lunes, 26 de agosto de 2024

FAMILIA...SIN GRITOS NI CASTIGOS


Sin gritos y castigos. Crianza positiva, el modelo para educar hijos más independientes
La psicóloga infantil Carina Schwindt aborda los pilares de esta nueva tendencia, la importancia de crear rutinas y explica cómo poner límites en el capítulo 8 de
PrimerizosTexto Valeria Vera | Ilustración Javier Joaquín

Cuando los hijos dejan de ser bebés, empiezan a caminar, a hablar, a expresarse, a decir que no y a querer hacer las cosas solos es habitual que las familias empiecen a preguntarse cómo criarlos.
¿Existe una única forma? ¿Una mejor? Hablar de crianza no es fácil. Los tiempos cambian y los modos también. El estilo que elegimos para hacerlo nos define como familia e impactará en la vida de adulto de los chicos. De ahí la importancia de “sacarnos el viejo chip” ligado a un modelo más autoritario y basado en el miedo o el castigo y entender que hoy lo podemos hacer mejor que antes, desde otro estilo, con otro tipo de crianza.
“La crianza de antes no estaba mal, pero sí había un formato, que es con el que fuimos criados la mayoría de nosotros, que estaba basado en el autoritarismo. Decir: ‘Lo digo yo y punto’. Lo podemos hacer mejor que antes y en eso se basa la crianza positiva o respetuosa”, asegura Carina Schwindt, psicóloga, neuropsicóloga clínica infantil, coautora de los libros Nadie te enseña y ¿Y si nos calmamos? y creadora –junto con la psicóloga y psicopedagoga Mariana Fernández– del espacio Psiconeuroinfancia, desde donde acompañan a las familias en distintas temáticas vinculadas con la crianza y el desarrollo.
“Es poner límites claros, concisos, ya no desde el castigo sino desde el respeto y el amor. Ese es el desafío más grande que tenemos los padres”, explica Schwindt en el octavo capítulo de Primerizos, ¿y ahora qué?, el ciclo interactivo y audiovisual de + Huggies, Nutrilon la nacion y Swiss Medical.
–¿Por qué hablar de crianza es tan difícil?
–Uno trae un formato de crianza que, a veces, parece que no coincide con la realidad que estamos viviendo. Criar es un trabajo, un desafío, pero no es tan difícil como parece. Ocurre que a veces el inconsciente colectivo nos llena de interrogantes. De decir: “¡Ay, es muy difícil, no voy a poder!”.
–En ese contexto, ¿qué implica criar?
–A grandes rasgos implica reinventarse, sacar cosas de la galera. A veces desafíos, paciencia, calma; todas cosas que parecen difíciles, pero que no lo son. Implica amor por sobre todas las cosas.
–Se suele asociar la crianza positiva o respetuosa con un modelo muy permisivo o sin límites. ¿Esto es así?
–No, es al revés. Se basa en límites claros, concisos, pero puestos de otra manera, no desde el castigo, desde el miedo, sino desde el respeto y del amor, que son las verdaderas conexiones que van a hacer nuestros peques y lo que les va a ayudar en su vida adulta. El contexto y los genes son los que van a determinar la personalidad de un niño. Yo como padre estoy poniendo una semillita de lo que va a ser el futuro de esa persona. Cuanto más saludable sea su neurodesarrollo, mejor persona va a ser. Va a estar bien en empatía, habilidades sociales, comunicación, responsabilidad y autonomía. Cuando hablamos de crianza positiva o respetuosa no es solamente de los cuidadores o los adultos hacia los niños, es de todos, es de la familia en sí.
–¿Cuáles son los pilares que sostienen a ese modelo?
–Son cuatro pilares. Amor incondicional: poner como prioridad el desarrollo del niño. ¿Quién va a querer más a ese niño que una madre o un padre? Es: “Yo te quiero, pese a todas las macanas que te mandes”, porque se van a mandar macanas, van a tener berrinches, es parte del neurodesarrollo. La crianza respetuosa no es: “Ay, que no llore”, sino que se frustre. No estar detrás, es respetar esa frustración y ayudarlo a crecer. Empatía: tiene que ver con ponerse en el lugar del otro y actuar en consecuencia. Y tiene que ver siempre más con lo emocional. Entonces, primero tengo que reconocer mis propias emociones, para después reconocer las de mis hijos.
Respeto: de los adultos hacia los niños y viceversa. Igualdad: no significa poner en igualdad de condiciones, porque nosotros somos los adultos y ellos los niños, pero sí no minimizar lo que los chicos sienten; ellos sienten a su modo de niño y no por eso es menos importante. A veces nosotros tenemos que “hacernos como niños para entrar en su mundo” y entender ahí parte de lo que es el neurodesarrollo, entender qué es lo que están transitando para poder acompañarlos mejor.
–Mencionás el concepto criar con sentido común. ¿Qué es?
–Cuando hablamos de sentido común es tratar de tener idea de qué hacer o qué decir en determinadas situaciones. Eso es el sentido común, que parte de una idea no particular, sino de algo colectivo.
En relación con la crianza muchas veces uno se pregunta: “¿Qué hago?”. Está lo que me dicen, lo que debo hacer y lo que me sale hacer. En esos momentos hay que priorizar el sentido común propio. Intentar decir: “Bueno, esto es lo que me sale” y eso sirve como aprendizaje también. La maternidad o la paternidad lleva un aprendizaje y a una revisión: “Si ayer lo que hice no me funcionó, me desbordé y grité, ¿qué puedo hacer hoy para no repetirlo?”. Es vivir el día a día. Es pararse, detenerse, mirar.
–En Nadie te enseña hablan del desborde de los adultos y también del desborde emocional de los chicos. ¿Cómo repercute en la casa?
–Acá sirve mucho la frase “Tu calma, calma”. La regulación de todo niño, siempre, siempre, siempre va a venir por parte del adulto que esté con él en ese momento, porque el cerebro del niño todavía no está formado para decir: “Mamá, quedate tranquila, yo respiro, yo me regulo”. El primer paso, que es el más difícil y es el desafío más grande que tienen las familias ahora, es el de conservar la calma; sino le estamos pidiendo a un niño que se regule cuando nosotros no podemos. Además, hay que recordar que los niños aprenden por dos mecanismos: por imitación y por ensayo y error. Entonces, si no hay una reacomodación de la conducta, esto es decirles lo que se espera que hagan en esa situación, lo van a seguir repitiendo porque se convierte en una conducta instalada.
–¿Cómo hacemos para cambiar una conducta en los chicos? ¿Qué implica el concepto de conectar en este sentido?
–Conectar para redirigir. Tiene que ver con la empatía. Si a mi nene, por ejemplo, se le rompió el auto y reacciono así: “Te dije un montón de veces que no choques el auto contra la pared porque se iba a romper”. Ahí no estoy conectando. Ese nene seguramente está enojado o triste. Si nosotros hacemos foco solamente en la acción y no en el sentimiento, no hay conexión para que haya una reacomodación de la conducta. Sea quien sea el adulto, tiene que haber una conexión. Y para que haya conexión, hablamos de las emociones: “¿Entiendo que estás enojado, pero te acordás que antes hablamos que no había que golpearlo contra la pared? ¿Cómo tenemos que jugar la próxima vez?”. Seguramente te pida otro autito. Y la respuesta tiene que ser: “Hasta que no aprendamos que los autitos no se golpean contra la pared, no vas a tener otro autito. Practiquemos”. Le explicamos, eso es lo importante. Y no hay que confundir esto: validamos con los chicos su emoción, lo que están sintiendo, pero no la acción, porque si aprobamos la acción, ellos lo van a volver a hacer.
–¿Los desbordes en los chicos son siempre berrinches?
–No siempre. Los berrinches están y son esperados en el neurodesarrollo de un niño de entre dos y cuatro años. Después tienden a bajar. Son una manifestación de enojo ante una situación de frustración, sobre todo cuando les decimos que no. Ellos se rigen por el principio de realidad y no por el principio de placer. Por eso: “Le dije que espere”, no sirve. No saben esperar porque todavía se rigen por el principio de realidad, que es aquí en el ahora. No hay tiempo, no hay temporalidad. Entonces decirles que después lo van a tener es complicado. Hay que ir a lo concreto. “Vamos a ir a jugar a la plaza cuando la aguja del reloj esté acá”, por ejemplo. Cortito, conciso. Cuanto más explicaciones damos, peor.
–¿Qué papel cumplen las rutinas?
–Las rutinas son formas de ordenar a ese cerebro que va creciendo lo mejor posible y potenciar al máximo sus habilidades. Los ayudan a organizarse, a bajar la intensidad, a ser responsables y autónomos, a crear responsabilidades acordes a los hitos del desarrollo. No le puedo pedir a un niño de dos años que tienda su cama, pero sí a uno de seis porque ya tiene la capacidad para hacerlo. Hay rutinas que sí o sí tienen que estar: la alimentación, el sueño, la higiene y el juego. Cuanto más podamos marcar una rutina, más fácil va a ser el clima en el hogar. Al principio va a costar, pero a medida que vayan practicando lo que implique esa rutina, va a ser mejor. 

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