domingo, 29 de septiembre de 2024

EL MEDIO ES EL MENSAJE Y OPINIÓN


Larreta, el hombre que está solo y espera
El exprecandidato presidencial de Juntos por el Cambio hace autocrítica y maquina, de a poco, un plan alternativo. Anoche Milei lo calificó de “siniestro”
Pablo Sirvén
MAD fue, durante varias décadas, una revista norteamericana muy popular y exitosa. Era una publicación mensual que satirizaba la cultura y las costumbres en los Estados Unidos. En sus portadas siempre se distinguía la cara de un chico pelirrojo, orejón y de sonrisa traviesa, lo que dejaba entrever que le faltaba el diente superior central.
MAD son ahora, aquí en la Argentina, las siglas del Movimiento al Desarrollo, un conversatorio que propicia el intercambio de ideas entre gente con posiciones distintas sobre temas de interés público.
Lo lidera, por el momento con perfil muy bajo, alguien que desde los diez años tiene la convicción de que algún día será presidente de la Nación. La vez que estuvo más cerca de lograrlo (bueno, no tan cerca) fue el año pasado cuando perdió las PASO a manos de Patricia Bullrich.
Bautizado por el padre Carlos Mugica y ahijado de Rogelio Frigerio, el abuelo del homónimo gobernador actual de Entre Ríos, que fundara con Arturo Frondizi el Movimiento de Integración y Desarrollo, Horacio Rodríguez Larreta quiere retomar la senda de ese proyecto trunco que iluminó a la Argentina a finales de los años cincuenta del siglo pasado.
No se sabe, a ciencia cierta, si las siglas de su espacio –MAD– son un homenaje involuntario o un irónico tiro por elevación a Javier Milei, o una mera casualidad. Mad, en inglés, quiere decir loco, demente, enfurecido. Larreta ha sido uno de los políticos más vapuleados e insultados por el actual presidente, pero nunca le respondió con la misma artillería verbal.
Aun siendo tan diferentes –el exintendente cree que el Estado debe tener un papel ordenador, pero no intervencionista, en la sociedad; Milei desea reducirlo a su mínima potencia y, si fuera posible, hacerlo desaparecer–, ambos coinciden en tener la misma profesión: economistas.
Larreta sigue siendo su propio dispositivo principal de comunicación, aunque sin la efusividad desaforada ni el arrastre virtual de Milei. Si bien se ha soltado bastante en los últimos años y achicado distancia con la gente, para la campaña del año pasado, el coacheo excesivo prevaleció sobre su espontaneidad y hubo piezas fallidas, como cuando intentó algunos bailecitos regionales o surfear las olas de Chapadmalal.
Despojado del gran aparato estatal que lo sostuvo durante 16 años hasta el 10 de diciembre último –los primeros ocho como jefe de Gabinete de Mauricio Macri; otros tantos como alcalde de CABA–, mantiene ese estilo, en una escala más reducida, en sus propias redes sociales y ritos: recorre tres veces por semana barrios porteños y el conurbano; también viaja cada quince días a alguna provincia, pero les escapa a las entrevistas televisivas.
Desde que perdió en las PASO viene haciendo autocrítica: que le faltó timing en su anuncio de querer fusionarse con el cordobés Juan Schiaretti. Aunque calcula que, si ese frustrado acuerdo electoral se hubiese producido mucho antes, le habría permitido ganar la interna de Juntos por el Cambio, tal vez desplazar a Sergio Massa de la primera vuelta y plantear, para la segunda, una pulseada de modelos bien contrastados frente a Milei. Pero estas son apenas elucubraciones contrafácticas. Ahora está convencido de que Milei ganará las elecciones del año que viene, pero por mucho menos que el 56% que lo consagró como presidente y que eso, más otras adversidades, harán muy compleja la segunda parte de la gestión libertaria.
Está convencido de que haber sido candidato presidencial tan tempranamente le jugó en contra. Pero tampoco duda de que su vocación de poder está intacta y de que, tarde o temprano, armará un plan alternativo al actual de LLA. También sabe que, si a Milei le va muy bien, otra vez se quedará en el llano, pero si el Gobierno no acierta, el peronismo continúa desorientado y el radicalismo, implosionado, sus chances podrían volver a multiplicarse si armara una buena propuesta.
Considera que no sería una gran estrategia que algunas fuerzas procuren unirse el año que viene contra La Libertad Avanza porque le facilitarían a Milei plantear nuevamente su consigna de “yo o la casta”, que hasta ahora le rindió tanto. Así como el oficialismo en los avisos del blanqueo utiliza la expresión “la nueva Argentina”, que usó el peronismo a mediados del siglo pasado, nada les gustaría más a los hermanos Milei que vencer a una suerte de nueva Unión Democrática que intente desbancarlos del poder.
Larreta, mientras tanto, frecuenta ámbitos académicos. Estuvo en abril por la Universidad de Harvard, a la que está por volver, y acaba de participar de un Zoom con esa casa de estudios sobre cómo se hace para ganar elecciones desde el centro. Desde la teoría, se desconoce qué respondió. Desde lo empírico, su caso no alienta expectativas al respecto.

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Un león antiimperialista que ruge por la emancipación de los pueblos
Jorge Fernández Díaz

“El residente cipayo del movimiento vendepatria libertario rechaza la agenda extranjera y globalista que el gobierno nacional y popular hubiera aceptado de rodillas y con la cola”, ironizó esta semana el Gordo Dan, comandante supremo de las milicias digitales de las fuerzas del cielo y una suerte de Boogie El Aceitoso de los anarcocapitalistas argentos. Javier Milei no tardó en respaldar con énfasis esa ocurrencia, tal vez porque define a la perfección la paradoja del momento: el insólito giro “emancipatorio” que esgrime nuestra nueva derecha para rechazar el debate abierto por la mayoría de los países en el seno de la Naciones Unidas. Aquí resulta bien interesante recordar cómo muchos intelectuales de izquierda advirtieron durante años que la globalización debía ser resistida a toda costa, puesto que consistía en una presunta triquiñuela de los países más desarrollados para sacarles más ventajas a los menos favorecidos. Luego fue evidente que ocurrió todo lo contrario, y que Estados Unidos y Europa –por efecto de esa mundialización de la economía– perdieron potencia y que varias repúblicas emergentes la ganaron: ese es precisamente el origen de la decadencia y el malestar que parió a los populismos de derecha en el primer mundo durante la última década, y es por eso que algunos de ellos muestran incluso sesgos proteccionistas.
La profecía progre resultó falsa y nadie pidió perdón, pero con ella revivieron aquellos floridos relatos antiimperialistas hoy en completo desuso
La profecía progre resultó falsa y nadie pidió perdón, pero con ella revivieron aquellos floridos relatos antimperialistas hoy en completo desuso. El quid de la cuestión es que por lo general la historia y los dioses del destino no se detienen, suelen reírse de los pronósticos y sorprenden con sus imprevistas vueltas de tuerca: el diálogo global creció exponencialmente con la globalización, y los preocupantes desajustes –desigualdades, pobrezas extremas, analfabetismo crónico, serios riesgos ecológicos– cobraron mayor visibilidad, y comenzó a tejerse en consecuencia una conversación sistemática con el objeto de intentar atenuarlos. Para los derechistas de nuevo cuño la globalización pasó de ser entonces un eventual paraíso a un posible infierno, dado que engendraba de pronto una “agenda de corte socialista”, e ideas de potencial consenso que repugnan a quienes no conciben que los nuevos megamillonarios de la revolución tecnológica –el 1% más rico del planeta posee más riqueza que el 95% de la población total– tengan que poner el hombro con aportes e impuestos, y se avengan a las reglas democráticas. O dicho en términos más filosóficos: comprendan la necesidad de estudiar y activar –en defensa de la raza humana– medidas específicas y reparatorias en distintas latitudes para que el darwinismo económico y social no convierta a la civilización en un campo natural de exterminio, en una anarquía o en un polvorín amenazante. Ser lobista de esos nuevos magnates resulta muy rentable, y hacerlo con la coartada de que cualquier intervención en el mercado es una inadmisible acción “comunista” y que la “dictadura global” quiere imponernos de paso la teoría de género y la legalización del aborto representa un reduccionismo: es cierto que la cultura woke juega allí su baza, pero también que existen resistencias y relativizaciones desde la sensatez y la ecuanimidad, puesto que estas discusiones abiertas son protagonizadas por especialistas de todos los colores e ideologías, y el liberalismo, que es un pensamiento profundamente humanista, forma parte esencial de ellas. Pero la derecha populista y el libertarismo en especial son otra cosa, porque se asumen además como “patriotas” y defensores de los “pueblos soberanos” en defensa de la libertad. Sobre todo, en defensa de la libertad de Elon Musk y sus colegas, que comienzan a estar por encima de cualquier gobierno o partido político, y que al fin han encontrado voceros dignos de su causa. Dicho todo esto, no ha errado Milei en algunos pasajes de su controversial discurso, como cuando recriminó a la ONU que le haya permitido el ingreso al Consejo de Derechos Humanos a las siniestras dictaduras de Cuba y Venezuela, o que haya abierto las puertas del Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer a delegados del islamismo más extremo que las sojuzga y esclaviza. Para el Gordo Dan, el León estaba sentando allí “las nuevas bases doctrinarias del mundo libre”. Ya se sabe: los argentinos le podemos dar cátedra a cualquiera, incluso en la misma semana en que mostramos a la comunidad internacional nuestros astronómicos y vergonzosos números de pobreza e indigencia; herencia indiscutida del modelo kirchnerista, pero con 11 puntos de agregado que pertenecen a la gestión libertaria, la misma que para curar al enfermo inflacionario lo ha metido en coma.
No ha errado Milei en su discurso al recriminar a la ONU que haya permitido el ingreso al Consejo de Derechos Humanos a las dictaduras de Cuba y Venezuela, o abierto la puerta para eliminar la discriminación contra la mujer a delegados del islamismo que las esclaviza
Existe en España un refrán gracioso –pasarse tres pueblos y una gasolinera–, que alude a quienes ejercen extraordinaria desmesura o se exceden en cualquier rumbo, incluso en el correcto. El general Ancap y sus muchachos quieren arrancarnos del estatismo más cerril, pero nos llevan a un modelo donde el Estado es ínfimo e indiferente; tanto que todo gasto parece sospechoso e inútil, incluso el que sea necesario para prevenir o apagar incendios pavorosos: total se pueden inventar fake news para aducir que en Córdoba actuaron saboteadores del kirchnerismo cuando la leche ya se ha derramado. Ni calvo ni con tres pelucas, ¿no? Ni la glorificación de Montoneros ni la amnistía a los delincuentes de lesa humanidad; ni el feminismo snob y cancelador ni la idea de que no es necesario proteger a la mujer de la injusticia laboral y la violencia machista; ni los dogmas cerrados del “cambio climático” ni un negacionismo ecológico. Pero ese sentido común, que puede aplicarse a muchos otros temas, les resulta una medianía y una mediocridad a los “revolucionarios” del neoderechismo, que se mide y se piensa de manera especular con su antagonista de la otra vereda. Y es así cómo Milei, queriendo insertarnos en el mundo, acaba de ensartarnos en un lío fenomenal y nos ha emparentado con autocracias oscuras: se pasó tres pueblos y una gasolinera, y lo ha hecho contra las voces foráneas y en nombre de la emancipación. Falta que cantemos todos juntos: patria sí, colonia no.



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