Nueva derecha e inmigración
Diego R. Guelar
Las grandes migraciones poblacionales ocurrieron siempre a lo largo de la historia. Pero en este primer cuarto del siglo XXI hay fenómenos particulares que han provocado reacciones sociales y políticas que han modificado el perfil ideológico que heredamos del siglo XX.
Tanto en los EE.UU. como en Europa, las “crisis de las clases medias” –impulsadas por los aumentos de los precios de la energía y los alimentos, así como por los nuevos desafíos tecnológicos– tuvieron el agregado de la “invasión” de contingentes inmigratorios que afectaron un entramado social que se había ido construyendo progresivamente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. En Europa, marroquíes, argelinos, turcos, hindúes y pakistaníes se habían incorporado en sus metrópolis coloniales, requeridos por la necesidad de mano de obra barata, para realizar tareas consideradas “indeseables”.
A los EE.UU. llegaban regularmente contingentes de México, Centroamérica y el Caribe con el mismo propósito. En America Latina, el proceso más llamativo era el que protagonizaban peruanos, chilenos, bolivianos, paraguayos y uruguayos, atraídos por la bonanza de la entonces “rica” y próspera Argentina.
Veamos el panorama europeo: solo en 2023, 3,5 millones de personas solicitaron “asilo político” producto de las guerras civiles en África, Medio Oriente, Siria, Yemen, Cachemira y Ucrania –4,2millones recibieron un esta tus de“protección temporal”–. Llegan, actualmente, unos 380.000 inmigrantes ilegales por año, utilizando cuatro rutas principales: 1) Ucrania; 2) la del Mediterráneo oriental (Grecia, Chipre y Bulgaria); 3) la del Mediterráneo occidental (España e Italia); 4) la de África occidental (islas Canarias).
En los EE.UU. hay un stock permanente de unos 11 millones de ilegales provenientes centralmente de México, Guatemala y El Salvador. El 50% son de origen mexicano; un 15%, centroamericanos, y un 14%, asiáticos (chinos e hindúes).
Estas inmigraciones, acumulativamente, generan que, de los 332 millones de habitantes legales, 235 son blancos caucásicos; 62 millones, latinos, y 47 millones, afroamericanos.
Es de destacar que la primera minoría étnica –que vota– es la latina.
Estos “movimientos migratorios” han causado modificaciones sustanciales en la conformación de los partidos políticos tradicionales: los republicanos, hasta hace un par de décadas el partido de los conservadores de la elite, son hoy un partido de clase media baja y trabajadores, y los demócratas, el partido del progresismo liderado por California y Nueva York.
En Europa, el rechazo a la “invasión” africana, árabe y la de Europa del Este ha producido la triplicación del electorado de la “nueva derecha”, derecha dura o extrema derecha, que hoy representa el segundo electorado detrás de la centroderecha del Partido Popular Europeo y ha relegado al tercer puesto a la socialdemocracia –izquierda democrática–.
Los “libertarios” norteamericanos y europeos han girado a posiciones nacionalistas y proteccionistas, que sostienen el cierre de las fronteras tanto a personas como a productos del exterior. Una consecuencia directa de este giro es el congelamiento, esperemos que temporario, de las negociaciones de libre comercio entre el Mercosur y la UE y el regreso al requerimiento de visas para los turistas para países que estábamos liberados de ese trámite.
El panorama en nuestra región: tenemos en América Latina el caso de emigración forzosa más voluminosa del mundo: Venezuela, con más de 8 millones que han tenido que abandonar su patria y han sido acogidos, centralmente, por sus vecinos de la región, más España.
En el caso de la Argentina y sus vecinos, el empobrecimiento sufrido por nuestro país ha limitado el flujo tradicional. Hoy deberíamos, recurriendo a instancias institucionales, pactar mecanismos de compensación por los gastos que afrontamos, centralmente en educación y salud pública, y que hoy no podemos solventar como generosamente practicamos durante los últimos 100 años.
Las “derechas duras”, como espejo de las conductas del hemisferio norte, también se han desarrollado en nuestras latitudes.
Solo tenemos que entender que nuestros intereses concretos –en términos de ampliar nuestra inserción en el mundo y aumentar nuestras exportaciones– chocan con las posiciones de aquellos que no nos consideran bienvenidos.
Tenemos que cuidarnos del “colonialismo cultural” que puede hacernos defender posiciones que van contra nuestros intereses nacionales.
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La necesaria evaluación docente
Diego M. Jiménez
En educación, en todo tiempo y lugar, los recursos son escasos. Y es natural que lo sean, dado que existirán siempre tareas pendientes, procesos por iniciar, inequidades por corregir, asimetrías por disminuir, nuevas necesidades por atender, generaciones con nuevas inquietudes, recursos novísimos por utilizar y antiguos por reciclar.
La educación es un proceso inconcluso por naturaleza, en términos humanos y económicos. Su potencia no está solo en lo que logramos y podemos medir con evaluaciones micro o macro, sino en lo que vendrá, en la heterogeneidad cualitativa de sus resultados extendidos en el tiempo. La noción de misión cumplida, en una tarea que navega entre las aguas agitadas de la ciencia social y la pura artesanía, radica en la conciencia de lo que nos queda por hacer luego de terminar el escalón previo que nos afanamos en solidificar. Pero a pesar de ello, realizar pequeños ajustes de bajo costo puede traer grandes mejoras.
Un activo económico es un recurso con valor económico, tangible o intangible, con capacidad de generar un beneficio presente y/o futuro. En función de la empresa que tengamos entre manos, buscaremos el mejor que podamos con relación al objetivo perseguido y trataremos de sacarle el mayor provecho posible. Y como queremos permanecer en el tiempo, cuidaremos la fuente de esos recursos con delicadeza y mente previsora.
En educación el activo principal es el docente y una parte sustantiva de lo necesario para que se dé un proceso de enseñanza-aprendizaje óptimo depende de sus atributos, competencias y cualidades. Lo obtenemos en los institutos de formación y en universidades, y la base estructurante (nunca inamovible) de sus capacidades se conforma en niveles paralelos a los de su educación formal: en su entorno sociocultural y económico y, crucialmente, en la intimidad de una vocación individual.
Ese activo debe ser moldeado con solidez y exigencia, porque su responsabilidad comunitaria es alta, dado que los efectos de su tarea entrañan un impacto individual, social, cultural y económico relevante. Es por ello que su formación debe ser revalidada de manera regular para evitar la chatura, la anomia y la comodidad en un cargo. Su formación continua es clave, pero no debe convertirse en un mero credencialismo que acumule certificados sin el agregado de una evaluación de competencias docentes pautadas regularmente.
El liderazgo pedagógico, el compromiso institucional y comunitario, la cooperación/tutoría para con los nuevos docentes son elementos necesarios a valorar y deben de encontrar también su modo claro de medición. Una reválida justa, periódica y razonable, de antecedentes y oposición, también. Y en este punto, lo que ocurre en el sistema universitario es un ejemplo, mejorable, a imitar y adecuar.
Incorporar este mecanismo no es un problema de recursos económicos. Es una decisión política clave que elevará la vara de la calidad docente. ¿O acaso los reformistas de 1918 y sus continuadores no exigían lo mismo en las universidades? ¿No rechazaban las designaciones de por vida, sin concursos periódicos? ¿Por qué no implementarlo, entonces, en todos los niveles educativos? Se trata de incorporar a la carrera docente criterios evaluativos simples y transparentes para potenciar los valiosos activos con que contamos, incentivándolos a la mejora, aumentando su calidad. Una palabra que se usa en todos los ámbitos de la vida, pero que rehuimos, refugiándonos en su polisemia, cuando hablamos de educación
Como razonan Richard Thaler y Cass Sunstein en su libro Un pequeño empujón, pequeños cambios, estratégicamente diseñados, con bajo costo económico, pueden resultar en transformaciones profundas en el comportamiento de las personas y en el desempeño de las empresas e instituciones. ¿Por qué no hacerlo en educación?
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Mujeres afganas, silenciadas
Un tan complejo como increíble sistema de órganos en perfecta sincronización es capaz de producir el sonido de la voz humana. A diario hablamos, reímos, lloramos, gemimos, cantamos, nos comunicamos casi sin percibir conscientemente el valor del proceso. Algo que damos por sentado no deja de ser un privilegio en regímenes autocráticos en los que expresar una oposición puede costar la vida, como en Venezuela.
Lamentablemente, las libertades se ven amenazadas por distintos motivos en distintos lugares. En estos días, el gobierno de Afganistán dictó una serie de nuevas normativas en su afán por seguir controlando la vida de la población.
En la que se considera la primera declaración formal emitida por los talibanes afganos, un conjunto de leyes a lo largo de 35 artículos detalla las restricciones que pesan sobre las mujeres. Entre las medidas, la más novedosa plantea que la voz de una mujer se considera “un atributo íntimo que no debe ser escuchado en público, prohibiendo que canten, reciten o lean en voz alta”.
Esta ridícula disposición se suma a las limitaciones del código de vestimenta, que obliga a las mujeres a cubrirse con ropas largas y sueltas, incluyendo un velo que oculte su rostro. La sharia también prohíbe que las mujeres miren a cualquier hombre que no tenga algún grado de parentesco cercano con ellas. Menos que menos pueden desplazarse solas, trabajar o estudiar.
El mundo libre deberá insistir en los reclamos para que las mujeres afganas dejen de vivir una vida de suplicios.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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