Esperan que la baja del impuesto PAIS impacte en precios
Rige desde hoy y es la apuesta del Gobierno; dudas privadas
María Julieta RumiEn el sector textil creen que la menor suba de precios tuvo más que ver con la caída de la demanda que con las medidas
Desde hoy comenzó a regir la rebaja del impuesto PAIS sobre bienes importados del 17,5% al 7,5%, y el Gobierno confía en que influya para que el sector privado no aumente los precios. Lo mismo había sucedido con la eliminación del régimen de importaciones SIRA, según un informe del Ministerio de Desregulación conocido ayer. Sin embargo, algunos analistas y empresarios relativizaron ese efecto. En el caso de los textiles, por ejemplo, lo atribuyeron a la caída de la demanda.
A partir de hoy la alícuota del impuesto PAIS retornará del 17,5% al 7,5% que regía hasta la llegada de Javier Milei a la presidencia para la importación de todos los bienes y servicios, y el Gobierno apuesta a que esta medida, como otras que viene tomando, ayude a bajar el nivel de precios y a profundizar el sendero de desinflación, pero señala que “la velocidad y magnitud con la que eso se traduzca depende del sector privado”.
Fuentes de Economía dijeron que “el sector público está haciendo todo lo posible para incentivar esas decisiones de baja de precios” con medidas que apuntan a disminuir costos, como la baja del impuesto PAIS, la eliminación de las retenciones de IVA y ganancias a los pagos con medios electrónicos, la desburocratización vinculada a los reglamentos técnicos, la baja de aranceles [de importación], la eliminación de trámites burocráticos innecesarios y la simplificación como en el caso de la yerba y el vino”.
Pero subrayan que “los precios los fija el sector privado y no el sector público, con lo cual es difícil hacer una proyección, pero todas las medidas que se han venido tomando apuntan tanto a bajar el nivel de precios como a profundizar el sendero de desinflación”, afirmaron sobre el impacto de la reducción del impuesto PAIS.
En tanto, Gabriel Caamaño, socio gerente de la consultora Ledesma, dijo que la rebaja de la alícuota impacta en los precios de bienes con alto componente importado, pero señaló que puede darse el caso de que el efecto se retrase hasta que se produzca todo un nuevo proceso de importación y que la baja de precio de un insumo importado puede no trasladarse al valor de venta final porque se está operando sin márgenes. Más allá de esto, opinó que “probablemente esto ayude a consolidar la desinflación aunque no necesariamente genere una deflación”.
Por su parte, el director de C&T Asesores Económicos, Camilo Tiscornia, explicó que las medidas pueden provocar una baja de una vez en el nivel de precios, que no es estrictamente una baja de la inflación. “Imaginate que la baja del impuesto PAIS se tradujera en reducciones de precios. Entonces, el día que vos medís con el Indec, efectivamente los precios van a ser más bajos y el IPC va a caer. Pero eso es el efecto de una vez en el nivel de precios. No es una verdadera baja de la inflación, que es el ritmo al que aumentan los precios a lo largo del tiempo. Las medidas son súper relevantes en un contexto en donde el nivel del tipo de cambio no te queda cómodo y todo lo que puedas hacer para bajar el nivel de los costos internos te beneficia en ese sentido. El efecto más relevante es sobre la competitividad y no tanto sobre la inflación”, juzgó.
“Lo que se tiene que lograr es ir acomodando todo y que la gente crea que los precios pueden bajar y eso termina haciendo bajar los precios. Pero para que la gente crea, vos tenés que hacer políticas consistentes con la baja de la inflación. Es como una especie de rueda o de círculo virtuoso. Creo que el Gobierno de a poco lo va logrando, porque las expectativas de inflación están bajando”, concluyó.
La eliminación del SIRA
En paralelo a estas medidas, el Ministerio de Desregulación y Transformación del Estado publicó ayer un informe sobre el efecto de la flexibilización en las restricciones para la importación de bienes sobre los precios, según el cual tras la eliminación del Sistema de Importaciones de la República Argentina (SIRA), que el Gobierno eliminó en diciembre, a poco de asumir, los precios al consumidor de bienes expuestos al comercio internacional, como prendas de vestir, productos de blanquería, recreación y electrodomésticos, mostraron una fuerte baja relativa al resto de los bienes de la economía.
“Mientras que la inflación general entre diciembre de 2023 y julio de 2024 fue de 98,5%, el incremento de precios en los rubros prendas de vestir, productos de blanquería, recreación y electrodomésticos fue de 53,2%, 42,1%, 46,8% y 25,8%, respectivamente”, dice el estudio.
Sin embargo, más allá de la eliminación del sistema, en el sector textil apuntaron sobre todo a la caída de las ventas como la razón de la menor suba de precios. “La razón por la que bajaron los precios es por la falta de demanda. Además, sólo basta con conocer cómo funciona el sector para entender que para programar una colección importada hay que empezar con casi un año de anticipación. El invierno fue muy malo para el sector porque esencialmente nuestro rubro depende del mercado interno. La población dedicó sus ingresos a pagar comida y servicios dejando postergado el consumo de indumentaria”, dijo Luciano Galfione, presidente de ProTejer, y pidió que se ataque el tema de la presión impositiva.
“El problema del precio de la indumentaria en la Argentina no es la producción, es la comercialización, y nada se hizo hasta ahora para atacar la causa de raíz que afecta a toda la economía argentina. De hecho, en los shopping hay una gran cantidad de ropa importada que se importó el año pasado y que cuesta y seguirá costando mucho más cara que en otras latitudes del mundo”.
Visa trabaja en la tarjeta de débito bimonetaria
Después de que el ministro de Economía, Luis Caputo, dijera que una de las tarjetas más importantes estaba terminando el proceso para sacar una tarjeta de débito en dólares que se podría usar para gastar divisas del blanqueo sin tener que pagar multa, fuentes del mercado confirmaron que Visa es la compañía que está más avanzada para sacar la tarjeta de débito bimonetaria.
En los hechos, con la misma tarjeta de débito se podría gastar tanto en pesos como en dólares. Y en este último caso, la tarjeta podría vincularse tanto a una caja de ahorro en dólares convencional como a una Cuenta Especial de Regularización de Activos (CERA), el instrumento creado especialmente para el blanqueo de capitales.
Sin embargo, fuentes al tanto deldesarrollodicenquetodavía faltan definiciones del Banco Central y resolver ciertas cuestiones operativas. Caputo se refirió a este tema en el primer streaming del Ministerio de Economía y dio el siguiente ejemplo: “Vos podrías blanquear US$200.000 y comprar un auto de US$50.000 con la tarjeta de débito sin pagar ninguna multa. Regularizando, podrías comprar cualquier cosa si te mantenés dentro de la autopista de las cuentas regularizadoras”.
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Utopía 2030: shock, aceleración y fragilidad
Guillermo OlivetoEl presidente Milei, en un reciente viaje a Vaca Muerta
Aproximándonos a la etapa final del año, flota en el aire una yuxtaposición de sensaciones, registros y tensiones que, en lugar de clarificar el análisis, lo obturan. No se entiende muy bien lo que pasa. Todo se ve contradictorio, difuso, paradójico, confuso, disonante. Si hubiera que resumir el particular momento que vivimos, bien cabría utilizar como síntesis las dos palabras que se escuchan con insistencia: “está raro”.
Lo primero que debemos pensar es que la desorientación y la incomprensión eran esperables. Estamos viviendo un shock. Es decir, un cambio abrupto y acelerado de las condiciones contextuales que genera una perturbación súbita del estado emocional. Esa alteración repentina suele provocar sentimientos de aturdimiento o sobrecogimiento, acorde lo define la Asociación Americana de Psicología. El sistema se está viendo afectado en su integralidad. Por ello resulta natural que se pierda temporalmente la ubicación en tiempo y espacio. Incluso la capacidad para leer las señales que emanan de los signos que nos rodean. Cuesta entonces construir sentido, relacionar, entender, pensar.
Fue lo que buscó, consciente e inconscientemente, la mayoría de la sociedad en las elecciones de 2023: un gran reset. Apretar el botón y que empiece todo de nuevo. De la propensión al cambio que se verificó en el proceso electoral de 2021 a un espíritu punk que fue creciendo acorde se acercaba el momento final. Si la vibración subterránea que organizó la conducta del 56% de los electores fue “rompan todo” porque “no hay futuro”, hoy estamos asistiendo a las precisas consecuencias de esa decisión colectiva.
Lo que ocurre es que ese proceso que tenía, y tiene, como intención “la destrucción creativa” para generar un nuevo futuro dinamitó sobre lo ya bombardeado durante un largo ciclo de crisis y decepciones. Este concepto que hiciera famoso el economista austríaco Joseph Shumpeter, lo tomó del marxismo para definirlo como la esencia del capitalismo: romper para hacer. Así lo afirmaba en su famosa obra Capitalismo, socialismo y democracia, publicado en 1942: “El capitalismo es por naturaleza una forma o método de cambio económico y no solo nunca es, sino que nunca puede ser estacionario. El impulso fundamental que pone en marcha y mantiene el motor capitalista proviene de los nuevos bienes de consumo, los nuevos métodos de producción o transporte, los nuevos mercados. El capitalismo requiere el perenne vendaval de la Destrucción Creativa”.
En su visión pesimista, esa misma fuerza destructora y creadora a la vez terminaría socavando la arquitectura en sus propios cimientos. Es decir, el sistema capitalista se destruiría por su propio éxito. Sin prestar demasiada atención a su sombrío pronóstico, la concepción de Shumpeter sería asumida como una doctrina fundamental de la escuela económica austríaca y un símbolo de innovación y eficiencia en el ámbito de los negocios. En particular por el ecosistema de la tecnología, con su inmutable alma de startups y su inquebrantable espíritu emprendedor. La famosa máxima de Silicon Valley: “Si vas a fracasar, fracasa rápido”. Y vuelve a empezar.
En busca de una nueva utopía, al menos la mitad de la sociedad hoy siente que avanza sacrificialmente, pero con esperanza, por el sendero de la transformación, alejándose de una era que consideran oscura hacia un destino luminoso. La promesa que los convoca es el retorno de la grandeza original, inscripta en el mito fundante del “país rico”.
Los viajeros abnegados no desconocen ni niegan que están caminando entre las ruinas de una larga decadencia y degradación. Es más, una buena parte de esos creyentes expresa que, por ello, no hay garantía de éxito. Algo que, en sus propios dichos, ya lo sabían cuando decidieron hacer “un salto al vacío”. Ahora “hay que bancar”.
Más allá de su convicción estoica, son varios los que no esconden que sienten ansiedad o dudas. Otros dicen que “quieren tener fe” y no faltan los que, frente a la incertidumbre, expresan que los invadió el temor.
Expresiones que no hacen más que confirmar el sentir general: “está raro”. Para contribuir con la confusión, los datos entusiasman y deprimen en simultáneo. Ya lo dijo en 1964 Marshall McLuhan, el gran profeta de los medios de comunicación: “Cuanta más información haya que evaluar, menos se sabrá”.
Recuperar la grandeza
Se prevé que este año la producción de gas y petróleo será récord desde 2004, generando un superávit energético cercano a los 4500/5000 millones dólares. El año próximo serían entre 8000 y 10.000 millones. Para 2030 se alcanzarían los 27.000 millones de dólares en un escenario intermedio y 38.000 millones en uno moderadamente optimista. Son proyecciones de Aleph/Ecolatina.
Por otro lado, Econométrica prevé que en 2027 la Argentina alcance el mismo nivel de producción de litio que Chile y que en 2030 sea el mayor productor de la región, generando ingresos anuales por 6000 millones de dólares. Para la misma época, año 2031, la cámara de empresarios mineros calcula que las exportaciones de cobre serían de unos 8000 a 9000 millones de dólares. Todo eso sumado da, por lo menos, otro campo, pero “sin clima”. Una estabilidad en el ingreso de divisas con la que no contó el país en décadas. Dicho de manera simple: eso de lo que tanto carece la economía nacional y aquello que anhela la sociedad: previsibilidad para recuperar los proyectos, y estabilidad para vivir con más tranquilidad. La utopía se delinea entonces hacia el año 2030. El camino promete ser tan atractivo como arduo. Y, para la sobredosis de ansiedad propia de la época contemporánea, largo.
Una sociedad dual
En 1980 el 70% de la población argentina era de clase media. El resto se dividía entre un 5% de clase alta, un 21% de clase baja trabajadora y apenas un 4% restante se ubicaba bajo la línea de la pobreza. La tasa de desempleo era del 2,5% –técnicamente “pleno empleo”–. El coeficiente de Gini, que mide la distribución de los ingresos en una escala de 0 a 1, había llegado a ser de 0,36 puntos a mediados de los años 70. En los términos de las Naciones Unidas, se ubicaba en aquel entonces dentro de las sociedades de inequidad moderada. Hoy se clasifica de ese modo a países como Alemania, Francia, Canadá, Nueva Zelanda, Reino Unido, España, Portugal e Italia, entre otros. En 1980, la desigualdad era algo mayor: 0,41 puntos. Un valor similar a los 0,40 puntos que se registran actualmente en los Estados Unidos.
El Indec publicó recientemente los datos para el primer trimestre de este año: el coeficiente de Gini pasó de 0,43 puntos a 0,47 puntos. Es un valor superior al de Ecuador o Paraguay (0,45 puntos) y similar al de Costa Rica (0,47 puntos), Honduras o Guatemala (0,48 puntos). Todavía lejos de países africanos como Zimbabwe, Mozambique, Angola o Zambia (0,50 a 0,51 puntos) y de Brasil (0,52 puntos), Colombia o Puerto Rico (ambos con 0,55 puntos).
Cabe agregar que la economía argentina no crece desde el año 2011 y que su PBI per cápita se redujo, desde entonces, más del 15%. El Indec midió, para el primer trimestre de este año, un nivel de pobreza del 55%. Se aprecia así un territorio habitado por una sociedad donde se consolida y se coagula una economía estancada, una calidad de vida deteriorada y una configuración cada vez más dual. Estructura en la que la clase alta se recorta del resto, la media alta “rema” para mantener su estándar de vida, la media baja vive con miedo a caer y la baja se diluyó entre los diferentes tipos de pobreza.
En la visión de los ciudadanos que entrevistamos en nuestros últimos relevamientos cualitativos, ese país, nuestro país, vive un empobrecimiento multidimensional, una “carencia en todos los sentidos”. Utilizan para definir la situación un concepto que lo dice todo: “estamos anclados”.
Utopías y distopías
Para sacar de su lugar y poner en movimiento algo que está anclado será necesaria pericia y, sobre todo, aceleración, porque el opaco presente apremia y amenaza.
La tecnología, como gran fuerza de esta era, organiza y moldea todo lo demás. El mercado se ha imbricado con ella, creando así un capitalismo tecnológico cuyo corpus de ideas pone en el centro dos vigas fundamentales: velocidad y aceleración. Ambos vectores expresan y explican la esencia de la filosofía del silicio: crecimiento exponencial.
Si estos son los campos semánticos que condicionan el presente y los futuros posibles del mundo, y ahora del país, vale la pena recurrir a los dos pensadores que más los analizaron. Estoy hablando de Paul Virilio, el filósofo de la velocidad, y Nick Land, el controvertido pensador inglés considerado el padre del aceleracionismo, una corriente alternativa de creciente relevancia en la filosofía tech.
Virilio era un crítico de la velocidad. Desde su perspectiva, toda tecnología tenía su lado claro y su lado oscuro. Con cada progreso que traía una nueva tecnología, desde el ferrocarril o el cine hasta internet y las redes sociales, venía de la mano su costado negativo. Desde finales del siglo XX se vivía en una especie de “dictadura de la velocidad”. El urbanista francés sostenía que el crecimiento de la aceleración “conducía a una liquidación del mundo” porque “velocidad y poder son inseparables al igual que riqueza y velocidad son inseparables”.
Por tanto, siendo el poder y la riqueza dos incentivos tan fuertes para el narcisismo humano, se seguiría acelerando sin límite hasta la desintegración del sistema. Esta visión hoy es recuperada por los tecno-ecuánimes y los tecno-escépticos, quienes lejos de fanatizarse con el avance sin freno de la tecnología encuentran allí algo que, potencialmente, podría ser muy peligroso para la especie humana.
Entre ellos, se ubica la postura más reciente de Yuval Harari, hoy un referente ineludible del campo intelectual. En una entrevista que diera a The Telegraph en abril de 2023, dijo: “Inventamos algo que nos quita el poder. Y está pasando tan rápido que la mayoría de la gente ni siquiera entiende lo que está sucediendo. Necesitamos asegurarnos de que la IA tome buenas decisiones sobre nuestras vidas. Esto es algo que estamos muy lejos de resolver. La democracia básicamente es conversación. Gente hablando entre sí. Si la IA se hace cargo de la conversación, la democracia ha terminado. En el futuro, las herramientas serán mucho más poderosas, con lo cual las consecuencias pueden ser desastrosas”.
Concluyó su argumentación con un pensamiento crudo, contundente y alarmante: “No sé sí los seres humanos pueden sobrevivir a la inteligencia artificial”.
Land hubiera coincidido en sus inicios con las visiones de Virilio y de Harari. También con la tesis de Shumpeter. Su primera teoría fue que la aceleración, finalmente, en cierto punto desbocada por su condición intrínseca sin límite, conduciría a la destrucción del sistema por expansión. El capitalismo era un modelo insostenible que colapsaría autodestruyéndose. En ese entonces, él creía que eso era bueno para acabar con los cimientos de un esquema que debía ser transformado por completo. Esa corriente hoy es conocida como aceleracionismo de izquierda o poscapitalista. Cree en una nueva versión de un capitalismo distributivo apalancado en los mecanismos generados por el modelo competitivo.
Luego el filósofo inglés, desde 2012, cambió radicalmente su visión. Fue cuestionado por sus seguidores originales y abrazado por un público nuevo que se sintió fuertemente identificado con el llamativo abordaje. Propuso todo lo contrario a sus ideas originales. Si bien mantuvo como punto común el mantra de que “solo nos queda una posibilidad: acelerar”, ahora ya no era para provocar la implosión del capitalismo sino para expandir su lógica a todos los ámbitos de la vida económica, social y política.
Los viajeros abnegados no desconocen ni niegan que están caminando entre las ruinas de una larga decadencia
Más allá de su convicción estoica, son varios los que no esconden que sienten ansiedad o dudas
Entiende que ese proceso es inevitable porque está inscripto en el software de un sistema que está programado para acelerar hasta volverse omnipresente. Land descree ahora del distribucionismo y de la romántica idea de un poscapitalismo, así como de todo condicionamiento que acote la libertad de los individuos. Eso incluye una de las principales instituciones de la Ilustración: el Estado. Fuerza organizadora que debe ser acotada a la mínima expresión.
Su filosofía es denominada, paradójicamente, y a propósito, como un “Iluminismo oscuro”. Buscó pararse así en las antípodas del sistema de valores que dio forma a la modernidad occidental. Independientemente de lo que suceda en el camino, allí adelante siempre será mejor y las fuerzas que van a impulsar el proceso son las meramente individuales despojadas de restricciones y burocracias parasitarias que entorpezcan el crecimiento. La tecnología y el capitalismo tienen que acelerar ad infinitum sin ningún tipo de límite. Es lo que hoy se conoce como un aceleracionismo de extrema derecha o “derecha alternativa”, según la propia definición de Land, donde el caos y la destrucción resultan inherentes a la evolución de la vida.
Valores a los que fueron adhiriendo, de forma parcial o total, los diferentes movimientos autodenominados libertarios en distintos lugares del mundo. En sus inicios se lo juzgó como un planteo provocador, pero meramente teórico, incapaz de acceder al poder a través de las urnas. Doce años después, va quedando demostrado que sus críticos iniciales se equivocaron en subestimar una propuesta que parecía marginal y que tenía sus raíces en los movimientos de la cultura cyberpunk nacida también en los años 90.
Apoyándose en la creciente frustración que los modelos vigentes fueron generando en una sociedad global donde los deseos hipertrofiados por la vidriera infinita de las redes sociales y la ilusión del acceso superaban por mucho a las posibilidades de concretarlos, la tesis antisistema que llegaba ahora desde la derecha, y no ya desde la izquierda, fue ganando adeptos y circulación discursiva.
Sobre todo, en redes sociales como X, donde las posturas extremas y conflictivas está demostrado que resultan el lenguaje más pertinente. El algoritmo las premia con su viralización y los usuarios con su atención. Especialmente desde que la compró Elon Musk para relanzarla como la nueva ágora planetaria de la libertad.
En este sentido, podríamos decir que Nick Land se ubica en el extremo de los tecno-fanáticos, como Ray Kurzweil, que ven en la Singularidad –la fusión final entre hombres y máquinas en una humanidad potenciada, aumentada, ampliada-, que llegará hasta límites que hoy no podemos siquiera imaginar, el epítome del progreso de la civilización.
Se alumbrará así un nuevo orden superior al actual. Aunque esos humanos ya no sean tan humanos como los que conocemos hoy, sino poshumanos o cíborgs. Y donde los privados deban resolver entre sí, despojados de intermediaciones innecesarias, gran parte de las tensiones y conflictos que implica nuestra natural condición gregaria. Aquella “insociable sociabilidad”, como la llamó Kant, será un tema casi exclusivo de los individuos, como ocurre, justamente, en el ámbito material.
El futuro está escondido
¿Cuál de esas posturas tendrá mayor influencia en nuestro futuro? ¿Qué tanto aciertan y cuánto exageran para provocar, o no ven por los sesgos de su marco mental, estos pensadores? ¿Serán la velocidad y la aceleración propias de la de la tecnología y las startups las que nos lleven hasta la utopía 2030? ¿Funcionará la destrucción creativa como mecanismo para resolver las fuentes del malestar de una sociedad argentina que fue capaz de cruzar el Rubicón con tal de intentar vivir mejor? ¿O, por el contrario, incrementar la velocidad y la aceleración de algo que está seriamente dañado, frágil, vulnerable y dolido solo hará que se rompa definitivamente? ¿Habrá alguna síntesis viable entre estas tesis antagónicas? ¿Existe algo así como una velocidad prudente, o eso ya es un oxímoron en el mundo actual?
La futuróloga americana Amy Webb, fundadora del Future Today Institute, experta en tecnología, suele decir que “las señales nos hablan” y que esos rastros no están en el mainstream o el centro, sino en lo que está sucediendo en los bordes, los límites, los puntos ciegos. Es ahí donde se está tejiendo secretamente el futuro. En una serie de nodos y hechos, en apariencia inconexos, que de pronto cobran sentido cuando se logra detectar el patrón que los une. Y entonces se logra visualizar lo que estaba oculto “a la vista de todos”. Solo había que mirar.
Será mejor prestar atención. Esto va muy rápido.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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