jueves, 26 de septiembre de 2024

Congreso: el ocaso de una zona céntrica donde la riqueza arquitectónica contrasta con una dura realidad social






Entorno del Congreso: el ocaso de una zona céntrica donde la riqueza arquitectónica contrasta con una dura realidad social
Los alrededores del Congreso de la Nación se destacan por sus emblemáticos edificios
Las calles aledañas al Congreso de la Nación, donde conviven bares notables y cines y teatros históricos, se han ido adaptando a un contexto de creciente pobreza
Julián Gorodischer
Persiana con candado y portón al ras de la vereda: en la zona del Congreso, de noche, se toman precauciones. Alguna vez, hace unos años, al relojero Fernando del local Wendy, en Rivadavia y Rodríguez Peña, le quisieron llevar la vitrina exhibidora completa de cinco estantes. Cuatro o cinco personas lo entretenían, y uno le descolgó la vitrina. El mozo Chiche, del bar Whoopies, en la misma esquina, se percató del movimiento y dio la señal al relojero. “Pegó el grito y uno salió corriendo por Rodríguez Peña. Me dejaron la vitrina en el piso, y fue solamente el susto”, recuerda el relojero, curado de asombro.
“Está todo más pobre –asume este mozo histórico, Chiche, de los que le conocen al parroquiano el paladar y el bolsillo–. Yo estoy desde que este bar era el Santa Mónica”. El precursor era un bar clásico; el actual es de una cadena con sucursales en toda la Capital. “Yo sigo laburando como siempre”, sigue. Antes de la pandemia eran cinco o seis atendiendo el salón. Estaba lleno abajo, lleno arriba. Salían en serie las milanesas a la napolitana, bifes de chorizo, gruesos sándwiches. Hoy hay un menú de 9000 pesos, comida rápida “pero de calidad”.
La relojería Wendy
El mozo, del antaño salón lleno, le toma el pulso al local semivacío. Conversa, mira... ¿van a entrar o no? “Si no entra laburo, te empezás a preocupar”, dice. De lunes a viernes, después de las 17, es la magra hora pico: alguna gente llega al cercano cine Gaumont, otra sale de trabajar, del Congreso, de la Auditoría General de la Nación. “¿Sabés cuánta gente venía y se borró? Muchos se pasaron a la comida libre por kilo, en Rodríguez Peña y Perón”. La oscuridad reinante, a excepción de la magnífica cúpula iluminada que estrenó el Congreso de la Nación en 2024, no colabora para permanecer en la zona.
Solo los amantes de los espectáculos del Teatro Liceo o el Cine Gaumont están todavía aquí. Sobre la falta de algunas luces, fuentes del Ministerio de Espacio Público, del Gobierno porteño, indican que ahí hay un problema de Edesur: “Hace tiempo que, de a poco, se fue reparando pero continúa una parte de Rivadavia sin energía”. El viernes 7, tras la consulta  Edesur estuvo trabajando en el lugar. “Nos dijeron que aún les queda tarea pendiente –aclaran desde el Ministerio–. No es un problema de alumbrado, sino de energía. Por esa misma razón no están iluminadas una línea de farolas del interior de la plaza; el buzón está sobre la avenida pero afecta a todos los circuitos de la plaza”.
Crimen de día
En mayo pasado, un oficial de la Policía de la Ciudad mató a un hombre que se había metido a El último bodegón, de Rivadavia y Callao, donde amenazaba a los oficiales y a otros clientes con un cuchillo, luego de haber discutido en la vereda con su madre. Claudio Miño es el nombre del oficial que mató de un disparo a este sujeto –según la jerga– de 44 años, identificado como Carlos Morales, que fue liberado, sobreseído y ascendido a oficial primero de la fuerza. Para el encargado Ricardo Cruz, del bodegón, se podría haber evitado con un tiro en las piernas, o el brazo. “Me dio pena. La madre se puso a llorar a los gritos. El muchacho no iba a matar al policía. Si la policía estuviera realmente preparada, le habría hecho una llave o pegado un tiro a la pierna”.
La papelera Mundopel, sobre la avenida Rivadavia
En Mundopel, papelera en la Avenida Rivadavia, entre Callao y Rodríguez Peña, Nicolás Gardey decidió fundar su local hace tres años porque estaba resurgiendo la cuadra. “Empezaba a haber más circulación, en tránsito al cine: era la mejor cuadra del área. Al final se quedó en un ‘Veremos’. Un montón de veces bajamos la reja. El portero de al lado nos avisa: ‘Cuidado, vienen de Plaza de Mayo. Se puede complicar’. En algún momento se alborota del todo. Pero si es un simple disturbio, seguimos”.
Como contrariedades de la merma del poder adquisitivo de los porteños, en la Librería HD Libros, de la familia Díaz, se celebra que crece la venta de libros de saldo. “Seis mil por un volumen. A comienzo de año hubo un 200 por ciento de aumento del papel. Pero se supo estabilizar”.
El cine Gaumontmont, el templo cinéfilo que ha producido, en el lapso de meses, anuncio de cierre y marcha en su defensa con incidentes –a mediados de marzo–, y Mirtha Legrand clamó en TV por su continuidad. Sin confirmación oficial sobre su permanencia, Roberto y Bianca, los boleteros, tampoco saben qué pasará. “Nosotros no sabemos nada –dicen a dúo–. Siempre somos los últimos en enterarnos. Ojalá que siga. Convoca a unas 3000 personas por día y hace dos años que la entrada vale 400 pesos. Si fuera por el precio tendría que estar lleno todos los días. Estudiantes y jubilados, a 200 pesos.
Querido Congreso
La vuelta a la plaza, del lunes, deja un sabor ácido en los ojos: el mal humor, la mísera ala sur, las amables y organizadas personas en situación de calle. Un soplo esperanzador con los organizadores de las ollas de las 17.30 y las 20: esta gente no tiene nada que ver con la ola de roturas de vidrios de autos y robos de celulares a la salida del Liceo, en la que cayó como víctima hasta la actriz de Legalmente rubia, que estuvo un tiempo y debió ser reemplazada, Costa. Los que roban no son del entorno de la plaza –dicen los que saben–. Llegan en motos, con acento colombiano y chileno (advierten los que viven allí).
Aquí se aglutina la riqueza arquitectónica más relevante de la Ciudad: entre las novedades del año en curso, el edificio de la Confitería del Molino sigue con los recorridos guiados, La Experiencia Molino, que permite hacer un seguimiento del avance de las obras de su puesta en valor (puede visitarse los martes y jueves a las 10 y las 14 h., así como el último sábado de cada mes a las 10 y las 13, previa reserva). Se prevé restaurar –para la reinauguración, aún sin fecha– la carta antigua de la Confitería, con el Postre Leguizamo (base de milhojas, dulce de leche, merengue, castañas glaseadas, crema de almendras, bizcochuelo y fondant), el postre Juana de Arco (con durazno, crema pastelera y castañas glaseadas) y el Imperial Ruso (a base de merengue francés, manteca y almendras).
La Confitería del Molino, renovada
Según lo que pide la ley, funcionará un centro cultural en el segundo piso, para promover a los artistas jóvenes. Incluso, para este centro, la ley imagina un nombre y propone: “Las aspas”. Para erigirlo, se están recuperando los departamentos del segundo en los que vivía la familia fundadora, de Cayetano Brenna, un piso más arriba del salón de fiestas, y allí también habrá un museo de sitio, un espacio destinado a los hallazgos arqueológicos y los pocos muebles que se conservaron.
En puerta del Teatro Liceo, Legalmente Rubia –con Mario Pasik, Fede Salles, Laurita Fernández y Virginia Demo– es la alegre excepción al clima general de abatimiento. “Estamos fuera del corredor Avenida Corrientes –cuenta Majo, de Producción–, pero amamos al Liceo: es el más antiguo del país (1872), nacido como El Dorado”.
La actriz y ex participante de Reality Virginia Demo es un caso atípico, no debidamente reseñado del espectáculo local, con su nombre en marquesina y club de fans que la viene a buscar todas las noches. Durante la función, es la única –aunque haya ingresado más tarde, en reemplazo de Costa– que tiene potestad para hablarle al público y ejecutar un par de guiños a su trayectoria en Gran Hermano. A la salida, yendo hacia el oeste, se disipa la alegría, la brillantina; están las vallas, y más allá la doble hilera fija de agentes de la Policía Federal recubriendo el contorno del Palacio del Congreso.
Salir de la calle
Dice un diariero, de Yrigoyen y Entre Ríos: “Esta es la cuadra que concentra mayor cantidad de gente que duerme en la calle. Por la mañana, encuentro bandejitas de comida, algunas que quedan por la mitad. ¡Muchachos, se la están dando gratis! –dice–. Por lo menos háganle el honor de comérsela toda”. Ahí mismo, en este interminable juego de contrastes sucesivos y simultáneos, la Biblioteca del Congreso –con una incipiente “Ventanilla de préstamos”, con un repertorio acotado de títulos pasibles de ser llevados al hogar, desde quince días a un mes– tiene un salón de lectura que se inauguró en 1917 y está revestido íntegramente en nogal italiano, tallado y lustrado, desde los muros hasta las estanterías. Se destaca su valioso reloj obsequiado por la Infanta Isabel de Borbón en 1910, pero en nada comparable al de enfrente: el Reloj de los Moros, sobre el ex edificio del Instituto Biológico Argentino, con sus colosos de bronce implantados en ese ámbito desde 1926.
“Tratamos de sobrevivir como podemos –contesta quien duerme a la intemperie–. Hoy tenemos una sola manta. El camión de Cliba, con los seis patrulleros, nos tiraron las frazadas a la basura. Hay que preguntarse por qué terminamos en situación de calle; fue después del Covid. Me quedé sin laburo. Somos 70 personas fijas las que estamos acá, en estas dos cuadras. No le importamos a nadie”.
Ollas populares que se arman en la plaza del Congresostá tomando su cafecito de todos los atardeceres en el bar Vittorio, de Yrigoyen y Luis Sáez Peña, conoce esta realidad a fondo: “Sacaron a la gente que estaba en condición de calle frente al Farmacity. Tengo entendido que la puerta de la Biblioteca queda como un resguardo para la gente a la intemperie. La Federal –en cuya planta reviste– no tiene jurisdicción, a excepción de las puertas del Congreso. El delito más común acá es la venta de drogas y la rotura de vidrios de autos para robo. También hay hurto de mercadería en los supermercados de la zona. No van en manada, pero actúan de a dos o tres”.
Andrea Ferreyra, de Riverplatenses por River, concurre habitualmente a las cuadras críticas (Yrigoyen, de Entre Ríos a Virrey Cevallos). “Los lunes a partir de las 20, unida a los otros por el sentimiento, llevando lo que podemos juntar: mandarinas, huevos, budines, pan dulce”. Los espera la fila callada. Se está viniendo la noche y, en un rato, se quedan solos.
“¿Cuándo va a ser el día en que salgamos de la calle?”, plantea muy angustiado, Juan, esposo de Rocío y papá de Sarain. “Acá en la calle, te dormís y te roban o te lastiman. La calle es complicada cuando hay chicos en el medio. Yo estoy saliendo a cartonear para poder comer, para vestirlo”.
Según fuentes del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat (GCBA), “hay nuevos hogares y nuevos protocolos para la gente que vive en estas condiciones: se recorren los barrios porteños con más de 40 móviles de la Red de Atención, y se incorporaron equipos que realizan trayectos a pie”.
Estar en la calle “no significa estar sucio ni mal vestido –sigue el padre–. Hoy pude juntar dos bolsas de cartón en Palermo. Ellos vienen conmigo. Lo subo al nene al carro y salimos a pelearla, caminando ida y vuelta a Palermo. Yo lo que quiero es una solución para cambiar esta vida que llevamos. No es vida estar en la calle, hermano”.
Su mamá y su papá, en Santiago del Estero, quieren que se vuelvan a la provincia, pero no tienen para pagarse los pasajes. “Lo que más deseo en mi vida es sacar a mi familia de la calle –repite–. Que mi hijo tenga la posibilidad de ir al jardín”.

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