viernes, 13 de septiembre de 2024

“El Cruce” se llama el comedor y atiende en la unión de las rutas 226 y 55. camino a Balcarce






De 1937: el histórico comedor en un cruce de rutas que sirve un sándwich titánico y venerado por los clientes
Mabel Di Santis y Daniel Rivera (der.), con su hijo Ignacio (izq.
De jamón crudo y queso, mide más de medio metro y lleva un kilo de relleno; lo preparan en una parada el acceso a Balcarce, que se convirtió en obligada por esta monumental atracción gastronómica
Leandro Vesco
BALCARCE.– “Es sagrado”, dice con orgullo Mabel Di Santis, sobre su sándwich de jamón crudo y queso que mide más de medio metro y tiene un kilo de fiambre. Titánico e inabarcable, es un monumento gastronómico que se ha convertido en icónico entre los miles de viajeros que pasan por el acceso a esta ciudad. “El Cruce” se llama el comedor y atiende en la unión de las rutas 226 y 55. Desde 1937 jamás cerraron y se transformaron en un sinónimo de la localidad conocida por ser la cuna de Juan Manuel Fangio.
No es fácil asimilar el sándwich, la fuente con la que lo sirven no alcanza para contenerlo. “Se lo quedan mirando sorprendidos”, comenta Daniel Rivera, el esposo de Mabel. Tiene fama de ser el más grande de todos, la elocuencia con la que se lo presenta confirma esa gracia. El pan es una pieza de cincuenta centímetros, fresco, del día, horneado en una panadería de Balcarce. “Es un misterio, no sabemos por qué genera tanta veneración”, cuenta Rivera.
El pan es una pieza de cincuenta centímetros, fresco, del día, horneado en una panadería de Balcarce
A la pieza de pan, crocante, ancha y alta, le sobresalen las incontables y ponderosas fetas de jamón crudo y queso. Lo hacen en la cocina y lo presentan en el mostrador, pulcro e impoluto. Los números del sándwich asombran: medio kilo de queso y medio kilo de jamón crudo. Se puede compartir en cuatro y la mejor manera de disfrutarlo es en el salón. Vidriado y rutero, tiene vista panorámica a la rotonda y a las sierras. “La ruta nunca para de tener movimiento”, expresa Di Santis.
“No saben qué mirar, si las sierras o el sándwich”, comenta Rivera. Luminoso y amplio, el comedor atravesó toda la historia de Balcarce. Esta comienza con los abuelos de Mabel; él de sangre italiana y ella, chilena. A esta última se le ocurrió que este cruce de caminos –en aquel entonces de tierra– iba a atraer gente. Hicieron un pequeño rancho de chapa en el centro de la antigua rotonda. Corría el año 1937 y Balcarce era un pueblo.
La historia de "El Cruce" comienza con los abuelos de Mabel; a su abuela se le ocurrió que el cruce de caminos iba a atraer gente, corría el año 1937
“Cuando no era famoso, Fangio venía a jugar al billar”, confirma Rivera. Hábiles conocedores de los gustos de aquel entonces, nunca faltaba la copa de aperitivo, los mazos para jugar al mus y un plato de comida caliente. “Comenzó cortando a cuchillo el fiambre”, recuerda Rivera. Todavía no había máquinas cortadoras, pero los primeros sándwiches fueron muy bien recibidos. “Venían los picapedreros”, agrega Di Santis.
Aquellos duros trabajadores que se pasaban de sol a sol en las canteras, a pico y a pala, generalmente inmigrantes montenegrinos y vascos, llegaban al fin del día hambrientos y sedientos. “Siempre fue un punto de encuentro”, sostiene Di Santis. En pocos años logró imponerse y de las “24 horas del día, estaba abierto 20″, afirma. Sus abuelos vivían al lado del comedor. Cuando se inauguró el servicio de micros de Tandil a Mar del Plata, la empresa no lo dudó: el comedor pasó a ser una parada obligada y nacía entonces la leyenda.
Vidriado y rutero, el comedor tiene vista panorámica a la rotonda y a las sierras
Con el correr de los años, muchas empresas se sumaron y, antes de hacer los cinco kilómetros que llevan al centro de Balcarce, optaban por frenar aquí. “Era un lindo caos”, describe Ignacio Rivera, cuarta generación que atiende junto a sus padres. Desayunos, almuerzos, meriendas y cenas, los servicios duraban menos de media hora para que los micros pudieran seguir viaje. A los 13 años, Mabel debió ayudar al emprendimiento familiar. “Me crie entre las mesas y el mostrador”, indica.
Mudanza
El progreso intentó poner en jaque al comedor. Cuando se asfaltó la ruta 226, en 1969, “El Cruce” debió reubicarse a su actual ubicación, en frente de la rotonda. Durante el proceso, jamás dejó de atender a sus clientes. “Los sándwiches eran ya muy conocidos”, señala Di Santis. En 1985 entró Daniel al equipo. “Iba a estar un mes, pero ya voy 40 años”, dice. La familia continuó con el legado y la historia se repitió: sus hijos se criaron entre las bandejas de medialunas y los de crudo y queso que se hicieron una ceremonia de iniciación entre viajeros.
“Muchos padres traen a sus hijos para que los prueben, así como lo hicieron con ellos”, apunta Ignacio. La liturgia se hace en las mesas y es emocionante. El inmenso sándwich reúne a toda la familia.
La gastronomía es otro de los pilares que sostienen la identidad de Balcarce; "El Cruce" se convirtió en un clásico dentro de esa oferta
Balcarce vive al ritmo de los viajeros y los motores. La ruta 55 es su avenida principal y su plaza es, para muchos, la más bella de la provincia, con diagonales que la dividen y conectan, arbolada y ornamentada con monumentos, canteros y esculturas. Por aquí pasa la mayor actividad de la localidad atravesada por la presencia de Juan Manuel Fangio.
En el acceso puede verse un auto intervenido por el escultor Carlos Regazzoni y, a partir de allí, en incontables rincones la referencia al múltiple campeón es constante; el epicentro está en el Museo Fangio. Pero la gastronomía es otro de los pilares que sostienen la identidad de Balcarce. Aquí se creó el postre homónimo que es uno de los más populares de la Argentina: cada panadería hace su versión y muy pocas la receta original.
“El Cruce es vivir una experiencia”, detalla Darío Arenas, exbasquetbolista (llegó a jugar con Manu Ginóbili) y miembro de la cuenta de Instagram La Ruta del Crudo y Queso, quienes recorren el país deteniéndose en paradores y comedores ruteros para hacer degustación de los distintos sándwiches; postean sus vivencias en la red social. “Antes de llegar a Balcarce, ya tenés en mente que vas a disfrutar del manjar”, dice sobre el sándwich de “El Cruce”.
La localidad está atravesada por la presencia de Juan Manuel Fangio; en el acceso puede verse un auto intervenido por el escultor Carlos Regazzoni
Su mirada no se escapa en destacar el tamaño del sándwich. “Si medimos la cantidad de fiambre en pulgadas, ya estamos hablando de algo muy serio”, aclara. Y agrega: “Es monumental. No es normal ese tamaño”. ¿Por qué los sándwiches de jamón crudo y queso logran evocar sentimientos de veneración y fidelidad? Para Arenas la respuesta está en el propio fiambre. “Tiene que ver con la fuerza que tiene el jamón crudo en el paladar y lo que genera en nuestro cerebro”, dice.
Conocedores del hábito de los viajeros, hace 87 años que los reciben y han atravesado todas las modas de consumo, y las crisis. “El tiempo de los colectivos ya desapareció”, cuenta Ignacio. Los paradores dejaron de recibirlos, pero a la par, en los últimos años aumentaron las visitas de autos particulares con familias, parejas o grupos de amigos que paran para buscar una experiencia que enriquezca el viaje. “También existe un misterio”, reconoce Rivera en el sándwich que hacen. “No sabemos qué es, pero existe”, agrega.
Rutas gastronómicas
“Uno se puede imaginar la pata, el corte, una reunión de amigos, la veneración por el lado de la expectativa”, describe Arenas el sentimiento que lleva al habitante sibarita de las rutas a frenar en lugares como “El Cruce”. Aquí no solo venden de este fiambre, sino de jamón cocido, salame, lomo, hamburguesa y matambre casero. “Sin dudas, el más pedido es el de crudo y queso”, confirma Di Santis.
Mabel Di Santis y Daniel Rivera atienden el bar El Cruce, en Balcarce, famoso por su sandwich de jamón crudo y queso, el Titán de Balcarce del tamaño de un antebrazo. Su hijo Ignacio es la cuarta generación que atiende el lugar conocido por viajeros que también eligen las opciones de matambre y jamón cocido.Hernan Zenteno - La Nacion
Estas rutas gastronómicas se encienden en las redes sociales con comentarios. “Los sándwiches son un poema, son de los mejores de la Argentina”, escribe Federico Sperling. “No tiene nada que envidiarle al bocadillo de jamón crudo que uno puede comer en España”, agrega Juan Cruz Rodríguez. Uno de estos puristas encuentra una clave: “Para mí, Balcarce es Fangio, el postre y los sándwiches de El Cruce”, dispara Hugo Ogando.
La familia parece alejada de esta realidad de clientes fieles que los veneran. “Nosotros tenemos que hacer el mejor sándwich”, dice Rivera. ¿Cuántos hacen por día? “Cuando se nos acaba el pan, ahí frenamos”, añade. Una inmensa lata de gaseosa se alza en el frente del local, las mesas siempre listas, la cafetera que humea, botellas de vino y fotos de los abuelos que comenzaron con esta historia cuando aún atendían a gauchos que llegaban a caballo. Magia, misterio, o el tiempo que se ha detenido en este salón de sencilla belleza. “Cada sándwich cuenta la historia de nuestra familia”, resume Di Santis.

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