Por una Europa federal y posnacional
Javier Cercas
Mi Europa ideal es esta: una Europa que combina la unidad política con la diversidad lingüística y cultural. Desde la Segunda Guerra Mundial, hemos aprendido que la unidad política constituye la única forma de preservar en Europa la paz, la prosperidad y la democracia, y en los últimos años se han dado pasos relevantes para que la UE deje de ser una confederación y se convierta en una federación, que es lo que debería ser. Pasos políticos y económicos; falta un paso aún más importante: consiste en cambiar la Europa nacional por una Europa posnacional.
La Europa de las naciones se forjó a lo largo del siglo XIX al calor del nacionalismo, que fue el rostro político del Romanticismo y la ideología capaz de cambiar la legitimidad divina del poder, propia de las viejas monarquías absolutas, por la legitimidad popular, propia de las democracias modernas. El problema fue que en el siglo XX esa ideología progresista se convirtió en una ideología reaccionaria, que arrasó Europa en dos guerras mundiales, que en el fondo fueron una única y dilatada guerra nacionalista. La unión de Europa se concibió tras ese apocalipsis como un antídoto contra el nacionalismo, que pese a ello conserva intacto, todavía hoy, su espeluznante poder destructivo, según demuestran la guerra de Ucrania o el surgimiento de las diversas formas del nacionalpopulismo en toda Europa (empezando por España). Por eso, la mejor forma de culminar el proyecto europeo consiste en trocar una Europa plurinacional por una Europa posnacional, donde el sentimiento de pertenencia nacional no sea una cuestión política, sino una cuestión íntima, personal. ¿Una utopía perniciosa? ¿Una ingenuidad? En absoluto: durante siglos, Europa se desangró en inacabables guerras de religión, hasta que, en el siglo XVIII, la revolución ilustrada extirpó el sentimiento religioso de la vida pública y lo confinó en la privada, con lo que muchísimos europeos dejaron de enfrentarse por motivos religiosos (no así los españoles: en parte a causa de la debilidad de nuestra Ilustración, nosotros seguimos matándonos por nuestras creencias hasta la Guerra Civil, que también fue una guerra de religión, como en el siglo XIX lo fueron las guerras carlistas). Necesitamos una nueva revolución ilustrada, que excluya el sentimiento nacional del dominio de lo político y lo confine en el de lo privado, para que los europeos dejemos de matarnos por motivos identitarios, como hemos hecho durante dos siglos y seguimos haciendo (no solo los europeos, claro: el conflicto palestino-israelí es también, en gran parte, un conflicto identitario, nacionalista). No se trata por supuesto de proscribir el sentimiento nacional (como no se trataba en el siglo XVIII de proscribir el sentimiento religioso); tampoco, de que nadie deje de usar su propia lengua y tener sus costumbres y sentirse lo que quiera (alemán, francés o español, catalán o vasco o extremeño): se trata de que, gracias a un potente Estado europeo que blinde la igualdad ante la ley y proteja las diferencias culturales o identitarias o religiosas, cada uno se sienta lo que quiera sin convertir ese sentimiento en un asunto público, y sin que nadie pueda usarlo como dinamita política. Ni las creencias ni los sentimientos deberían formar parte del debate público, porque se puede discutir sobre razones, pero no sobre creencias o sentimientos: los sentimientos son muy respetables (como las creencias), pero en cuanto la política se vuelve sentimental (o se convierte en una fe) deja de ser política.
Una nueva revolución ilustrada: eso es lo que necesitamos en Europa. Como la derecha es constitutivamente nacionalista, esta revolución debería abanderarla la izquierda, que es constitutivamente internacionalista: no la izquierda jacobina, incapaz de emanciparse del marco mental nacional, ni mucho menos la izquierda plurinacional, que propone resolver el problema multiplicándolo, sino una izquierda posnacional. Una izquierda racionalista y no sentimental, que vuelva a las raíces de la izquierda –libertad, igualdad, fraternidad– y abogue por la privatización del sentimiento nacional. ¿Hay alguien por ahí?
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Apología del viaje iniciático
Maximiliano Gregorio-Cernadas —
Fue costumbre de los jóvenes nobles europeos, entre los siglos XVII y XIX, emprender un largo viaje iniciático, sobre todo por Italia y Francia, entonces faros de Occidente, al que se conocía como Grand Tour, con objeto de adquirir experiencia en el conocimiento del mundo y que, indefectiblemente, dejaba una huella indeleble en aquellos espíritus juveniles.
Un arquetipo se halla en las Cartas a su hijo sobre el arte de ser un hombre de mundo y un caballero (1774) que el erudito diplomático inglés Lord Chesterfield escribió a su hijo durante sus varios años recorriendo las cortes europeas. Entre nosotros, el célebre militar, diplomático y escritor Lucio V. Mansilla fue alejado de devaneos amorosos y liberales que horrorizaban a su tío el dictador J.M. de Rosas mediante un largo periplo por la India, Egipto, otros países de Oriente, Londres y París, cuyas andanzas recogió en De Adén a Suez (1855). Otros viajes iniciáticos más recordados y próximos fueron el del Che Guevara por Latinoamérica y el de los Beatles en la India. Actualmente es habitual entre los jóvenes europeos reservarse un tiempo sabático a fin de “ver mundo”.
Hace medio siglo, cuando, en 1974, tenía 14 años, realicé un viaje iniciático que habría de transformar mi perspectiva del mundo. Mi padre,capitándeunbuquemercante, liberal de espíritu y apasionado de las aventuras ultramarinas, tuvo la visión de que una prolongada travesía me inmunizaría contra los gérmenes extremistas que acechaban a muchos jóvenes argentinos de aquellos trágicos años 70.
En su austero pero muy marinero buque de imponente eslora, de los que en la Segunda Guerra Mundial integraron los convoyes que atravesaban el Atlántico infestado de submarinos nazis para abastecer a los aliados, emprendimos un recorrido de tres meses por Brasil, Curazao, Cuba, el Caribe, México y remontamos el Mississippi hasta Nueva Orleans. No recuerdo que mi padre me aleccionara de ninPoco gún modo acerca de lo que vi en las dos sociedades más opuestas de aquel periplo –Cuba y EE.UU.–, pero las experiencias fueron, aun para un adolescente, elocuentes e imborrables luego de 50 años.
Entonces Cuba, sostenida por la URSS, vivía un auge de sus relaciones internacionales, evidente en una bahía de La Habana desbordada de naves extranjeras, que debían aguardar varios días antes de conseguir amarrar, aunque desembarcábamos diariamente en lanchones. La simpatía política entre ambos gobiernos cargó nuestras bodegas de granos y de autos, de modo que el ingreso diario a la ciudad era por las calles portuarias y no turísticas, donde era imposible ocultar las generalizadas imágenes de la miseria, el abandono edilicio, la desnutrición, el trueque clandestino, la prostitución, el contraste con la minoría de la nomenklatura a la que estaban destinados esos vehículos argentinos, el opresivo control y los amargos diálogos con los desesperados cubanos.
después, y en el otro extremo del espectro ideológico, la relación se invertiría: desembarcábamos a diario sobre el majestuoso río, atravesábamos las peligrosas y pobres barriadas de afrodescendientes –solo diez años antes se había prohibido la segregación–, hasta llegar a la espléndida Nueva Orleans, una de las ciudades más cosmopolitas de los EE.UU.
Las enseñanzas de aquel cotejo fueron evidentes acerca de quiénes querían vivir, cómo y dónde, hacia dónde querían ir los insatisfechos, y de que una amplia igualdad, aunque miserable, oprimida y sin porvenir, no podía competir con una igualdad imperfecta pero abierta al progreso que brinda la libertad.
Sin embargo, la mejor lección que me dejó aquella experiencia fue la relevancia del viaje en sí mismo, que existe un momento en la vida en el que lanzarse a ver el mundo sin sesgos puede enriquecer nuestra cosmovisión y signar el destino de nuestra existencia.
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Género, respeto y medida
En nuestro país, la ley de identidad de género, la de matrimonio igualitario, la de reproducción asistida y el Código Civil y Comercial de la Nación garantizan la diversidad sexual y la no discriminación. Se suman la debida adhesión y el respeto a los estándares y obligaciones internacionales en esta materia, como los que fijan la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, la Declaración de Montréal (2006) y los Principios de Yogyakarta (2006). Nuestro país asume responsabilidades internacionales si incumple estos preceptos, aunque debemos decir que suelen ser utilizados y acomodados en función del objetivo buscado; basta recordar la desoída definición de la ONU sobre el inicio de la vida humana al momento de la concepción.
La Comisión de Mujeres y Diversidad de la Cámara de Diputados, presidida por Mónica Macha, convocó al ministro de Justicia la semana pasada para que explicara por qué se puso fin a las políticas de género además de cerrar la Subsecretaría de Protección contra la Violencia de Género. En ese contexto, Mariano Cúneo Libarona sorprendió con sus polémicas declaraciones a poco tiempo de haber afirmado que el área de género tendría prioridad absoluta. “Nosotros rechazamos la diversidad de identidades sexuales que no se alinean con la biología. Son inventos subjetivos”, manifestó. Sus palabras no fueron ciertamente las más afortunadas y generaron críticas justificadas cuando arribar al reconocimiento legal de la diversidad sexual llevó tantos años y esfuerzos, una batalla que aún se libra en el campo social y cultural
La diputada Carla Carrizo interrumpió y contraatacó: “Es una falta de respeto, no importan sus opiniones, tiene que atenerse a la ley”. Apartarse de las normas siempre será condenable, mucho más cuando es el propio ministro de Justicia quien lo hace.
El prestigioso constitucionalista Daniel Sabsay describe el comportamiento del ministro como propio de la Edad Media, buscando imponer una suerte de inquisición.
Duro con la gestión anterior, Cúneo Libarona destacó: “¿Qué es lo que encontramos en el ex Ministerio de la Mujer? Acá hubo mucha hipocresía de género, cinismo, por suerte el ministerio no existe más”. Un pensamiento sin duda compartido por muchos, empezando por el presidente Milei, que lo calificó de “siniestro” y de “antro de persecución ideológica” como el Inadi. Cúneo detalló que encontró más de 1000 empleados, de los cuales solo 70 trabajaban en forma permanente y el resto vía Zoom, sin funciones suficientemente claras ni contratos en condiciones. Como suele ocurrir, muchos fueron nombrados justo antes del cambio de administración –militantes, parientes y amigos–, sumando capas geológicas a la planta estatal que heredan los que llegan.
“Las cifras de violencia, por el conCierto trario, se incrementaron”, subrayó el ministro. A este respecto, no ha faltado a la verdad cuando también desde este espacio denunciamos reiteradamente esta dolorosa realidad: más de 8000 millones de pesos gastados en 2023 sin que se brindara el suficiente acompañamiento, asesoramiento adecuado ni atención psicológica a las víctimas de violencia. Cada 35 horas muere una mujer en la Argentina, a pesar de cuantiosos presupuestos oscuramente manejados. “Hoy la exministra de la Mujer está investigada por no defender a quien debía” dijo, refiriéndose a Ayelén Mazzina en el caso de Fabiola Yañez. Cierto es que poco oímos también desde este organismo sobre la feminización de la pobreza, menos aún sobre las denuncias contra José Alperovich o sobre la muerte de Magalí Morales.
El pensamiento único y el rechazo a categorías distintas nunca serán la mejor forma de encarar la sana convivencia republicana. En ese marco, coincidimos en que las ideologías que han querido imponernos no nos representan a todos por igual y que en su defensa tramposa se han dilapidado descontroladamente los dineros públicos. Sin abandonar el respeto a la diversidad, celebraremos que se retome la senda de la cordura.
Un rediseño sensato de funciones estatales junto con la racionalización del gasto deben propender a dar las respuestas que la sociedad necesita en tan delicada materia.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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