. Ahí la tenés, con mis chicas que son su vida, encargada de la casa y todo el asunto de ellas mientras yo trabajo. Inmersa en una alegría constante que la fue sanando.


–Seguís viviendo en Salta; ahora estás en Buenos Aires. Sería imposible sin ella.
–Hace ocho años que vivimos allá. El año pasado pasamos medio año en Uruguay por las grabaciones de Margarita, que fueron cuarenta capítulos. Pero nos movemos en combo. Cuando surgen cosas yo me voy adonde sea. Si tengo que viajar por promos o diferentes obligaciones vengo sola, pero de una manera mega organizada. Hay ayuda y lo más importante, mamá y mi marido, que es lo más generoso y compañero que existe.
–Siempre decís que la maternidad te llegó en el momento exacto.
–Sí, la vida es perfecta. Yo siempre supe que quería ser mamá y estaba segura de que sucedería. Pero en ese entonces estaba con mi libido puesta en el trabajo, mi vida iba por otro lado, era súper feliz haciendo lo que hacía. ¡Y apareció él! Fui madre después de los 40, cuando estaba preparada. Quizás de chica pensaba que la maternidad me iba a llegar más joven. Hoy digo ¡qué suerte que no fue así! Porque me divertí un montón, viajé por todos lados. Hice un gran camino hasta llegar al momento sublime de mi vida, que fue tener a esas dos preciosuras de mi alma.
–También dijiste que la familia se formó “modo novela”.
–Exacto. El amor con mi marido fue algo fulminante; a los siete meses estábamos casados. Yo no podía creer el hombre que tenía enfrente, con esa calma, esa caballerosidad, esa formación. Un hombre culto al que todo le interesa, que se recibió a los 22 años. A mí siempre me fascinó la gente con paz interior y ni qué hablar la inteligencia. Caí rendida a sus pies.
"Si uno se organiza y tiene mucho amor, el cansancio no existe. Me encanta poder con todo."
–Y heredaste un familión...
–Bueno, por empezar ellos son diez hermanos. Y además lo conocí con cuatro hijos. Un súper familión. Pero estuvo buenísimo porque yo siempre tuve el sueño de la mesa grande. Cuando me iba de viaje compraba manteles enormes que no tenían sentido porque estaba sola. Ahora los puedo amortizar. La verdad es que soy muy feliz y me encanta lo que logré. Nos llevamos genial todos; y con mis hijas soy una mamá súper presente que está detrás de cada detalle. Lleva mucho tiempo pero es lo que siempre soñé. Esperé tanto que no me permito perderme nada. Incluso cuando estoy grabando, como sucedió con Margarita. Si uno se organiza y tiene mucho amor, el cansancio no existe. Me encanta poder con todo.
–¿Hay fecha de estreno?
–Falta poco. La metodología es ir lanzando las canciones, que ya explotan. La mía, que se llama “La reina de todo” es una cosa de locos. Salieron varias y es increíble porque los chicos ya las van teniendo en la cabeza. Aunque no sepan de qué va la historia ya pueden ir viendo los clips. Es muy increíble todo porque ya son fans de algunos personajes sin saber la historia. ¡Me imagino cuando esto explote! Las redes lo han cambiado todo. Pensar que lo de Floricienta, que fue un furor global, sucedió en una época en la que no existían. No había Instagram ni streaming ni nada. Ahora todo este sueño vuelve a tomar forma, pero recargado, modernizado, con millones de herramientas. Estoy fascinada.
–¿Es cierto que a tu nena mayor le explicaste recién ahora que sos famosa?
–Bueno, en realidad ahora lo está entendiendo. Pasó hace un año, cuando le conté que iba a volver a trabajar. Fue muy loco porque viví una especie de señal. Resulta que la estaba llevando a Belita al colegio y de pronto, por los parlantes del pasillo, se escuchaba “Haz que tu cuento valga la pena”. Yo estaba esperando el momento ideal para contarle y de pronto eso. Bueno, terminé bailando y cantando con todas las maestras. Lo que generan esas canciones después de tantos años es realmente emocionante. Acto seguido, cuando la fui a buscar al mediodía, me preguntó cómo era que yo conocía tan bien esa canción.
–Y saliste del clóset fama...
–Bueno, le expliqué todo de cero. Para ella la vida era su papá en la tele y yo en casa haciendo de mamá. Así que le conté que yo antes tenía un trabajo que amaba, que me hacía muy feliz, y que ahora iba a volver. La reacción fue graciosa porque me dijo que yo ya trabajaba todo el día con el teléfono, los zoom, los suéteres, las tejedoras, mi socia, las remeras.
En 2004, Isabel Macedo como la malvada Delfina en la telenovela Floricienta
–Le expliqué que yo no soy feliz en ningún lado como cuando entro a un set de grabación. Me miraba... Y le pregunté si quería ver algo, si tenía ganas de observarme en acción. Le mostré Vélez o el Gran Rex y fue un shock. Me vio de verde, volando. Miraba con los ojos abiertos y decía “¡wowwww, sos muy mala!”
–¡Lo que se va a divertir con sus amiguitas!
–Y, sí. Recién ahora es como que se está dando cuenta. Porque con Juan nunca hicimos hincapié en que tenemos trabajos especiales, para llamarlo de alguna manera. Nuestras hijas son muy normales, inocentes, tranquilas. Con mi marido, si podemos, vamos juntos a llevarlas y traerlas del colegio. De todas formas, a pesar de esto que cuento de la normalidad, el otro día cuando la busqué, se sentó en el auto, me miró y me dijo: “Mamá, vos sos muy conocida, ¿no?” Se ve que en el colegio ya le comentan algunas cosas.
–¿Te imaginás a alguna de tus hijas siguiendo tus pasos?
–La más chiquita es súper histriónica y musical. Escucha y se ríe en el momento exacto. Es muy impresionante, por la edad que tiene, lo conectada que está con el alrededor.
–Hablemos del marido...
–La verdad es que somos una pareja súper pareja. Él fue el primero en decirme que tenía que trabajar, jamás abandonar mi vocación. Así que embarazada de Belita pude hacer la serie de Sandro, algo que me encantó porque significó trabajar con Adrián Caetano y meterme en un personaje muy sufrido, sutil. También hice Franklin, con Sofía Gala y Germán Palacios, que ahora está en plataforma.
–¿Qué pasó cuando te llamaron para Margarita, hacer la villana tantos años después?
–Me emocionó y nunca existió el “no” como posibilidad. Me mudé a Uruguay, donde grabamos, con Julia de un año. Así que todo fue perfecto. Siempre siento que los tiempos son perfectos, que hay algo especial que me acompaña, me guía. En realidad lo que siento es protección. Creo en Dios.
–Vivís en una provincia muy tradicional, fuiste esposa de un gobernador. ¿Te transformaste en una chica burguesa?
–A veces me dicen: “¿dónde quedó el rock?” Y me muero de risa. No sé qué imaginaban de mí. Yo soy muy calma y me adapté fácilmente. Tengo un montón de vetas; esa es mi característica. Lo que pasa es que la gente necesita ponerte en una cajita para ordenar las cosas que ve. Gracias a Dios entendí a tiempo que uno puede tener varias versiones.
Isabel Macedo con su familiaInstagram: isabelmacedophoto
–En este caso actuar, y también tejer.
–Claro. Yo tejo con mi mamá para los hospitales todos los inviernos. En mi casa siempre estoy con lanas y agujas.
–¿Cómo surgió tu marca?
–Beneída, que quiere decir bendecida en catalán, nació en pandemia. Surgió por la inquietud, por la situación que estábamos viviendo a nivel mundial. Y porque rescaté mi vocación emprendedora de cuando era jovencita. Yo hacía velas para casamientos, remeras con tachas y cositas. Me la pasaba con eso toda la noche y cuando iba al canal a grabar las vendía. Toda la vida fui inquieta, así que me asocié con Nati, a quien conocí por Instagram. Hace tres años que tenemos la marca y me fascina. Vendemos todo online, al por mayor y exportamos a Uruguay, Chile y Estados Unidos.
–¿Sociedad que nació por Instagram?
–Sí, me mandó algunas prendas para que las muestre. Me fascinaron. Así que empecé a pasearlas por todos lados. Un día posteé un suéter, obviamente de onda, y ella me llamó para contarme que no paraba de recibir pedidos. Nos empezamos a divertir y surgió la sociedad. Ahora trabajamos juntas, a la par. Al principio no, porque yo soy muy respetuosa de las profesiones, los oficios, las artes, las experiencias. Tampoco soy partidaria de eso de opinar sobre todo, creer que nos las sabemos todas. Porque por algo la gente se prepara. A mí me gusta ir respetuosa, despacio. Pero ahora sí, después de unos años, ya formo parte de la producción y hago de modelo. Perdí la vergüenza, jaja.
–¿Cómo te llevaste con el papel de primera dama de la provincia, eso de acompañar?
–Yo siempre tuve en claro que ese puesto se lo ganó él. Era el más importante de la provincia supuestamente, pero de una humildad única. Así que no me pareció difícil ni forzado. Juan es una persona muy inteligente emocionalmente, súper correcto, muy querido. Yo iba con él a los lugares porque también la intención era aprender, ver de qué se trataba. Llegué sin entender nada de ese mundo, así que me parecía genial acompañarlo. Pero no me refiero a la compañía básica de estar modo florero. Disfruté de ver, escuchar, aprender.
–¿Algo que te haya impactado especialmente?
–Me acuerdo que una vez llegamos a un lugar muy, pero muy al norte. A una escuela a la que asistían solo quince chicos. Rarísimo. Me impactó que después del himno les dieron una computadora. Yo miraba anonadada. De pronto, cuando entramos al aula, apagaron las luces, prendieron las pantallas... Y ahí aparecieron todos los maestros con quienes iban a tomar clases todo el año, que estaban en Salta capital. Esto fue mucho tiempo antes de la pandemia y realmente me llamó la atención. Eran chicos que vivían en lugares inhóspitos y que gracias a esas computadoras y la organización tenían acceso a la educación. Me acuerdo que un maestro dijo: “¿Quieren hacer alguna pregunta especial?” Y un chiquito quiso saber si había muchos autos por ahí. A mí esas cosas me emocionan. Todas esas vivencias tan lindas no me hacían sentir que estaba acompañando a alguien. ¡Yo lo vivía! Ese tesoro también era mío. Estaba conociendo mi propio país, viendo las diferentes necesidades. Y aprendí a admirar mucho más al hombre que estaba a mi lado, un político de raza.
–¿Cómo reaccionás ante las críticas? Hoy los políticos son llamados casta, debe haber situaciones incómodas.
–No le doy espacio a esas cosas. Creo que ni merecen ser habladas. La agresión y el odio no llevan nunca a ningún lado. Ni adentro de tu casa ni en el trabajo ni a nivel país. Yo necesito que mi cabeza esté ocupada con cosas que a mí me importan, que puedo modificar. No es que yo no respondo porque estoy superada o no sé insultar. No imaginan lo que puedo ser furiosa y cómo podría defender lo que sea. Pero no vale la pena hacerlo con gente cruel, que se esconde en el anonimato, que lo único que busca es generar violencia. Podría entrar en esa, pero mi elección es no hacerlo. Así que mi mirada jamás se va a posar en las cosas que no me resultan nutritivas.
–¿Tenés más sueños por cumplir?
–No sé si sueños, pero siento que tengo un montón por hacer. Cosas diferentes y muchas. Lo que pasa es que soy un ser curioso; todo me intriga. Y lo que me llama la atención me obsesiona bastante, así que lo quiero aprender. Siempre pienso que tengo un nuevo desafío. Me gusta escribir. Adoro los cuadernos y las lapiceras al viejo estilo. Me considero una romántica.
–¿Qué escribís?
–Relatos, lo que me viene. Me veo haciendo guiones a futuro. Pero también sería una buenísima productora. Hay gente a la que no le gusta nada y a mí me gusta todo. Tengo muchas inquietudes y soy muy exigente. Ahora también tomo clases de baile, canto. Siempre necesito perfeccionarme. Calculo que es lo que heredé de mi padre; eso de que las cosas siempre deben estar basadas en el esfuerzo.
–¿De él heredaste el talento para salir con elegancia de ciertas situaciones o preguntas incómodas?
–Es que soy muy educada. Lo han hecho muy bien, cosa que me enorgullece y trato de aplicar todo el tiempo, en la situación que sea.

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