viernes, 20 de septiembre de 2024

Virulazo: el desmesurado milonguero de infancia triste...


Virulazo: el desmesurado milonguero de infancia triste que conquistó, junto a un viejo amor, los escenarios del mundo
Jorge Martín Orcaizaguirre llevó su estampa de guapo al ritmo del 2x4 y se convirtió en un celebrado símbolo del tango reo y popular
Guillermo Courau
Jorge Martín Orcaizaguirre, más conocido como Virulazo
La mansión, ubicada en pleno corazón de Beverly Hills, se destacaba de las casas vecinas por un solo detalle. No era su decoración cargada de luces, no era el parque de pasto impecablemente cortado y mantenido, ni la piscina de generosas dimensiones. Tampoco la música, infaltable cuando se daban fiestas como la de esa noche. No, lo que diferenciaba a la casa del resto era el humo del carbón y el olor a asado que salía de la parrilla.
El dueño de casa y anfitrión de esa reunión tan años 90 era el actor Robert Duvall, el de El Padrino, el de Apocalypse Now. Entre los setenta invitados de esa noche se encontraban otras estrellas de Hollywood como Burt Reynolds, Anthony Quinn, Henry Kissinger o Robert Blake. Y a lado de la parrilla, asegurándose de que la carne no se arrebatara: Virulazo, tanguero made in Haedo, que era el centro de atención aquella noche. Cuán importante sería su presencia, que Madonna estuvo un buen rato insistiéndole para que bailara un tango con ella. A las cansadas, de puro caballero pero sin saber quién era, Virulazo apuró el cigarrillo y aceptó. Desde entonces, y cada vez que alguien se la nombraba, la recordaba como: “Ah sí, esa mina medio plomo”.
Más de 130 kilos, tres atados de puchos por día, pelo a la gomina, y una gracia inigualable para bailar el tango que lo llevó a ser un fenómeno mundial. Todo en Jorge Martín Orcaizaguirre era desmesurado. Todo menos su sencillez y su humildad, forjadas en una niñez donde faltó de todo menos la familia, la música y el amor.
Virulazo: el desmesurado milonguero de Haedo que conquistó, junto a un viejo amor, los escenarios del mundo
Esas cosas que nunca se alcanzan
“Yo nací en Haedo, pero a los 14 meses me llevaron a La Tablada, a vivir con mi abuelo, porque mis padres se habían separado -le contaba el artista en 1988 a la revista First-. A mis abuelos les debo todo lo que tengo en la vida. Él se llamaba Rómulo Pelufo. Era italiano y capataz de ferrocarril. Mi infancia fue muy triste, tuve que empezar a trabajar a los siete u ocho años, lustrando zapatos y vendiendo en los colectivos. Pero no me avergüenzo de eso. He llorado mucho, pero siempre mantuve mi altura. Odio la fallutería y la mentira, y el premio más grande que he recibido por mi sinceridad es el afecto de la gente. Porque todos me quieren, ¿sabe? Ahora dicen que van a colocar la baldosa con mi nombre en Los Ángeles. Fíjese: tengo segundo grado inferior, pero soy ‘doctor’ en los Estados Unidos”
Dicen que sus padres bailaban muy bien el tango, sus tíos también, y que debutó en público, en una milonga de La Matanza a los 12 años, bailando con su mamá. Pero todo aquello todavía era un divertimento, laburar era otra cosa: “Hice de todo en la vida, menos alcahuete, rastrero y trepador, que son los peores defectos que puede tener un hombre. Vendí cosas en la calle, lustré zapatos en la puerta de los ‘bolonqui’, atendí puestos de choripán y hasta compré pelo en Entre Ríos para una casa porteña que hacía pelucas. Después entré como peón en el matadero y me fui como capataz y comprador de hacienda del Frigorífico Trapani, en Doblas al 2500″, recordaba en una entrevista a Página 12.
Llegada la adolescencia también jugó a las bochas por plata, espacio donde se ganó su inmortal apodo. Parece ser que la virtud de Jorge en ese entonces no era “arrimar el bochín” (¿la expresión no debiera ser “Arrimar al bochín”?) sino pegarle con fuerza, lo que se dice, un bochazo: “Había un tano, Don Roque, que me alentaba y cada dos por tres me decía: ‘mandale el virulazo, mandale el virulazo’. Y bueno, me quedó nomás Virulazo”.
De día buscavidas, de noche aprendiz de tanguero, a puro corazón el adolescente transformó el hobby en pasión, sin otro interés que ser feliz. Hasta que una noche, haciendo lo suyo en el Club Defensores de Tablada, lo vio Celedonio Flores: “Pibe, bailás muy bien, vos no podés hacer esto gratis”. Al día siguiente, Virulazo debutaba en La Armonía, en plena calle Corrientes, uno de los puntos neurálgicos de la movida tanguera de los ‘40 y ‘50. Y comenzaba la leyenda.
Guapo y varón
“Si el tango durara una hora sería una ópera, porque es una historia de la vida, pero contada solo en tres minutos. Es un éxito en Estados Unidos por las historias que cuenta, además por su melodía y por el arte varonil de sus bailarines. Los norteamericanos necesitan, como los alemanes y todos los europeos, algo fuerte y emocional. Y el tango se los da. Emociona a la gente mayor, porque con los años la gente se va dejando atrapar por la melancolía. A los pibes no les gusta, pero cuando crecen lo van comprendiendo, y entonces lo descubren. Escuche tango y va a descubrir que alguno contará su vida, o algo de su vida. Eso nos pasa a todos. Cuando somos muy jóvenes nos faltan experiencias, pero cuando ya se sufrió un desengaño amoroso o cuando se atravesó cosas serias en la vida, entonces se encuentra en el tango un reflejo interior”.
Virulazo estaba muy lejos de ser un intelectual, un estudioso de la poesía tanguera, y sin embargo la entendía como pocos. En cada paso que daba, en cada coreografía que diseñaba o perfeccionaba tirado en la cama de su casa de San Justo, el artista se nutría de su propia condición. Porque más que un bailarín de tango, Virulazo podría haber sido el protagonista de uno.
En charla Raúl Lavié recuerda a su amigo y compañero: “Virulazo significó mucho para el tango, sobre todo en las giras al exterior que hicimos durante muchos años en distintas capitales del mundo y en muchas recorridas por todos lados. Había que ver la reacción que provocaba cada vez que salía a la pista o al escenario. Me llamaba mucho la atención. Que un hombre tan robusto, tan grande, pudiera moverse con esa agilidad, y además agregarle una cosa distinta a todo lo que se estaban viendo en ese momento, resultaba fascinante. Nos conocimos en El Viejo Almacén, al principio de su carrera. Recuerdo que me impresionó muchísimo su forma de bailar, totalmente distinto a todos los que en ese momento eran figuras importantes. También la danza tiene sus estilos. Juan Carlos Copes tenía un estilo y Virulazo, otro, un poquito más agresivo, una cosa muy buena. Me impresionó mucho, cómo se conectaban con Elvira, ella también hacía un aporte especial a la pareja”.
Elvira Santamarina fue la primera novia del todavía joven Virulazo, sin embargo la relación no prosperó, la vida los separó y durante muchos años ninguno supo nada del otro. Es más, Jorge se casó con otra mujer, Aída, tuvo tres hijos y fue muy feliz. Hasta que en 1953, con 27 años y separado, el destino lo cruzó con su primer amor: “Volvía del matadero, a caballo, cuando vi a Elvira en la ventanilla de un tranvía de la línea 49. La seguí por Alberdi hasta el deslinde, hasta que bajó. Le di un beso, sin palabras, como en la primera cita amorosa. Desde entonces me acompaña en la vida y en el tango. Ella me formó como hombre adulto, yo la hice bailarina, un intercambio mutuamente beneficioso. También desde entonces no puedo comer solo”. Elvira ofrece su punto de vista: “Cuando llegamos a los cuarteles me bajé porque pensé: ‘Este loco me sigue a caballo hasta mi casa’”.
¿Qué saben los pitucos?
Las “nuevas olas” de la década del 60 y especialmente la del 70 parecieron sellar el destino del 2x4, que empezó a considerarse “música para viejos”. Pero aunque el tango no era profeta en su tierra, comenzó a llamar la atención en Estados Unidos y Europa, gracias a la aparición de un espectáculo que revolucionó el género: Tango argentino. En 1983, el show creado por Claudio Segovia y Héctor Orezzoli puso en valor al género, y lo proyectó a los rincones más inconcebibles, de Estados Unidos a Europa, pasando por Japón.
Virulazo y Elvira se sumaron a una compañía que tenía también, entre muchísimos otros, a Copes, a Roberto Goyeneche, a Raúl Lavié, a Alba Solís, a María Graña, a Horacio Salgán, una constelación de astros y estrellas interpretando un repertorio con lo mejor de la música argentina.
¿Estaba el “gigante” Virulazo, el hombre de Haedo, La Tablada y por entonces San Justo, maravillado por viajar por todo el mundo? Sí y no. Se sentía feliz por lo que le gustaba, estaba orgulloso de que su arte fuera ovacionado de pie por Rudolf Nuréyev (que le gritó “¡Bien, gomina!”, en medio de un espectáculo) o Mijaíl Barýshnikov, y de que el cúmulo de presentaciones le permitiera vivir sin angustias económicas, por lo demás… “A mí lo que más me gusta del viaje es el avión que me trae de vuelta, porque extraño mucho a los amigos, a los vecinos, a mi gente”. Tampoco le llamaban la atención, algunas maravillas del mundo: “Para mí una gira de estas es como estar encanutado en Alcatraz. Sufro lo peor que le puede pasar a un hombre: sentirse solo en la muchedumbre. ¿Sabés lo que es eso? En Japón, te parás en una esquina y te rodean 200 millones de ponjas y no entendés un carajo de lo que dicen. Entrás a un restaurante, pedís un chorizo y te lo traen con miel. ¡Es una cosa de locos! Se morfan el pescado crudo como los indios... ¡Dejame de joder! Te juro que nunca comí tanto pollo y tallarines como en Japón. ¿Y me preguntás si sufro? Mientras no actúo apolillo, me llevo un pilón de libritos policiales y de cowboys. Los lugares no me llaman la atención. A mí me atrae un buen tango, un asado con los amigos, los jilgueritos que tengo acá en el fondo de casa. Me jodían con Venecia, ¿sabés lo que es Venecia? Es el cementerio de la Chacarita inundado, y que me perdone la Chacarita. A mí me rompen los que, por una cuestión de estatus, empiezan a los gritos: ‘¡Ay, qué bella es Venecia!’. Belleza es La Pampa, donde podés ver árboles, animales, y no una ciudad que se está hundiendo en el río y que cada vez que pasa una góndola con el tano arriba, deja una baranda, que el Riachuelo al lado de eso es Lavanda Atkinson”.
Tal vez esta noche te acuerdes de mí
Conforme se sucedían las giras, el estilo de vida de Virulazo repercutió directamente en su salud. Sufrió algunas internaciones breves derivadas de su exceso de peso, y de su adicción al cigarrillo. “Virulazo no andaba bien de salud. Una inyección que le aplicaron para mejorar sus bronquios le provocó una complicación subcutánea. Tenía un hematoma en una de sus piernas, lo que le provocaba terribles dolores. Esos dolores lo ponían tan mal que fumaba más de la cuenta, por lo menos tres atados por día, lo que no hacía otra cosa que complicar más su problema respiratorio. El martes pasado fue al Hospital Santojanni a ver a su médico, el doctor José Martino. Le recomendó que se quedara internado, pero Virulazo no quiso y se volvió a casa. Llegó la noche, se sintió mal y tuvimos que volver en una ambulancia al hospital porque se ahogaba. Y bueno..., los médicos hicieron todo lo que pudieron, pero su cuerpo ya no pudo más. Debimos dejar de trabajar en el último mes, a pesar de que teníamos varios compromisos. Pero Virulazo ya no tenía aire, no podía respirar. Ahora que podíamos estar tan bien, se le dio por irse”, decía Elvira, acongojada.
El jueves 2 de agosto de 1990 a las 5:15 de la madrugada, el corazón de Virulazo dijo basta. Él se fue, pero quedó su estilo, esa impronta de un baile alejado de afectaciones, bien de barrio, bien de milonga. “Yo soy profesional únicamente porque cobro. Pero en el fondo sigo siendo amateur. No me ajusto a una coreografía, eso lo hacen los bailarines, y yo soy milonguero. Uno de los pocos que bailan tango-tango, y por eso me llaman de todos lados. A la gente que se levanta a las seis de la mañana y labura todo el día no la podés empaquetar. A esa gente hay que darle arte, como le daba Gardel, no pueden moverla cuatro guachos que no laburan y fuman marihuana. Vos siempre vas a encontrar algún tango que refleje tu vida, pero decime: ¿alguna vez se te cayó la novia en el pozo ciego?”.

Jorge Martín Orcaizaguirre nació en 1926 Su sobrenombre "Virulazo", con el que fue conocido, le quedó a los 18 años, cuando se dedicaba a jugar a las bochas por dinero y un inmigrante italiano le recomendaba realizar un "virulazo", como sinónimo de "bochazo". Criado por sus abuelos en La Tablada,​ un trabajador del ferrocarril, Virulazo trabajó desde niño:
Los pocos pesos que ganaba mi abuelo en el ferrocarril no alcanzaban, lo ayudé haciendo de todo menos tres cosas: ser alcahuete, rastrero y trepador, los peores defectos que puede tener un hombre. Vendí de todo en la calle, lustré zapatos en las puertas de los quilombos (casas de tolerancia), vendí sandwiches de chorizo, compré pelo en Entre Ríos para traerlo a Buenos Aires y venderlo en las fábricas de pelucas. Después empecé de peón de matadero y terminé como capataz y comprador de hacienda.
También bailó el tango desde muy chico, en una época en la que el tango era un baile y un género musical masivo, sobre todo entre los jóvenes. Virulazo frecuentaba para bailar los clubes de La Matanza o el barrio porteño limítrofe de Mataderos. En la década de 1940, el famoso poeta Celedonio Flores lo vio bailar y lo conectó con los cafés céntricos, para que bailara profesionalmente. Debutó en el café "La Armonía" de la avenida Corrientes y luego en los cabarets más importantes de la época, como el Chantecler y el Tabarís.
En 1952 ganó con su primera esposa Aída un concurso de baile de tango organizado por la empresa de chocolates Águila, transmitido por radio, que lo llevó a ser contratado para dar shows en todo el país. En 1959, separado de su primera esposa, se encontró con su primera novia, Elvira Santamaría, con quién formaría pareja de vida y de baile hasta el resto de su vida:
En la década de 1960, con el ascenso del rock, el tango dejó de ser un género masivo y bailado por los jóvenes:
...la época dura de los años 60 cuando los programas de rock en televisión nos hicieron pasar un hambre terrible, bailábamos por unas monedas. Aguantamos sólo Juan Carlos Copes y yo. La bohemia es linda pero te cagás de hambre... A comienzo de los '80 decido abandonar el baile.
Virulazo y Elvira entonces se dedicaron al juego clandestino, la quiniela,​ cuando es contactado en 1983 por Juan Carlos Copes para convocarlo a realizar una prueba para un espectáculo de tango que Claudio Segovia y Héctor Orezzoli pretendían estrenar en París: Tango Argentino. Para entonces Virulazo pesaba 126 kilos, tenía 57 años, cinco hijos y seis nietos. El propio Segovia cuando lo vio llegar, miró a Copes con incredulidad. Copes simplemente le dijo:
"Miralos bailar", fue todo lo que dije. Cuando Virula arrancó su baile, Claudio no podía creer lo que veía, que semejante hombre pareciera flotar, ¡no pisaba el suelo y Elvira hacía firuletes a su alrededor! Eran como Brutus y Olivia, algo diferente, como quería Claudio. Así quedaron incorporados Virulazo y Elvira.
Tango Argentino resultó ser un éxito mundial, además de impulsar el renacimiento del tango en todas partes. Virulazo y Elvira participaron de todas las presentaciones y se convirtieron en celebridades mundiales. En 1985 presentaron el espectáculo en Broadway, resultando todos los bailarines nominados a los Premios Tony, por la mejor coreografía.
Con lo que gané en las últimas giras me compré tres casas, un camión y dos autos, para mis hijos, ahora salgo algunas veces más, junto unos dólares y ¡chau!, me retiro. Cada gira son cinco o seis meses y para es un sufrimiento, es como estar "encanutado" en Alcatraz. Sufro lo peor que le puede pasar a un hombre, estar solo en la muchedumbre. En Japón me paraba en una esquina y me rodeaban doscientos millones de "ponjas", y no entendía un carajo lo que decían. Entraba en un restaurante, pedía un chorizo y me lo traían con miel, ¡una cosa de locos! Se morfan el pescado crudo como los indios ¡Dejame de joder! Nunca comí tanto pollo y tallarines como en Japón. Hay gente a la que le llamará la atención, pero a mi no. A mi me atrae un buen vino, un asado con los amigos, los jilgueritos que tengo en el fondo de mi casa.
Falleció en 1990, a los 63 años, debido a un cáncer de pulmón causado por el hábito de fumar​ Su compañera, Elvira, fallecería en 1999

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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