martes, 25 de junio de 2024

EL PULSO DEL CONSUMO, CAMPO Y BM


Fragilidad con ansiedad, nuevo clima de época
Guillermo Oliveto
El personaje Ansiedad es clave en la nueva versión de la película Intensa-mente 2
Debajo de la superficie se está produciendo una sutil mutación en el humor social. No altera, todavía, la perspectiva estructural que tienen los ciudadanos sobre la situación del país y que registran las principales encuestas. A pesar de ello, no puede soslayarse la irrupción silenciosa de un condicionante nuevo que, a futuro, sí podría modificar las opiniones. Si durante los últimos seis meses el clima de época dominante fue la “recesión con ilusión”, podríamos estar entrando en una nueva etapa: “fragilidad con ansiedad”.
La ansiedad es un malestar contemporáneo que hoy crece de manera exponencial hasta batir récords, de manera simultánea, en los cines, las librerías y las series. Acaba de desembarcar entre nosotros. Si estamos hablando de la emoción que en la actualidad ocupa el centro estelar de la escena psicoanalítica y sociológica, sería un craso error no contemplar su potencial capacidad de impacto.
Quienes estudiamos y analizamos las conductas sociales, como lo hacemos con Sil Almada en W y Almatrends, estamos muy atentos a estos signos de la cultura, especialmente si se cruzan con las tendencias y el consumo.
Hay una fibra humana muy poderosa vibrando cuando Intensamente 2, de Disney Pixar, acaba de despertar abruptamente a una taquilla de cine que había caído 56% interanual en mayo y 38% en los primeros cinco meses del año. Se vendieron más de dos millones de tickets en apenas siete días para ver el nuevo suceso animado. Casi nueve de cada diez entradas del total de espectadores de todos los cines. En apenas una semana de junio, gracias a esta película, fue más gente al cine que en todo mayo o en todo abril, según las estadísticas de Ultracine.
El personaje estelar presentado en la segunda versión de la exitosa saga que se estrenó en 2015 es, justamente, Ansiedad. Llega para convivir con las emociones ya presentadas en aquella oportunidad: Alegría, Tristeza, Miedo, Asco y Furia.
Y no lo hace sola. Viene acompañada por Envidia, Aburrimiento y Vergüenza. Desde hace muchas décadas, hemos aprendido que, si hay alguien en la industria del entretenimiento que sabe de emociones humanas en las distintas épocas, esa es la maquinaria Disney.
Con su prosa tan rítmica como precisa y contundente, el filósofo alemán Walter Benjamin describía en su ensayo La obra de arte en la era de su reproducción técnica por qué es tan relevante prestar atención a lo que está sucediendo en esa manifestación tan humana que es el arte.
Una percepción diferente
Decía: “En el curso de los grandes períodos de la historia, junto con las formas de vida de los colectivos humanos, también se modifica su percepción sensorial. La manera en que se organiza la percepción y el medio en el que acontece están condicionados no solo por la naturaleza humana, sino también por la historia. La época de las invasiones bárbaras trajo consigo no solo un arte distinto al de la antigüedad, sino también una percepción diferente”.
Benjamin desarrolla luego una profunda explicación acerca de cómo la percepción social y el arte se corresponden en cada época, retroalimentándose entre sí para modificarse luego, de manera conjunta, cuando la historia muta y los tiempos cambian.
Bueno, hoy el arte y la cultura en un sentido amplio nos están diciendo: “Ansiedad”.
Así como en 2013 la revista Time, llamó a los millennials, es decir, los nacidos entre 1981 y 1994, como la “Me, Me, Me, Generation”, acusándola de narcisista, holgazana y renuente a asumir las responsabilidades de los adultos, la generación posterior también ha sido etiquetada. Los centennials, o “gen Z”, (nacidos entre 1995 y 2010) fueron bautizados “la generación ansiosa”.
En su controvertido best seller de reciente publicación, que lleva justamente ese título, el prestigioso psicólogo social norteamericano Jonathan Haidt acusa frontalmente a la tecnología de haber provocado una epidemia de salud mental entre los jóvenes y adolescentes.
Si bien fue cuestionado por otros académicos, que lo acusaron de basarse más en presunciones que en la rigurosidad investigativa, su obra ya tiene un gran valor en sí mismo: haber instalado un debate crucial en todo el mundo occidental.
En el informe “Gen Z” publicado recientemente por Almatrends Lab, se describe arquetípicamente a los integrantes de esta generación como autodidactas, creativos, ambiciosos, deseosos de tener éxito, autosuficientes, y acostumbrados a adaptarse al cambio, por haber nacido y crecido en un entorno cruzado por disrupciones globales como el 9/11, la crisis subprime y, recientemente, la pandemia.
Pero también se señala que los caracterizan la ansiedad y la fragilidad. Les cuesta procesar aquello que no se amolda a sus expectativas y se frustran con frecuencia. Aunque tengan 20 años, sienten que “siempre están tarde”. Sucede que hay tanto por hacer, por vivir y por conocer que les resulta prácticamente imposible no verse abrumados por la multiplicidad de opciones, en apariencia, disponibles.
Fieles exponentes de la hipertrofia del deseo, hija de la vidriera virtual infinita, su lema generacional podría ser: “Lo quiero todo y lo quiero ya”.
En abril de este año, The Economist puso el tema en su tapa. Señalaba en la nota lo siguiente: “A los científicos sociales les preocupa que después de pasar años de formación navegando por el mundo y sufriendo FOMO (fear of missing out, temor a perderse algo), los miembros de la generación Z ahora estén afectados por una epidemia de ansiedad y depresión”.
Este mismo mes de junio, Netflix estrenó con gran éxito la miniserie Geek Girl. Si bien fue presentada como una propuesta juvenil, su contenido supera con creces la banalidad o los clichés. Por el contrario, se muestra con humor, pero también con crudeza, el oscuro submundo de la ansiedad y la fragilidad que genera entre los jóvenes la inevitable exposición que implica crecer y vivir en la era de la transparencia digital 7x24.
Así como el narcisismo estaba lejos de ser un fenómeno puramente millennial, endosarles la ansiedad únicamente a los centennials implicaría subestimar dos cosas. Por un lado, la capacidad que tiene esta generación de influenciar en los adultos, probablemente más que ninguna otra en la historia. Y, por otro, mentirnos a nosotros mismos.
Sí resulta plausible suponer que, por la falta de esa experiencia que solo traen los años y por cómo la tecnología ha moldeado su cerebro híbrido (físico/digital), tal la tesis de Haidt, cuenten con menos recursos para manejar esta emoción capaz de consumir enormes dosis de energía y de vida.
Suponer, en cambio, que el tema no afecta al mundo adulto sería una necedad. Son muchos los intelectuales que lo vienen alertando hace rato. Entre ellos, probablemente el más insistente, sea el filósofo surcoreano Byung Chul Han, quien publicó La sociedad del cansancio en 2010. Por más que lo acusen de repetirse, él sostiene en su última obra, La tonalidad del pensamiento, que no lo entienden. Que sus libros no son repeticiones sino variaciones: notas que van desplegándose en torno a grandes conceptos, como si fuera un músico.
Podría decir, además, y con razón, que continúa señalándolo porque las cosas no solo no mejoran, sino que empeoran.
Pues bien, esta emoción entre las emociones, este mal de época global, juvenil y adulto es el que se está filtrando en la ilusión de una mayoría de argentinos.
La irrupción de la ansiedad
En nuestro último relevamiento cualitativo basado en diez focus groups que realizamos con ciudadanos de las diferentes edades y clases sociales de las principales ciudades del país, entre el 30 de mayo y el 5 de junio pasados, y que todavía estamos procesando y analizando, nos encontramos como primer hallazgo saliente con que quienes tenían ilusión, ahora están haciendo más fuerza para sostenerla.
Frente al interrogante sobre cómo se sentían con la situación actual, surgieron respuestas como las siguientes.
Un hombre joven de clase alta decía: “Me pasa esto: ansiedad de ver los resultados. Uno ya no puede darse muchos gustos y tampoco puede ahorrar. Espero que podamos tener tranquilidad económica”.
Una mujer joven de clase media alta planteaba algo similar: “Yo te puedo decir ansiedad por el hecho de que venga el resultado. Estamos ansiosos de que suceda alguna vez. Uno hace un esfuerzo increíble para poder cubrir los gastos con el mismo sueldo. Queremos ver el resultado pronto”.
Una mujer adulta de clase mebien dia baja planteaba que la actual restricción económica había provocado un giro en sus hábitos y su mirada: “Yo siempre iba al supermercado y compraba lo que quería. Hoy no tengo esa libertad y eso me da ansiedad”.
Por último, un hombre, también de clase media baja, decía: “Este último tiempo lo que tengo es ansiedad. Yo soy ordenado y no puedo tener un control mental de cuánto gasto, de cuánto voy a ganar, de cuánto voy a poder gastar. Eso me vuelve medio loco”.
En la segmentación cualitativa de ese gran grupo de personas ilusionadas, que manifiestan seguir estando convencidas de su ilusión, nos hemos encontrado con tres grandes subgrupos: los “convencidos pacientes”, los “convencidos dudosos” y los “convencidos asustados”.
Los primeros afirman que “no podemos pretender que lo que se destruyó en 20 años se solucione en seis meses”, que “van apenas 100 días, no dos años” y que “veníamos acostumbrados a una forma de vida que está cambiando”.
Todo esto los hace cultivar la paciencia en lo personal y reclamarla en lo colectivo.
“No se ven tantos cambios”
Los del grupo más dubitativo dicen que “se me empieza a hacer largo, no veo tantos cambios”, pero, en simultáneo, son contemplativos: “Quizás es lo que necesitamos para que esto mejore de una vez por todas”. Como síntesis de este grupo bien cabe esta tercera cita: “Estoy todo el tiempo en el sube y baja”.
Por último, aquellos en los que la ilusión convive con el temor afirman: “No veo el cambio todavía. La veo difícil. Tengo incertidumbre todos los días”. O se manifiestan preocupados porque no tienen “certezas de lo que puede llegar a pasar. De un día para el otro pueden cambiar las cosas”.
Para condensar los sentimientos de este segmento de la población resulta útil este último textual: “Esperanza tengo. Sé que va a mejorar, el problema es el ahora. A mí me asusta un poco”.
Trazando un paralelismo con la última encuesta nacional de la consultora Aresco, podríamos decir que esos ilusionados continúan siendo más del 50% de la población. El 53%, para ser exactos, que son los que aprobaban en mayo la gestión del gobierno nacional.
Esa investigación también distingue tres grupos entre los que apoyan la gestión: el 14,5% la evalúa como “muy buena”, el 23,5% como “buena” y el 15% como “regular positiva”.
Sin que necesariamente pueda hacerse una correlación entre ambas segmentaciones, dado que son metodologías de investigación y abordaje diferentes, una cualitativa y la otra cuantitativa, de modo analítico podemos trazar al menos un puente hipotético que encuentre puntos de unión entre esos tres recortes del gran mundo de los ilusionados.
Queda claro que la ilusión está, se mantiene y es mayoritaria. Pero tiene al menos tres modos diferentes de ser vivida. Y es ahí donde se cuelan la fragilidad que trae una larga y profunda recesión, que está lejos de pasar desapercibida, y la consecuente ansiedad. Siendo esta última emoción, como vimos, un factor distorsivo cuya condición intrínseca es acelerar el tiempo.
Esta emoción entre las emociones, este mal de época global, juvenil y adulto es el que se está filtrando en la ilusión de una mayoría de argentinos


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Fuertes críticas a las retenciones, que suman US$203.000 millones
Campo. Un informe sobre la base de datos oficiales estimó ese aporte desde su aplicación, en 2002; renovado reclamo de las entidades por su eliminación
Belkis MartínezLa soja aporta un tercio de su valor
Un informe del economista Salvador Vitelli revela que el Estado lleva recaudados US$203.000 millones en derechos de exportación (las llamadas retenciones). Apenas lo difundió su autor, en el sector agropecuario y la agroindustria calificaron de “obsceno” el gravamen que se cobra desde hace más de dos décadas en el país. La aplicación de esta carga fiscal, de acuerdo con los dirigentes rurales, ha provocado un desincentivo a las inversiones del sector en todo este tiempo.
El estudio parte de una base de datos de los últimos 34 años. Sin embargo, este nuevo esquema de retenciones a las agroexportaciones comenzó a aplicarse a partir de 2002. Vitelli aclaró que los números surgen de los registros que tiene el Ministerio de Economía, por lo cual la idea de mostrarlos desde antes de su aplicación en el gobierno de Eduardo Duhalde es que se note el crecimiento en la curva de los últimos 20 años, que son los de mayor recaudación fiscal mediante los derechos de exportación. “Si se le agrega el diferencial cambiario [son] US$116.000 millones extras; US$73.000 millones lo explican los últimos cuatro años”, precisó Vitelli. Dentro de ese valor están contemplados solamente el complejo oleaginoso, el cerealero y el bovino.
Gustavo Idígoras, presidente de la Cámara de la Industria Aceitera de la Argentina y el Centro de Exportador de Cereales (CiaraCEC), indicó que el pago de los derechos de exportación del complejo exportador cerealero y oleaginoso “es obsceno” desde hace décadas, pero en particular en el complejo productivo industrial de la soja, donde sigue existiendo aún un nivel de extracción fiscal tan elevado como pernicioso. “Por eso, este gobierno debe empezar bajando los derechos de soja, igualándolos con los demás, y ahí llevar a todos a cero vía una ley. Tal como es el Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), tiene que existir una ley con cronograma de eliminación de retenciones”, sugirió.
En esa línea, Carlos Castagnani, presidente de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), agregó que esa entidad siempre ha objetado todo lo que tiene que ver con los derechos de exportación por creerlos un impuesto totalmente distorsivo. “Cuando uno mira la cifra que desde hace más de 20 años el campo aportó, si ese dinero hubiera vuelto a la producción, hoy sería una realidad totalmente diferente. Entonces bregamos por que este nuevo gobierno introduzca un cronograma de reducción de retenciones. Realmente esto reactivaría en forma inmediata lo que es la producción de nuestro sector”, precisó.
Además, dijo que “siempre hay que simplificar para que el ciudadano común que no está en nuestra actividad pueda saber de qué se trata”. Y explicó: “Decimos que un camión que se ve en la ruta, cualquier camión que va cargado con, en este caso, soja, generalmente lleva alrededor de 30.000 kilos. De esos 30.000 kilos, 10.000 directamente el Estado los extrae. Entonces, el productor eso tiene que sembrarlo, cuidarlo, cosecharlo y entregarlo a puerto. Y con esos 20.000 kilos restantes debe vivir, pagar sus compromisos y comprar los insumos. Esto es dar una visión de lo injustos que son los derechos de exportación. Ante la falta de infraestructura –rutas en mal estado y caminos rurales destruidos– se advierte que el dinero fue mal utilizado”, agregó.
“La gran mentira!
En consonancia, Horacio Salaverri, presidente de Carbap, recordó que siempre se ha utilizado la famosa excusa de la aplicación de las retenciones para corregir lo que se denomina desacople de precios internos. “Hemos recaudado más de US$203.000 millones y hemos convivido con una inflación altísima, han volado los precios internos y básicamente los precios de los alimentos. La gran excusa, la gran mentira, el gran mito se ha caído. Las retenciones no sirven para nivelar el desacople de los precios internos”, especificó.
Lo que sí ha quedado demostrado, para Salaverri, es que las retenciones han tenido, en efecto, otro fin. “Claramente, ha quedado demostrado que sí sirven para lo que han sido utilizadas: un mero instrumento recaudatorio. No obstante, con esto digo que ha habido un agravante: han desincentivado todos los procesos productivos. Ahora no queda otra cosa que sentarse en una mesa, estudiar lo que pasó, ver el fracaso de esto, los inconvenientes que ha causado en los procesos productivos, para decir que las retenciones deben desaparecer y que no hay justificativo para su aplicación. La retención es un pésimo impuesto, distorsivo. Lo único que hace es recaudar [e ir] en contra de los procesos productivos”, resumió.
Un informe de la Sociedad Rural Argentina (SRA) del año pasado recordaba que el 4 de marzo de 2002 se anunciaba en el Boletín Oficial la re-implementación de las retenciones, como un “impuesto transitorio, con el objetivo de asistir a los sectores más desprotegidos”, tras la crisis de ese año. Un tributo que, en ese momento, fue aplicado como algo “excepcional”, pero que sigue vigente hasta la actualidad y, peor aún, poniendo un freno al desarrollo, no solo del sector, sino también del país. En la entidad estimaron que en el período 2001-2022 los productores agropecuarios transfirieron al fisco en concepto de retenciones más de 175.000 millones de dólares.
“Sin embargo, la pobreza aumentó. En 2001 alcanzaba a 16.500.000 personas y en 2022 el número llegó a 20.200.000. Además, el último censo agropecuario determinó que hay 70.000 productores menos. Pasaron de 297.000 a 227.000 en ese período. Ese dinero podría haber sido destinado a hospitales, escuelas, infraestructura, atención a la población, pero esto no sucedió: se repartieron subsidios en vez de promover la cultura del trabajo y la productividad”, argumentó.

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El BM advirtió que el equilibrio fiscal no debe depender del agro
El organismo remarcó que las retenciones dañan la competitividad y el comercio
Pilar Vázquez
El Banco Mundial (BM) advirtió que “la sostenibilidad fiscal y las dietas asequibles en la Argentina no tienen que lograrse a expensas de la competitividad” del sector agroalimentario y el comercio. En un reporte difundido por el organismo, dio una serie de recomendaciones. El BM destacó que países como México, Brasil, Nueva Zelanda y Australia han demostrado que es posible mantener la seguridad alimentaria interna mientras se abastecen mercados internacionales. Según el organismo, la Argentina debería adoptar un modelo similar para preservar su competitividad global y promover la sostenibilidad económica.
“Mantener la competitividad global del sector agroalimentario argentino es una inversión en la sostenibilidad económica del país”, subrayó. Sugirió que reducir las restricciones comerciales no arancelarias “aumentaría los ingresos, que pueden ser reinvertidos en transferencias específicas a los consumidores”, añadió.
Según el organismo, entre 2011 y 2021 las exportaciones de agroalimentos cayeron un 1,3% anual, mientras su participación en los mercados internacionales disminuyó del 2,7% al 2,2%. En paralelo, otros países competidores crecieron. “El magro desempeño que la Argentina ha mostrado recientemente en la producción y exportación agroalimentaria respecto de su potencial puede atribuirse en gran medida a las deficientes políticas macroeconómicas, fiscales y comerciales que han frenado el desarrollo del sector”, señaló el Banco.
Mencionó que los altos impuestos a las exportaciones [la soja tributa un 33%] diferencian a la Argentina de la mayoría de los países. De 84 países con datos disponibles, solo 19 aplican un impuesto específico a las exportaciones. Estas, según el BM, “se encuentran entre las medidas más distorsivas para recaudar ingresos fiscales debido a su impacto fuertemente perjudicial en la producción y el comercio, razón por la cual se utilizan en tan pocos países”.
Destacó que lo que “complica aún más las cosas” es que los impuestos a las exportaciones y las regulaciones que los rodean “han venido cambiando constantemente”, generando incertidumbre para los productores y exportadores. “Los cambios recurrentes en las tasas de los impuestos a las exportaciones y en los productos incluidos en la base imponible son una de las principales causas de la falta de inversión de los productores agropecuarios”, explica el informe.
También advirtió sobre la aplicación de impuestos provinciales, como Ingresos Brutos. “Representa alrededor del 75% de los ingresos fiscales de los gobiernos provinciales, rara vez se utiliza en otros países porque es distorsivo”, indicó.

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