sábado, 22 de agosto de 2020
MARTÍN RODRIGUEZ YEBRA ANALIZA Y OPINA,
El kirchnerismo se mentaliza para un ajuste inoportuno
A contramano de la tradición, el Gobierno se ve obligado por la pandemia a expandir el gasto ahora y prever un ajuste en el año electoral; es parte de los preparativos para negociar con el FMI
Martín Rodríguez Yebra
Una regla básica del manual de la política argentina postula que los años pares son para acumular y los impares para gastar, en armonía con el calendario electoral. Es una dinámica cortoplacista, a menudo incompatible con el desarrollo, pero que se impone como la ley de la gravedad a quien se sienta en el sillón presidencial.
Alberto Fernández planificó su gestión con esos ritmos hasta que el coronavirus quemó los papeles. Atado a la cuarentena como única estrategia de contención del contagio, con la caja al límite y el Fondo Monetario Internacional (FMI) esperando para negociar, se obliga a una innovación: gastar ahora y ajustar después, en medio de una campaña en que se juega su proyecto de poder.
El acuerdo con los bonistas privados, por mucho alivio que trajo al Gobierno, es una condición para diseñar una salida de la crisis. Apenas después de la formalización del canje, prevista para el viernes 28, Fernández prevé lanzar un paquete de medidas de inversión pública para la reactivación de sectores claves. Una apuesta keynesiana de un Estado sin dólares.
El ministro de Economía, Martín Guzmán, incrementa sin estridencias caudal político. Trabajó su relación con Cristina Kirchner, con quien se habla o mensajea con una regularidad que solo tiene Wado de Pedro entre sus compañeros de gabinete. Fue él quien propuso no acelerar en la negociación con el FMI, vital para despejar el horizonte de vencimientos de deuda. La razón es simple. Ahora toca usar el dinero público para revivir la actividad; en las mesas de Washington llegará el turno de comprometerse a atarse las manos.
Aun así, su premisa pasa por ser quirúrgicos en las medidas de estímulo. El debate entre los técnicos del Gobierno es hasta qué punto resignarse a la noción simplista de que, ya que este es un año perdido, con un déficit que rondará el 10%, por qué no pisar a fondo el acelerador del gasto. El miedo a un fogonazo inflacionario en el último trimestre es una alarma encendida.
Guzmán es quien más se preocupa por el agujero del dólar ahorro. El goteo de miles de ahorristas comprando US$200 mensuales por internet está comprometiendo las reservas agónicas del Banco Central. Los pesos queman en el bolsillo. Fernández dijo ayer que estudiaba un cepo total, aunque después tuvo que mandar a transmitir tranquilidad con un tema demasiado sensible. El cuidado de las divisas actúa también como incentivo a postergar la reanudación de los vuelos regulares al exterior.
La cuarentena (o como se llame ahora en el lenguaje oficial la anormalidad en que vive el país) tapona la suba de precios, al tiempo que obliga a incrementar la asistencia estatal a la población privada de oportunidades laborales.
Es una ecuación económica compleja, pero de algún modo tranquilizadora para el Gobierno. El énfasis en ganar la disputa dialéctica con eso de que la crisis “es por la pandemia y no por la cuarentena” transparenta el trauma que mortifica a muchos integrantes del oficialismo. Saben que el encierro está perdiendo apoyo social de manera acelerada, pero no encuentran un mecanismo de apertura que evite el desastre sanitario.
La esperanza de Oxford
La vacuna se ofrece como una esperanza concreta para desdramatizar un presente sombrío. ni siquiera se sabe si la fórmula de oxford que producirá en Escobar el laboratorio de Hugo Sigman será aprobada. Pero en el ánimo del Gobierno la apuesta por el éxito de ese desarrollo empieza a ser la referencia real para el final del confinamiento.
Si meses atrás el viceministro de Salud de Axel Kicillof, nicolás Kreplak, decía que firmaba un fin de la cuarentena para el 15 de septiembre, hoy en el oficialismo se acomodan a la idea de que las restricciones podrían seguir con no demasiados cambios hasta fin de año o más allá. Sienten que ya pueden decir sin miedo a sonar tremendistas: “Hasta que llegue la vacuna”.
En términos políticos, eso significa ralentizar la reactivación y someter las arcas públicas a una presión delicada. Y el descalabro de 2020 tocará arreglarlo en temporada electoral.
Las posibilidades de éxito de Fernández siguen atadas a pactar con el FMI un plan de facilidades que mueva más allá de su mandato los vencimientos del préstamo que tomó el gobierno de Mauricio Macri, del que se desembolsaron 44.000 millones de dólares a pagar a partir de 2021. Ese acuerdo incluirá condicionalidades. Restringir la emisión y, por ende, frenar el gasto son de manual. También las reformas estructurales: laboral, impositiva, previsional.
El objetivo de Guzmán consiste en llegar al final del aislamiento con la situación social bajo control y sin un desmadre inflacionario que obligue a un plan de shock en 2021. La presión para frenar la sangría del dólar ahorro encaja con ese espíritu previsor. Lo mismo la continuidad de los aumentos jubilatorios por decreto y moderados.
Militar el ajuste
Fernández trabaja con Guzmán en la idea de “desideologizar” el ajuste. Traducido: militar hacia adentro para que los sectores más duros del Frente de Todos degusten en silencio el sapo de las imposiciones del FMI. Aunque el plan se diseñe en Buenos Aires, el sello se pondrá en Washington.
En la Casa Rosada ven como una señal alentadora cómo actuó Cristina Kirchner en la negociación con los bonistas. Ella fue la primera en pedirle a Guzmán que cerrara, aunque haya tenido que ceder un poco más en el último minuto. La “madurez” que intenta exhibir La Cámpora como signo de los tiempos también se acomoda en esa lógica. Resta ver si el ministro logra posicionarse como el gestor principal de la reactivación y salir del papel exclusivo de negociador de la deuda al que había quedado limitado. Los tironeos por la botonera (Banco Central, Energía, YPF incluida) ya son parte de la comidilla diaria de los diversos “gabinetes” que arma Fernández para pensar el futuro cercano.
El Frente de Todos imagina ya lo que será enfrentar su primera reválida electoral en un país sometido a una depresión económica y con la caja monitoreada desde Estados Unidos (de paso prende velas para que en la potencia que domina el FMI mande a la hora de la verdad el demócrata Joe Biden y no Donald Trump). El paraguas protector del fracaso de Macri podría resultar insuficiente como bandera de campaña.
En ese escenario cobra dimensión proselitista el sueño de la vacuna. Un gobierno y un presidente que se presentarán a la sociedad como exitosos garantes de la vida. Que consiguieron que la Argentina tuviera rápido el remedio contra el coronavirus. Los que, con la apuesta a la cuarentena inmediata y prolongada, evitaron miles de muertes y lograron fortalecer el sistema de salud para que no se desborde, como les pasó incluso a países desarrollados.
La hipótesis requiere que se cumplan variables que Fernández no controla. Una, que los científicos de oxford hayan acertado. La otra, que la presión creciente sobre los hospitales públicos no lleve a la saturación tan temida. Kicillof le insiste en que a fin de mes podría quedarse sin camas de terapia en el conurbano. La peor pesadilla.
Enojarse con la gente que está harta difícilmente arrime votos. Y la distracción con proyectos extemporáneos y sospechados de perseguir la satisfacción de necesidades personalísimas de su vicepresidenta le restó margen a Fernández para potenciar su perfil propio, dialoguista. Ya no se trata solo de si convocará o no a la oposición para pensar la salida de la crisis, como sueñan algunos de sus colaboradores. La cuestión es si le aceptarán el convite en el clima de crispación que despiertan los intentos kirchneristas de refundación institucional.
El recurso de prolongar la cuarentena aparece para el Gobierno como una consecuencia lógica de carencias presentes y necesidades futuras. El incentivo es muy fuerte para redactar nuevos decretos de aislamiento. Que el Presidente firma rigurosamente, aunque diga que “no existen”.
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