Cuando era chico, crecí con la idea de que la escasez de energía era culpa de que nos estábamos quedando sin petróleo, y de que las megaempresas, conspirativas y ambiciosas, habían decidido mantener sus reservas bajo tierra para hacer subir los precios que los consumidores pagaban por la energía.
Con el tiempo surgieron mis primeras contradicciones: el avance de la tecnología fue más rápido que el agotamiento de los recursos. De hecho, hoy se necesita la mitad de petróleo para impulsar un auto que lo que era necesario hace cinco años. Y las empresas, además de ser más productivas, cuidan más el medio ambiente. Además, las grandes corporaciones del pasado ya no existen y las empresas más grandes del mundo son más jóvenes que mis hijos.
El próximo desafío pasó a ser la administración de la abundancia a menores costos. El campo experimentó una revolución tecnológica y produce mucho más en las mismas hectáreas. La minería es mucho más efectiva y eficiente.
La realidad es mucho más compleja de lo que aparenta ser
“Es fácil opinar sobre el bolsillo ajeno; de ahí la vieja sentencia: si hay que agarrar una víbora venenosa, que sea con las manos de otro”
Donald J. Boudreaux nos desafía a considerar la economía mundial actual en la cual miles de millones de personas, cada una con preferencias, talentos y conocimientos únicos, toman diariamente innumerables decisiones. La mayoría de ellas son pequeñas, y casi todas se ajustan en función de los resultados de las decisiones que otros van tomando. La economía mundial es increíblemente compleja y, sin embargo, funciona de manera sorprendente, tanto que la damos por sentada, y solo notamos sus fallas cuando no cumple con nuestras expectativas ideales.
¿En serio vamos a creer que es el Estado el que resolverá los desafíos de la microeconomía? ¿Que es solo cuestión de devaluar, de romper con el Fondo Monetario Internacional (FMI), o de poner control de precios?
Pensemos en algo tan aparentemente sencillo como la remera que llevás puesta. No la hiciste vos. Probablemente ni siquiera sabrías por dónde empezar a hacerla. ¿Quién cultivó el algodón? ¿Quién lo transportó a la fábrica? ¿Quién aseguró estas operaciones comerciales? ¿Quién diseñó la remera? ¿Quién financió al comerciante para que tuviera la remera en stock antes de que decidieras comprarla?
Como sostiene Boudreaux, vos no hiciste nada de eso. De hecho, ninguna persona hizo más que una pequeña parte de ese proceso. Y aun así, ahí está, en tu cuerpo: una hermosa remera. Nunca pensaste que cientos de personas movilizaron capital, talento, mano de obra y servicios para que hoy la luzcas. Además, en todo ese proceso que describí, las provincias, los municipios y la Nación te cobraron impuestos, por casi el 45% del valor de esa remera.
“¿En serio vamos a creer que el Estado resolverá los desafíos de la microeconomía, que es solo cuestión de devaluar o de poner control de precios”
¿Cuánto pagaste por tu remera? Teniendo en cuenta el salario promedio en nuestro país, aproximadamente el equivalente a 7 horas de trabajo. Y a todos los que participaron en el proceso de producir esa remera seguramente les llevó muchas más horas de trabajo.
La complejidad de las cadenas de suministro y los procesos de mercado hacen que las remeras sean algo común para la mayoría de nosotros. Pero cuando hablamos de remeras, hablamos de “la industria textil”, de “la industria minorista” y de “la demanda de los consumidores”.
Estos términos pueden llevarnos a creer erróneamente que entendemos lo suficiente sobre los fenómenos que describen. No es así, y eso nos hace peligrosamente arrogantes. Exigimos que el gobierno intervenga en los mercados: que imponga un arancel a ciertos productos, que establezca un salario mínimo en un país, que controle los precios de algunos bienes.
Quienes abogan por soluciones gubernamentales simples a los problemas económicos, ya sean reales o imaginarios, ignoran la inmensa complejidad de los procesos de mercado en los que desean intervenir con la pesada mano del Estado.
Señores, sería bueno que cada uno de nosotros nos dediquemos a hacer lo que sabemos hacer, y que el Estado legisle para hacer viable la convivencia entre todos, que la justicia garantice la seguridad jurídica y que seamos iguales ante la ley, y que el Poder Ejecutivo administre las cuentas públicas, es decir, el dinero de los contribuyentes, de forma austera, para evitar de esa manera que haya procesos inflacionarios.
En la vida ninguno de nosotros hace lo que debe, ni lo que quiere. Hace lo que puede con lo que tiene. Existen las restricciones exógenas. No hay cosa más satisfactoria que repartir plata, pero de otros.
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