
Lecturas: El mundo visto a través de los relatos en miniatura
La nueva antología de la estadounidense Lydia Davis reúne más de un centenar de microcuentos, género ultracontemporáneo
Verónica Boix
Ala escritora norteamericana Lydia Davis (Massachussetts, 1947) le gusta jugar con las palabras, pulirlas hasta extraer de ellas textos en miniatura que encuentran la chispa de un sentido imprevisto. Ya desde la portada de su nueva antología, Esa gente que no conocemos, se anticipa su modo de abordar el mundo; dos pac-man miran a un tercero, tienen los ojos abiertos, inmensos, al igual que la autora, que parece capaz de observar el mundo próximo como si nunca antes lo hubiera visto. Davis capta lo más banal y, curiosamente, lo más trascendental de la vida cotidiana. La mayoría de los casi ciento cincuenta textos, inéditos hasta ahora, se acercan a esa forma que la misma Davis parece haber fundado: una suerte de relato breve parecido a un destello. En inglés lo llaman Flash fiction. Es fácil adivinar los motivos de ese flash cuando en apenas dos frases un relámpago de sentido atraviesa la lectura.
La escritura de Davis, sin embargo, va mucho más allá: tiene algo incesante que se diversifica en formatos, escenas, ocurrencias absurdas. Así y todo, la maestría de la estadounidense se percibe sobre todo en las microficciones que consiguen en pocas frases la síntesis perfecta, como ya se veía en Ciento cincuenta cuentos cortos. Antología personal (Almadía), que reúne gran parte de sus textos anteriores, o bien, en la más introspectiva Ni quiero ni puedo. Ahora bien, en la nueva colección crea una constelación de tramas cotidianas, rescata diálogos de matrimonios en crisis, cosas oídas al pasar, escenas domésticas que muestran su extrañeza, incluso experiencias de padres e hijos que se transforman con el tiempo, como en el microcuento “Caruso”, en el que un hombre recuerda cuando su padre lloraba mientras escuchaba un vinilo del cantante y más adelante “con el tiempo, ya de adulto, empezó a sentarse ahí con su padre, a escuchar a Caruso y llorar”.
Se nota que el humor, incluidas sus formas más tiernas, es una de las estrategias a la hora de hacer visible lo que se oculta tras lo rutinario. De hecho, ese rasgo podría llevar a la confusión de asociar la levedad de sus escenas con superficialidad. Nada más alejado de lo que puede percibirse en sus textos, capaces de encontrar el filo del acero en pocas palabras. A la crítica le costó entenderlo ese estilo. Fue necesario que pasaran décadas desde la publicación en 1976 de su primera colección The Thirthteenth Women and Other Stories, para que hallara el reconocimiento que merece. En 2013 recibió el Booker Prize por sus Cuentos completos, y en 2020 el premio PEN/Malamud por su “excelencia en el arte del cuento”. A partir de entonces no se detuvo.
"Los relatos de Davis practican una acrobacia de giros inéditos, en que lo mínimo puede alcanzar una altura inusitada"
Davis parece haber inaugurado un linaje nuevo dentro de la extensa tradición del cuento norteamericano. Su escritura no se ancla en su región como la de la mayoría de los autores estadounidenses, tal vez por la ausencia de nombres y lugares en su narrativa, o por la referencia permanente a autores de otras tradiciones como Gustave Flaubert, Franz Kafka o Samuel Beckett.
"En un territorio muy similar, la escritora argentina Ana María Shua explora distintos géneros, en especial el microcuento, del que se volvió la gran maestra"
Davis, además, no tiene miedo de reírse de sí misma, apela al juego, al absurdo, se anima a la musicalidad de la lengua, a las tonterías. De ese modo, sus relatos practican una acrobacia de giros inéditos, en que lo mínimo puede alcanzar una altura inusitada. Se nota con especial maestría en la pareja que habla sola en una suerte de desdoblamiento de “La otra ella”; o bien, en una mujer que tiene una fantasía con un amante, pero está tan cansada que solo le pide que la deje sola en “Traición (Versión con cansancio)”.
Claro que no es la única autora que hace del destello una estética. En un territorio muy similar, la escritora argentina Ana María Shua explora distintos géneros, en especial el microcuento, del que se volvió la gran maestra. Tanto es así que se reunieron las relatos brevísimos que escribió durante 30 años en la antología Todos los universos posibles (2017). En ellos puede verse la fuerza de los mundos que crea en apenas unas frases aunados a la magnitud poética de su lenguaje. Recientemente se adentró en el mundo de la condensación con No son haikus, una selección de poemas de diecisiete sílabas. “Me fascinan los límites, el desafío de la expresión poética encerrada en rigurosas diecisiete sílabas. Por ser autora y, sobre todo, lectora de microrrelatos, sé que la brevedad extrema puede ser un atajo hacia el máximo significado”, adelanta en el prólogo.
Quizá la frase de la escritora argentina contiene una llave para entrar también a las narraciones de Davis, ya que la arquitectura de sus textos no parece ser un límite, sino un desafío. Las escenas de sus relatos aparecen condensadas, y al mismo tiempo, las ideas parecen desplegarse con ecos que van más allá. Bajo la brevedad se adivina un anhelo íntimo de dar con la palabra precisa, esa capaz de desmadejar el sentido último. Como ocurre en cuentos como “Insignificante” en el que una mujer se pregunta cómo hacer para sentirse insignificante, y al mismo tiempo, poderosa; y también en esa otra mujer que persigue su egoísmo como si fuera un cáncer narrada en “Su egoísmo”. En relatos como esos, que se acercan a la metafísica, se percibe la influencia del escritor Maurice Blanchot, a quien Davis admira, y además tradujo al inglés.
La nueva colección, más allá de la continuidad con su obra, tiene un rasgo singular que la distingue del resto ya que crea una cartografía posible para rastrear el paso del tiempo y sus transformaciones. Hay personajes que cambian, como pasa con la mujer y su cuerpo en “Las etapas del desarrollo de las mujeres”; también en el cuento más extenso “Como fue cambiando con el tiempo”, que sigue la vida de un hombre que empieza tocando el violín; varias señoras hablan de las cuestiones de la vejez en un registro hilarante en “Los intereses de la tercera edad”, y con un tono más sociológico surge el valor de la experiencia de los ancianos desde varios puntos en “La sabiduría de los ancianos”.
La perspicacia de Davis no se detiene ahí, sino que se adentra en lugares incómodos, sus narradores dicen lo que nadie quiere escuchar. Se posa, a veces obsesiva, a veces ridículamente graciosa, en las nimiedades que persisten en la vida diaria, hasta quebrar lo evidente y dar con un significado más preciso. Un ejemplo hermoso aparece en “Las cosas nuevas de mi vida”, en el que la narradora se olvida de su presente, en especial cuando está cansada, “y en esos instantes no habito este cuerpo de mujer con sus cuantiosos signos de edad, sino un cuerpo más menudo, un cuerpo que mide apenas la mitad, un cuerpo desprovisto, o poco provisto, de género, un cuerpo que solamente quiere salir al patio soleado y treparse al manzano”. Con esas imágenes, la escritura de Davis abre la puerta y se anima a saltar.

Esa gente que no conocemos
Por Lydia Davis
Eterna Cadencia. Trad.: E. González Capria
328 páginas, $ 27.500

No son haikus
Por Ana María Shua
Emecé
144 páginas, $ 14.900
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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