
Paradas ruteras. Reciclaron una casa abandonada y montaron un restaurante con hospedaje que es una pausa para viajeros
El restaurante y hotel boutique Luscofusco
El cocinero Leonardo Leiva, que se formó con el Gato Dumas, creó Luscofusco Versión Moreno, en General Villegas
Leandro Vesco
GENERAL VILLEGAS, Provincia de Buenos Aires.– “General Villegas está a 600 a kilómetros de Buenos Aires, a 1000 del mar, a 1000 kilómetros de la Cordillera de los Andes. El resto había que imaginárselo”. De esta manera describe esta localidad de frontera Manuel Puig, el gran escritor nacido aquí, autor de grandes éxitos como El Beso de la Mujer araña, entre otros. Muchos años después, el pueblo creció y lo cruzan tres rutas importantes que lo conectan con todo el país.
Un cocinero junto a su esposa reciclaron una casa abandonada y montaron un restaurante con hospedaje que rinde culto a los platos familiares.

“No me gusta el verso en la cocina”, confiesa Leonardo Leiva, creador de Luscofusco, la original propuesta que cambió la manera de ver la gastronomía en el lejano oeste bonaerense. Nacido aquí, se fue a la ciudad de Buenos Aires estudiar arquitectura aunque terminó en abogacía, trabajó en un puesto de diarios de Corrientes y Cerrito y los fines de semana se iba a la casa de un matrimonio amigo en Pilar. “Eran grandes anfitriones y cocinábamos”, cuenta. Conoció a un amigo del Gato Dumas y le abrió las puertas al mundo de la gastronomía.
El Gato exigía entrega total. “Había una condición: dedicación absoluta, ni estudio ni novia”, recuerda.

Había comenzado en Carpaccio, en Belgrano, y terminó en Dumas Recoleta. La formación fue intensa y de la mejor manera: en las ollas y con el salón lleno. La vida le tenía preparado un desenlace inesperado: su padre murió y la aventura en la Capital terminó, pero se abrió un nuevo capítulo: como parte de la herencia recibió una esquina en Villegas que siempre había sido bar. La intuición no le falló. Abrió La Sucesión y ya mostró sus cartas revolucionarias para el pueblo.
“Convivían la abuela tomando Campari y su nieto con una coca y un sándwich, mientras un parroquiano pedía un whisky en la barra y un cliente comía mollejas con salsa de apio”, sostiene Leiva.
En Villegas la “alta cocina” se resumía a una milanesa a la Maryland. Su idea fue disruptiva, estar abierto todo el día y abarcar a la mayor cantidad de clientes con dos pilares: estética y buena gastronomía. Así era posible hallar a cualquier hora del día fettuccinis negros con mariscos, tostado de pollo o un servicio de té con tortas. Aquello duró 10 años hasta que llegó el 2001 y se fueron a España.

“Quería volver para montar un restaurante a puertas cerradas”, cuenta Leiva. Tras cinco años en Europa, regresó con su familia a Villegas y quiso llevar adelante la idea, pero era muy avanzada para ese tiempo. “La gente en los pueblos sale para que la vean, le gusta la vidriera”, reconoce y el concepto mutó en un restaurante al fondo de una casa con la cocina a la vista y pocas mesas. “Costó mucho imponer esta idea”, cuenta Leiva.
Constantemente visitado por viajeros de todo el país, la propuesta ganó leales y consuetudinarios clientes. “Disfrutan la experiencia de la comida y la estética, la estufa a leña en invierno, el patio en verano”, cuenta Leiva.
Las rutas 33, 226 y 188 cruzan Villegas, la primera conecta Bahía Blanca con Rosario, la segunda lleva a Mar del Plata y la tercera recorre toda La Pampa con rumbo a la zona cuyana. “Se vende como una ciudad de paso, pero somos más que eso”, afirma Leiva.
Se ubica, a su vez, en el límite con La Pampa, Córdoba y Santa Fe. “Sacuden un poco la rutina del pueblo”, se refiere a los viajeros que entran y pasan la noche, y algunos se animan a extender la estadía. Tiene encanto propio, vida intensa vida cultural y comercial.
Aquella experiencia del restaurante escondido en el fondo de una casa necesitó subir de nivel. En 2020 hicieron una apuesta: vender casa y auto para comprar una vieja casa abandonada que había estado dos décadas sin moradores y transformarla en Luscofusco Versión Moreno, por la calle donde se ubica.
“Está en el centro del pueblo pero al mismo tiempo alejada de la vuelta del perro dominguera”, describe Leiva. Para completar la experiencia, incluyó habitaciones para permitir que esos sibaritas que llegan, además tengan un lugar cómodo para dormir. “Villegas tiene mucho y nada a la vez”, resume.
Cuna de Manuel Puig
General Villegas es la cuna de Manuel Puig. El autor nació en 1932 y pasó parte de su primera juventud aquí. Desde la pubertad se declaró homosexual y fue un activista de sus derechos. Su padre, Baldomero Puig, tenía un establecimiento que fraccionaba vino y su madre, María Delledonne, era química y trabajaba en el hospital local. De ella legó la pasión por el cine. Cuentan aquí que el futuro escritor amaba ver películas pero le aterraba la oscuridad. Su madre encontró una solución: llevarlo a la pequeña sala del proyectista. Desde ahí vio una vez por semana los estrenos. Tenía especial fascinación por las películas hollywoodenses. En sus páginas rebautizó el pueblo como Coronel Vallejos.

“Tratamos de conservar la ceremonia del aperitivo”, dice Román Alustiza, periodista villeguense. Como si fuera un acuerdo cerrado entre conjurados, al caer la tarde el pueblo tiene un segundo amanecer en las mesas de sus boliches. En muchas esquinas y alrededor de la periferia de la ciudad, estos viejos comercios ofician como punto de encuentro, paganos templos de la amistad. Uno de los más reconocidos es el Bar del Polaco; en sus paredes cuelgan cientos de cuadras de glorias del deporte local y nacional que han tenido o tienen relación con Villegas. “Es parte de nuestra cultura”, reseña Alustiza.

“Los clásicos viven en nosotros, forman parte de nuestra identidad”, dice Leiva sobre los platos que trabaja en la cocina. La versión Moreno de su restaurante copia el formato de estar alejado de la calle y sus ruidos. Vidriado e íntimo, está en el fondo del patio de la casona, más allá de las miradas y de la vorágine de la ruta. Su obsesión: que fluya tranquilidad. “Es una experiencia distinta, sos vos y la comida, te aleja del ver y que te vean”, resume el concepto. Una pausa en el viaje, una parada inesperada que se volvió obligada para muchos.
Guiso de mondongo, de lentejas, pastel de papas, ñoquis de batata rellenos, ravioles de seso y verdura, canelones de zapallo cabutia y ricota, bife de chorizo con hongos al malbec y lasaña son algunas de las recetas que se leen en su menú escrito a mano, puño y letra: cocina de autor. “No estoy de acuerdo con esa cocina que nombra raro o en otro idioma platos que conocemos desde chiquitos”, cuenta Leiva.

Su primera formación fue determinante. “Crecí entre el pollo criado en el gallinero y el comprado en carnicería: entre la despensa de barrio y el súper”, resume.
“El guiso de mondongo era el plato estrella de mi madre”, recuerda. En esta parada gastronómica, los puntos cardinales son claros: homenajear a sus influencias que han sostenido su sentido como cocinero. “Mi abuela en primer lugar, también mis tíos, tías, mi mujer, suegra y de los familiares de los clientes”, destaca Leiva.
Cuenta el caso de un cliente de Mendoza que viaja desde allí para buscar su lasaña. “Sufre cuando no la tengo”, confiesa Leiva. “Hacemos una cocina auténtica, genuina y sin artificios”, concluye.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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