lunes, 5 de agosto de 2024

JORGE LUIS SCHERER Y LAS CONVERSACIONES CON BORGES EN 1980 Y ROBERTO ZALDÍVAR ( OFTALMÓLOGO MUY INFLUYENTE)


EL GUARDIÁN DE LA ENTREVISTA INÉDITA CON BORGES
EN DOS CASETES, EL PERIODISTA JORGE LUIS SCHERER GUARDA LA CONVERSACIÓN QUE MANTUVO CON EL ESCRITOR EN 1980
— texto de Diana Fernández Irusta y fotos de Manuel Cascallar —

“Acá están”, dice el periodista Jorge Luis Scherer, y deposita sobre su escritorio dos casetes que ni loco pondría a andar hoy (“se romperían, se desintegrarían”, bromea), pero cuyo contenido, grabado en un lejano día de septiembre de 1980, hace unos años tuvo la precaución de pasar a un CD.
Encapsulada en las cintas magnéticas de los casetes, y liberada en el reproductor de discos compactos que Scherer acaba de encender, está la inconfundible voz de Jorge Luis Borges. También la del periodista, que visitó al gran referente de las Letras argentinas en su casa y habló con él durante unas dos horas. La entrevista quedó inédita durante 44 años, hasta que el pasado 16 de junio la publicó la nacion.
–¿Qué es lo que más recuerda de aquella conversación?
–Borges era un buscador de la naturaleza del tiempo; siempre repetía algunas frases de las Confesiones de San Agustín, aquello de que “sé lo que es el tiempo, pero si me lo preguntan no lo sé”. El tiempo fluye, pero para mí la reunión con Borges fue como una fotografía, una de esas que se te quedan grabadas. Porque me acuerdo de todo: la luz que entraba en el lugar, el olor a colonia, su piel de bebé, su voz un poco lánguida. Estaba algo resfriado, me acuerdo de eso.
Scherer convoca al pasado en un espacio muy particular de su casa. Estamos en un cuarto que es oficina y a la vez archivo, biblioteca, museo. Sobre todo –una se permite intuir–, refugio. Son tantos los detalles que asoman en cada rincón, que no alcanza la mirada para descubrirlos. En los estantes, atiborrados de libros de todo tipo, época y edición, aparecen recuerdos de viajes de trabajo, curiosidades de un coleccionista quizás no tan amateur, fotos de entrevistados célebres (Jane Fonda, Oliver Stone, Clint Eastwood), retratos de escritores y cineastas reverenciados.
Nacido en Buenos Aires en 1950, y tras pasar parte de su infancia en Entre Ríos, Scherer regresó a la capital, donde estudió publicidad y periodismo. Escribió en La Opinión, Siete Días, Todo Tenis y en publicaciones de Perfil y Editorial Atlántida; se desempeñó en el área de prensa y marketing de Warner Bros., y en Disney. También tuvo programas de radio y trabajó en una distribuidora y productora cinematográfica (entre otras, trajo al país películas como El beso de la mujer araña, de Héctor Babenco, o El sacrificio, de Andréi Tarkovski). Publicó una novela, El crimen de Julián (Editorial Autores de Argentina), ejerció como docente en el Círculo de la Prensa y el Enerc, y dio cursos y charlas sobre arte, literatura y cine. Su enorme curiosidad y gusto por la erudición desbordan en la habitación donde ahora hablamos: todo aquí –afiches, fotos, pequeñas reliquias– exuda amor por el cine, devoción por la palabra impresa, respeto por el arte, la edición, la gráfica, las mil formas de la expresión humana.
Y así, custodiados por esas presencias, desgranamos la historia de su encuentro con Borges –que ocurrió cuando Scherer tenía 30 años–, una historia que pudo haber sido el relato de un fracaso.
La cuestión es que era 1980 y, quizás porque ese año la salud de Salvador Dalí se había deteriorado seriamente, tal vez porque alguien recordó el paso de Borges por las filas vanguardistas del ultraísmo, en uno de los medios donde colaboraba como periodista freelance le pidieron a Scherer que consiguiera una entrevista con Borges con un único objetivo: hacerlo hablar sobre el artista catalán.
“Ese personaje es un farsante”, respondió el autor de Ficciones cuando el periodista, desde una cabina telefónica y haciendo milagros con los cospeles, le mencionó el nombre de Dalí.
“Una costumbre muy habitual en él era dar las gracias por cualquier cosa y así lo hacía por teléfono –describe el periodista–. Hasta que con una voz bastante fuerte y decidida le dije que tenía muchos deseos de charlar con él. Que yo era un entusiasta lector y quería conocerlo. Inmediatamente me dijo ‘¿dónde se encuentra?’ ‘En Retiro’, respondí. ‘Al mediodía me vienen a buscar, pero de cualquier manera tenemos tiempo para charlar un buen rato. Maipú 994, sexto piso’, dijo. ‘En media hora estoy ahí”, afirmé. ‘¿No puede ser antes?’, preguntó. ‘Por supuesto’, asentí”.
En menos de 15 minutos, en la mano un portafolios con grabador, pilas recién compradas y un voluminoso ejemplar de las Obras Completas, Scherer ya estaba dentro del pequeño ascensor que lo llevaría al sexto piso del edificio de la calle Maipú, donde un departamento lucía, en la puerta, un cartelito mínimo que indicaba: “Borges”.
“Lo que sentí es que estaba ante la Biblia de la literatura –rememora el periodista–. Era un poco eso: la Biblia de la literatura y yo, solamente un buscador. Fue generoso, porque me brindó dos horas hasta que lo vinieron a buscar. Fueron dos horas hablando como amigos, como si nos conociéramos”.
–¿Grabó la conversación sin ninguna certeza de que alguna vez se publicara?
–No fue mi intención publicarlo. Era una cosa de sentimiento.
–Estaba frente a alguien que ya era una especie de leyenda viviente, ¿en ningún momento se cohibió?
–No, porque él me tocaba el brazo, me preguntaba por mi apellido, por mi familia. Grabados, hay 75 minutos. El resto lo hicimos de pie, porque seguíamos hablando. Yo le conté chistes. Uno está grabado el otro, no. Uno es de Bernard Shaw, un autor que él adoraba. ¿Te lo cuento?
–¡Claro!
–Bernard Shaw le dice a su ama de llaves: “Esta noche vienen a cenar unos amigos. Le voy a agradecer que esconda todos los paraguas. “Pero señor, no va a pensar que sus amigos van a robarle los paraguas”. “No, tengo miedo de que los reconozcan”. Borges se moría de risa. El otro que le conté era sobre Brézhnev, que estaba al frente de la URSS. Resulta que él va con una comitiva a buscar a la madre y le muestra la casa que tiene, los autos, todo. Entonces la madre le dice: “Hijo, ¿no tenés miedo de que vuelvan los bolches?” Esas cosas le encantaban y me agarraba el brazo y se reía. Entramos en una relación de confianza. Yo aprendía con cada palabra de él, y él se divertía conmigo.
–En la nota que publicó en este mismo suplemento usted cuenta que después vino un segundo encuentro, cuando le llevó un libro. ¿Cómo fue eso?
–El libro era El idioma español en sus primeros tiempos, de Ramón Menéndez Pidal. La entrevista la había hecho el 17 de septiembre y el libro se lo llevé el 11 de noviembre. Fue, otra vez, un encuentro muy cordial. Pero él estaba muy comprometido porque lo venían a buscar de parte de una embajada. Le leí algunos fragmentos; las etimologías, el origen de las palabras, le encantaban. Ese día no había llevado el grabador, pero lo tengo muy presente.
–¿Qué observó del Borges no escritor?
–Más allá de su permanente cordialidad, me pareció que era un hombre que necesitaba, no voy a decir amor, pero sí que necesitaba gente cerca. Había muerto la madre, y creo que esa pérdida para él fue muy fuerte. Recuerdo su fragilidad. Todo lo que fueran palabras de acercamiento o de fraternidad, las aceptaba con mucho cariño. Eso que pasa cuando uno habla con una persona muy mayor, que a veces necesita que se le brinde un poquito de ese intercambio. En el 82 fui a dar una conferencia sobre la Generación del 80 en la literatura en el Museo Almafuerte de La Plata. Y la directora del museo me dijo: “vos que conociste a Borges, ¿por qué no lo invitás? Lo llamé un tiempo después, le comenté lo de la charla, y me dijo que sí, encantado. Pero de repente se acordó: “Discúlpeme –dijo–, tengo un viaje ahora”. Era verdad, a la semana siguiente tenía que viajar. Hasta que al final, en el 84… A ver, creo que lo tengo acá.
Jorge Luis Scherer es un periodista de la vieja escuela. Además de una biblioteca descomunal, tiene ficheros que organizan su archivo personal. A los libros –muchos de ellos comprados en librería de viejo y prolijamente envueltos en papel celofán transparente– se suman carpetas con recortes y apuntes donde fue haciendo una suerte de bitácora de su paso por el oficio.
En una de esas carpetas hurga ahora, hasta que encuentra un papel prolijamente escrito a máquina. Sonríe y comienza a leer: “el 19 de enero de 1984 llamé por teléfono al tocayo Jorge Luis para invitarle a dar una conferencia en el Museo Almafuerte de la Plata. Anteriormente le había cursado esta invitación en el 83, no habiendo aceptado por compromisos en el exterior, pero esta vez aceptó y con mucho agrado manifestó, que ‘Almafuerte es el mejor poeta argentino y junto con Sarmiento los hombres más representativos’.
Lo único que pidió es que lo lleven y lo traigan en automóvil. Cosa que inmediatamente le dije que era aceptado, e incluso le manifesté que el Museo seguramente tenía dispuesto un pago por la charla a lo que Borges no se mostró demasiado interesado si bien tampoco desechó la idea. La cita quedó planificada para los primeros días de marzo”.
–Usted es un apasionado por el cine; Borges escribió algunos artículos de crítica cinematográfica. ¿Intercambiaron puntos de vista sobre este tema?
–Cuando hablamos sobre el expresionismo alemán, sobre Fritz Lang. A él le gustaba mucho Josef von Sternberg, el realizador de El ángel azul. También hablamos de John Ford porque a él le encantaba el western, que me encanta a mí también. Sobre John Ford escribió en la revista Sur. Nosotros hablamos de La diligencia, de Más corazón que odio, esas grandes películas del western. Porque a él le encantaba el tema de la épica y el western es la épica en el Lejano Oeste.
–Y antes de la entrevista, ¿qué significaba Borges para usted?
–En realidad, la primera vez que lo vi yo estudiaba publicidad en Paraguay y Maipú. Una tarde iba por la avenida Córdoba para tomar el colectivo 132. Miro en la confitería Saint James, que estaba en Córdoba y Maipú, y lo veo a Borges sentado con una dama. Sería el año 1974, 1975, algo así. Conté las monedas que tenía para ver si podía pagar un café. Entré y me senté a dos mesas de la suya. Quería ver sus modales, quería verlo en acción. Él estaba tomando un té con leche con tostadas y la señora creo que también un té. Sentí el placer de tenerlo ahí, tan cerca, como García Márquez cuenta que le pasó con Hemingway. Estaba en la calle, lo vio venir por la vereda de enfrente y lo único que le dijo fue “adiós maestro”. El otro le respondió el saludo y siguió caminando. Listo, suficiente. Para mí, también: tenerlo ahí, tan cerca, había sido suficiente.
–¿Qué era lo que más le atraía de su escritura?
–Lo que más me impresionó, y a partir de ahí lo empecé a seguir, fue la introducción al cuento “El Aleph” porque me parece que es filosofía, vida pura… [rebusca entre la pila de papeles y libros que cubren el escritorio, saca una edición de El Aleph, pasa rápidamente las páginas, mira por un instante a la cronista, vuelve la vista al libro, se pone a leer]. Dice así: “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios. El hecho me dolió pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de uno que sería infinito.”
–Hermoso.
–Eso me partió, me emocionó, me llevó a decir “este hombre es un genio”. Porque tantos tratados filosóficos que intentan explicar la vida y la muerte… y acá está, en un solo comienzo de un cuento. Y la belleza, cómo está escrito. Aprendí muchísimo a través de Borges. En muchos sentidos, gracias a él empecé a seguir a ciertos autores de la literatura inglesa. Chesterton, por ejemplo; lo conocí a través de él. Lo mismo Coleridge, De Quincey. Tiempo después de haberlo entrevistado, fui a escuchar una conferencia que dio sobre Shakespeare en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín. Él decía que Shakespeare fue un correctivo para Inglaterra como Goethe lo fue para Alemania. Entonces alguien del público le preguntó: ¿Y usted es un correctivo para la Argentina?” Él respondió: “No, yo soy solo una mala costumbre”.

&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&&


Roberto Zaldívar, el médico de Mendoza que figura entre los 100 oftalmólogos más influyentes del planeta
Con 45 años de trayectoria, desde su instituto en Mendoza trata a personas de todo el mundo y dice: “Siento que estoy perdiendo el tiempo si no trabajo”
Andrea Calderón
Roberto Zaldívar, médico oftalmólogo y cirujano refractivo, en su instituto, en la ciudad capital de Mendoza
Cuando en el Colegio San José de los Hermanos Maristas, que por entonces funcionaba en la ciudad de Mendoza, pasaban lista por orden alfabético, su apellido resonaba último: Zaldívar. Roberto comenzó la primaria al cumplir los cinco años y terminó la secundaria un ciclo antes que sus compañeros –con modalidad “libre”–, porque sus inquietudes lo llevaron por los caminos anticipados de la formación universitaria.
Nació en Connecticut, en los Estados Unidos, en uno de los tantos viajes profesionales que su padre, el oftalmólogo Roger Zaldívar, realizó en compañía de su madre, María, una porteña que seguía las expediciones de la familia arraigada a las costumbres de sus antepasados franceses.
Sus casas de la niñez estuvieron siempre situadas en el centro de la ciudad de Mendoza. El Barrio Bombal lo acunó primero, y más tarde fue un departamento frente a la coqueta Plaza España. Cada mañana caminaba hacia la escuela, situada en la avenida San Martín.
“Mi padre conoció a mi madre cuando cursaba la carrera de Medicina en la Universidad de Buenos Aires. Él fue un precursor de bajo perfil en un momento donde las comunicaciones eran otras. De cualquier manera, fue un avanzado para su época y trajo en 1962 el primer láser de uso médico a América Latina. Para darse una idea, alcanza con pensar que el siguiente láser que ingresó con estos fines a la Argentina fue en 1976″.
El doctor Roberto Zaldívar (67) es especialista en catarata y refractiva, cirugías que le han mejorado la calidad de vida a cientas de personas con miopía, hipermetropía, astigmatismo o presbicia. Es también el presidente del Instituto Zaldívar –en Mendoza y Buenos Aires–, donde llegan pacientes de todo el mundo para atenderse junto al equipo del único latinoamericano incluido por tercera vez entre los 100 oftalmólogos más influyentes del planeta, según la revista inglesa The Opthalmologist.
Roberto Zaldívar es fundador y primer presidente de la Sociedad Argentina de Catarata y Cirugía Refractiva Córnea y miembro de prestigiosas sociedades internacionales de oftalmología. Ha desarrollado técnicas e instrumentos para importantes laboratorios, sobre todo en lo que a lentes intraoculares se refiere. Además, fue el primer oftalmólogo en colocar un dispositivo de la marca ICL en el mundo, el 22 de septiembre de 1993.
Zaldívar continuó el legador de su padre: se unió al consultorio que había fundado en 1958
Ha publicado decenas de libros y papers, y por su aporte lo han reconocido en varias oportunidades de instituciones como la Sociedad Internacional de Cirugía Refractiva, la Academia Norteamericana de Oftalmología, la South African Society of Ophtalmology y la Academia de Medicina de Nueva York. Su nombre ha sido también distinguido por organismos de Alemania, Inglaterra, Italia, España, India y Argentina. Es ciudadano ilustre de la Ciudad de Mendoza y el hombre al que le cuesta desconectarse de sus obligaciones y ambiciones profesionales.
Cuando terminó la carrera de medicina realizó la residencia en el Hospital Central y, más tarde, viajó a Boston para especializarse en oftalmología en una institución dependiente de la Universidad de Harvard. Lo educaron, asegura, la exigencia norteamericana y los horarios: se despertaba 3.30 para seguir el ritmo requerido. Al regresar a la Argentina, Roberto se unió al consultorio que su padre había fundado en 1958 y que, a fines de los 70, se trasladó a una parte de la mansión donde ahora llegan personas de todo el mundo para consultarlo.
“Buenas tardes, doctor”, lo saludan a su paso enfermeras, ingenieros, secretarias, médicos, personal de limpieza y seguridad, además de pacientes, a medida que recorre los laberínticos pasillos de una clínica que es modelo y de la que son parte unos 200 trabajadores entre su provincia y la Ciudad de Buenos Aires. Son 5000 metros cuadrados destinados a la investigación.
“Terminé mi especialidad en los Estados Unidos, en 1985, con Alfonsín como presidente de la Argentina. Nuestro país atravesaba una gran crisis, como siempre, como las que tenemos. Y si bien uno de mis jefes en Boston me ofreció hacerme parte del área de glaucoma de un hospital de ojos en Arabia Saudita, construido por el rey, cuando me llegó el reglamento de ese país decidí volver”.
El profesor Roger Eleazar Zaldivar dando clases en la Universidad Nacional de Cuyo con su hijo Roberto entre los alumnos
De ahí en más, el doctor Roberto Zaldívar se enfocó en posicionar a Mendoza en lo alto de la oftalmología, y continuó, con su impronta, los alcances que le había dejado su padre. Desde los 90, el Instituto trabaja en la creación de herramientas tecnológicas para diagnósticos precisos, que ahora incorporan los avances de la Inteligencia Artificial.
“Hace poco presentamos un sistema de medición de lentes fáquicos para estimar el tamaño requerido para cada paciente. Esta aplicación es revolucionaria a nivel internacional y se llama ICL Guru. Se trata de una lente intraocular fáquico permite reemplazar el que ya tiene el ojo por otro que es colocado delante del cristalino, especialmente para corregir casos de miopía, astigmatismo o hipermetropía”, comenta sentado a la cabeza del directorio de la clínica. A esta mesa se unirán una hora más tarde, un grupo de arquitectos para avanzar en sus próximos proyectos edilicios, como la ampliación de la clínica en Buenos Aires.
–¿Por qué ha tenido tanta trascendencia su figura en la oftalmología a nivel internacional?
–Hemos sido pioneros en muchos sentidos. Trajimos el primer láser a América Latina para la corrección de la miopía, y eso nos posicionó muy alto para la posterior utilización de lentes intraoculares en cataratas precoces, con los primeros dispositivos que aparecieron en el mundo. Nuestro fuerte siguen siendo los lentes fáquicos, en un lugar de privilegio por su aporte a la ciencia médica.
–¿Quiénes integran el equipo del instituto?
–Cerca de 40 médicos, asistentes técnicos, bioingenieros y mi hijo, que también se llama Roger, y que está a la cabeza de muchos de los proyectos en los que trabajamos. La plataforma en la que ahora se encuentra abocado se llama Revai y será seguramente muy disruptiva para la oftalmología.
–¿Por qué sería disruptiva?
–Por la forma en la que toma datos médicos, con números e imágenes que son analizados por la metadata. Hay grupos de inteligencia artificial con los que trabajamos para desarrollar información nunca antes obtenida en medicina.
Roberto Zaldivar en la entrega de los premios Steinert

Su vocación fue parte de un “proceso natural”. Su padre, oftalmólogo, asistía con frecuencia a congresos internacionales donde él, aún un niño, lo acompañaba de la mano de su madre. Cuando Roberto, el único hijo del matrimonio, comenzó a cursar la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Cuyo, muchos de los médicos locales y extranjeros ya sabían de su existencia y su curiosidad. Tal vez, la arquitectura le haya quedado como una asignatura pendiente, aunque en sus consultorios de Mendoza y de Buenos Aires, está puesto su gusto en la creación de espacios.
De los primeros años de su infancia guarda las memorias de un padre con honores, que sostuvo a lo largo del tiempo. Porque cuando nació Roberto, el doctor Roger Zaldívar era becario de una maestría en la Universidad de Yale, donde conoció al célebre oftalmólogo español Ramón Castroviejo. Sin embargo, luego de dos temporadas en los Estados Unidos, la familia de tres regresó a su vida tranquila en Mendoza. Su padre como docente de la Universidad Nacional de Cuyo y jefe de servicio de hospital; su madre, como responsable del hogar y las tareas cotidianas, y Roberto, como un pequeño inquieto que jugaba en sus tiempos libres al fútbol, rugby o tenis, con temporadas invernales de esquí.
“Nací en Estados Unidos, pero soy mendocino”, reconoce el doctor que se unió con Estela hace más de 40 años, la amiga que le presentó un amigo y con quien se casó en West Newton, Pennsylvania, y con quien tiene dos hijos: Roger (39) y Mercedes (37), la abogada a cargo de la gestión estratégica y operativa del instituto de Buenos Aires. Además, dirige la Fundación Zaldívar, una organización que fundó su abuelo hace más de 30 años para brindar asistencia oftalmológica a infantes y adultos sin cobertura médica.
Su hijo Roger también traza una carrera meteórica con importantes reconocimientos en el extranjero. “Parece que la pasión por la oftalmología se contagia. Mi padre nunca me obligó a seguir lo suyo, pero creo que el entusiasmo con el que volvía de trabajar caló hondo. Tal vez para mis hijos el haberme visto entusiasmado con mi profesión, con proyectos activos, los motivó a acompañarme. Yo siempre pensé que a esta edad iba a estar semijubilado, pero nunca he tenido más trabajo porque estamos metidos en tantos desarrollos que no hay casi descanso”.
Desde las 9 de la mañana hasta las 17, el doctor, si se encuentra en Mendoza o Buenos Aires, está operando y cree que la experiencia es parte de esa fuerza, aunque también la resistencia, el buen pulso y las ganas de seguir.
–¿Cómo imagina su futuro?
–Es difícil saberlo. Yo pensaba que a esta edad iba a estar bastante retirado y estoy más activo que nunca. Realmente me siento así y es clave para hacer lo que hago, para operar como operamos, a la cantidad de personas que recibimos. Hace unas semanas me dieron el premio Barraquer, una distinción muy importante en la que destacaron a otros cuatro médicos de Brasil, incluido el oftalmólogo Tadeo Cvintal, que a sus 90 años sigue operando. Este médico fuera de serie es una inspiración, realmente.
–¿Cuántas cirugías cree haber realizado?
–Cientas de miles.
En ese cuantioso número de casos a los que les mejoró la visión, hay figuras públicas y muchas que han permanecido en el ámbito de la privacidad. Sí trascendieron nombres como el de Brad Pitt, que tuvo su consulta personal cuando rodaba en Mendoza Siete años en el Tíbet y que le obsequió una foto autografiada que se encuentra enmarcada en uno de los pasillos del Instituto.
A él llegó también la compañera del Premio Nobel de Química, Luis Federico Leloir, y el periodista Bernardo Neustadt, de quien luego se hizo muy amigo. Susana Giménez y Diego Maradona son otras de las estrellas a las que el doctor intervino personalmente. Y si enciende la televisión, abundan las celebridades a las que operó.
Un recuerdo de su padre, Roger Zaldívar, en la Universidad de Yale
–¿Por qué si tuvo la posibilidad de elegir otros destinos para desarrollarse eligió quedarse en su provincia?
–Creo que por las condiciones climáticas, por la apuesta que hicimos hace tanto tiempo en Mendoza, por la libertad que tengo para moverme y porque me siento cómodo.
Se levanta a las 6.30, ve pacientes hasta las 9 y, a partir de esa hora, el doctor Zaldívar ingresa al quirófano para trabajar en los ojos, las miradas, las visiones, las imágenes que guardan las personas, el sentido con el que conectan visualmente con el mundo.
Un alto porcentaje que visita el Instituto y se opera allí, no reside ni es de la provincia. Cuando las cirugías programadas terminan, el doctor se encuentra con el equipo de bioingenieros para ver en qué etapa se encuentran los últimos proyectos. “Me desocupo cerca de las 20 hs. y a mi casa llego cansado.Tengo un profesor de gimnasia algunas veces por semana y juego al tenis. También en mis ratos libres preparo conferencias, que llevan mucho trabajo”.
–¿Cuántos viajes tiene programados por delante?
–Llegué hace unos días de Buenos Aires y antes estuve en Estados Unidos, volví a Buenos Aires, luego viajé a Brasil, regresé a Estados Unidos y pronto haré ese recorrido nuevamente hasta un viaje a Europa para participar de un congreso internacional. En Latam tengo la máxima categoría de viajero frecuente que existe (risas).
–¿Disfruta de esas travesías o son exclusivamente de trabajo?
–Los viajes de turismo casi que no existen para mí. Siempre voy convocado por algún motivo médico. Como mucho. me quedo dos o tres días más.
Las vacaciones familiares de Zaldívar, desde que es abuelo, son en Punta del Este, Uruguay, donde se encuentra con sus hijos y sus nietos. “Interiormente me cuesta desconectarme, siento que estoy perdiendo el tiempo si no trabajo. En ese sentido Roger me mantiene también muy activo porque en cuanto me quiero escapar de algo me convoca para ser parte”.
–¿Qué ve y qué lee?
–Generalmente miro los noticieros mientras hago gimnasia, al llegar a mi casa. Veo lo que engancho, alguna serie en plataformas, alguna película. Hace poco vi El velo, en Star+ y me resultó interesante. En cuanto a la lectura no tengo el tiempo físico para hacerlo, me resulta difícil como sucedía antes, sentarme a leer y sentir que tengo ese momento. Cuando tengo un rato se lo dedico a la investigación, a la capacitación y a lecturas más compactadas. Estoy muy entusiasmado con los programas en los que trabajamos y estoy convencido de que los sistemas de capacitación y estudio de los próximos 10 a 15 años no tendrán nada que ver con la manera en que ahora los entendemos. Porque la lectura será diferente, la manera de analizar las cosas también, y creo que será todo tan distinto y disruptivo en relación a como lo vemos ahora, que se va a extender a todo. Es mucho más de lo que se pueda llegar a pensar.
–¿Cómo imagina que veremos en el futuro?
–Hace unos 10 años fui convocado, junto al médico inglés John Marshall, para desarrollar una idea que tuviera que ver con la innovación, con fondos de una organización de Bill y Melinda Gates, que por entonces estaban casados. Nosotros tres, Roger, John y yo estábamos encargados de encabezar el grupo junto a profesionales premiados de todo el mundo. La consigna era responder cómo imaginábamos el futuro. Ahí desarrollamos la idea de un ojo que pudiera utilizar todos los sistemas informáticos disponibles. La realidad es que eso que hicimos se parece mucho a las gafas actuales que buscan información sobre lo que ves. La factibilidad es un hecho, aunque faltan las pruebas en humanos porque los procesos son largos y debe demostrarse la utilización de los materiales. Desarrollamos en ese momento pilas para un ojo con conectividad, visión infrarroja, zoom y todo lo que uno ve en películas de ciencia ficción.
–¿Qué representa la visión para usted?
–Mucho, es muy importante. Yo opero viendo y si no viera bien, no podría hacerlo. Si bien trabajo con microscopio, es fundamental mi buena vista.
–¿Cuáles son las imágenes más felices que recuerda?
–La llegada de mis hijos y mis nietos.
–¿Cuáles las más tristes?
–La muerte de mi madre y mi padre.
–¿Quiénes fueron visionarios para usted?
–Para no irme tan lejos, mi padre. En la actualidad me resultan admirables los desarrolladores de las últimas tecnologías. Es sorprendente la cantidad de visionarios contemporáneos que hay, muchos de los cuales trabajan en Inteligencia Artificial. Esto es tan disruptivo como la aparición de internet. Creo que el tiempo trae aprendizajes, como no darle valor a cosas que no son importantes o a discusiones que son inútiles. En ese sentido estoy muy enfocado en lo que me interesa y me nutre.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.