La fascinante vida de Lee Miller, la modelo convertida en fotógrafa que retrató los horrores de la Segunda Guerra Mundial (y se metió en la bañera de Adolf Hitler)
Fue una de las pocas mujeres que viajó junto al ejército por Europa; Las imágenes que presenció durante la guerra la atormentaron durante el resto de su vida y se volvió dependiente del alcohol
BBC News Mundo

Kate Winslet luchó durante ocho largos años para que se hiciera su película biográfica sobre la fotógrafa de guerra estadounidense Lee Miller, y esta semana por fin se estrenó en Reino Unido.
La Lee en cuestión es Elizabeth “Lee” Miller, nacida en Estados Unidos, una mujer extraordinaria cuya vida glamorosa y colorida eclipsó con frecuencia su carrera fotográfica.
Miller no solo fue una de las mejores modelos de moda para revistas como Vogue, Harper’s Bazaar y Vanity Fair, sino que también fue una importante fotógrafa surrealista y una valiente corresponsal de guerra que documentó las atrocidades de la II Guerra Mundial.
Lee Miller nació en 1907 en Poughkeepsie, una pequeña ciudad industrial a unos 140 km de la ciudad de Nueva York. Su padre, Theodore, fue un ingeniero, inventor y fotógrafo aficionado que alentó el interés de Miller por la fotografía, comprándole su primera cámara, una Kodak Box Brownie, a la edad de diez años.
Fue en el cuarto oscuro de su padre donde Miller comenzó a experimentar con el proceso fotográfico. También posó como modelo para su padre, quien tomó miles de fotografías de su hija desde su nacimiento hasta la edad adulta, incluidos varios retratos desnudos.

Miller, una joven de espíritu libre, encontró aburrida la vida tranquila en Poughkeepsie y en 1925, con 18 años, convenció a su padre para que la dejara hacer un viaje de estudios a París, donde conoció una ciudad vibrante con vida cultural, artística e intelectual.
A su regreso a Nueva York, en 1926, tuvo un encuentro casual con el fundador de la revista Vogue, Condé Nast, quien quedó tan encantado con la sofisticación y belleza de Miller que la invitó a posar para la revista.
Durante las décadas de 1920 y 1930, Miller trabajó con algunos de los fotógrafos de moda más importantes de la época, incluidos Edward Steichen y George Hoyningen-Huene. Sin embargo, siempre prefirió estar detrás de la cámara que delante de ella.
Fue Steichen quien le presentó al surrealista estadounidense Man Ray, que trabajaba como artista y fotógrafo comercial en París. Miller fue la musa, amante y colaboradora de Man Ray en París entre 1929 y 1932.
En ocasiones, Miller aceptaba los encargos de fotografía comercial de Man Ray para que él pudiera centrarse en sus proyectos artísticos, aunque las fotografías publicadas rara vez se acreditaban a Miller.
También jugó un papel importante en el redescubrimiento de un proceso fotográfico llamado solarización, que produce “contornos en forma de halo alrededor de las formas y áreas de tonalidad parcialmente invertida para enfatizar los contornos del cuerpo”, que durante años se atribuyó únicamente a Man Ray.
En 1932, Miller regresó a Nueva York, donde abrió su propia empresa comercial, Lee Miller Studios Inc., antes de mudarse a Egipto en 1934 para casarse con el rico empresario egipcio Aziz Eloui Bey.
Egipto inspiró a Lee a crear muchas imágenes surrealistas, incluida su obra de 1937 “Un retrato del espacio”. Sin embargo, su estancia en Egipto fue breve, al igual que su matrimonio con Aziz.
Fotografiar la guerra
Lee conoció al surrealista británico Roland Penrose en París en 1937 y pasó tiempo con su círculo en el sur de Francia, entre los que se encontraban Man Ray, el poeta Paul Eluard y Pablo Picasso, quien pintó un memorable retrato de ella.
Miller se mudó a Londres con Penrose en septiembre de 1939, justo cuando Gran Bretaña declaró la guerra a Alemania. Como fotógrafa con antecedentes surrealistas, el bombardeo de Londres de 1940 le brindó una oportunidad emocionante para capturar la extrañeza y las rarezas de la guerra.
Veintidós de sus fotografías de los bombardeos figuran en la publicación del Ministerio de Información de 1941 “Grim Glory: Pictures of Britain Under Fire”.
En 1942 obtuvo la acreditación del ejército de Estados Unidos, convirtiéndose en una de las pocas mujeres corresponsales de guerra que viajaban con el ejército por Europa.
Miller fue la única que fotografió el combate y fue testigo del asedio de Saint Malo, donde los estadounidenses probaron su nueva arma secreta, el napalm. Las fotografías de Miller se publicaron como ensayos fotográficos en la revista Vogue, ediciones británica y estadounidense.
La editora de la edición británica de Vogue, Audrey Withers, no solo quería cubrir temas de moda y belleza, sino también mantener a sus lectores al tanto de los asuntos de actualidad y las cuestiones sociales.
Miller y Withers trabajaron en estrecha colaboración para transformar la revista de moda y estilo de vida en algo que también hablara de lo que estaba sucediendo en el mundo, publicando artículos de moda junto con historias e imágenes de la guerra.
Miller siempre tuvo como objetivo mostrar la verdad en su fotografía de guerra. En sus fotografías de la liberación de los campos de concentración de Buchenwald y Dachau, en abril de 1945, documentó las atrocidades del régimen nazi en su forma más terrible.
El día después de fotografiar Dachau, posó para su retrato más famoso en tiempos de guerra, tomado por su amigo y colega, el fotógrafo de la revista Life David E. Scherman. El retrato muestra a Miller lavándose en el baño de Hitler en su apartamento de Munich, con un aspecto cansado pero hermoso, con las botas tiradas en el suelo y una imagen del Führer apoyada en los grifos.
Después de la guerra, en 1947, Miller quedó embarazada de su único hijo, Antony Penrose, autor de “The Lives of Lee Miller”, en el que se basa la película de Winslet, y se casó con su padre, Roland Penrose.

En 1949 se mudaron de Londres a Farley Farm, en la zona rural de East Sussex, donde Miller se dedicó al ámbito doméstico y se convirtió en una cocinera y anfitriona consumada.
Las imágenes que presenció durante la guerra la atormentaron durante el resto de su vida y se volvió dependiente del alcohol; hoy le habrían diagnosticado trastorno de estrés postraumático.
Miller murió en Farley Farm en 1977, dejando un extraordinario legado fotográfico y ha sido objeto de numerosas exposiciones desde entonces.
Por Lynn Hilditch, profesora de Bellas Artes y Práctica de Diseño Praxis, Liverpool Hope University, Reino Unido
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La casa natal de Adolf Hitler. Cómo es “la cuna del mal”, el lugar que más incomoda a los austríacos
Vista de la calle con la casa natal de Adolf Hitler. En el auge del nazismo, Martin Bormann, el poderoso secretario privado de Hitler, la compró y se la regaló (Photo by Wolff & Tritschler/ullstein bild via Getty Images)ullstein bild - ullstein bild
El documental ¿Quién teme al pueblo de Hitler?, del cineasta Günter Schwaiger, se sumerge en el agrio debate sobre el destino del inmueble de la ciudad de Braunau en el que nació el líder nazi
Jacinto Antón - El País
Braunau am Inn tiene el dudoso privilegio de aparecer en la primera frase del primer capítulo del Mein Kampf (Mi lucha). Adolf Hitler explica ahí que considera una “predestinación feliz” haber nacido (a las seis y media de la tarde del 20 de abril de 1889, un sábado nublado, según anota en su biografía de referencia Ian Kershaw) en la pequeña ciudad austríaca. Una localidad, continúa Hitler, “situada precisamente en la frontera de esos dos Estados alemanes [Austria y Alemania] cuya fusión se nos presenta como un cometido vital que ha de realizarse a toda costa”.
El propio Hitler pasa a precisar qué poco recuerda de su vida en Braunau am Inn, lo que es lógico pues cuando aún no contaba tres años su padre Alois, funcionario de aduanas, fue ascendido y la familia se trasladó a Passau, en Baviera, al otro lado de la frontera. Luego, en 1898, se volvieron a mover, esta vez a Leonding, en el distrito de Linz. Y es Linz la que él siempre consideró su ciudad natal y a la que quiso luego, ya en el poder, convertir en la ciudad más bella del Danubio y el contrapeso cultural de Viena, a la que tanto detestaba. Todo eso y que a Hitler no parece haberle importado demasiado Braunau am Inn —sus casas eran el apartamento de Múnich, la segunda residencia del Berghof y la cancillería (búnker incluido)— no ha logrado salvar a la localidad del sambenito de ser “la cuna del mal”, donde nació el líder nazi y de tener que lidiar con esa carga desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando todo el mundo escamoteaba el retrato del otrora bien amado Führer así que no digamos su casa natal.


El caso es que el inmueble en que nació Hitler, en el número 15 de la calle Salzburger Vorstadt, se ha conservado bastante igual a lo largo del tiempo, provocando —aparte de considerable embarazo y un peligroso interés de los neonazis—, un agrio debate sobre qué hacer con él, tanto en la ciudad como en toda Austria. A reseguir esa polémica, desde una interesantísima perspectiva personal, moral y comprometida, se ha consagrado el cineasta austriaco Günter Schwaiger en el documental ¿Quién teme al pueblo de Hitler?, subtitulado Una casa y el pasado dentro de nosotros.
El filme aborda la espinosa cuestión de la casa tomándole el pulso a los habitantes de Braunau, un lugar que, como lamenta uno de ellos, lleva el pardo ya en el nombre (Braun, como en Braunhemden, camisas pardas, las SA, por no hablar del apellido de Eva Braun). Desde el inicio, queda claro que buena parte de la sociedad austríaca no está nada contenta con tener a Hitler de compatriota, prefieren a Sissi y a Mozart. Lo que se resume en el chascarrillo de que los austríacos han logrado convencer al mundo de que Hitler era alemán y Beethoven austríaco. Un testimonio en Viena sugiere incluso desplazar un poco la frontera para que Braunau quede del lado alemán…


El qué hacer con la casa, cerrada a cal y canto desde 2016, es la cuestión central que recorre todo el largometraje, y el destino del inmueble se convierte en una metáfora de la conciencia y la memoria de los habitantes de Braunau y por extensión de todos los austríacos. Schwaiger hace hablar a vecinos, historiadores y autoridades, personas de diferentes ideologías, con distintas opiniones. Unos consideran la casa “un estigma” para la ciudad, otros ridícula, tanta polémica “por una casa en la que no pasó nada, no se cometieron crímenes ni salieron órdenes”. Se recuerda que una vecina les lanzó un cubo de agua a unos jóvenes con uniformes de las SA que acudieron a celebrar el 90 cumpleaños de Hitler. “Si no vienen aquí, irán a otro sitio”, señala otro vecino. A destacar las opiniones de la centenaria ex vicealcaldesa Lea Olczak, una mujer de temple, con un padre asesinado en Mauthausen y tan parecida de aspecto a Gitta Sereny. “¿Que si pasé miedo con los nazis? Puedo escribir un libro sobre el miedo”.
Entre los momentos más impactantes, la filmación con cámara oculta de lo que ocurre en el exterior de la casa durante todo un día de otro cumpleaños de Hitler (un neonazi llegado de Berlín coloca una corona de flores “a nuestro bendito Adolf” y se enzarza en una discusión con un vecino que le afea el homenaje mientras el nazi apela a la libertad de expresión), las conmovedoras consideraciones sobre el Holocausto que hacen unas personas con discapacidad mental de la institución comunitaria Lebenshilfe (una de las ideas saludables era dejarles permanentemente la casa a ellos, y disfrutar imaginando la rabia que le hubiera producido a Hitler), y las escenas rodadas en el interior cuando Schwaiger y su equipo pueden acceder excepcionalmente.

Me sorprendió su sencillez y su normalidad”, explica a este diario el cineasta de su visita al interior de la casa vacía. “Imaginaba, como todos, un lugar siniestro, esperaba algo oscuro, húmedo, con un aura negativa, y lo que encontré fue todo lo contrario, un espacio abierto, con muchas ventanas. Nada que pudiera inducir un sentimiento tétrico o podrido. La simbología está en la cabeza”. De hecho, Hitler apenas vivió en la casa. Se supone, dice Schwaiger, que nació en una pequeña habitación del segundo piso. Cuando la familia se marchó, el inmueble siguió siendo casa de alquiler, acogió una escuela y un restaurante, y tuvo otros usos hasta que Martin Bormann, el poderoso secretario privado de Hitler, la compró y se la regaló. Los nazis instalaron una falsa habitación de nacimiento del Führer para fomentar el mito, con mobiliario inventado, y en la casa y su entorno se celebraba animadamente, con profusión de esvásticas, el aniversario, como se recoge en imágenes de época en la película.
La idea de la maldad intrínseca de la vivienda, contemplarla como una mega casa de la bruja o del terror o la de El exorcista, con el niño Hitler en el piso de arriba girando la cabeza 360 grados como la poseída Regan, es peligrosa, reflexiona Schwaiger, porque refuerza la idea de lo diabólico individual de Hitler: creer que era como el niño de La profecía o de Los niños del Brasil, vamos, en detrimento de la responsabilidad colectiva por los crímenes del III Reich. Schwaiger, de 58 años, que es originario de Neumarkt am Wallersee, a 20 kilómetros de Salzburgo y 40 de Braunau y cuyo hermano (que aparece en el filme) reside en la ciudad natal de Hitler, advierte contra el extendido y tranquilizador (y falso) aserto de que Austria fue la primera víctima de los nazis, que el nazismo les llegó desde afuera y que Hitler era poco menos que un alien y su casa un Área 51, cuando seis millones de austríacos fueron miembros del partido nazi, proporcionalmente más que alemanes, y además dieron algunos de los peores personajes del régimen, entre ellos Kaltenbrunner, Globocnik y Frank Stangl, el comandante de Teblinka.

“Que la casa de Hitler se vea como tenebrosa mansión del mal te libera de tener que hacer una reflexión seria”, apunta, “y de ahí las propuestas de mantenerla cerrada, demolerla o reformarla, modificando la fachada, hasta hacerla irreconocible”. Para el director, que hace aparecer a sus propios padres hablando con notable nostalgia de los viejos tiempos bajo el nazismo y de lo “divertido” que era militar en las Juventudes Hitlerianas, la casa precisa otro tipo de exorcismo que no es el de Merrin y Karras: ha de convertirse en un lugar de memoria, “que muestre de qué manera toda la nación estaba implicada hasta el tuétano en el nazismo, que los nazis no fueron un grupo diabólico que violó a Austria, sino un movimiento que nació aquí”. Y recalca: “La casa debe dar la posibilidad de meditar sobre nuestro pasado de país de verdugos, explicar cómo desde la normalidad puede crecer el mal. Hemos de confrontarnos con la verdad y la culpabilidad”.

Desgraciadamente, como muestra el documental, las autoridades austríacas, que adquirieron la casa en 2016 (está bajo el control del Ministerio del Interior), no han estado por la labor. Se ha llegado incluso a querer retirar “la piedra de la paz”, el monolito (de la cantera de Mauthausen) instalado en 1989 frente a la vivienda con la inscripción: “Para la paz, la libertad y la democracia. Nunca jamás fascismo. Millones de muertos avisan”. Lo que provocó grandes protestas. La decisión final, si se puede usar la expresión, sobre la casa —por el momento, pues Schwaiger advierte de que de las próximas elecciones en Austria previstas para el próximo 29 de septiembre puede salir un canciller de ultraderecha y ocurrir cualquier cosa—, fue “neutralizarla”: modificar la fachada para devolverla a su aspecto del siglo XVIII y convertir la vivienda en una comisaría de policía. Las obras debían empezar en 2020 y acabar en 2022, pero se iniciaron tímidamente el pasado octubre y están paradas. Así que la casa sigue en el limbo. Eso sí, el presupuesto de la obra ha pasado de 5 millones de euros a 22. El nuevo calendario establece que la reforma concluirá en 2025 y la comisaría entraría en funcionamiento en 2026. Está previsto que los escombros que produzca la reforma sean custodiados y eliminados discretamente para que no se conviertan en recuerdos y reliquias neonazis. El filme se proponía documentar el proceso, pero con los retrasos ha tenido que ir modificando su enfoque sobre la marcha. “Iba a ser un documental clásico, pero me he visto obligado a cambiarlo y llevarlo a un terreno más emocional”.

Para el cineasta lo de cambiar la fachada es una metáfora exacta de la relación de Austria con su pasado nazi. “Ya lo dijo Thomas Bernhard: somos una nación de teatreros, cambiar por fuera para que dentro siga todo igual”. Y lo de la comisaría le parece escandaloso. No solo por la activa participación de la policía alemana y austríaca en el Holocausto y el vincular la casa de Hitler a una fuerza armada y uniformada (“Solo un cuartel del Ejército sería peor decisión”, dice), sino porque, según un documento cuyo hallazgo se muestra en el filme, los nazis y Hitler mismo querían darle un uso oficial administrativo. “Resulta una terrible ironía de la historia que la decisión de las autoridades democráticas austríacas con respecto a la casa esté tan en línea con los deseos de Hitler”, señala.
Cinematográficamente, llevar el documental hacia las reflexiones morales (“No puedo ser solo un observador”) , ha hecho que el director utilice recursos artísticos capaces de traducir en imágenes el paisaje interior, con metáforas como el bosque o la carretera, tratando de reproducir espacios oníricos o estados mentales. “Es la película más difícil que he hecho en mi vida”, afirma Schwaiger. “La casa de Hitler es un lugar dentro de nosotros”.
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¿Hitler sepultado en Paraguay? El escritor Abel Basti afirma que los restos del genocida nazi están en un mausoleo subterráneo
El autor, que tiene varios libros publicados sobre el tema, estuvo hace unos días en Asunción para continuar con su investigación, pero no le permitieron verificar la existencia de la cripta debajo del hotel Palmas del Sol
Daniel Gigena

El periodista y escritor Abel Basti (Olivos, 1956), autor de varios libros y ensayos sobre la presencia en América del Sur de alemanes nazis prófugos luego de la Segunda Guerra Mundial, intentó verificar en Asunción del Paraguay la existencia de un mausoleo donde estarían los restos de Adolf Hitler. Según Basti, que visitó esa ciudad entre el 28 de julio y el pasado 2, el genocida alemán de origen austriaco no habría muerto en un búnker berlinés en 1945 sino en febrero de 1971, probablemente en los alrededores de la capital paraguaya, adonde habría recalado por un pedido de Juan Domingo Perón al dictador paraguayo Alfredo Stroessner, en 1955.
Durante la primera presidencia de Perón, se les dio asilo a cientos de jerarcas nazis en la Argentina, según determinó el informe de la Comisión para el Esclarecimiento de las Actividades Nazis en la Argentina. Basti sostiene que Hitller murió el 5 de febrero de 1971, a los 81 años. Circulan varias teorías sobre el “falso suicidio” del Führer en Berlín, la fuga de Europa y su muerte en América del Sur. En La segunda vida de Hitler (1945-?), investigación publicada en 2019 sobre la base de testimonios y documentos desclasificados, Basti expone la suya.
En esta oportunidad, el periodista y escritor había solicitado permiso al propietario del hotel Palmas del Sol, Martín Bachmann, para usar un georradar a fin de detectar una construcción subterránea, pero se lo negaron. “Había un antiguo edificio, donde ahora está el hotel, que era de la Ayuda Social Alemana en el Paraguay, que el militar brasileño Fernando Nogueira de Araujo dijo, años atrás, que había visitado en calidad de asistente a una ceremonia funeraria de Hitler en 1973, adonde había ido como representante de los nazis de Brasil -explica Basti en diálogo con LA NACION-. Agregó que era uno de los cuarenta invitados, a quienes les habían pedido que fueran vestidos con uniforme militar. Ese relato de Nogueira de Araujo está en la web”. El brasileño habría concurrido al cierre de la cripta dentro del mausoleo, dos años después de la muerte de Hilter.

Este fue el segundo viaje que Basti hizo a Paraguay. “Fui reconstruyendo historias, particularmente la de este lugar que fue reciclado por esa misma entidad alemana y convertido en un hotel -señala el autor de Tras los pasos de Hitler-. Debajo del hotel estaría la cripta que describe el militar brasileño. Él dice que bajaron y vieron una cripta. Lo que hice fue dar con personas que habían estado ahí. Le pedí al dueño del hotel que me permitiera pasar un georradar para verificar si había una estructura subterránea. Como el dueño se negó, acudí a la Ayuda Social Alemana en el Paraguay, y ellos también se negaron. Luego hice pública en redes sociales la nota a la entidad y su negativa, y la agencia de noticias EFE se hizo eco”. La presidenta de la Ayuda Social Alemana en el Paraguay es Emma de Rüger.
En el pedido, Basti había destacado que no necesitaba realizar excavaciones, boquetes ni daño alguno a la infraestructura de la planta baja del hotel y que su único objetivo era confirmar o desechar la versión que asegura que los restos de Hitler fueron sepultados en las instalaciones subterráneas del predio.
Según informó el diario paraguayo Última Hora, Bachmann sostuvo que el edificio había sido refaccionado durante los años de pandemia y que en el pasado ya había colaborado con otros historiadores y periodistas que le habían solicitado lo mismo que Basti. “Ya me pasó lo mismo con tres o cuatro -dijo-. Nosotros refaccionamos el edificio cuando asumimos y rompimos para hacer todo de nuevo, incluso para un nuevo desagüe se excavó”. Bachmann le sugirió al escritor argentino consultar a los investigadores que habrían obtenido el permiso.
Pero Basti va a peticionar ante el gobierno paraguayo para poder verificar la existencia de la cripta nazi debajo del hotel Palmas del Sol. La confirmación del lugar por parte de testigos lo convenció de que Hitler murió en la capital paraguaya. En sus visitas, pudo conversar a los que habían entrado al mausoleo subterráneo cuando ya no se podía ver el féretro, porque este habría sido sellado durante la ceremonia a la que dijo haber asistido Nogueira de Araujo.
“En Paraguay todos hablan de la presencia de Hitler y de otros jerarcas nazis después de la caída del gobierno de Perón, en 1955 -dice Basti-. El profesor Mariano Llano le preguntó por esto a Stroessner y él se lo confirmó, le dijo que había sido un pedido de Perón”. Hitler se habría refugiado en hoteles de Asunción. “Estuvo viviendo un tiempo en el Hotel del Lago, propiedad de alemanes nazis, en la localidad de San Bernardino, a orillas del lago Ypacarí, donde llegaron varios alemanes luego de 1945”, concluye el periodista y escritor que actualmente también investiga la presencia de submarinos nazis en la costa argentina después de la Segunda Guerra Mundial.
En su libro Hilter en Colombia, Basti sostiene que el líder nazi, además, había visitado Colombia en 1954; como prueba, presentó una fotografía facilitada por un agente holandés que respondía al príncipe Bernardo de Holanda, “protector” de Hitler y afiliado al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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