“Crecimos entre viñedos”. Llegó de España con 7 años y creó una de las marcas más emblemáticas del vino argentino
Ing. Alberto Arizu y Alberto Arizu (h), tercera y cuarta generación de la bodega mendocina
Leoncio Arizu fundó en 1901 la bodega familiar que hoy exporta a 60 países y cuyos
Sebastián A. Ríos
Si bien el nombre de la bodega es italiano, Luigi Bosca se ha desarrollado durante más de 120 años en el seno de una familia de origen vasco. Los Arizu suman al día de hoy siete generaciones dedicadas al cultivo de la vid. Tres de ellas lo hicieron en Europa, más precisamente en el pequeño pueblo de Unzué, ubicado a 20 kilómetros de Pamplona, pero es la cuarta la que traslada todo ese conocimiento a Mendoza y la que habrá de dar lugar a una de las bodegas más reconocidas de la Argentina.
Quien hizo el viaje que cambiaría la historia fue Leoncio Arizu, que llegó a Mendoza con solo 7 años, escapando de la crisis económica que se vivía en España. Él, su hijo, su nieto y su bisnieto habrían de construir una bodega cuyo desarrollo cuenta la historia del vino argentino: de la producción de volumen pasaron a la de vino de calidad, adoptando al Malbec desde sus inicios como uno de sus varietales insignia, al que a fines de los 90 habrían de llevar al mundo.
Edificio de la bodega fundada en 1901 en Luján de Cuyo por Leoncio Arizu
Hoy con presencia en 60 países, sus vinos llegaron a ser servidos en eventos relevantes de todo tipo, desde el mundial de Qatar hasta la cena de despedida de Angela Merkel del G20. Fue también el tinto elegido para las comidas del parlamento británico y el que bebió el emperador de Japón en su visita a la Argentina. Quienes hoy cuentan la historia de esta bodega familiar son la tercera y cuarta generación en el país: el ingeniero Alberto Arizu, de 83 años, y Alberto Arizu (h), de 56, respectivamente.
Ing. Alberto Arizu, tercera generación al mando de la bodega familiar
-¿Por qué Leoncio Arizu vino a la Argentina?
Alberto padre: -En 1890, cuando mi abuelo viene al país, España estaba pasando un grave momento, en el que coincidía una crisis económica con una crisis enorme de la vitivinicultura. La plaga de la filoxera entró en Europa en 1868, pero antes, ya desde 1840, se habían sucedido otras enfermedades de los viñedos, como el oídio, para las que en ese entonces no se contaba con herramientas para combatirlas. El resultado es que la viticultura española había quedado diezmada.
Un amigo de mi abuelo, que trabajaba en Mendoza construyendo un canal, le contó que donde trabajaba se parecía mucho al pueblo donde vivía mi abuelo. Le decía también que había mucha agua, algo fundamental para el cultivo de la vid. Como en la familia querían seguir con la producción de vino, decidió venirse para acá. Llegó con 7 años y lo crio un tío que había llegado antes a la Argentina.
Don Leoncio Arizu llegó a la Argentina en 1890, con 7 años, y en 1901 fundó la bodega Leoncio Arizu, hoy Luigi Bosca
-¿Dónde se estableció al llegar y cuándo comenzó a producir vino?
-Se estableció en Luján de Cuyo después de haber estado primero en la capital de Mendoza, en la casa de este pariente, y también estuvo un tiempo en San Rafael. En Luján compra un casa de adobe que originalmente era una posta de la época de la colonia en la que se cambiaban los animales de las carretas para cruzar el río Mendoza, que en ese momento tenía un caudal muy grande. Ahí funda una bodega en pleno centro de Luján de Cuyo, a dos cuadras de la plaza.
Él empieza a trabajar con los primos, pero después hizo su emprendimiento propio, primero alquilando una bodega en Godoy Cruz, y después haciendo su propia bodega. Lo interesante de esta historia es que ellos, en la medida en que crecían, se rodeaban de la gente de mayor confianza, que generalmente eran los parientes. Primero los hermanos y los primos, pero a medida que crecían más traían más gente de España. Llegaron a traer cerca de 200 personas de Unzué, que entonces tenía 378 habitantes.
Foto familiar de los hijos de Leoncio: el cuarto desde la izquierda es Leoncio Saturnino
-¿Cómo se llamaba entonces la bodega? ¿Qué vinos elaboraban?
-La bodega era Leoncio Arizu y los vinos que producían eran varietales. Los más importantes siempre fueron el Malbec, el Cabernet Sauvignon, un blend de Cabernet y Malbec, y Semillón. Esos eran los principales vinos que producía mi abuelo. Con el tiempo, mi padre y yo fuimos incorporando otras variedades que había en Mendoza.
La historia de Bosca
Con la primera generación de los Arizu en Mendoza produciendo vino, un suceso mundial cuyo epicentro fue el Viejo Continente resultó el disparador para su vinculación con otra familia, en este caso de origen italiano, que habría que sumar nada menos que el nombre a una marca que hoy se asocia con el vino de calidad argentino. Quien cuenta esta parte del relato es Alberto Arizu (h):
Alberto Arizu (h), cuarta generación de Bodega Luigi Bosca
“Entre 1905 y 1915 llega a la Argentina en uno de estos viajes de mi inmigrantes Pietro Bosca. Pietro pertenecía a los Bosca de Italia, una familia piamontesa que era una gran productora de vino de la zona de Asti. De hecho, en ese entonces Bosca y Gancia eran las dos marcas importantes de Canelli, una ciudad de Asti muy importante en la producción de aperitivos y espumantes”, cuenta Alberto (h).
-¿Pietro produce vino en la Argentina?
-No, su negocio era importar vino en barriles de Italia para venderlos a las comunidades de inmigrantes en la Argentina. Italianos principalmente, pero también españoles. El problema es que cuando empieza la primera Guerra Mundial se paraliza el comercio internacional. Y todos los barcos que circulaban con mercadería comienzan a transportar soldados y armamento. Entonces, para poder continuar con su negocio, Pietro busca un proveedor local de vino, y ahí conoce a mi bisabuelo, con quien entabla una relación muy cercana.
Piertro y Leoncio arman juntos una compañía de distribución de vino, para la que compran en Buenos Aires una casona en la calle Honduras, casi esquina Gurruchaga, corazón de Palermo, que fue desde entonces nuestra oficina, hasta 1997 cuando nos mudamos a Puerto Madero. Cuando se asocia con Bosca, mi abuelo producía el vino. Eran muchas marcas las que producíamos. Pero Bosca por alguna razón siempre estuvo vigente. ¡Mirá que entraron y salieron marcas en todos estos años!
Sala de barricas de la bodega Luigi Bosca
-¿Cómo pasan a llamarse Luigi Bosca?
-Pietro no tuvo descendencia y cuando muere el nombre Bosca queda en la familia, porque era muy cercano con mi abuelo. Años más tarde, en la década del 60, mi padre empieza a ver que hay una transformación en el mercado del vino argentino, y decide incorporarle el “Luigi”. Pensó: “Si tengo un apellido, que tenga un nombre también”. Era una forma de darle un toque más personal, más humano, y ahí aparece el Luigi Bosca que hoy conocemos.
Una anécdota muy posterior, ya a principios de los 90, es de una cena con Miguel Brascó. Me acuerdo que nos juntamos a comer ancas de rana en un restaurante cerca del Obelisco, y Miguel me dijo “Alberto, es imposible que vos en la Argentina tengas éxito con un nombre italiano. O sos francés o no hay manera”. Era una época en que todos los nombres de los vinos eran franceses. Incluso Borgoña y Chablis eran nombres que funcionaban como sinónimo de calidad.
Recuerdos de El Paraíso
Abierta al público hace poco más de dos años, Finca El Paraíso, en Maipú (Mendoza), ha sido el escenario donde transcurrió la vida familiar de los Arizu desde la adquisición de la propiedad en 1926, pero también fue el escenario del desarrollo de la bodega y de proyectos asociados, como una destilería que produjo cognac o una ambiciosa producción de aceite de oliva. En el Paraíso es que ingresa a la bodega la segunda generación mendocina de los Arizu, Leoncio Saturnino Arizu. y la tercera: Alberto Arizu.
Vista actual de la casa familiar de Finca el Paraíso, en Maipú, Mendoza
-¿Cuándo se incorpora su padre a la bodega?
Alberto padre: -En 1932, a los 22 años. Él se recibió de ingeniero agrónomo en la Universidad de la Plata, porque en ese momento no existía la carrera en la Universidad de Cuyo. Al principio tenía un emprendimiento propio, de bodega y viñedo, pero en 1933 empieza a trabajar con mi abuelo. Porque falleció mi abuela y entonces mi abuelo hizo una sociedad con los hijos.
Retrato de Leoncio Saturnino Arizu de 1932, año en que egresó de la Facultad de Agronomía
-¿Qué recuerdos tiene usted de chico en la finca?
-Era extraordinario, porque crecimos entre medio de los viñedos. Un recuerdo particular que tengo es de los olivos, que hoy están altos, pero entonces estaban recién plantados y eran muy bajitos. La plantación se hizo muy rápido, a raíz de que en esos años se duplicó el precio del aceite de oliva en el mercado mundial. Nosotros vivíamos en la casa, que es muy particular, porque fue construida en 1905 solo con varillas de hierro y hormigón armado, sin ladrillos. Entonces no teníamos las comodidades que después se fueron adquiriendo; eran galerías abiertas y los inviernos era brutales.
-¿Cómo afectó la gran inundación de 1934 a la finca?
-En algunas partes el agua llegó a los dos metros y medio de altura, en las zonas más altas, medio metro. Décadas más tarde, cuando replanté esa viña, encontré en algunas partes alambres y palos de la viña original a dos metros de altura. La inundación, además, fue en época de cosecha: recuerdo que tuvieron que cosechar la uva a caballo, en el agua.
Olivares y viñedos alternados en Finca El Paraíso
-¿Cuándo comenzó usted a trabajar en la bodega?
-Empecé en 1963. Lo ayudaba a mi padre en la parte de finca, porque él tenía que llevar adelante todo el complejo industrial, que incluía la destilería y la fábrica de aceite. Había más de 300 personas trabajando, porque además de vino hacíamos grappa, cognac, aceite de oliva. Trabajábamos 16 horas por día, los dos, y después jugábamos partidos de pelota paleta. Mi padre era un amante de este deporte... Luego nos bañábamos e íbamos para casa.
Mientras mi padre se dedicaba a la bodega, yo me dedicaba a los viñedos. Recorría a caballo la finca por etapas, porque la finca llegó a tener más de 500 hectáreas. Seleccionaba de los viñedos las mejores vides y las marcaba. Así, con los años, fui seleccionado vides de las plantaciones que había hecho mi abuelo, y esa vides seleccionadas las iba replantando, volviendo a seleccionar y replantar. Yo creo que ahí está toda la enología, en la viticultura.
Abrirse al mundo
Los años 90 representan, para el vino argentino, tiempos de grandes cambios, de revoluciones y de salto en calidad. Son, también, los años en que el vino argentino comienza a hacerse un lugar en el mundo. Atrás quedaba la crisis del vino de los 80 y se vivía un cambio radical en términos de modernización de las bodegas argentinas. Es en aquellos años que ingresa a la bodega la cuarta generación de los Arizu en Argentina.
El Ing. Alberto Arizu en la bodega junto a sus hijos Gustavo y Alberto
-Sos la primera generación de la familia que deja Mendoza para vivir Buenos Aires, ¿por qué?
-Teníamos una oficina grande en Buenos Aires, alguien tenía que venir a hacerse cargo y a mi familia le costaba mucho dejar Mendoza. Hasta ese entonces, mi padre venía cada dos semanas y se instalaba en Buenos Aires una semana. A mi me agarraron jovencito, lleno de energía. Venía de estudiar en Estados Unidos, con muchas pilas, me estaba por casar y me dijeron “¿Por qué no vas y te instalás un tiempo allá? Estando alguien va a ser mejor”. Así que después de casarme, nos vinimos con mi mujer a Buenos Aires.
-¿Con qué escenario te encontraste?
-A principios de los 90 la Argentina vivía una gran revolución respecto al tema del vino, porque veníamos de la crisis de los 80, el consumo de vino cayendo de manera abismal, y había una gran una transformación que estaba cambiado el negocio del vino. Ya no era un negocio de distribución como el del resto de las bebidas. Era un negocio de los vinos de calidad, con otro tipo de consumidor, que requería mucha presencia. Había que dedicar tiempo a contar tu historia, hacer degustar los vinos; era educar a la gente.
Era una época en la que también estaba evolucionando la gastronomía, estaban cambiando los lugares donde se consumía vino; incluso las vinotecas de entonces no son las que hay hoy. Era un momento en que había que repensar el mercado del vino de calidad y Buenos Aires era una plaza muy importante.
Finca El Paraíso se encuentra actualmente abierto al público; allí se realizan actividades relacionadas con el enoturismo
-¿Cuáles eran lo vinos de la bodega en esa época en que empezaste a trabajar?
-En el primer presupuesto que me tocó manejar, la marca ya era Luigi Bosca. Teníamos también una marca más pequeña de la época de mi bisabuelo que se llamaba Señor del robledal, porque Arizu en vasco significa “bosque de robles”, y un espumante que se llamaba Director.
-¿Cuál era la búsqueda, en esa época, en la bodega?
-Mi padre tenia una obsesión por poner a Luigi Bosca como ícono del vino de calidad de la Argentina. Pero lo que se entendía entonces como calidad no era fácil, porque había que generar el mercado para que tuvieran un lugar estos vinos. Lo que más nos movilizó fue esa idea clara de decir “voy a cambiar la historia del vino argentino”. Vamos pasar a de un consumidor cotidiano, acostumbrado al vino con soda, a mostrar la diversidad de mundo del vino que ya no es solo “tinto o blanco”, “dulce o seco”, sino que tenés variedades entre las cuales la gente va a poder elegir la que le gusta, comparar y encontrar un vino para cada ocasión.
Veíamos que eso venía sucediendo en California. Y que era muy importante para la Argentina. Y resultó ser así: hoy los varietales dominan el escenario del vino, y va a seguir siendo así. Esa también era una obsesión de mi padre. La misma que lo había llevado a fines de los 80 a impulsar la creación de la primera denominación de origen del vino argentino, la DOC Luján de Cuyo. El creía en el potencial del Malbec en Argentina. ¿Qué tiene el Malbec? Mucha fruta, mucho color y es muy suave en boca. Es fácil de beber. Te diría que tiene lo que es esencial de cualquier vino. Y nosotros teníamos esa maravillosa suerte y ventaja de que el Malbec se haya adaptado tan bien a nuestro país.
-Te tocó ser de los primeros que salió al mundo a contar el vino argentino.
-Así como la obsesión de mi padre fue cambiar el paradigma del vino en la Argentina, mi obsesión fue poner a la Argentina en el mundo. Venía de California y había visto lo que era la movida del turismo vitivinícola, veía esa interconexión. Pero al mismo tiempo me daba cuenta que si bien éramos el quinto productor de vino del mundo, éramos un absoluto desconocido en el mundo entero. Pensaba que teníamos un límite de crecimiento en el consumo interno, pero que teníamos la posibilidad de llegar mucho más allá. Era también un momento en que crecía el intercambio comercial entre países.
En el mundo, el 50 por ciento del vino que se consumía era importado. Había espacio para crecer. Esa vocación y esa mirada me impulsó a ser uno de los fundadores de Wines of Argentina, que inicialmente se llamó Argentine Top Wines. Éramos 12 bodegas en un principio y la idea de construir una marca que nos albergue a todas, para lo cual había que desarrollar una estrategia pensando en el país y generando atributos de marca.
Vista actual de la bodega fundada en Luján de Cuyo en 1901
-¿Qué recuerdos tenés de tus primeros viajes?
-En el 93 participé de la primera London Wine Trade Fair, que fue el gran acontecimiento del mundo vitivinícola durante muchos años. Recuerdo que Cancillería organizó un encuentro entre las bodegas que participábamos y un arquitecto que iba a diseñar el pabellón argentino. El arquitecto nos mostró como imaginaba el pabellón y varios le plantearon: “¿Mi stand va a estar pegado al de otra bodega?”, “¿Van a ver mis papeles de trabajo?”. Era una época en la que todavía no había una idea de cohesión, que es algo que cambió en estos años. Hoy ves los pabellones argentinos en las ferias internacionales de vino y todos compartimos las salas de reuniones y los espacios de trabajo. Fue una evolución lógica.
Al mismo tiempo, ahí empecé a darme cuenta de que no era suficiente esperar a tener una feria internacional para mostrar tus productos y lograr el interés de los importadores. Había que ser mucho más proactivo. Había que crear un negocio, pero con mirada de largo plazo, que fuera finamente un negocio tan importante para la compañía como el negocio floreciente que teníamos en la Argentina con el vino de calidad.
-¿Dio sus frutos todo ese trabajo de promoción en el exterior?
-Hoy no solo vendemos vino en 60 países, sino que fuimos protagonistas de la historia de esos 60 países. Estuvimos presente en muchos momentos, como cuando nos eligieron nuestros vinos para el Mundial de Qatar. Me acuerdo que cuando pierde el primer partido Argentina contra Arabia Saudita surge la discusión interna de si teníamos que seguir comunicándolo o no hacerlo por temor a que se asocie nuestro vino con esa derrota. “Estar en el Mundial es un acontecimiento extraordinario, hay que comunicarlo”, dije, y así fue.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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