viernes, 20 de septiembre de 2024

CRÍTICA DE TEATRO...."CLANDESTINA"


Belén Blanco se luce en Clandestina, una obra dirigida y escrita por Natalia Villamil.
Juan Carlos Fontana.Belén Blanco en un papel incandescente que conmueve 
Belén Blanco se luce en Clandestina, una obra dirigida y escrita por Natalia Villamil.
CLANDESTINA
AUTORA Y DIRECTORA: NATALIA VILLAMIL. INTÉRPRETE: BELÉN BLANCO. MÚSICA EN ESCENA: GUADALUPE OTHEGUY. VESTUARIO: PAOLA DELGADO. ESCENOGRAFÍA: RODRIGO GONZÁLEZ GARILLO. ILUMINACIÓN: MATÍAS SENDÓN. SALA: CUNILL CABANELLAS, TEATRO SAN MARTÍN (AV. CORRIENTES 1530). FUNCIONES: MIÉRCOLES A DOMINGOS, 19.30 HS. DURACIÓN: 55 MINUTOS.


La autora y directora de esta pieza, Natalia Villamil, es psicóloga además de dramaturga y directora, y ha trabajado en la línea 144 para la atención a la violencia de género. Quizás está experiencia nutrió su imaginario teatral. Sus obras se mueven con comodidad a la hora de crear personajes que ahonden en la oscuridad del dolor y el alma humana. La dramaturga suele explorar tanto lo tanático como el drama rural, como se observa en este último texto estrenado en el Teatro San Martín.
Si en Rota (2022) -ganadora del concurso nacional de obras de teatro, dramaturgia escrita por mujeres, otorgado por el Instituto Nacional del Teatro- abordaba el drama de una madre cuyo hijo se suicidó luego de matar a su esposa; en Clandestina refiere a una situación de aborto clandestino. Este es un drama rural -algo que también le atrae a Villamil, que nació en Lobos-, en el que una joven es víctima de una relación poco consentida y queda embarazada.
Sin saber qué hacer, la chica decide ella misma practicarse un aborto con agujas de tejer. Con la ayuda de su hermana, luego de un intenso sangrado, recurre a una vieja parturienta, la que le práctica un legrado (raspado) para quitarle aquello que la chica llama “un escarabajo”, el que según indica ya llevaba cinco meses en su vientre. Más tarde, cuando aparece la madre, la lleva al hospital, del cual los médicos -desconcertados por el cuadro del sangrado- la dejan ir, en compañía de una madre que no reclama ni pregunta nada. Qué va a reclamar la mujer, si a sus dos hijas las maltrata y, particularmente a la protagonista de la obra la golpea mientras le dice: “Marta, tu problema es tu cabeza, Marta”.
¿Cómo ocurrió el hecho? En un baile de campo, un joven alto y de ojos azules cabeceó a Marta y la invitó a bailar. Luego charla va, besos vienen. Fue un dolor lacerante provocado por ese huracán que irrumpía en su interior sin permiso que, como ella misma dice, fue “rápido, rápido. Con furia, con esa furia que pareciera más bronca que ganas”. Marta queda así como otra víctima más de tantas.
Este relato escenificado que trae a escena Natalia Villamil provoca, por instantes, un aterrador impacto en el que observa y escucha la escena. Belén Blanco es quien le pone el cuerpo a estas palabras, que se asemejan a los versos de una poesía trágica. Su describir las situaciones, ese casi decir entrecortado, permite que nos enteremos que en ese rancho de adobe -la escenografía lo ilustra certeramente como si fuera una instalación performática-, donde se cuecen las sórdidas soledades de tres hermanos, dos mujeres y un varón más pequeño, librados no solo a la soledad sino a un campo en cuyos pastos buscan contención.
Blanco resplandece a partir de una interpretación que conmueve casi hasta las lágrimas. Ella no grita, casi susurra y esas mínimas palabras, sus silencios, le permiten ir construyendo con su cuerpo una partitura de mínimos movimientos, que recrean muy bien el trágico contenido que le da identidad a su personaje. Es curioso porque, a pesar de la oscuridad, de lo que se describe y cuenta, el cuerpo de la actriz se ilumina de creatividad, de una expresividad que se transforma en un ritual, es casi una danza lo suyo. Es cierto, a veces el dolor se conecta con algo místico, religioso, en una ceremonia en la que cuerpo es dominado, quizás, por energías que desconocemos, pero reaccionamos a ellas, como dejándonos llevar. Y Blanco hace eso con ese estilo interpretativo tan personal, tan excelente, que nos ha conmovido en otros trabajos. Guadalupe Otheguy, en voz y guitarra, dice, canta y resulta casi una compañía inseparable de la intérprete, una caricia que la acompaña con luz propia, en este devenir de una situación de abuso y de un primitivismo tan sórdido que deja sin palabras.
En la sala Cunill Cabanellas, en la que se presenta esta obra, Blanco aún es recordada por su personaje en Las lágrimas amargas de Petra Von Kant, que estrenó en 2018. En ese ámbito oficial también se la vio en Hamlet, en Querido Ibsen: Soy Nora, y muy lejanamente en Los invertidos.
Natalia Villamil dirige casi con un estilo minimalista. Su puesta en escena es la construcción de una filigrana muy simple, en la que sólo se yerguen los sentimientos más esenciales que deben aparecer en el personaje. Una virtud de la autora-directora. Clandestina es, entonces, una oración sobre el horror al que están expuestas las mujeres que aún hoy, abortan clandestinamente, y a la vez permite no olvidar que en muchos hombres existe un perdurable machismo violento, difícil de erradicar. La pieza es un incandescente poema sobre el dolor más primario y está resuelta tan solo con lo esencial, como buscando casi un estado confesional entre el espectador y las intérpretes. 

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