sábado, 14 de septiembre de 2024

DESDE ADENTRO Y ESTRATEGIA


El mercado ya mira las elecciones
Florencia DonovanEl presidente Javier Milei
La orden del Tesoro para comprar los dólares en el Banco Central finalmente salió ayer. Se espera que entre hoy y el lunes, la Argentina le transfiera al Bank of New York (BoNY) los dólares necesarios para garantizar el pago de los intereses de los bonos que vencen en enero de 2025. No es mucho más lo que puede hacer el Gobierno, por ahora, para mejorar la imagen de cara a los inversores. Es un paso, aunque seguro no será suficiente.
Esta semana estuvo en Buenos Aires Richard Deitz, CEO del fondo VR Capital, uno de los más grandes inversores en bonos de deuda provinciales. Deitz hizo una ronda de encuentros con representantes de provincias, incluyendo gobernadores. Es la segunda vez que viene al país este año. Ya en febrero pasado, según consta en el Registro Público de Audiencias, estuvo reunido con el entonces ministro del Interior Guillermo Francos.
Muy optimista con la Argentina, Deitz, sin embargo, insistió ahora entre sus interlocutores en que todavía no comprendía cómo un gobierno que se decía liberal mantenía un cepo cambiario, pero además les adelantó que no pensaban en incrementar su posición en la Argentina hasta no ver el resultado de las elecciones legislativas del año próximo.
Poco a poco el calendario electoral empieza a colarse en todas las conversaciones de inversores y del propio Gobierno, que empieza a calibrar sus decisiones en función del impacto que podrían tener de cara a las elecciones de mitad de mandato.
Ya no es solo el cepo cambiario lo que anteponen como barrera quienes están sondeando alguna inversión en el país. “Todo está mutando a los resultados de 2025”, admite un hombre que se mueve con comodidad en el gabinete.
“Meter un 2% de inflación en diciembre es clave. Primero hay que mostrar un triunfo contra la inflación, después llegar bien a las elecciones. Para el cepo y las reformas se irá viendo”, siguió el hombre que es parte de la administración mileísta.
No debería ser una sorpresa para el Gobierno. Lo mismo pasó con Mauricio Macri: los inversores, que llegaban al país en hordas para conocer al presidente, también quisieron esperar a ver qué sucedía con las elecciones de mitad de mandato. El largo plazo para el argentino puede ser solo una expresión de deseo, pero para el mundo es la norma.
Hacia 2025, hay tres factores que favorecen la posición de Milei.
El primero: hasta ahora no hay una oposición con una identidad con la fuerza suficiente como para retar a La Libertad Avanza. Si hay algo que ha hecho bien el audaz asesor Santiago Caputo es construir de manera sencilla un relato en torno a las “fuerzas del cielo”. Sus conceptos e ideas son fáciles de identificar: “el ajuste, la casta, la baja de la inflación, la libertad, el león”.
La oposición, en contraste, está en atomización extrema. Nunca antes ha habido semejante tembladeral dentro de las estructuras de partidos tradicionales. No solo el peronismo está teniendo dificultades para reconstruirse después del fracaso de la gestión de Alberto Fernández. También hay un radicalismo para cada ocasión; nada más parecido en este momento al Zelig de Woody Allen que el partido que hace 132 años fundó Leandro Alem.
El presidente Javier Milei también está haciendo un aprendizaje rápido. Probó esta semana que tiene una maleabilidad política que hasta ahora no había manifestado.
Su decisión de encabezar encuentros primero con diputados radicales, para desactivar la posibilidad de que la Cámara baja insistiera con la jubilatoria, y luego a senadores dialoguistas, para contener el tratamiento del decreto que dio fondos adicionales a la SIDE, marca un cambio en su acercamiento a cuestiones de la gestión que no son meramente económicas.
“Estuvo tres horas atento e interesado, la verdad muy genuino –lo describió un senador–. Fue una muy buena reunión”.
El segundo factor que juega a su favor es el nivel de apoyo social, que pese al feroz ajuste de estos nueve meses de gestión sigue siendo elevado. El índice de confianza en el gobierno de la Universidad Di Tella, un “proxy” relativamente acertado de la posición de los oficialismos en las urnas, le daba en agosto pasado una aprobación promedio de 2,55, mejor que la que tuvo Néstor Kirchner en todo su mandato.
“La condición de supervivencia de este tipo de frentes, como La Libertad Avanza, pasa por tener a sus enemigos vivos”, opina el sociólogo Luis Costa. “Porque se nutre de la confrontación. Tiene la garantía de que el 50% lo banca, porque el otro 50% lo odia”, dice.
El tercer factor es la economía. En gran medida, es el pilar fundamental que hoy contribuye a sostener a los otros dos: la desorientación entre la oposición y el consistente respaldo social.
Por eso es tan importante para el equipo económico sostener el proceso de desaceleración de la inflación. Es tal vez uno de los objetivos más claros que Milei se planteó ante su electorado. “La curva de inflación es para Milei lo que la curva de contagio era para Alberto Fernández”, dice Costa.
Rezándole a septiembre
En el equipo económico esperan que en septiembre el índice de precios empiece con el número 3.
La mayoría de las consultoras privadas creen que es un objetivo posible. Según bancos como J.P. Morgan, podría ubicarse en 3,4 por ciento.
La rebaja del impuesto PAIS haría parte del trabajo. Aunque también la decisión de bajar en 10 puntos el impuesto sobre las importaciones de bienes empieza a abrirle al Gobierno otro desafío: sostener las cuentas fiscales en orden.
Por lo pronto, este mes, por primera vez en mucho tiempo, el Tesoro debió salir a auxiliar al PAMI con unos $200.000 millones (casi 0,04% del PBI). La obra social que hoy da servicio a más de cinco millones de jubilados, la más grande del país, contaba entre sus ingresos una porción de lo recaudado por el impuesto PAIS.
Por cada $100 que recaudaba el Estado por el impuesto, 28 iban al PAMI. Pero poco se ahorró durante la gestión de Luana Volnovich de este ingreso extraordinario. De perreforma sonalidad adictiva, la política nunca reserva nada para después. No ha de sorprender que el PAMI continúe con los recortes, como fue haciendo en las últimas semanas con la cobertura de algunos medicamentos.
Así y todo se espera que en septiembre, con lo justo, el Gobierno mantenga el superávit fiscal e incluso el financiero.
Pasado mañana, ante el Congreso, el presidente Javier Milei hará de lo fiscal una cuestión central. El presupuesto 2025 no habilitará gastos si no hay ingresos que los financien.
Música para los oídos de cualquier acreedor, incluyendo el Fondo Monetario Internacional (FMI), que podría estar enviando a fines de mes una misión para concluir la novena revisión del acuerdo firmado por Sergio Massa.
Salvo el objetivo de reservas internacionales –que no llegará a cumplirse–, es poco lo que el FMI podrá cuestionarle a la Argentina en esta nueva revisión.
Aunque Milei soslaye en público el problema de la menor acumulación de dólares por parte del Central, en privado, en el equipo económico tienen en claro que no es algo menor.
De hecho, es para mejorar el número de reservas brutas que el Gobierno obliga a todos los blanqueadores de divisas a depositarlas en bancos antes de transferirlas a una sociedad de Bolsa (ALyC, según la jerga). Los depósitos en moneda extranjera en el sistema financiero cuentan como reservas brutas, no así los fondos de las ALyC.
Del mismo modo, el BCRA estaría estudiando la posibilidad de habilitar que las billeteras como Mercado Pago puedan tener CVU en dólares. Es un pedido de ellas, pero también hay quienes lo ven como una posibilidad de que gente que tiene dólares encuentre nuevas vías para volcarlos al circuito financiero.
En el Gobierno leyeron la salida del chileno Rodrigo Valdés del equipo negociador del FMI como una victoria. Puede ser. Pero la real victoria no pasa por el desplazamiento de un burócrata. El Gobierno tiene demasiadas batallas por delante.
La elección de 2025 será una grande, pero también es probable que no sea siquiera la definitiva. La Argentina tiene un déficit de credibilidad que llevará tiempo reconstruir.

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Jugando a la política hasta que la economía se recupere
Sergio Berensztein
Fe ciega en que la estrategia económica generará dividendos de forma tan clara como inminente, en que nadie hizo nunca tanto en tan poco tiempo y en que, más temprano que tarde, los frutos serán contundentes. Eso demuestran el presidente Javier Milei; su ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, y sus principales voceros, como José Luis Espert, además de no pocos colegas suyos que, en público y en privado, evidencian una mezcla de sorpresa y admiración.
Esta confianza férrea se fundamenta en el respaldo teórico que brinda una buena parte de la literatura económica contemporánea y, sobre todo, en las creencias y supuestos que predominan en el mundo de las finanzas (entre ambos hay fuertes vías de retroalimentación). Así se cimienta la visión de los protagonistas de un gobierno que se ve a sí mismo como responsable de una gesta transformacional sin precedente: volver a poner al país en la dirección correcta y corregir para siempre los problemas estructurales que nadie se había animado a enfrentar. Ante semejante dosis de autoestima, no existe dato o elemento de la realidad que haga mella o genere dudas significativas.
“Daños colaterales”, definió un integrante del equipo económico. Inevitables costos de corto plazo que afectan a un sector determinado, pero indispensables de asumir para beneficio del conjunto de la sociedad en un horizonte de mediano y largo plazo. “Es parte de la épica que los define y los impulsa a fugar hacia adelante”, reflexiona desde su escritorio en un suburbio de Nueva York un viejo lobo de Wall Street que convivió hace un par de décadas con Caputo y su nueva mano derecha, José Luis Daza (ratificado en su cargo a pesar de versiones que sugerían lo contrario).
¿Hasta qué punto esta hipótesis que sostiene el Gobierno será refrendada por la realidad? ¿Podrá con sus construcciones políticas endebles seguir contrarrestando su escaso peso relativo en el Congreso para evitar que la fragmentada oposición frene algunas de las iniciativas más polémicas, como ocurrió el miércoles pasado con el veto a la nueva fórmula jubilatoria? ¿Cuál será el costo político (en especial en la imagen presidencial) y electoral que implicará el impresionante esfuerzo que hace la sociedad argentina como resultado de la corrección fiscal que implementó el Gobierno?
Ya se advierte cierto desgaste en la opinión pública que, de confirmarse los guarismos de agosto en las próximas mediciones, implicaría un cambio de clima significativo en relación con los primeros nueve meses de gestión. El último estudio sobre humor social que realizan conjuntamente D’Alessio-IROL/Berensztein muestra un preocupante descenso en el optimismo respecto del rumbo de la economía. Más aún, la imagen positiva del Presidente (que nunca superó por mucho tiempo el umbral del 50%) continúa su tendencia declinante, aunque sigue mucho mejor que la de sus predecesores (naturalmente Alberto Fernández, pero también Mauricio Macri y CFK) y la de su último contrincante (Sergio Massa). Milei continúa contando con casi todo el apoyo de la masa de ciudadanos que lo acompañó en la primera vuelta en las elecciones del año pasado (30%) y de un segmento importante de quienes se volcaron por Patricia Bullrich, aunque entre muchos de ellos produce rechazo su estilo agresivo (a menudo, con deslices groseros y grotescos).
“La única manera que tengo de seguir apoyando a este gobierno es mirando los resultados macro y evitando escuchar al Presidente”, afirmaba un empresario que explicaba su renuencia a concurrir a la presentación de Milei en Mendoza hace una semana, en ocasión del evento del IAEF. Eso ocurrió luego de que Cristina Fernández de Kirchner hiciera públicas sus críticas a la estrategia desplegada por el Gobierno. En efecto, cuando se especula sobre quién y cuándo podría capitalizar el deterioro del oficialismo, aparece presurosa CFK para sostener su papel de principal opositora y obturar el (¿re?) surgimiento de un competidor con mejores credenciales en términos de construcción electoral y capacidad para atraer a los ciudadanos decepcionados del actual estado de cosas.
Se confirman dos cosas: Cristina sigue negándose a cualquier tipo de autocrítica, aunque sea en dosis homeopáticas, y no logró mejorar su capacidad de síntesis. Quedan, en simultáneo, tres interrogantes. ¿Quiere hacerse cargo del denostado aparato del PJ? Mucho se habla de su supuesto interés en conducir una eventual renovación o reinvención del partido con el que históricamente tuvo una relación de amor-odio y con el que estableció, para bien o para mal, una relación simbiótica. ¿Es cierto que esa pretensión fue perdiendo peso a raíz de los contratiempos de Martín Lousteau como titular de la UCR? Y, la última: ¿cuándo presentará su libro Sergio Massa? En un sector del peronismo, incluidos los sindicatos, se especula con que rompería su dilatado silencio para brindar alguna señal respecto de sus planes a futuro. Otros dirigentes son menos optimistas. “¿Para qué volvería ahora? Mientras se mantenga este clima social, la única estrategia lógica consiste en esperar”, afirmó un experimentado exembajador de Cristina y Alberto.
El tiempo se convirtió en la variable clave tanto para el oficialismo como para el resto del espectro político. El Gobierno cree que juega a su favor: cada día que pasa estaría más cerca de que la economía reaccione y cuando eso ocurra todo será mucho más fácil. Imagina un círculo virtuoso: crecimiento sostenido (entre el 3 y 4% en 2025, más vigoroso de 5 o 6% al año luego) para profundizar reformas, seguir bajando impuestos y meterse con temas que hasta ahora prefirió, pragmático, postergar, como los subsidios a Tierra del Fuego.
A diferencia de otros episodios del pasado que se frustraban por la falta de dólares, en esta oportunidad la diversificación de las exportaciones (energía, minería, economía del conocimiento, pesen ca y turismo, sumado al complejo agroindustrial) permitiría superar los cuellos de botella de las crisis del balance de pagos (la consabida “restricción externa”). Muchos operadores financieros escuchan esta narrativa, calculan las ganancias que podrían obtener apostando a los bonos soberanos, que cotizan a precios más que accesibles, y se les hace agua la boca. Uno de ellos insiste en que el costo de financiamiento para las empresas argentinas converge con sus pares de la región. “El riesgo país está alto por la inercia de desconfianza, pero el año próximo podría desplomarse si el Gobierno consolidara su poder en las elecciones de mitad de mandato”.
Algunos suponen que, por el contrario, el tiempo solo demostrará que la estrategia del Gobierno está destinada al fracaso. Los más críticos apuntan a la falta de dólares, pero también al atraso cambiario. Otros argumentan que la recuperación será mucho más lenta de lo que el oficialismo supone, puesto que hasta ahora el 70% del crecimiento está ligado al consumo y no hay una perspectiva clara de que vaya a recuperarse rápidamente, con ingresos que a lo sumo lo harán de forma segmentada (relacionada con los sectores más dinámicos, intensos en capital). Más: un número indeterminado pero no menor de pequeñas y medianas empresas ligadas al modelo populista-proteccionista no podrá sobrevivir, con el costo que eso trae asociado. Una economía más abierta y dinámica creará nuevas oportunidades, pero las consecuencias de esta transición no serán inocuas en términos electorales.
Ambas visiones coinciden, así, en que las urnas terminarán decidiendo el destino final de esta inusual experiencia.
Las urnas terminarán decidiendo el destino final de esta inusual experiencia


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