De su padre, el “Zar de la televisión”, heredó la creatividad y la capacidad de gestión
Viviana Romay estudió derecho y trabajó junto a Alejandro en el mítico canal. Hoy, está al frente de la Fundación Cazadores, usina que impulsa proyectos de artistas consagrados y emergentes
Fabiana Scherer
Viviana Romay asegura que la Fundación Cazadores es el resultado de una pulsión de vida, la suma de convicciones y deseos
En el que supo ser el taller del artista Guillermo Roux hoy funciona la Fundación Cazadores, un espacio dedicado a la experimentación y a la formación de artistas emergentes. Ubicada en la “República de Chacarita”, como suelen llamar al barrio que goza de ese tono antiguo y moderno, entre calles empedradas con árboles frondosos, avenidas y propuestas de espíritu innovador, Viviana Romay encontró su refugio, el lugar para apostar a las artes interdisciplinarias en los 500 metros cuadrados destinados a salas de exposición, experimentación y formación. “Yo fui alumna en la escuela de Roux, acá –dice Viviana para confirmar ese dicho que habla de las vueltas de la vida–. Estudiar pintura me sirvió un montón, fue una gran experiencia. La hija de Roux [Alejandra] trabajó en el primer Cazadores, cuando estábamos en Núñez. Ella sabía que queríamos agrandarnos y cuando cerraron la Escuela taller me avisó y desde 2018, aquí estamos”.
Resulta inevitable que el apellido de Viviana conlleve inmediatamente al “Zar de la televisión”, a Alejandro Romay, el que fuera dueño de Canal 9, el de la “palomita”, creador de varios de los mayores éxitos históricos de la pantalla chica argentina, como Grandes valores del tango, Almorzando con Mirtha Legrand, Sábados de la bondad y Feliz domingo para la juventud, de grandes sucesos como Alta Comedia, Más allá del horizonte, La extraña dama y de haberse jactado de haber sido el hombre que “descubrió” a Natalia Oreiro, entre tantas otras figuras.
Viviana abrazada entre su papá, Alejandro Romay y su mamá, Leonor “Lita” Rosio
Viviana es una de las hijas de Alejandro y Leonor “Lita” Rosio y como sus hermanos Mirta [creadora de Teatrix, la plataforma argentina de teatro por streaming], Omar [productor y empresario televisivo] y Diego [productor teatral] el vínculo artístico, de gestión y creatividad se mantiene. “Yo estudié derecho –aclara–, durante mucho tiempo trabajé como abogada en asesoramiento de empresas. Nunca fui abogada ‘tribunal’, más que nada fui directora de legales y representé a instituciones de la televisión. Estuve rodeada de hombres trajeados, las direcciones estaban a cargo de varones. Había pocas mujeres, la mayoría eran secretarias.”
–Pero conseguiste hacerte un lugar.
–Supongo que me beneficié por ser la hija de… Ojo que con mi papá no había tranza posible. No importaba que fuera la hija, no sé si la exigencia era igual o mayor [se queda pensando]. Creo que era mayor. Pero sí es verdad que accedí a ese lugar, el de la gerencia de legales. Lo que sí hizo mi viejo y que para mí fue una fortuna, fue rodearme de excelentes profesionales. Apenas me recibí de abogada, empecé a trabajar con él, con su equipo. Aprendí muchísimo porque trabajar en el área legal era un lugar en el que se trataban varios temas: contratación de artistas, resolución de conflictos
–Uno de tus primeros trabajos fue la recuperación del canal [en el libro MemoriZar, Alejandro Romay recuerda que “Pese a todo y a todos, recuperé Canal 9 que me pertenecía”. En 1974, por decreto del gobierno de María Estela Martínez de Perón, el Estado Nacional intervino los canales 9,11 y 13].
– Con la vuelta de la democracia lo recuperó. Todavía estaba estudiando, así que lo asesoré en el juicio con profesores míos. Era todo un berenjenal, un lío, colaboré. Lo que hice fue acercarle a papá gente del Derecho Administrativo, gente que para mí era muy copada, que sabía que lo iban a ayudar. Uno de los grandes abogados de papá fue el doctor de Carlos S. Odriozola, pero en esos años integró el gobierno de Raúl Alfonsín, fue el primer secretario de Justicia, por lo que Carlos estaba inhabilitado para trabajar en la recuperación del canal. Siempre estuve bien rodeada y eso fue una manera de nutrirme, de aprender. Odriozola fue mi padre en el Derecho. Cuando se vendió el canal me fui a laburar con él. Me invitó a trabajar con ellos y lo hice hasta el 2001.
–En la venta del canal fuiste cabeza de equipo.
–Por así decirlo. Lo acompañé en la venta [se concretó en noviembre de 1997. Se vendió a la empresa australiana Prime Television]. Para mi papá fue terrible, un golpe directo al corazón...Me hago cargo de eso, como error o... si estuvo bien [se inquieta, hace una pausa]. Estuvo bien. Mi papá ya estaba enfermo, no lo sabía nadie [Alzheimer]. Unos días antes de la venta me fracturé la columna…de manual ¿no?
–¿Cómo? ¿Tuviste un accidente?
–Estaba viendo placares, me acababa de mudar y quería comprar uno de esos que ya vienen armados o te los arman. Toqué uno y se vinieron encima en dominó. Por suerte reaccioné y empujé el cochecito donde estaba mi hija, por esas cosas que tenemos las madres, la reacción fue rápida. Me rompí la primera vértebra lumbar… igual seguí con el trabajo, ya no se podía dar marcha atrás. Usé un corset para poder moverme. Fue en la época en la que se vendieron varias empresas, no solamente el canal [hace referencia a los años menemistas]. No me quería detener tanto en la historia del canal, de mi padre....
Viviana en su refugio, con sus obras detrás. "Como artista no me expongo, no sé si quiero exponer lo que hago"
–Es el camino que te llevó a la Fundación Cazadores… Estudiaste derecho, pero imagino que el arte siempre estuvo presente, tal vez no de una manera tan evidente.
–A ver… siempre estuvo, desde chiquita. En el colegio iba al taller de arte, extracurricularmente, yo pintaba. Siempre fui de meter las manos en la masa… tengo esa necesidad de hacer cosas con las manos. Cuando me separé hice un taller, una especie de investigación, de acompañamiento, de cómo utilizar el arte como médium para expresar.
–¿Por qué Derecho?
–Siempre admiré ese mundo artístico que era cercano pero al mismo tiempo no lo era, no era tan cercano porque yo no pertenecía [además de la televisión, Alejandro Romay como empresario asumió la dirección de Radio Libertad, del Teatro El Nacional y luego también del Teatro Argentino]. La única manera que encontré de pertenecer fue como abogada. Papá no quería nada conmigo en otro rol, él no me veía para eso. Mi papá era un tipo controversial, siempre andaba metido en quilombos, crecí en ese conflicto, con abogados en casa. Toda esa cosa también me interesaba, me intrigaba. Siempre fui muy justiciera, defensora de la cosa ética. Y a mi viejo, su profesión y su proactividad lo llevaban a estar metido en quilombos… no sé, tal vez lo quería cuidar. No tengo una idea bastante exacta de por qué Derecho… Siempre fui conciliadora, cada vez que había un quilombo ahí estaba…
–Volviendo al arte… la parte creativa estaba latent
–Papá era una persona muy creativa, siempre estaba muy atento, ya sea desde la estética de los programas, trabajaba al lado de los de los escritores, le gustaba rodearse de gente talentosa, creativa… fue un empresario pero su costado creativo siempre estuvo muy presente.
–¿Era coleccionista de arte?
–No era un coleccionista con las características típicas del coleccionista, que es un buen tema para analizar. Fue un consumidor, para decirlo de alguna manera. De sus viajes siempre volvía con muchos objetos. Su casa estaba llena de objetos de diferentes partes del mundo, tenía las paredes cubiertas. Antigüedades, obras más modernas. Era un acumulador de obras, de objetos.
–¿Fue muy amigo de Raul Soldi?
–Soldi le hizo el retrato en el que papá aparece como un malabarista. Tenía arte por toda la casa. Un tapiz hermoso, tejido en una de las puertas...
"Mi papá era un tipo controversial, siempre andaba metido en quilombos, crecí en ese conflicto, con abogados en casa", recuerda Viviana
Sentada de espaldas a sus obras. “Me gusta la tercera dimensión”, dice y hace referencia a su trabajo. Viviana sabe que las historias de su vida inevitablemente la llevan a contar un momento compartido con su padre, nada menos que el Zar. Pero también sabe que la Fundación Cazadores se ganó un lugar en el mundo del arte, donde impulsa el desarrollo de creadores emergentes, interdisciplinarios y da lugar a reconocidos artistas nacionales.
–¿Cómo nació Fundación Cazadores?
–Con Myriam Jawerbaum empezamos todo esto, recorrimos el primer tramo de este viaje y con algunas docentes como María Laura Rosa y Natalia March. Después se inició el programa de clínica con Sergio Bazán, Ale Roux y Fabiana Barreda. Ellos fueron nuestros tres primeros docentes. Luego vino la mudanza a este espacio, al antiguo taller de Roux, un lugar más grande, que nos permite reunirnos a pensar nuestras producciones, aprender del intercambio y también acercarnos al público.
La usina que da lugar a artistas de distintas disciplinas vio la luz en 2012 como Cazadores de arte, en Núñez. La propia Viviana escribió lo que significa para ella este espacio motor en una de las presentaciones institucionales: “Hablar de Cazadores es hablar de entusiasmo, de ideales. Es suponer que en un mundo en el que se construyen muros podemos crear espacios donde el encuentro con el otro sea vivido como una oportunidad para derribarlos; abriendo puertas, atravesando obstáculos, ampliando pensamiento. En definitiva, donde sea posible honrar nuestra vida. Cazadores es el resultado de una pulsión de vida que me constituye y es la suma de todas estas convicciones y deseos.”
"Lo aprendido, lo transitado me dio la oportunidad de hacer foco en lo que entiendo hoy como más urgente: facilitar las condiciones para el desarrollo de las prácticas artísticas contemporáneas", dice Romay
En aquellos primeros años dieron inicio a las diversas actividades que hoy se mantienen, como la Clínica Cazadores y el primer programa de Beca (Danza + Artes visuales + Performance, en 2016) en el que se planteó la interdisciplina como núcleo central de indagación. Se instaló así un nuevo foco de investigación y trabajo que se sostiene desde entonces y que atraviesa los distintos proyectos que llevan adelante.
En este lugar, en el barrio de Chacarita, donde está el estudio de Viviana se sumaron múltiples salas de trabajo y estudio, lo que les dio la posibilidad de contar con un amplio espacio de exhibición al que decidieron llamar Sala Imán, “una forma de manifestar nuestro deseo de convertirlo en un verdadero polo de atracción del artista contemporáneo”, cuenta. A la Sala Imán se sumó _lado b. La primera está ubicada en planta baja y presenta una programación de exhibiciones y activaciones con curadores y artistas invitados, además de alojar propuestas externas a la Fundación.
_lado b comenzó siendo el espacio de formación donde se desarrollaban las clínicas y seminarios de Cazadores. “Con el tiempo fue ganando lugar para convertirse también en un espacio de exploración y exhibición –reconoce– donde se alojan las propuestas escénicas más experimentales”.
El equipo de trabajo está encabezado por Romay y se completa con Daniel Levin Frieder, en la dirección institucional, Sergio Bazán en la dirección visual, Jazmín Cañete en comunicación, Adrián Grimozzi como jefe de sala y Melina Cruz, como responsable de producción.
"Vivimos en un país que no entiende la importancia del arte”, asevera Romay
“Acá se trabaja en equipo y teniendo en cuenta los distintos trabajos que se desarrollan. Todos tenemos voz, debatimos, acá sí hay horizontalidad –aclara orgullosa–. Yo hablo, mis hijos te van a decir que no me callo, pero la verdad es que sí hablo, pero también escucho. Nos comunicamos. En estos tiempos de tanta polarización es importante decir, debatir, hablar, escuchar y ser escuchado también. Para mí es muy importante la construcción en equipo, la variedad de pensamientos. No solo se trata de trabajar con quien opine igual que vos. La variedad enriquece, construye el pensamiento humano, enriquece, alimenta”.
–Aquel interés por el arte que se inició tempranamente en la niñez y que tuvo una pausa en tus tiempos como abogada, hoy es protagonista absoluto.
–Sí, ya lo es desde hace varios años. Pero todo lo aprendido, lo transitado me dio la oportunidad de hacer foco en lo que entiendo hoy como más urgente: facilitar las condiciones para el desarrollo de las prácticas artísticas contemporáneas, para la investigación de los procesos creativos y para la proyección de artistas. Para mí el arte es una búsqueda personal y en Cazadores está presente ese espíritu.
–Además, te formaste en curaduría y gestión en arte.
–Sí, en diferentes talleres y estudié la carrera de Curaduría y Gestión de Arte en Eseade, pero no la terminé porque a mitad de camino la cambiaron por la licenciatura y dije ya soy grande, no tengo ganas de tantos exámenes. Ya me había puesto un taller, estaba trabajando, armando el espacio en Núñez…
–En vos es muy fuerte la pulsión
–Es que mi verdadera pulsión está en la gestión, en construir redes para apoyar a artistas. Vivimos en un país que, además de sufrir los vaivenes económicos, no entiende la importancia del arte para la sociedad. En la fundación nos mueve el interés por el futuro, por los jóvenes que necesitan espacios que favorezcan sus búsquedas y proyectos artísticos. La producción artística y la labor del artista se origina en una pulsión, luego se profesionaliza, pero es fundamentalmente una pulsión lo que guía al artista. La atención al arte es urgente. La cultura siempre nos mueve hacia adelante.
Este 2024, la fundación presentó la primera edición del Premio Estímulo Cazadores (de arte contemporáneo), una iniciativa que apoya, fomenta y otorga visibilidad al trabajo de artistas. Ayelén Coccoz, con su proyecto Más que humano resultó ganadora y viajará el próximo 10 de septiembre a la Bienal de Venecia 2024.
–Justamente la gestión es un área que exploraste en los años de trabajo en el canal.
–Trabajar en el área legal fue un gran aprendizaje, un abanico porque significaba y abarcaba muchas cosas, eso era lo rico: contratación de artistas, resolución de conflictos; todo eso me dio mucha experiencia en la forma de relacionarme, sobre todo en lo que se refiere a los vínculos. Hubo un tiempo en el que también fui la traductora oficial.
En familia. De izquierda a derecha: Leonor “Lita” Rosio, Viviana, Alejandro Romay, Mirta y Diego
–¿Te convocó tu papá?
–Me llevaba a las reuniones, no tengo buena memoria, pero con mi inglés lo ayudaba en las reuniones. Yo era re chica, una adolescente, me acuerdo una vez de trabajar con [Enrique] Pinti, lo había contratado para hacer la adaptación de un libro para llevar al teatro, no me acuerdo cuál. Muy loco. Iba al teatro hacer traducciones cuando papá estaba montando la obra. Papá traía obras extranjeras, entonces estaba el director, el elenco argentino y yo ahí (se ríe y mucho). Era una especie de juego. Mi papá me inscribió en Argentores y me pagaba como traductora
–Y ¿tu yo artístico?
–(Ríe). Me permito hacer cosas, pero no las expongo, fueron pocas las veces que mandé alguna obra a algún salón. Como artista no me expongo, no sé si quiero exponer lo que hago, exponerme. Me divierte, me hace bien porque me vincula. Ahora estoy yendo a un taller de grabado porque me contiene porque yo soy muy expansiva. El grabado te obliga a ordenarte, a concentrarte y eso me gusta. Pero la verdad es que no sé si me calificaría como artista. Es una palabra tan fuerte.
–Quiero detenerme en dos momentos claves relacionados con tus obras. El primero, junto al colectivo Entresuturas que integraste con Valeria Budasoff y Myriam Jawerbaum.
–Hicimos toda una movida mucho antes de Ni una menos [la marcha masiva que se realizó por primera vez el 3 de junio de 2015 en ochenta ciudades de la Argentina]. La primera acción pública fue en 2012, abrazamos el Palacio de Justicia Nacional con 800 corpiños entrelazados. Fue una intervención que también hicimos en los tribunales de San Isidro y Morón [y en la muestra Sana que Sana, en Bogotá, Colombia]. Habíamos hecho una convocatoria en las redes sociales, necesitábamos corpiños usados para hacer la movida, Cazadores en ese entonces se estaba formando. La gente acercó un montón de paquetitos y muchas tiraban los corpiños por encima de la reja. ¡Llovían corpiños! Los enlazamos con una cinta violeta. Recuerdo que en ese momento, mientras uníamos los corpiños charlábamos y ahí mismo descubríamos lo machistas que éramos, que somos. Nos sirvió para repensar un montón de cosas. Tejimos redes. Aquel trabajo fue una metáfora de la tarea que implica construir el tejido social y símbolo de los lazos que hay que edificar para erradicar la violencia de género. Esa red hecha con los corpiños la colgamos en los tribunales de San Isidro. Luego, una artista que formó parte de las convocadas, Marina Btesh se sumó y trajo bodies –de una empresa familiar– y los intervenimos.
Con el colectivo Entresuturas llevó adelante la instalación "Ausentadas", bodies intervenidos en las escalinatas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires
–Así surgió Ausentadas.
–Sí. A partir de los bodies intervenidos con diferentes técnicas, como la impresión de las noticias de violencias, de algunos casos de femicidios [como la perpetua confirmada a Eduardo Vásquez por el asesinato de su mujer Wanda Taddei]. En algunos de los bodies podía leerse fragmentos de la Ley de Protección Integral a las Mujeres (Nro. 26.485).
Esos bodies intervenidos, portados por mujeres y hombres, fueron llevados a las escalinatas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires en noviembre de 2014. “Era una manera de mostrar la ausencia forzada de los cuerpos de las mujeres –reflexiona Romay–. Fue un trabajo muy fuerte, se acercó mucha gente a contar su historia. A preguntarnos a dónde tenían que llamar, cómo denunciar. Por eso llevábamos folletos con información de los lugares donde podían recurrir y recibir ayuda”. La intervención se presentó en diferentes espacios y ciudades del país y se plasmó en un libro que recibió el reconocimiento de la Legislatura como de “Interés de la Ciudad”.
El otro momento, fue en 2014 con la muestra Con pasta de Ley que fue exhibida en el Salón de los Pasos Perdidos de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA. El cuento de Franz Kafka, “Ante la Ley” fue el disparador para la reflexión, para plantear la dicotomía entre los que están ante la ley y quienes son guardianes de la misma. Los mismos Anales de la Legislación Argentina, “muchos los compré por Mercado Libre, otros son los tomos que ya tenía –comenta– sirvieron de base, de materia, de pasta”.
Que el derecho esté latente en su producción no es extraño, al contrario, Romay ve a la Ley como parte de la naturaleza humana. “Surge de la sociedad, de la necesidad del pacto social que nos estructura”. En una entrevista para una de las publicaciones institucionales de Cazadores, Viviana apuntó: “Para mí la ley brota de esa naturaleza, es producto de nuestra inserción social, no es natural, esencial a nuestra naturaleza que nos convoca a vivir en sociedad, por eso las flores que hago con pasta ley, que no es más que la pasta de papel que hago con las hojas de los libros que reproducen las leyes, intentan dar a la Ley (que se funda en la primigenia Ley del padre), un lugar esencial y estructural a nuestra conformación como sujeto”.
El derecho esté latente en la producción de Viviana Romay
“La enfermedad de mi papá fue muy larga –dice con pesar–. Fue muy larga porque su deterioro cognitivo fue lento. Mi papá era una persona muy inteligente. El médico decía ‘es tan inteligente que lo va a compensar’ y de verdad que lo compensó”.
Los Romay no tenían un country. “No, papá se hizo una especie de casa quinta a diez cuadras de donde vivía –cuenta y se ríe de la ocurrencia de Don Alejandro, que murió a los 88 años, el 25 de junio de 2015–. No era una casa grande, sí tenía un jardín importante, lindo. Los fines de semana iba ahí, era su escapada. En el medio del jardín había una especie de invernadero, yo me metía ahí a pintar. Yo iba a almorzar con él todo los días. Y pintaba”.
– ¿Él te observaba, te decía algo?
– Solo miraba, yo pintaba como la mona. Pero él miraba. Después me enteré de muchas cosas que no sabía vinculadas con la estética en la familia de mi papá. Me enteré –y antes de empezar a contar se ríe– por ejemplo, que mi viejo daba las indicaciones de cómo se debía poner la mesa. Siempre pensé que eso era cosa de mi mamá que le decía a la empleada que trabaja en casa, que era como una hija para ellos. Un día fue ella la que me dijo que papá era el que elegía el mantel, la vajilla. Lo que sí hacía mi mamá era elegirle, todos los días, la ropa que usaba él.
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COMO UNA LARGA CARTA AL AMIGO QUE YA NO ESTÁ
EN EL HAMBRE Y EL ARCÁNGEL EL ESCRITOR PABLO RAMOS NARRA EL ENCUENTRO Y EL INTERCAMBIO CREATIVO QUE MANTUVO CON GABO FERRO
— texto de Gustavo Grazioli y foto de Camila Godoy/AFV—Pablo Ramos recuerda a Gabo Ferro y el proceso de creación del disco El hambre y las ganas de comer que editaron juntos en 2010
“Por acá, vengan, pasen”, dice Pablo Ramos (1966, Avellaneda) y muestra el estudio de grabación de Ernesto Snajer, a quien además de definir como “amigo entrañable”, lo describe como “gran guitarrista y músico”. La tarde es fría, las nubes grises destiñen los colores del barrio de Villa Crespo, pero el escritor que se crio en Sarandí, autor de El origen de la tristeza (2004), La ley de la ferocidad (2007),y El origen de la alegría (2021), entre otros títulos publicados por Alfaguara, sonríe y habla apresurado, como si se le desbordaran las ideas. Su presencia por Buenos Aires –desde hace meses que vive en El Bolsón, Bariloche– es porque acaba de editar su libro El hambre y el Arcángel, en el que habla de su amistad con Gabo Ferro –músico fallecido en 2020– y la creación conjunta del disco El hambre y las ganas de comer [se lanzó el 6 de septiembre de 2010]
“Con este libro terminé de ordenar y de poner en un lugar la memoria de Gabriel. No a Gabo, al Arcángel. Esto que dice Santa Teresa, y que tanto me convoca hace tantos años, ‘las palabras llevan a las acciones, alistan el alma y la mueven hacia la ternura’. Escribir es civilizar el dolor”, dice Ramos a La NacioN, mientras posa para las fotos.
“El libro empieza con muchos e-mails. Pasó como un año y pico hasta que me enganché con el disco. Fue una época donde estaba muy enroscado con mis problemas de adicción. Gabo fue muy importante para mí en ese sentido –reconoce el ganador del Premio Casa de las
América–, volví a cantar y componer música gracias a él”.
En las páginas de este último trabajo hay una relación que se teje por la creación de un disco y gracias a que el empleado de una librería (Matías), logró que se haga posible un encuentro entre ambos.
“Matías llegó a mi casa de La Paternal con Canciones que un hombre no debería cantar, de un tal Gabo Ferro. O sea, vos, pero antes de que vos fueras vos, antes de que fueras Gabo a secas primero, Gabriel después y finalmente mi Arcángel.
–Este tipo canta lo que vos escribís, me dijo, y hay veces hasta que escribe lo que vos cantás”, se lee al comienzo, como introducción al nacimiento del vínculo entre el músico y el escritor.
Raos vuelve a dialogar con su amigo de Mataderos y lo trae de nuevo a sus recuerdos. En cada canción se revela una anécdota, un proceso creativo y traza un duelo hecho de palabras. “Dimos a luz un hijo, y pienso que quien tiene un hijo no muere jamás. Pero, como dijimos en la canción que les dedicamos a las Abuelas de Plaza de Mayo: ‘se ofrece madera / a quien pudiera /
y que quieran los que quieran’, escribe en referencia a ese disco que crearon en 2010.
“Me propuso hacer un disco a la antigua, como Celedonio Flores con (Carlos) Gardel. Primero la música y después la letra. Eso es muy difícil. Yo escribía como letrista y él tenía que enganchar algo ahí, pero siempre al otro día me mandaba algo. Fue una comunión increíble. De eso habla el libro todo el tiempo”, explica Ramos conmovido por el vínculo que establecieron y por lo que lograron, él estando en Berlín –por una beca que había ganado con la literatura–, y Gabo desde Mataderos, yendo y viniendo a un cyber para continuar con el intercambio de emails porque su internet hogareño no era muy bueno.
“Sabés de mi amor por vos y por tu obra. Hacer algo juntos en algún momento sería un premio para mí... que la Historia lo traiga. Te abrazo! Gabo”, es uno de los tantos correos que se reproducen en el libro, como muestra de ese intercambio que viajaba por la banda ancha de una potencia creativa imparable, más allá de estar a casi 12 mil kilómetros de distancia.
“Parece un disco hecho por una misma persona que no es ni del todo él ni del todo yo. Tiene una parte de cada uno… Lo que nos unió fue hacer el disco, pero siempre fue muy amable conmigo y comprensivo. Gabo era muy maternal, por lo menos conmigo. No lo extraño porque lo tengo presente”.
Y agrega: “Si la vida no vale la pena porque una persona se fue joven, mato de verdad a mi amigo. En un momento, pensé que la muerte te quita todo lo que tenés con esa persona y todo lo que ibas a tener, pero en vez de llorar y lamentar, pude agradecer que hicimos un disco hermoso”.
Sentado al lado de un piano, habla y tiene los ojos enrojecidos. Se aleja de la idea de que esto pueda coquetear con el negocio del dolor o del duelo. Lo aclara en el libro, mientras escribe con el corazón en la mano: “No hablé de vos en ningún programa de radio, ni en el de uno de mis más nobles amigos como Marcelo Figueras. No di entrevista alguna y me dispuse a retrasar el dolor, a quedarme lo más quieto posible. Quieto por fuera y por dentro hasta hoy”, sentimiento que refuerza en esta entrevista
“Sé que mucha gente puede pensar cualquier cosa sobre este libro, pero sé lo que hago con la literatura –aclara–. Lo que pasa conmigo es que soy la ecuación torcida. Tengo hasta sexto grado y a la gente le molesta que escriba bien. Cuando empecé, pensé que se iban a poner contentos y decir, ‘mira este pibe, quiso ser escritor, no tuvo ninguna oportunidad de nada, pero lo hizo’”.
La relación de Ramos con la literatura es existencial y se revela como un camino fundante para dar con otra vida. Su memoria es prodigiosa, algo que se nota al escucharlo citar pasajes de libros enteros, y su escritura contiene herramientas que condensan potencia, poesía y la necesidad de contar. Se formó leyendo un libro por día y llegó al taller de Abelardo Castillo por un amigo que leyó un cuento suyo, y se lo acercó al autor de la novela El que tiene sed. Corrigió, escribió, no durmió y lloró ante la crueldad de las devoluciones que escuchó en esas clases.
“No empecé con la cocaína para divertirme, sino para escribir y aprovechar esas horas que no dormía. Ahí quedé enganchado. Cuando iba al taller de Abelardo tenía dos trabajos, a mis hijos. Ponía un despertador cada una hora. Sonaba y escribía una frase. Contra viento y marea me hice escritor”, cuenta con orgullo y dice que Castillo fue quien le recomendó seguir con Liliana Heker [maestra de algunos de los mejores escritores contemporáneos].
En la actualidad lleva varios títulos publicados. Desde hace años que dicta talleres, siempre con buenas concurrencias, y muchos de los talleristas que han pasado por ahí, han sido editados.
Parte de su pensamiento de lo que significa la escritura en su vida, puede rastrearse en el texto “La puerta de la esperanza”, que cedió a unos alumnos para una revista que se llama Gruñe:“Aconsejo a quien me pregunta, interesado por mí y mi obra, que vuelva las lecturas de sus borradores cada vez más lentas, más introspectivas, más verdaderas. No compulsivas. Que las separe sustancialmente en el espacio y el tiempo, en el ánimo y la perspectiva, y las aísle de las acciones que nada tienen que ver con ser escritor. No publicar en redes sociales, no leer a gente que poco le importa la literatura, aguantar y resistir ese espacio de soledad que debe construirse y agrandarse cada día. Porque así debe ser al menos para mí. Ya que me siento indigno de la gloria, pero no me conformo con los tantos falsos paraísos. Esos espejismos que abundan y se llaman mundial de literatura o campeonato de escritura, o Jam o ferias del libro o reuniones de lectura o el nombre que fuera que le den. Hay que temerlos y tenerlos a rienda corta”.
Toca el piano, tararea la melodía de una canción que le hizo a su hijo. “Tuve una distancia muy grande con él y le hice una canción”, explica. Ramos, además, integra la banda Disléxicos, una orquesta de rock que arregla y compone sobre sus textos.
Otra vez se entrelazan música y literatura. Por otro lado, se muestra entusiasmado con el libro que va a sacar con su hija Antonia de 10 años, donde ella hace los dibujos y él afina el lápiz de su poesía. Como adelanto, lee la biografía que ella misma escribió y ante cada oración, se sonríe y recuerda la edad de la niña: “Me llamo Antonia María Petitto. Nací el 31 de enero del 2014, me gusta dibujar y estos dibujos que vas a observar durante la lectura del libro son varias etapas de mi vida. Hago hockey sobre patines, mi mamá se llama Lula y es actriz y mi papá se llama Pablo y es escritor. Tengo dos medios hermanos, Nuncio y Julio; y uno adoptado, Santi Asorey. Y esta es mi vida por ahora”.
Se levanta del piano, se acerca a una pantalla que da calor, repasa lo que le falta hacer y suspira exhausto. Llegó hace poco de El Bolsón y entre visitas a amigos, hijos, el taller que dicta y la editorial, todavía no tuvo un momento para descansar.
–¿Por qué El Bolsón?
–Me fui para reforzar la recuperación. Seriamente llevo cinco meses sin drogas y alcohol. Necesito otro ambiente. Mi relación con Buenos Aires es muy venenosa: el casino, la noche. Me terminan llamando. Necesito una etapa nueva de soledad y montaña. La pandemia un poco me empujó a eso. Hace seis meses que estoy ahí. Vivo en una casa hermosa.Escribo, doy mis talleres por internet y allá también tengo un taller con dos turnos de nueve personas.
EN EL HAMBRE Y EL ARCÁNGEL EL ESCRITOR PABLO RAMOS NARRA EL ENCUENTRO Y EL INTERCAMBIO CREATIVO QUE MANTUVO CON GABO FERRO
— texto de Gustavo Grazioli y foto de Camila Godoy/AFV—Pablo Ramos recuerda a Gabo Ferro y el proceso de creación del disco El hambre y las ganas de comer que editaron juntos en 2010
“Por acá, vengan, pasen”, dice Pablo Ramos (1966, Avellaneda) y muestra el estudio de grabación de Ernesto Snajer, a quien además de definir como “amigo entrañable”, lo describe como “gran guitarrista y músico”. La tarde es fría, las nubes grises destiñen los colores del barrio de Villa Crespo, pero el escritor que se crio en Sarandí, autor de El origen de la tristeza (2004), La ley de la ferocidad (2007),y El origen de la alegría (2021), entre otros títulos publicados por Alfaguara, sonríe y habla apresurado, como si se le desbordaran las ideas. Su presencia por Buenos Aires –desde hace meses que vive en El Bolsón, Bariloche– es porque acaba de editar su libro El hambre y el Arcángel, en el que habla de su amistad con Gabo Ferro –músico fallecido en 2020– y la creación conjunta del disco El hambre y las ganas de comer [se lanzó el 6 de septiembre de 2010]
“Con este libro terminé de ordenar y de poner en un lugar la memoria de Gabriel. No a Gabo, al Arcángel. Esto que dice Santa Teresa, y que tanto me convoca hace tantos años, ‘las palabras llevan a las acciones, alistan el alma y la mueven hacia la ternura’. Escribir es civilizar el dolor”, dice Ramos a La NacioN, mientras posa para las fotos.
“El libro empieza con muchos e-mails. Pasó como un año y pico hasta que me enganché con el disco. Fue una época donde estaba muy enroscado con mis problemas de adicción. Gabo fue muy importante para mí en ese sentido –reconoce el ganador del Premio Casa de las
América–, volví a cantar y componer música gracias a él”.
En las páginas de este último trabajo hay una relación que se teje por la creación de un disco y gracias a que el empleado de una librería (Matías), logró que se haga posible un encuentro entre ambos.
“Matías llegó a mi casa de La Paternal con Canciones que un hombre no debería cantar, de un tal Gabo Ferro. O sea, vos, pero antes de que vos fueras vos, antes de que fueras Gabo a secas primero, Gabriel después y finalmente mi Arcángel.
–Este tipo canta lo que vos escribís, me dijo, y hay veces hasta que escribe lo que vos cantás”, se lee al comienzo, como introducción al nacimiento del vínculo entre el músico y el escritor.
Raos vuelve a dialogar con su amigo de Mataderos y lo trae de nuevo a sus recuerdos. En cada canción se revela una anécdota, un proceso creativo y traza un duelo hecho de palabras. “Dimos a luz un hijo, y pienso que quien tiene un hijo no muere jamás. Pero, como dijimos en la canción que les dedicamos a las Abuelas de Plaza de Mayo: ‘se ofrece madera / a quien pudiera /
y que quieran los que quieran’, escribe en referencia a ese disco que crearon en 2010.
“Me propuso hacer un disco a la antigua, como Celedonio Flores con (Carlos) Gardel. Primero la música y después la letra. Eso es muy difícil. Yo escribía como letrista y él tenía que enganchar algo ahí, pero siempre al otro día me mandaba algo. Fue una comunión increíble. De eso habla el libro todo el tiempo”, explica Ramos conmovido por el vínculo que establecieron y por lo que lograron, él estando en Berlín –por una beca que había ganado con la literatura–, y Gabo desde Mataderos, yendo y viniendo a un cyber para continuar con el intercambio de emails porque su internet hogareño no era muy bueno.
“Sabés de mi amor por vos y por tu obra. Hacer algo juntos en algún momento sería un premio para mí... que la Historia lo traiga. Te abrazo! Gabo”, es uno de los tantos correos que se reproducen en el libro, como muestra de ese intercambio que viajaba por la banda ancha de una potencia creativa imparable, más allá de estar a casi 12 mil kilómetros de distancia.
“Parece un disco hecho por una misma persona que no es ni del todo él ni del todo yo. Tiene una parte de cada uno… Lo que nos unió fue hacer el disco, pero siempre fue muy amable conmigo y comprensivo. Gabo era muy maternal, por lo menos conmigo. No lo extraño porque lo tengo presente”.
Y agrega: “Si la vida no vale la pena porque una persona se fue joven, mato de verdad a mi amigo. En un momento, pensé que la muerte te quita todo lo que tenés con esa persona y todo lo que ibas a tener, pero en vez de llorar y lamentar, pude agradecer que hicimos un disco hermoso”.
Sentado al lado de un piano, habla y tiene los ojos enrojecidos. Se aleja de la idea de que esto pueda coquetear con el negocio del dolor o del duelo. Lo aclara en el libro, mientras escribe con el corazón en la mano: “No hablé de vos en ningún programa de radio, ni en el de uno de mis más nobles amigos como Marcelo Figueras. No di entrevista alguna y me dispuse a retrasar el dolor, a quedarme lo más quieto posible. Quieto por fuera y por dentro hasta hoy”, sentimiento que refuerza en esta entrevista
“Sé que mucha gente puede pensar cualquier cosa sobre este libro, pero sé lo que hago con la literatura –aclara–. Lo que pasa conmigo es que soy la ecuación torcida. Tengo hasta sexto grado y a la gente le molesta que escriba bien. Cuando empecé, pensé que se iban a poner contentos y decir, ‘mira este pibe, quiso ser escritor, no tuvo ninguna oportunidad de nada, pero lo hizo’”.
La relación de Ramos con la literatura es existencial y se revela como un camino fundante para dar con otra vida. Su memoria es prodigiosa, algo que se nota al escucharlo citar pasajes de libros enteros, y su escritura contiene herramientas que condensan potencia, poesía y la necesidad de contar. Se formó leyendo un libro por día y llegó al taller de Abelardo Castillo por un amigo que leyó un cuento suyo, y se lo acercó al autor de la novela El que tiene sed. Corrigió, escribió, no durmió y lloró ante la crueldad de las devoluciones que escuchó en esas clases.
“No empecé con la cocaína para divertirme, sino para escribir y aprovechar esas horas que no dormía. Ahí quedé enganchado. Cuando iba al taller de Abelardo tenía dos trabajos, a mis hijos. Ponía un despertador cada una hora. Sonaba y escribía una frase. Contra viento y marea me hice escritor”, cuenta con orgullo y dice que Castillo fue quien le recomendó seguir con Liliana Heker [maestra de algunos de los mejores escritores contemporáneos].
En la actualidad lleva varios títulos publicados. Desde hace años que dicta talleres, siempre con buenas concurrencias, y muchos de los talleristas que han pasado por ahí, han sido editados.
Parte de su pensamiento de lo que significa la escritura en su vida, puede rastrearse en el texto “La puerta de la esperanza”, que cedió a unos alumnos para una revista que se llama Gruñe:“Aconsejo a quien me pregunta, interesado por mí y mi obra, que vuelva las lecturas de sus borradores cada vez más lentas, más introspectivas, más verdaderas. No compulsivas. Que las separe sustancialmente en el espacio y el tiempo, en el ánimo y la perspectiva, y las aísle de las acciones que nada tienen que ver con ser escritor. No publicar en redes sociales, no leer a gente que poco le importa la literatura, aguantar y resistir ese espacio de soledad que debe construirse y agrandarse cada día. Porque así debe ser al menos para mí. Ya que me siento indigno de la gloria, pero no me conformo con los tantos falsos paraísos. Esos espejismos que abundan y se llaman mundial de literatura o campeonato de escritura, o Jam o ferias del libro o reuniones de lectura o el nombre que fuera que le den. Hay que temerlos y tenerlos a rienda corta”.
Toca el piano, tararea la melodía de una canción que le hizo a su hijo. “Tuve una distancia muy grande con él y le hice una canción”, explica. Ramos, además, integra la banda Disléxicos, una orquesta de rock que arregla y compone sobre sus textos.
Otra vez se entrelazan música y literatura. Por otro lado, se muestra entusiasmado con el libro que va a sacar con su hija Antonia de 10 años, donde ella hace los dibujos y él afina el lápiz de su poesía. Como adelanto, lee la biografía que ella misma escribió y ante cada oración, se sonríe y recuerda la edad de la niña: “Me llamo Antonia María Petitto. Nací el 31 de enero del 2014, me gusta dibujar y estos dibujos que vas a observar durante la lectura del libro son varias etapas de mi vida. Hago hockey sobre patines, mi mamá se llama Lula y es actriz y mi papá se llama Pablo y es escritor. Tengo dos medios hermanos, Nuncio y Julio; y uno adoptado, Santi Asorey. Y esta es mi vida por ahora”.
Se levanta del piano, se acerca a una pantalla que da calor, repasa lo que le falta hacer y suspira exhausto. Llegó hace poco de El Bolsón y entre visitas a amigos, hijos, el taller que dicta y la editorial, todavía no tuvo un momento para descansar.
–¿Por qué El Bolsón?
–Me fui para reforzar la recuperación. Seriamente llevo cinco meses sin drogas y alcohol. Necesito otro ambiente. Mi relación con Buenos Aires es muy venenosa: el casino, la noche. Me terminan llamando. Necesito una etapa nueva de soledad y montaña. La pandemia un poco me empujó a eso. Hace seis meses que estoy ahí. Vivo en una casa hermosa.Escribo, doy mis talleres por internet y allá también tengo un taller con dos turnos de nueve personas.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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