sábado, 28 de septiembre de 2024

De Grand Prix a Senna: ocho películas fierreras para esperar el regreso de Colapinto a la Fórmula 1




De Grand Prix a Senna: ocho películas fierreras para esperar el regreso de Colapinto a la Fórmula 1
Es cine: las películas más fierreras para esperar el regreso de Colapinto a la Fórmula 1
Ford, Ferrari, Senna, Nikki Lauda... todos los grandes nombres del automovilismo internacional han llegado entre la ficción y la historia a la pantalla grande: para quienes la fiebre por el joven corredor argentino les haya despertado la curiosidad por saber más, ocho grandes películas sobre rueda

Leonardo D'Esposito
Hace dos meses nada más, la fiebre de la Fórmula 1 y del automovilismo en general, en nuestro país, era un fenómeno más o menos estable. Hay mucha gente a la que le gusta, por supuesto (de hecho, todavía existe y gana premios Martín Fierro el programa de TV decano, Carburando), pero no se había contagiado a un nivel casi delirante como desde la aparición del joven Franco Colapinto, crédito argentino, de pronto conductor de la aristocrática categoría del fierrrerismo. Los que tenemos cierta edad -no intente el lector adivinar- recordamos los madrugones para ver a Carlos Reutemann, el accidente de Niki Lauda, la masacre que se llevó la vida de Ronnie Peterson en el Gran Premio de Milán de 1978, el “1-2″ contra el que se rebeló el Lole para que dejara pasar a Alan Jones en el Gran Premio de Río de 1981 y cómo sufrimos ese año cuando, con el campeonato casi en el bolsillo, el corredor argentino terminó cediendo ante el brasileño Nelson Piquet. Quizás los más tercera edad tengan aún recuerdos de Fangio, por supuesto. Pero hizo falta que apareciera un pibe entrador, canchero, gracioso (a veces demasiado, todo hay que decirlo) y lindo para que, otra vez, la afición nacional se levantase muy temprano y volviera a hablar de neumáticos, condiciones climáticas y qualys. Y ahí estamos: otra vez con la Fórmula 1. Quién iba a decirlo.
Pase lo que pase con Colapinto -que volverá a las pistas el 20 de octubre en los Estados Unidos-, nos da la excusa perfecta para recordar que las carreras de autos son de los espectáculos más agradables que existen para ver en el cine. Después de todo, es el arte del puro movimiento y de eso se trata finalmente. Sin embargo, no hay demasiadas películas al respecto -aunque sí hay muchas más que de fútbol, deporte rey del universo conocido que no encuentra la manera de ser filmado como ficción, quizás porque los partidos ya son películas en sí mismos- y menos cuando revisamos plataformas. Se sabe: el problema de la disponibilidad y los derechos. Sin embargo, hay una buena cantidad y quizás de las más interesantes de las últimas décadas, en diferentes tonos y formas. A continuación, además, se hablará bien de alguna película que, en su momento, fue denostada por la crítica y que hay crecido con el paso del tiempo. Si lo suyo no es esperar las siete de la mañana del domingo con mate y facturas a que el niño Franco haga una buena largada, o si quiere entrar en clima (hoy se dice “en la conversación”), quizás pueda asomarse a estos films, gran remedio para la ansiedad.
Arranquemos con la mejor y una de las grandes películas de los últimos años, la nominada al Oscar Contra lo imposible (Disney+), que en realidad se llama Ford vs. Ferrari y narra el momento en el que ambas marcas se enfrentaron en las 24 horas de Le Mans en 1966, bajo la dirección de James Mangold. Dijimos “la mejor” y lo es porque no cuenta solo la rivalidad entre dos marcas o la carrera en sí sino todo lo que rodea esos dos disparadores desde el punto de vista humano, sin que se disuelvan ni la acción ni la aventura (ambas presentes de modo orgánico). Si tuviéramos que hacer el catálogo de las hebras que se entrelazan en la trama, vemos la rivalidad entre una empresa que no quiso ser comprada (Ferrari) y del comprador despechado que decide competirle en el campo que domina (Ford), más las cuestiones de política empresarial y presiones asociadas.
Luego, la épica construcción de un auto especial para lograr la hazaña de destronar, en pocos meses, al rey de las carreras de su trono. Esto, sostenido por el cuento principal: la amistad entre el excorredor y constructor Carroll Shelby (Matt Damon) y el conductor Ken Miles (Christian Slater), que mezcla la dureza con la ternura, la alegría y el peligro, con gestos mínimos y justos de dos actores en estado de gracia. Y finalmente, la carrera en sí, técnicamente impecable y, en cierto sentido, un juego de caballeros a altísima velocidad. Que todos estos hilos se complementen sin que uno disuelva al otro y que la tensión se mantenga hasta el último fotograma es una hazaña narrativa. En general, sea el tema o el género que fuere, hay poquísimas películas tan equilibradas y emotivas en el cine de hoy.
También de la vida real es la historia de Rush (Netflix/Prime Video), de Ron Howard. Howard es un poco diletante: en ciertas películas (Apollo 13, Cinderella Man) logra equilibrar personajes y espectáculo; en otras (seamos piadosos), no. Aquí estamos por suerte en el primer caso y la historia es la de dos corredores: James Hunt (Chris Hemsworth) y Niki Lauda (Daniel Brühl) en aquella histórica, épica temporada de la F1 de 1976. Hunt era el galán indisciplinado, el aventurero irresponsable (pero grandísimo piloto); Lauda, el metódico, el hombre que vivía exclusivamente para su carrera de un modo obsesivo.
En aquel año, pelearon punto a punto por el campeonato mundial de la categoría y fue cuando Lauda tuvo el terrible accidente en el que se quemó gran parte de su cuerpo (accidente que llevó a que Ferrari, su escudería, contratase como reemplazo a Reutemann). Pero la película cuenta la recuperación de Lauda, la tensión con Hunt (rivalidad que terminó en amistad, narrada de modo totalmente natural) y qué sucedió entonces y después. El film es espectacular carrera a carrera y es realmente un estudio de caracteres que se refleja en la acción física.
Una de las películas históricas sobre el automovilismo es Grand Prix (en alquiler en Apple TV+ y YouTube), de John Frankenheimer, que es un poco el molde de todos los conflictos que se ven en estos films, realizada en 1966 y con un elenco multiestelar e internacional (James Garner, Yves Montand, Toshiro Mifune, Eva Marie Saint). El conflicto de una escudería que echa a un piloto por un accidente que hiere a su compañero de equipo y su regreso como piloto de otro equipo (más un romance prohibido, porque estamos en los 60) es apenas el marco de lo que fue, sobre todo, una hazaña en cine-espectáculo: mostrar las carreras “desde adentro”. Lo que más se recuerda es ese gran trabajo de montaje -sobre todo de sonido, se llevó ese Oscar- y el tema central de Maurice Jarre (muy de moda entonces por haber sido el músico de Lawrence de Arabia) que fue, claro, la cortina de Carburando.
Y seguramente, el mejor de los documentales -hay muchos- sobre el tema sea Senna (Netflix) de Asif Kapadia, especialista en el género. Aquí se nos narra la vida y la carrera del extraordinario piloto brasileño cuya muerte tomó por sorpresa a todo el universo conocido. Se ve todo, con un grado de precisión absoluta: el personaje, la persona, el talento (es una de esas películas, como Contra lo imposible, donde se entiende qué es y qué tiene de deporte eso de correr autos a altísima velocidad con el riesgo constante de perder la vida), las contradicciones de Ayrton Senna.
No hay un minuto de la película que no esté cargado de emoción y eso tiene como principal motivo el uso del material (incluso privado, provisto por la familia del piloto) que carece de comentarios en off. Kapadia teje, monta, narra con los cambios de marcha necesarios para que a la comprensión de un personaje fuera de lo común se sume la tensión de una gran aventura y la catarsis de la tragedia. Senna es una gran película en todo sentido, un collage casi experimental. De paso, en breve Netflix estrena una serie “con actores” sobre el personaje. Si quiere, el documental sirve como excelente preparativo para el biopic.
Hasta aquí hablamos de películas que están consideradas “buenas” por público y crítica, sobre todo por la crítica. Pero es hora de entrar en el campo de las reivindicaciones, de hablar bien de films que no llegaron a la pole position porque, bueno, las cosas son así, pero que vistas con la perspectiva correcta (el tiempo, sobre todo) están a la altura de lo mejor que se ha hecho sobre el tema. Empecemos por Driven, de Renny Harlin (Flow), que tiene en el elenco a Sylvester Stallone y Burt Reynolds un poco tomándose en solfa a sí mismos.
Es la historia de un piloto joven, su mentor, el equipo, las rivalidades y todo lo que quieran encontrar en cualquier película de “veterano guía joven promesa”, y quizás porque hay muchos lugares comunes (a propósito, subrayemos) fue denostada en su momento. Pero Harlin, que cuando decide ser excesivo hace sus mejores películas (recuerden la tremenda El largo beso del adiós o la subvalorada Alerta en lo profundo) llena la película de momentos que podrían ser tanto desaforados hasta lo surrealista (un auto que termina colgado de un árbol) y poético (dos autos de fórmula 1 por la calle levantando con su succión todas las tapas de hierro de las bocacalles) y solo pueden lograrse en el cine. Aunque tiene a una de las peores actuaciones femeninas de todos los tiempos (Stella Warren, probablemente la linda con menos carisma de la historia), resulta tan irreal como divertida.
Y lo mismo se puede decir de Meteoro (Max), la traslación que las hermanas Wachowski hicieron de la célebre serie animada japonesa al cine y que resultó un fracaso monumental. Sin embargo, es al mismo tiempo tres cosas bellas: la mirada infantil sobre el mundo (toda la película es una emotiva celebración del juego y de la infancia), un homenaje a todos y cada uno de los elementos de la serie original, incluyendo su estilo y sus colores, y un discurso sobre para qué sirve el espectáculo (deportivo o cinematográfico).
El elenco es sensacional y todos, absolutamente todos los actores, desde los que tienen que exagerar “a lo caricatura” hasta los que tienen que ser “más serios” están excelentes: Emile Hirsch (Meteoro), Christina Ricci (Trixie), y sobre todo Susan Sarandon (Mom) y el gigantesco, extraordinario y bonachón John Goodman como Pop. Entre las mayores virtudes de la película están el tener mucha tensión sin un ápice de crueldad, que las tremendas escenas de acción (¡peleas entre autos a gran velocidad con armas imposibles!) se entiendan y que, hacia el final, Mom -gran momento de Sarandon- le diga a Meteoro “Cuando estás ahí en la pista, lo que hacés nos llena de emoción, es arte” (algo que cualquiera con ojos podría decir de, digamos, Messi). Quizás la crítica se dejó llevar por lo caricaturesco y porque sí, hay un mono gracioso (¿cómo no iban a estar Chito y Chispita?), pero debajo de todo ese color hay una celebración de la felicidad de hacer y ver películas que casi no se ve en nada hoy.
Y también debe reivindicarse otra película que, en su momento, fue vista como “una más”, aunque no sea estrictamente de Fórmula 1: Días de trueno (en alquiler en YouTube), de Tony Scott. Protagonizada por Tom Cruise, Nicole Kidman (fue la película que los unió, de hecho) y Robert Duvall, tiene algo importante: el guión de Robert Towne, recientemente fallecido gran guionista de Hollywood. En sí podría decirse que es una versión “en tierra” de Top Gun: la rivalidad entre dos pilotos de Nascar que termina en amistad profesional. Pero Scott, entre ambas películas, aprendió a inventar cosas. Hay una secuencia que merece ponerse en un cuadro: tras un momento de sexo, Cruise le explica a Kidman -él piloto, ella neurocirujana- de qué se trata la succión de los autos en una carrera. Lo hace con dos preservativos sobre la pierna de Kidman. Hay que tener cerebro de puro cine para inventar eso y que, además de ser un momento de un enorme humor, sea pertinente a la película. Scott no paró de crecer como cineasta desde allí hasta Imparable, su última película.
Y por último, también concentrada en el mundo Nascar, hay que ver (hay, sí) Ricky Bobby: Loco por la velocidad, de Adam McKay (cuando McKay no quería hacer discursos simbólicos sobre la realidad y paradójicamente lo lograba con creces) donde Will Ferrell es el más exitoso piloto de esa categoría, puro white trash conservador, machista y un poco ignorante, que encuentra un cambio en su vida luego de que su mejor amigo (grandísimo John C. Reilly) le roba el trabajo y la esposa, y después de sufrir una ceguera inexistente (el momento de la ceguera requiere que el espectador que no padezca problemas por reír demasiado). Todo lugar común de todo film sobre deportes, carreras, negocios, burla a los texanos, daddy issues y familias disfuncionales estalla en pedazos en lo que, además, sostiene toda la tensión competitiva en los momentos de autos a toda velocidad. Y sí, es de esas películas que, aunque realizada en 2006, ya no podría hacerse. Por eso, también, vale la pena.

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