domingo, 29 de septiembre de 2024

SON ADOLESCENTES, NUNCA TUVIERON BAÑO Y VIVEN AVERGONZADOS




"NO ME ANIMO A INVITAR AMIGAS"
YA SON ADOLESCENTES, NUNCA TUVIERON BAÑO Y VIVEN AVERGONZADOS

Texto de Paula Soler | Fotos de Pilar Camacho
Es un viernes frío de agosto y Uriel, de 16 años, se levanta a las 6. Cruza los dedos para que haya agua. Su mamá, Valeria Herrera, agarra la olla y sale de la casa, una construcción de ladrillo sin revocar y techo de chapa. Camina hasta la casilla de madera que usan como baño. Allí hay un inodoro viejo apoyado sobre un agujero que da a un pozo ciego.
Abre la canilla de plástico que está a un costado de la casilla, sobre una bacha improvisada con un tacho de pintura de 20 litros. Por suerte, hay presión y sale agua. Ya de vuelta en su casa, Valeria prende la cocina a garrafa y llena la pava para el mate cocido. El resto del agua queda en la olla, sobre el fuego. La usarán sus seis hijos: para lavarse la cara, las axilas, los dientes y acomodarse el pelo. Salvo el más grande, que tiene 18 y trabaja de albañil, los demás, de entre 5 y 16 años, tienen que llegar a la escuela a las 8.
La última vez que no hubo agua, Uriel no quiso ir al colegio porque no había podido asearse. Le gusta estar “impecable”, incluso cuando llueve y la entrada a la casilla se vuelve un barrial y el aire frío se cuela por las ranuras del machimbre. Ni él ni sus hermanos viven en un lugar inhóspito o una comunidad rural, alejada cientos de kilómetros de las grandes ciudades. La familia Herrera vive en Ingeniero Allan, un barrio de Florencio Varela que está a apenas una hora en auto de la ciudad de Buenos Aires y a 40 minutos de La Plata.
Lejos de ser un caso aislado, ellos son parte de los 900 mil niños, niñas y adolescentes que en la Argentina crecen sin baño o tienen un baño precario en una casilla fuera de su casa, con un inodoro sin descarga mecánica de agua, sin conexión cloacal, ni lavatorio, ni ducha, ni agua caliente, ni luz, tal como lo expone un informe elaborado en exclusiva por el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA.
Muchos de ellos son niños y adolescentes que faltan a la escuela porque se sienten sucios; que se avergüenzan y no invitan amigos a sus casas; que sufren la burla de compañeros porque tienen el pelo opaco y desprolijo; que no tienen intimidad cuando hacen sus necesidades o se bañan; que si necesitan ir al baño de noche lo hacen acompañados porque les da miedo ir solos hasta la casilla donde tienen el inodoro; que se enferman seguido de broncoespasmos, infecciones urinarias y gastroenteritis porque hasta lavarse las manos es una tarea complicada.
“Hay chicos que no conocen el sabor de una pasta de dientes o se sorprenden de que caiga agua de una ducha. O que el agua pueda salir caliente con solo abrir una canilla”, cuenta Tomás Sicouly, cofundador de Módulo Sanitario, una ONG que lleva construidos 1600 baños en 50 barrios vulnerables de 10 provincias del país. Este drama se da en un contexto de pobreza extrema que no deja de crecer: el Indec difundió ayer que el 66% de los chicos de 14 años o menos viven en la pobreza (en el segundo semestre de 2023 el 58% estaba en esa situación) y que un 27% directamente se encuentran en la indigencia (era del 19%).
Milagros, de 19 años, vive en una casilla sin baño y usa el de su mamá, que tiene inodoro pero sin descarga mecánica y por eso debe desagotarlo con baldes de agua. María y sus hijas adolescentes, de 12 y 16 años, usan como baño una casilla que tienen afuera de su casa, donde el inodoro no tiene descarga de agua y no hay ducha, ni lavatorio, ni luz. Un niño juega a la pelota con sus vecinos en Ingeniero Allan, en Florencio Varela, un barrio sin cloacas ni agua de red y donde muchas familias no tienen baño. Mili (9) vive en una casa sin baño y para lavarse su mamá calienta agua en la cocina y la ayuda con un tachito
Miedo al rechazo
Cuando el agua está caliente, Valeria ayuda a sus hijos a lavarse: “Los enjuago con un tachito. Lo difícil es cuando hace frío”. Por eso, trata de bañarlos al mediodía, “cuando el sol da sobre la casilla, así los más chiquitos no se enferman”.
Ian, de 5, suele estar “potreando” por ahí, cuenta su madre. En cambio, Candela (10), Milagros (9) y Bianca (7) juegan a hacerse peinados en lo de su tía, que vive al lado. Van ahí porque ella tiene un espejo “grande”. En la casa de las niñas no hay uno. Bianca tiene la melena revuelta, estuvo entrenando hockey en el club con sus hermanas. Ahora corre por la casa y se esconde. Valeria toma mate con Uriel, “el más adolescente”. Dice que él juega al fútbol y es coqueto, y que le gusta hacerse los cortes de pelo de moda y tener la ropa bien limpia.
Para Charo Mar, psicóloga del Departamento de Niños y Adolescentes de la Asociación Psicoanalítica Argentina, el impacto de no tener un baño en la pubertad y en la adolescencia puede ocasionar en los chicos aislamiento y depresión. “En esas etapas, buscan tener su grupo de amigos, ser aceptados. Por eso, para ellos es muy importante verse bien”, explica Mar.
“Si huelen mal o tienen el pelo opaco, sucio, pueden ser rechazados y sufrir bullying. Todo eso atenta contra su formación como personas porque es la etapa en la que interactúan con chicos que no son parte de su familia”, afirma Mar y remarca que tener un espejo es clave, no solo para arreglarse, sino porque al verse reflejados identifican que están dejando de ser niños, algo clave en su camino a ser adultos.
Candela (10) no tiene baño ni espejo en su casa y suele ir a lo de su tía para peinarse. En muchos barrios populares donde no hay baños, los chicos suelen asearse al mediodía cuando el sol hace que el frío sea soportable. Tomás Sicouly, cofundador de Módulo Sanitario, una ONG que construye baños para familias vulnerables, le explica a María dónde armarán el suyo
“No saben qué es un baño”
“El mundo de una persona que nació con un baño a pasos de su cama no es el mismo del que nació sin uno”, afirma Sicouly, que tiene 34 años y fundó Módulo Sanitario en 2015. Sicouly habla de su mundo y cuenta que nació en Palermo, que estudió ingeniería y que trabajó en una multinacional, pero que renunció para dedicarse a la organización que fundó con varios amigos. Mientras camina por Ingeniero Allan, donde ya hicieron 170 baños, comienza a hablar de esa otra realidad: “No tener baño es un problema grave, pero invisible porque su definición es subjetiva”, asegura y se explica: “En los barrios muchas veces llaman baño a un inodoro en un espacio improvisado de chapas y lonas donde no hay lavatorio, ni ducha, ni luz”. Celia Perkins es enfermera de Cruz Roja y recorre barrios del Conurbano para orientar a las familias en la prevención de enfermedades. Cuenta que las personas sin baño se ven aseadas porque hacen lo que pueden para verse bien. Pero asegura que hay una gran brecha cultural alrededor de la importancia del baño: “Cuando les decís que pueden tener un espacio con un lavatorio y una ducha, los más jóvenes te dicen que no lo necesitan. Pero sus madres o abuelas te dicen que lo quieren porque se criaron con uno y saben los beneficios de tenerlo”. Además, explica que lo simple se hace complicado: “Es difícil para una mamá bajarle la fiebre a su hijo si no tiene una ducha o para una adolescente encarar su menstruación sin exponerse al riesgo de sufrir infecciones urinarias”. Sicouly suma: “El baño es el lugar más caro de la casa. Cuando hay tantas necesidades, es un lujo que se demora o que directamente se descarta”. Según una estimación de Módulo Sanitario, un baño estándar, de material, con grifería, instalación eléctrica, conexión de agua y saneamiento cuesta unos $11 millones, algo así como 43 sueldos mínimos, una cifra casi imposible para la mayoría de las familias de barrios vulnerables, donde viven en su mayoría del trabajo informal. Valeria, que vende productos de cosmética, y su hijo de 18, que trabaja de ayudante de albañil, deberían invertir la totalidad de sus ingresos de más de tres años solo para construir un baño.
María Sanguinetti, de 52 años, es otra vecina de Ingeniero Allan, vende productos de limpieza y vive junto a sus hijas adolescentes, Mía (12) y Brisa (16), que trabaja en un quiosco. En una casilla de madera, fuera de su casa, tienen un inodoro sobre un pozo ciego que se inunda cuando llueve y un espacio donde se asean con un tacho con agua. “Ellas a veces se duchan en la casa de mi nuera. Yo no me acuerdo cuándo fue la última ducha caliente que me di”, dice María y asegura que es difícil ser mujer, menstruar y no tener un baño adentro. Se refiere, entre otras cosas, a tener que salir en la noche y, por una cuestión de seguridad, tener que ir siempre acompañadas.
Los baños que hace Módulo Sanitario son prefabricados y económicos, por lo que tienen un costo de $2,2 millones. De ese total, las familias pagan unos $160.000. Mía, la hija de 12 años de María, no dudó un segundo cuando supo de la posibilidad de que hicieran uno en su casa: “Prefiero el baño. Las zapatillas me las comprás más adelante”, le dijo a su mamá. –¿Cómo te sentiste cuando te dijo eso? –Me dio un poco de tristeza, porque de verdad necesita zapatillas y ahora no se las puedo comprar. Pero el baño es el sueño de todas.
El balde que usa Milagros cuando no quiere salir de noche para ir al baño de la casa de su mamá. La familia de Valeria Herrera mira por primera vez su nuevo baño y la pequeña Bianca (7) toca el botón del inodoro para ver cómo sale el agua. Mía (12) descansa en su cama, mientras de fondo se ve el baño que Módulo construyó en su casa. Ayrton (7) muestra cómo es su baño, que está afuera de la casa y al que, de noche, no quiere ir solo porque tiene miedo
“Me incomoda invitar amigas”
El fin de semana que le sigue a ese viernes nublado y frío, los voluntarios de Módulo construirán 23 baños en Ingeniero Allan. Entre los beneficiarios están Uriel y sus hermanos; María y sus hijas; y Milagros Checchis Biscaro, una joven de 19 años, que estudia Bellas Artes en la Universidad de La Plata y que vendió cuadros pintados por ella para poder pagar su parte del baño. No es la primera vez que se las rebusca con su arte. A los 17 dibujaba mascotas a pedido. Con lo que juntó compró machimbre y levantó una casilla al lado de la casa donde vivía con su madre y sus dos hermanas. “Necesitaba intimidad”, explica la joven, mientras le muestra a Sicouly el pozo que cavó y donde irán los dos tachos de la cámara séptica del baño que se adjuntará a la casilla donde vive. Milagros ahora usa el baño de su madre, un espacio dentro de la casa separado por láminas de madera que no llegan al techo y una puerta improvisada con una sábana. El inodoro no tiene descarga mecánica y deben tirar agua con un balde. La ducha funciona con un calefón eléctrico que deben cargar cada vez que se quieren bañar, y que apenas entibia el agua.
–¿Invitás amigas? –Trato de no hacerlo porque es incómodo.
–¿Te da vergüenza?
–Un poco. Y también impotencia. “Si una niña o una adolescente no quiere invitar amigas a su casa porque no tiene un baño, hace que su mundo se haga cada vez más pequeño”, explica la psicóloga Charo Mar. Luego hace hincapié en la falta de intimidad: “Los adolescentes necesitan privacidad, no solo para reconocer su cuerpo, sino también para diferenciar el ámbito íntimo del público”, dice. Así, una chica que puede encerrarse en el baño de su casa, ejemplifica, pone un límite, se mira en el espejo, se identifica y se siente más segura para salir al mundo. Milagros está entusiasmada. Para estrenar el baño se compró una crema para el pelo. Y se alegra al pensar que se podrá relajar con una ducha al volver de la facultad, después de tomarse dos colectivos y caminar varias cuadras hasta su casa.
Crecer sin baño en el país
Cifras sobre la base de niños y adolescentes de 0 a 17 años


“Llueve agua caliente”
Sicouly asegura que el problema de la falta de baños se acentúa entre las familias que viven en barrios populares cercanos a grandes ciudades del país. “La falta de ingresos por un trabajo en blanco y permanente, así como la falta de servicios básicos es un punto en común”, dice y describe que como no hay agua corriente, muchos acceden a ella a través de perforaciones. Y que ante la falta de cloacas, hacen pozos ciegos.
En Ingeniero Allan, donde viven 3.487 familias, según el Registro Nacional de Barrios Populares, pasa eso. Los servicios de agua, luz y cloacas se limitan a la zona que sus vecinos llaman “el asfalto”. Después del asfalto, el barrio se extiende por calles de tierra y se queda sin servicios. “Por eso los lotes son baratos y hay cada vez más familias en la zona rural que antes era un basural. Son pobres, pero quieren salir adelante y van limpiando el terreno de a poco”, cuenta Norma Cánepa, que nació allí y está a cargo del comedor comunitario Nuestra Señora del Valle. Norma, de 48 años, es testigo de lo que sufren los chicos que no tienen un baño. Ella pasó por lo mismo: por la vergüenza de hacer sus necesidades en un balde para no salir de noche a la casilla, tapándose frente a sus hermanos varones. Recuerda que, de niña, fue al baño de una tía y “no sabía diferenciar el inodoro del bidet”. Y que la primera vez que se dio una ducha fue a sus 15, en la casa de una vecina. “Se ve que sintió que estaba sucia y con mucha delicadeza me preguntó si me quería dar un baño. Cuando terminé me sentía feliz, como estrenando ropa nueva”, sonríe Norma. También habla de su madre y la vez que la operaron de una hernia. Tiene una imagen en la cabeza: ella, de niña, afuera de la casa, de noche, al costado de la puerta de la casilla que usaban como baño, espera que su madre salga, pero no sale, solo escucha sus sollozos de dolor mientras se limpia la cicatriz infectada. “No tener baño hace que todo se complique”, dice Norma con un nudo en la garganta que ni con los años desaparece. Entonces, prefiere hablar de algo que la trae al presente y la ilumina. Cuenta que hace poco, en medio de un bautismo, unos niños entraron al comedor a los gritos. “¡LLueve agua caliente en casa!”, decían, hacían gestos con las manos, se reían y saltaban. “Ese día, la vida de una familia cambió porque los chicos de Módulo le hicieron un baño”, cuenta Norma. Sicouly se centra ahora en todo lo que falta hacer y es categórico cuando se le pregunta si debe haber más presencia del Estado: “Claro que sí. Hay una realidad urgente por atender y no hay planificación para evitar que estas condiciones se reproduzcan”. Para Ianina Tuñón, socióloga a cargo del Barómetro Social de la Infancia en la UCA, “los niños y los adolescentes de hogares vulnerables son los que más sufren las consecuencias de no tener baño. Para que vivan en un ambiente que permita su desarrollo como persona tienen que tener tres servicios básicos: agua corriente, cloacas y un inodoro con descarga”. Aysa es la empresa pública de servicios de agua potable y tratamiento de desagües cloacales para la ciudad de Buenos Aires y 26 partidos del Conurbano. Desde allí explicaron que la zona de Ingeniero Allan les fue transferida recién en 2017 “sin presupuesto ni proyectos previos”, puntos en los que aún trabajan. En cuanto al resto del AMBA, explicaron que “solo se están haciendo trabajos e intervenciones de mejora y mantenimiento”. Mientras que desde la Municipalidad de Florencio Varela no dieron ninguna respuesta. Como la falta de baños y cloacas es un drama que afecta a familias de todo el país, este medio consultó a la Secretaría de Infraestructura de la Nación. Fuentes del área dijeron que tras un relevamiento, planean priorizar “obras de agua y saneamiento en las 23 provincias”, aunque no dieron precisiones y aclararon que muchas obras “son competencia de los gobiernos locales”.Milagros se abraza con Mía, su hermana menor: está feliz porque tiene baño gracias al trabajo de Módulo Sanitario y ahora podrá “invitar amigas” y bañarse “cuando quiera”. Los hijos de Valeria decoraron su nuevo baño con dibujos. Lo que más le gusta a Mili (9) es el colorido de las toallas y la cortina de gatitos
El primer baño
Casi llega la noche y en el hogar de Uriel, en el de María y en el de Milagros se siente la ansiedad por lo que ocurrirá el fin de semana. El domingo tendrán en sus casas un baño con todos los servicios. Uriel dirá que es el primero que se va a duchar. Sus hermanos menores se sorprenderán al tocar el botón del inodoro, verán caer el agua caliente de la ducha con una sonrisa bien grande. Las niñas llevarán un banquito al baño para poder peinarse y tendrán el pelo más brillante que nunca. Mía, la hija de María, estará feliz por haber preferido la seguridad de un baño cálido y luminoso dentro de la casa que unas zapatillas nuevas. Milagros llorará de emoción porque con esfuerzo logró el sueño que le parecía inalcanzable. Ese sueño que cuando se hace realidad le puede cambiar el mundo a muchos niños y adolescentes. La joven sonríe y dice: “Ahora voy a poder invitar a mis amigas”.

Cómo colaborar:
Módulo Sanitario lleva construidos más de 1600 baños en 10 provincias. La ONG sostiene su obra gracias al trabajo de voluntarios y donantes particulares y empresas. Para apoyar su obra, podés:
Participar como voluntario en Buenos Aires, Córdoba y San Luis ● Hacer posible su trabajo con una donación mensualSumar a tu empresa o pyme

TOMÁS SICOULY
“VEMOS CHICOS QUE SE SORPRENDEN AL VER QUE DE LA DUCHA SALE AGUA CALIENTE”
Texto de Paula Soler | Fotos de Pilar Camacho
Son las 10 de la mañana de un domingo de agosto. En el patio del comedor comunitario de Ingeniero Allan el aire se siente frío y huele a pasto mojado y barro. En ese punto del barrio termina el asfalto de esa localidad de Florencio Varela, las calles son de tierra y la lluvia de hace unos días convirtió esos caminos en pasarelas de lodo espeso. “Hoy vamos a cambiar muchas vidas”, dice Tomás Sicouly mientras toma un mate con la responsable del comedor, Norma Cánepa, y mira su reloj. Ese hombre, que ese día no dejará de sonreír, es ingeniero, tiene 34 años y si bien creció y vive en Palermo, conoce de memoria esas calles de tierra. Allí, en 2015, comenzó a cambiar también su propia vida cuando hizo las primeras obras con Módulo Sanitario, la ONG que fundó junto a un grupo de amigos con el objetivo de construir baños en barrios populares que, a pesar de estar a minutos de grandes ciudades, no cuentan con red de agua potable ni cloacas y donde la mayoría de las familias no puede pagar lo más caro de una casa, el baño. Como ocurrió el día anterior, en pocos minutos la tranquilidad matinal del domingo se quiebra con las voces de 170 voluntarios, de entre 18 y 40 años, que bajan de autos y micros desde diferentes puntos de la provincia. Es la segunda jornada de trabajo y hoy, entre todos, incluido los vecinos, terminarán de construir los baños de 23 familias. Tomás los recibe feliz. Se dividen en grupos y van a pie hacia las casas, la mayoría a medio hacer, de paredes de ladrillo o machimbre y techos de chapa, donde viven adultos, niños y adolescentes cuyas vidas “están por cambiar”. Los voluntarios se dispersan. Cargan materiales, cortinas de baño, espejos, toallones y latitas para los cepillos de dientes.Mía, de 7 años, muestra el baño de su casa, donde el inodoro no tiene descarga y para ducharse deben llenar con un balde de agua un calefón eléctrico. Tomás le explica a Milagros, de 19 años, dónde colocarán los tachos que operarán como cámara séptica del baño que Módulo Sanitario le va hacer.
“Un baño no puede ser un privilegio”
“Existen dos mundos: el de las personas que nacieron con un baño a unos pasos de su cama y el de las que no tienen uno”, dice Tomás. Después, explica: “La vida se hace muy complicada si para bañar a tus hijos tenés que calentar agua en una olla, si para hacer tus necesidades de noche tenés que salir de tu casa e ir hasta la casilla compartida con varias familias o si no tenés una ducha para sacarte de encima un mal día”. Hace nueve años, Tomás abrazó un drama que sufren 900 mil niños, niñas y adolescentes que en la Argentina crecen sin baño o tienen uno muy precario en una casilla afuera de su casa, con un inodoro sin descarga mecánica de agua, sin conexión cloacal, ni lavatorio, ni ducha, ni agua caliente, ni luz, como lo expone un informe elaborado en exclusiva para LA NACION por el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA. Muchos de estos chicos sufren burlas porque se ven desprolijos, sienten vergüenza, no tienen intimidad y hasta evitan invitar amistades a su casa, tal como lo reveló una investigación de este medio. “Cuando conjugamos la falta de arrastre en el inodoro, de inodoro y el tipo de saneamiento de la casa, sabemos que hay 6 millones de personas, entre adultos y niños, que viven sin un baño”, detalla Tomás, antes de recorrer el barrio, que queda a solo 40 minutos de La Plata y a una hora de la ciudad de Buenos Aires. Tomás es el menor de tres hermanos y asegura que tuvo “una vida de privilegios”, en la que sus padres, una maestra de inglés y un ingeniero que se dedicó al rubro inmobiliario, lo criaron amorosamente. Su pasión desde chico era saber cómo funcionan las cosas: cómo se generaba la electricidad o cuál es el mecanismo por el cual al abrir una canilla sale agua. Cuando terminó la secundaria, estudió ingeniería industrial en la UCA. Comenzó a trabajar en una multinacional que hace insumos para empresas tecnológicas. Pudo independizarse, alquilar un departamento y vivir de lo que le gustaba. Pero un parate en la producción por la situación económica del país lo hizo tener tiempo libre. Fue entonces que en una charla con amigos surgió la idea de ayudar a los que peor la estaban pasando. Ya había organizaciones que hacían casas, otras que tenían comedores, pero ninguna hacía baños. Junto a sus amigos Alejandra Vidal, Gabriela Zen, Federico Guevara, Matías Nicolini y Juan Quelas, supo que eso era lo que debían hacer: “La carencia de un baño ocasiona problemas multidimensionales: en la salud, en lo social, en el ámbito de la intimidad y la seguridad”.
Tomás visita la casa de Mariana y su familia, quienes el año pasado fueron beneficiarios de uno de los baños que hizo Módulo Sanitario, y hablan sobre el impacto positivo que tuvo en sus hijos, de entre 4 y 14 años, poder tener privacidad y agua caliente. Voluntarios instalan la bacha en uno de los baños. En la casa de Carmen, tras anexar el módulo sanitario, su marido Eusebio y los voluntarios trabajan en las conexiones al pozo. William, de 3 años, se asoma curioso al que será su nuevo baño.
El día que le cambió la vida
Camino hacia los hogares donde Módulo trabaja ese domingo, Tomás señala una casa en la que se ve anexada uno de los baños que la organización construye y que en Ingeniero Allan ya suman 170. En esa casilla de madera vive la familia que lo marcó para siempre. Es la primera a la que le instalaron un baño, allá por 2015, cuando con sus amigos vendían cajas de vinos para poder costear los gastos de esos primeros módulos y cuando todavía no contaban con los cientos de donantes y empresas que hoy los apoyan. “Conocer a María Villalba y a su hijo de 7 años, Osiel, cambió mi vida”, dice y explica que antes de asignar las obras, hacen una encuesta en el barrio para saber quiénes necesitan un baño con mayor urgencia. “Llegué a la casa de María y le pregunté si tenían baño. Me mostró un inodoro entre chapas, lonas y maderas. Eso no era ni es un baño. Fue la primera vez que me encontré con la pobreza y me di cuenta de que yo no tenía idea de lo que era vivir sin un baño”, dice. Luego, cuenta que para ir al baño de noche, Osiel tenía que ser acompañado por su madre porque tenía miedo y no era seguro que fuera solo, que cuando se enfermaba no podía darse una ducha caliente y que su madre debía calentar agua y bañarlo en un fuentón. “Imaginate todo eso en invierno. Veía esas dificultades y me preguntaba cómo un chico puede jugar, invitar amigos, estudiar tranquilo. Cómo puede hacer todo eso si se enferma más que otros porque pasa frío o no adquiere el hábito de lavarse siempre las manos o los dientes. Ahí me di cuenta de que yo era un privilegiado por haber nacido con una canilla de agua caliente a pasos de mi cama”, cuenta casi sin tomar aire. Ese día comenzó en él “un proceso de cambio”, confiesa, porque el mundo, su mundo, ya no era el mismo. Al tiempo de hacerle el baño a María y Osiel, se dio cuenta de cómo fue mejorando el día a día de la familia. “Esa mamá me decía que el nene había empezado a ir solo al baño, que se bañaba solo, que se enfermaba menos y que se lavaba las manos seguido”, dice. Fue entonces cuando su trabajo en la multinacional “dejó de tener sentido”. Ya no estaba motivado y renunció: “Decidí que quería dedicarme al ciento por ciento a Módulo Sanitario. Hoy, cuando vuelvo a casa me siento pleno”.
Tomás le pregunta a Mía, la hermana pequeña de Milagros (a la izquierda) si está contenta con el baño nuevo, y ella le dice que sí y salta contenta. Al final del día, se inauguran los baños en cada hogar y Airton (7), el nieto de Carmen Cabral, se interesa por todas las cosas nuevas que vienen con él. María Ángeles, mientras acomoda las toallas, agradece que por fin tendrá una ducha en su casa.
“Ahora todo es mejor”
Carmen Cabral, de 67 años, vive en una casita de madera elevada sobre unos pilares, junto a su pareja, Eusebio, de 58 y su nieto Airton, de 7. Ve llegar a Tomás, lo abraza y observa a los voluntarios conectar un caño plástico a lo que será el biopozo donde descargará el inodoro, que ya está en una casilla anexada a su casa. Ella le agradece porque su sueño de tener una ducha con agua caliente dentro de la casa se va a cumplir, que Airton no tendrá que pasar frío en el baño que queda a 20 metros de su casa y que de noche su niño ya no tendrá que hacer pis en un balde. Tomás sonríe y le pide que se abrigue, le pregunta por sus plantas, porque ella ama las plantas, y por la última crecida del arroyo que atraviesa el barrio. “El agua tapó hasta el inodoro de afuera. Mandé al nene a lo de una hija mía porque no podía ir al baño pobrecito”, cuenta un poco con angustia y un poco con la tranquilidad de saber que eso no pasará más. Tendrá un baño de verdad. A unos 50 metros, en una casita de madera con un comedor y una habitación, viven Mariana Altamirano, de 35, su marido Alejandro, de 33, y sus hijos Oriana (14), Ian (12), Kiara (8) y Morena (4). Hace un año que Módulo Sanitario les construyó un baño y aseguran que ahora “todo es mejor”. Mariana cuenta que se les complicaba mucho salir de la casa para ir al baño de noche. Porque hacía frío, porque era inseguro o porque como viven al pie del arroyo, con cada lluvia se les inundaba la casilla del baño. “Usábamos un balde o nos aseábamos dentro de la casa. Nos cubríamos con una sábana, era muy incómodo, más para los nenes. No teníamos privacidad”, recuerda y le convida un mate a Tomás. La primera vez que su hijo pequeño se dio una ducha, fue en el baño que hizo Módulo Sanitario. “Lo que era complicado se hizo fácil. Ver cómo mejoró todo nos dio ganas de más y ahora estamos construyendo la casita de material, de a poco, con habitaciones para cada chico y para nosotros”, dice con una sonrisa Alejandro, que trabaja como albañil. Tomás los felicita y les explica que será fácil anexar el baño y le da algunos consejos. Descubrir el sabor de la pasta dientes
En estos nueve años, Módulo Sanitario construyó 1600 baños en 10 provincias del país. Son baños económicos con una ducha, un calefón eléctrico, una bacha y un inodoro. El costo es de unos 2 millones de pesos, cinco veces menos que uno estándar de material y con todos los artefactos. Cada familia aporta cerca del 10% y ayuda con la construcción que se realiza en un fin de semana. Milagros Checchis Biscaro tiene 19 años y vendió cuadros que ella misma pintó para pagar su parte del baño. Estudia Bellas Artes en la Universidad de La Plata, vive en una casilla de madera al lado de la casa de material, aún en construcción, donde viven su madre y sus dos hermanas. En medio del ir y venir de los voluntarios que están terminando de instalar la bacha en su nuevo baño, Milagros y una amiga serruchan una madera para la escalerita que conectará el baño con su casa. “Para mí, es un sueño lo que hacen. Cuando me dijeron que me iban a construir un baño no lo podía creer. Hice el esfuerzo de pintar mientras estudiaba y lo logré. Ahora falta cada vez menos para poder darme una ducha cuando yo quiera”, le dice a Tomás. Él le contesta que siente orgullo por lo que logró, que sabe la importancia de un baño para una adolescente. Faltan pocas horas para que termine el día y Tomás ya visitó a varios de los vecinos que tendrán un baño al final del día. Tomó mate con ellos, le convidaron empanadas, pizzas, y guiso, almuerzos que cada familia preparó para los voluntarios. Mientras mira cómo cuelgan las toallas, cómo fijan los espejos sobre los lavatorios y la prolijidad con la que los voluntarios ubican los cepillos en cada recipiente, confiesa que nunca deja de disfrutar del momento de la inauguración. “Cuando los adolescentes saben que van a tener un espacio íntimo para ellos, cuando los más chicos descubren por primera vez el gusto de la pasta de dientes, cuando abren la ducha y se sorprenden porque el agua sale caliente, cuando se ven en el espejo, cuando saben que ahora pueden ir solos al baño porque está dentro de su casa, te das cuenta de que les estás cambiando la vida”, dice y sonríe.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.