viernes, 27 de septiembre de 2024

ESTRENOS...."El Jockey " Y "El hombre que amaba los platos voladores"


Un derroche de creatividad al servicio del arte
Guillermo CourauUn relato profundo y existencialista que va más allá del mundo del turf agencia RF
(ARGENTINA, MÉXICO, ESPAÑA, DINAMARCA, ESTADOS UNIDOS/2024). DIRECCIÓN: LUIS ORTEGA. GUION: Luis Ortega, Rodolfo Palacios, Fabián Casas. FOTOGRAFÍA: Timo Salminen. MÚSICA: Sune Rose Wagner. EDICIÓN: Rosario Suárez, Yibrán Asuad. ELENCO: Nahuel Pérez Biscayart, Úrsula Corberó, Daniel Giménez Cacho, Daniel Fanego, Osmar Núñez, Roberto Carnaghi, Mariana Di Girólamo, Luis Ziembrowski, Jorge Prado, Roly Serrano, Adriana Aguirre. DURACIÓN: 96 minutos. CALIFICACIÓN: apta para mayores de 16 años.

Hace rato que uno viene escuchando que el cine está huérfano de ideas. ¿Qué sucede cuando aparece una película que es todo lo contrario, que es un derroche de imaginación, creatividad y riesgo, puestos al servicio de una búsqueda artística? Sucede una obra como El Jockey, el último y más personal trabajo de Luis Ortega, en el que logra fusionar inquietudes y estética de manera casi perfecta.
Morir y nacer de nuevo, como un reset del alma, de quiénes somos y de las mochilas que cargamos. Esa es la solución que le da Abril (Úrsula Corberó) a Remo Manfredini (Nahuel Pérez Biscayart), un jockey caído en desgracia y padre de su hija por nacer, para expiar sus pecados. El protagonista tomará esa sugerencia al pie de la letra, sumergiéndose junto al espectador, en un universo surrealista delineado por sus obsesiones y preocupaciones intrínsecas. Las sensaciones (porque ante todo es eso, una película de sensaciones) que genera El Jockey varían de espectador en espectador. Habrá quien salga del cine asegurando que es una comedia dramática, junto a quien jurará haberse dejado llevar por la calma de la historia sin esbozar una sonrisa. Y los dos tendrán razón.
Uno de los méritos de Luis Ortega, en su doble rol de director y guionista, es ofrecer una historia cuya identidad fluctúa, tanto o más que la de su propio protagonista. La autoexploración que hace Remo de sí mismo -sin mayor pretensión que la de encontrar otro “yo” al que asirse- sigue esa lógica de destrucción y construcción permanente donde no hay parámetros. Por eso puede pasar de ser un jockey autodestructivo a salir de un hospital con un tapado y una cartera, reformulando su ser, no solo a partir de su propia perspectiva, sino también de todos los que lo rodean. Ya no es Remo, es “la piba” o “Dolores”. Y cuando parece que es un viaje desbocado hacia adelante, como una carrera más, aunque sin meta a la vista, el guion da un nuevo giro y vuelve a las bases, un viaje a la semilla en donde empezó (o vuelve a empezar) todo.
Una película tan a flor de piel como El Jockey no podría llegar a destino sin un concepto prolijo, preciso y metódico que permita ordenar el caos. Lo bizarro y lo dramático danzan junto a los actores al compás de un tema de Virus, Sandro o Palito Ortega. Y es entonces cuando el poder de la imagen se hace cargo de la narración, ofreciendo un espectáculo cautivante. Lo mismo se puede decir de la puesta en escena, de la fotografía, de cada aspecto técnico que funciona como lenguaje en sí mismo y no como mero acompañamiento, encastrándose en un todo inclasificable, pero lo suficientemente atractivo como para querer seguir viendo.
Si se trata de hacer una enumeración de los mejores actores argentinos contemporáneos, rara vez se piensa en Nahuel Pérez Biscayart para integrarlo, cuando en realidad merece estar en la cumbre de la nómina. Tiene que llegar una nueva película para subsanar, aunque sea por un rato, la injusticia.
Decir que su papel en El Jockey es el mejor de su carrera sería tan injusto como arbitrario, pero sí es imprescindible destacar que la película no sería lo que es sin él. Su Remo no necesita de grandes diálogos (de hecho, debe ser uno de los protagonistas con menos parlamento en la historia del cine parlante) para conducir al espectador a las entrañas de su universo, y manejarlo a su antojo mediante gestos, miradas y conductas que transmiten mucho más que el mejor diálogo.
Jugar sin reglas ni límites aparentes es un arma de doble filo, más cuando el resultado será juzgado por muchos que no están acostumbrados a vivir sin reglas. Luis Ortega -tal vez por convencimiento, tal vez por pretensión- decidió hacer las cosas a su manera. Y esa convicción es la que transforma a El Jockey en una película imposible de pasar por alto.


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El hombre que amaba los platos voladores y El jockey, dos films para no perderse
Paula Vázquez PrietoLeonardo Sbaraglia en su intepretación de José De Zer
(ARGENTINA/2024). DIRECCIÓN: Diego Lerman. GUION: Diego Lerman y Adrián Biniez. FOTOGRAFÍA Y CÁMARA: Wojciech Staroń. EDICIÓN: Federico Rotstein. ELENCO: Leonardo Sbaraglia, Sergio Prina, Osmar Núñez, Renata Lerman, María Merlino, Agustín Rittano, Norman Briski, Daniel Aráoz, Mónica Ayos. DURACIÓN: 107 minutos.

¿ Cómo abordar el personaje de José De Zer? Quizá para los más jóvenes sea un desconocido, un hallazgo de esta nueva película de Diego Lerman (Una especie de familia, El suplente), pero para los que ya tienen unos años, De Zer fue una figura estelar de la televisión de finales de los 80, aquel que asomó en Nuevediario como el artífice de una saga noticiosa que tenía a los ovnis y el cerro Uritorco como epicentro. También había sido el periodista que cubrió el copamiento al cuartel de La Tablada, un cronista de espectáculos de la noche porteña, un artista en la búsqueda de interés allí donde no parecía haber más que abulia y monotonía.
¿Cómo abordar a ese personaje tan querido por sus compañeros, extravagante en sus apariciones públicas, con su pelo canoso y sus alaridos al camarógrafo apodado ‘Changuito’? Como “El hombre que amaba a los platos voladores”, nos dice Lerman y nos invita a la aventura de su descubrimiento (Leonardo Sbaraglia) camina y camina por los largos pasillos de un teatro de revista a la espera de saludar a la estrella, la estridente Mónica (Mónica Ayos), con sus pelucas y atrezzos que van y vienen entre el escenario y el set de la televisión. José se mueve como pez en el agua, con su camperita clara ajustada a la cintura, su sonrisa de dientes blancos y una alegría de estar ahí, en el medio de “la movida”, que resulta contagiosa. De repente, un problema coronario lo deposita en la cama de un hospital y le ofrece una visión: sus horas de extravío en el desierto del Sinái durante la Guerra de los Seis Días regresan como una ráfaga a su memoria, quizá como una señal de lo que vendrá, como el preámbulo de un volantazo para su carrera como cronista en la televisión.
Un pequeño pueblo de Córdoba busca reinventar su protagonismo turístico gracias al rumor de que objetos voladores no identificados han sido avistados en la zona. ¿Una trampa de los inversores que buscan revaluar sus tierras o una leyenda creída por los lugareños? No importa, porque José va hacia allí con el Chango (Sergio Prina, notable) como copiloto, a revolucionar el pueblo de montaña y convertirlo en el germen del furor de las fake news contemporáneas.
Pero El hombre que amaba a los platos voladores no es un registro testimonial de aquella historia sino la exploración del viaje de José hacia ese destino inventado, hacia un encuentro profético.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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