Una broma y el caballo que solamente sabía ser caballo, allá en el Norte
Un maravilloso relato del escritor salteño Juan Carlos Dávalos refleja la picardía y la alegría de los habitantes de su tierra
Pablo Emilio Palermo
Caballos en Salta
Una de las más logradas narraciones del volumen Cuentos y relatos del norte argentino, obra del gran escritor salteño Juan Carlos Dávalos (1887-1959) es, sin duda alguna, la que lleva por título “Una carrera”. Se dice en sus páginas que Don Andrés Ramírez, plantador de tabacos, logró congregar en un gigantesco almuerzo de celebración por el fin de la cosecha a varios de sus amigos.
Agricultores, criadores de vacas, abastecedores del mercado, se reunieron en la finca Los Tarcos, situada en Río Ancho, provincia de Salta. Allí estaban Don Cipriano, Don Beltrán, Don Nemesio, Don Eustaquio, Don Tadeo; también un estanciero fronterizo que supo pillar un toro “alzao”, dos o tres italianos acriollados y hasta un gaucho anciano, legislador en sus años mozos y gobernador de Jujuy por veinticuatro horas. Hubo taba por la mañana y durante la comida música y guitarreada con chilenas, gatos, cielitos y guainitos. Regados por excelentes vinos, los manjares consistieron en guiso de gallina, asado y empanadas. Las voces entonaron: “Chacarera me has pedido, / ¡chacarera te hei de dar! / Y se me lo represienta / el martes de carnaval”.
Mr. Morton, “el único gringo auténtico de la reunión”, era agente de una marca de automóviles y llegó montando un alazán de carrera. Ramírez, partidario siempre del caballo criollo, desafió al yanqui a correr desde la puerta del callejón de la casa hasta Cerrillos, en la extensión de una legua. Aceptado el desafío, la apuesta fue de mil pesos. El jinete que llegase montado sería el ganador. Deseaba Don Andrés probarle al extranjero “que no somos tan infelices como él nos supone”.
Un balazo fue la señal de partida. Trote primero, galope después. Lucía el forastero una silla mexicana y el anfitrión apero salteño con carona de tigre. Cerca de la meta, que era el primer palo de alumbrado del pueblito, el tordillo de Ramírez rodó de golpe. El dueño de la finca cayó boca abajo, desmayado o muerto. Muy asustado, Morton acudió de inmediato a socorrer a su rival portando un pañuelo empapado en agua. Pero en un abrir y cerrar de ojos, caballo y caballero se levantaron y salieron a media rienda rumbo a Cerrillos. La treta había dado resultado. Las altas malezas que rodeaban la avenida impidieron que los testigos de la carrera vieran el incidente.
El derrotado Mr. Morton pidió desquite. Pero Ramírez le dijo: “Confiese que su caballito sílfide no es capaz de hacerse el muerto como el mío”, a lo que el norteamericano retrucó: “¡Oh, no! Mi caballo solamente sabe ser caballo”. Y la “broma” de Don Andrés terminó en una magnífica champañada de la que los muchos invitados gozaron.
Al prologar Cuentos y relatos del norte argentino, editado en 1946, Juan Carlos Dávalos estampó: “La literatura no es un negocio, sino una empresa cultural superior a los intereses materiales del artista. Ser estimado y comprendido vale infinitamente más que cualquier suma de dinero”.
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