lunes, 3 de agosto de 2020
CARLOS M. REYMUNDO ROBERTS ANALIZA Y OPINA,
Uh, la columna se me puso seria
Carlos M. Reymundo Roberts
Esta columna, que cada tanto deja entrar alguna gota de ironía, e incluso de humor, hoy se pone seria. Lo digo como preámbulo de la siguiente reflexión: creo que, más allá de ideologías y gustos personales (los míos son muy conocidos), se impone reconocer los atributos del presidente; moderación, pragmatismo, sólida formación jurídica y política, apertura al diálogo y buena convivencia con la oposición. En estos primeros meses de mandato ha mostrado mano firme para conducir una cuarentena que es considerada un éxito a nivel mundial, y se propone superar los trastornos económicos que trajo el coronavirus con una articulación entre Estado y sector privado. Argentinos, en tiempos de tensión e incertidumbre para nuestro país deberíamos dejar de mirarnos el ombligo y aplaudir la gran novedad que representa el presidente Alberto. Luis Alberto. Luis Alberto Lacalle Pou.
Al Alberto nuestro también hay que reconocerle algo: tiene muchísima mala suerte. Para muestra, tres botones: la herencia, la pandemia, Cristina. Y este cuarto botón que supone la presencia, a metros, de Lacalle Pou. Las comparaciones son tan odiosas como irresistibles. Cada vez que escuchamos a nuestro vecino nos retorcemos de envidia: un himno a la racionalidad y la sensatez. Somos capaces de tolerar que Nueva Zelanda se haya premiado con la gran Jacinda Ardern, pero no a un Lacalle acá, a tiro de piedra. Alberto debe de odiar a Luis Alberto, que además también tiene una vice, Beatriz Argimón. Los uruguayos tienen una vice que es vice y un presidente que preside. Unos genios.
No es imprevisión del gobierno argentino, sino pésima suerte, mantener a un país encerrado durante cuatro meses porque se venía el pico de contagios, y liberarlo justo cuando llega el pico; se ve que querían darle la bienvenida con la gente en la calle. Lo mismo con Ginés: quién iba a pensar, en diciembre, que se iba a necesitar un ministro de Salud; después de tantos y tantos pronósticos equivocados, le recomendaría a Ginés que pronostique su salida del gabinete, cosa de reducir el margen de error. Lo mismo con Sabina Frederic, antropóloga, docente, investigadora del Conicet, a la que hicieron ministra de Seguridad probablemente para la elaboración de alguna tesis, y de pronto su integridad se ve amenazada por el rudo motoquero Sergio Berni; médico y militar, si se busca achicar el gasto público podría asumir los cargos de Ginés y de Sabina, lo cual aliviaría el trabajo de nuestro querido profesor: reportaría directamente a Cristina.
El colmo de la mala fortuna, pobre Alberto, es que no le gusten los planes económicos –según acaba de confesarle al Financial Times– y tener que soportar que no haya día que no le pidan un plan; me pongo en su piel y la estará pasando horrible. Tanto como detestar a los bonistas y tener que negociar con ellos, el karma de Guzmán; como ponerle 200 cepos al dólar y que el blue siga subiendo; como liberar presos con la excusa de que son población de riesgo y que salgan a robar y caigan abatidos en el intento; como que a Lázaro Báez no le alcancen los ahorros para pagar la fianza; como que los adalides de la sustitución de importaciones y “vivir con lo nuestro” se vean obligados a importar lo más nuestro: nuestros billetes.
Definitivamente, los planetas se han desalineado. Si fuera un ciudadano común, Alberto hubiese aprovechado esta cuarentena para clavarse 50 series. Pero el confinamiento lo agarró viviendo en Olivos y tuvo que restringir su exposición al streaming. En una entrevista con Página 12 contó esta semana que había “maratoneado” Chernobyl, Casi feliz, Así nos ven, Fauda, The Eddy y El método Kominsky. Me tomé el trabajo de calcular el tiempo (solo de esas: las que le gustaron más): son casi 60 horas. Por suerte, mientras él, Fabiola y Dylan miran televisión, afuera, en el país, está todo bien. Profesor, me permito recomendarle una de Netflix: El presidente.
A estas alturas, son tantas las desgracias de las que es víctima que ya podríamos hablar de una conjura de los dioses. Se distrae
Alberto es víctima de una conjura de los dioses un minuto y Cristina apura por las suyas la reforma judicial, el envío a Siberia de jueces que la molestan, el desplazamiento a los piedrazos del procurador general y la sanción en el Senado de leyes pian ta inversiones y pian ta empleos y pian ta modernidad como la del tele trabajo. Sed is trae yen su despedida Canicoba procesa, gratis, de puro agradecido, a dos exfuncionarios de Macri. Baja un segundo la vista y Buenos Aires se hace de la mitad de los fondos destinados a todo el país. La vuelve a bajar y los Moyano convierten en camioneros a los que acomodan los carritos en los supermercados. Le manda un mensaje de lo más tierno a Viviana Canosa (básicamente le dijo que se cuidara) y ella lo toma como una intimidación, incluso una amenaza, y se queda temblando de pies a cabeza. Su afición a maltratar a periodistas mujeres le ha valido una fuerte reprimenda del Instituto Patria: le pidieron que compense peleándose con un número equivalente de periodistas varones.
Desde hace unos meses me venía preguntando si el peor infortunio de Alberto es tener que convivir con Cristina, o si es Cristina la que no tuvo suerte con Alberto. Por fin, encontré la respuesta. Los que no tenemos suerte somos nosotros.
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