jueves, 31 de octubre de 2019

HISTORIAS DEL CRIMEN,


La astuta estafa de los niños cantores de la lotería nacional que casi los vuelve millonarios

Nicolás Praino y Ángel Navas eran dos de los "niños cantores" encargados de anunciar los premios de la Lotería Nacional del 4 de septiembre de 1942. Uno delante de cada bolillero -el de los números y el de los premios-, luchaban contra sus propios nervios. Es que habían planificado una gran estafa, y el embuste que estaban a punto cometer podía volverlos ricos.
El sorteo de "La grande" de ese día estaba amañado y estos jóvenes -que ya no eran "niños" -tenían en cada mano, respectivamente, la bolilla con el número ganador y la del premio mayor. Las habían tomado previamente, pero fingieron extraerlas de los bolilleros cuando Navas cantó, con voz sonora:
-Treinta y un mil veinticinco.
Y Praino respondió, con el clásico alargue de la cifra del primer premio y el tono altisonante que merecía la situación:
-"¡Trescieeeeeentos miiiiiiiiil peeeeeesos!".
Así era el billete de la trampa de la Lotería de Beneficencia Nacional
Pero este triunfo atribuido al azar, pero fruto de la trampa, no les trajo la prosperidad esperada. El affaire de los niños cantores, como se llamó en aquellos años en los que el horror de la Segunda Guerra Mundial apenas dejaba lugar, en las primeras planas de los diarios, para sucesos locales de excepción, fue descubierto muy pronto y los responsables (aunque no todos) fueron condenados a casi cuatro años que debieron purgar en la cárcel de Caseros.
Tiempos infames y el sueño de salvarse por el azar
La década del 40 en la Argentina había nacido con el estigma del fraude eleccionario y de diversos casos de corrupción. En 1942 continuaba la llamada "Década infame". En junio de ese año, el presidente Roberto M. Ortiz, asediado por una pertinaz diabetes que ya lo había dejado ciego, renunció oficialmente a su cargo -aunque hacía más de un año que no lo ejercía- y en su lugar asumió su vicepresidente, el conservador catamarqueño Ramón Castillo.
Para el bolsillo popular, la mano venía dura. El nombre de un tango estrenado ese año parecía ser una definición de la época: Mishiadura. Y para escapar de esta malaria nada era mejor que el escolazo. Y en aquel entonces, la manera más óptima que ofrecía el azar para salvarse económicamente era la lotería. Para dar una idea: la grande que sortearon ese 4 de septiembre era de $300.000, mientras que el salario básico de ese año rondaba los $200.
La bola con la inscripción del premio ganador fue sustraída del tablero con la habilidad de un prestidigitador
En consonancia con el contexto infame de esos años, la propia Lotería Nacional era objeto de sospechas de corrupción.
De hecho, el diputado radical por Santa Fe Agustín Rodríguez Araya había comenzado una investigación sobre esta entidad tras haber escuchado un comentario en la calle que contaba que la lotería adjudicaba decenas (la décima parte de un cartón entero) a personas amigas o relacionadas con el poder. Se suponía que el dinero de la Lotería iba a la beneficencia, pero estas personas vendían sus billetes para su propio beneficio.
En la sesión de diputados de fines de junio de 1942, en la que debía presentarse a explicar los supuestos desmanejos de la Lotería su responsable principal, el canciller Enrique Ruiz Guiñazú -que finalmente no asistió-, Rodríguez Araya afirmó: "Tienen decenas de parientes de expresidentes de la República, parientes de jueces, de exministros, un concejal de Balcarce, un cuñado de un ministro y también un señor que tiene pensión nacional, provincial y municipal".
La insistencia de este legislador por dilucidar el lado oscuro de la Lotería lo llevó a armar una comisión investigadora especial encabezada por él y conformada por los diputados Luciano Feltier, Roberto Lobos, Fernando de Prat Gay, Jacinto Oddone y Atilio Giavedoni.
La comisión se formó a finales de julio. Con los legisladores olfateando de cerca la Lotería, no era el mejor momento para organizar una estafa. Pero los niños cantores no se amedrentaron y planearon su golpe, que ya había tenido una precuela exitosa el 24 de julio, cuando en una maniobra similar a la del gran fraude que cometerían en septiembre se habían quedado con los 5000 pesos del premio mayor, con el número 27.977.
El diario Crítica alertó sobre lo turbio de la maniobra al día siguiente del sorteo
No eran tan niños los estafadores
Eran nueve los "niños cantores" que organizaron la estafa de aquel 4 de septiembre. Aunque es necesario hacer una aclaración: aunque solían usar durante los sorteos guardapolvos grises de escolares y pantalones cortos con mocasines y medias, los cantores no eran ningunos párvulos.
La primera plana de Crítica del 8 de septiembre , donde los niños cantores disputan columnas con la batalla de Stalingrado
"Algunos hacía mucho que habían dejado de ser niños. Habría de enterarme posteriormente que existía entre ellos quien era padre de tres hijos", narró Rodríguez Araya en su libro Mientras los niños cantan: historia de una época, que publicó al año siguiente del suceso para contar los pormenores de su investigación sobre la corrupción en la Lotería.
Los "niños" -en promedio tenían entre 18 y 25 años- eran nueve por sorteo. Tres se ponían al frente -uno delante del bolillero más grande, el de los números; otro en el más pequeño, el de los premios, y un tercero en el centro, donde había un tablero para acomodar las bolillas que iban saliendo. Los tres podían rotar con los que estaban fuera de escena en cualquier momento, no había turnos específicos. Eso fue muy bien aprovechado para llevar adelante la tramoya.
Así se ejecutaban los sorteos de la lotería en aquellos años, con niños cantores que no eran tan niños
El plan había comenzado un tiempo antes. Para definirlo, los cantores se reunieron muchos días anteriores del sorteo en el Café de los Angelitos, de Rivadavia y Rincón, con una pieza fundamental de la trampa: el maestro tornero Sabino Lancelotti, italiano de 21 años que trabajaba con el cantor Navas en el mismo taller, y que se encargó de hacer una imitación perfecta de una bolilla de lotería, pero en blanco, para poder sustituir la famosa bola 31.025 sin que nadie lo notara.
Una maniobra de prestidigitación
Poco antes del 4 de septiembre, algún amigo o pariente de los complotados compró el billete entero del 31.025 en el local de Avenida de Mayo 744. El día del sorteo, una hora antes del comienzo, el cantor Ricardo López hizo el cambiazo. Las bolillas de los números estaban ordenadas en una caja sin cerrojos en el mismo edificio del sorteo -en Rivadavia 1665-, antes de ser vertidas en el bolillero. López extrajo la 31.025 y colocó en su lugar la esfera en blanco.
Las bolillas de los premios, en cambio, estaban con llave, por lo que hubo que echar mano de un ardid alternativo para obtener la bola con el monto de "la grande": tenía que hacerse en pleno sorteo.
El diario El Mundo informaba sobre los pormenores del fraude el 9 de septiembre
Fue así que, una vez iniciado el acto, ante la multitud que había asistido, cuando el bolillero de los premios escupió la cifra mayor, el niño que la sacó, Francisco Mañana, en lugar de cantar los 300.000 anunció un premio común de 100 pesos. Pasó diestramente la bolita a quien estaba en el tablero -Navas-, que la colocó con el número hacia abajo, de manera de que nadie viera la cifra inscripta en ella.
El diputado Agustín Rodríguez Araya (derecha) fue el presidente de la comisión investigadora de la Lotería Nacional
En ese momento, Navas le hizo una seña sutil a López, y cuando este llegó a reemplazarlo en el tablero, el joven saliente, con destreza digna de un prestidigitador, tomó la bola de "la grande", a la vez que Mañana le pasaba a López una bolilla de premio menor sacada del bolillero para sustituir la que había sustraído Navas.
La maniobra dolosa con las bolillas fue tan parecida a un acto de magia que cuando los jóvenes volvieron a reconstruirla ante el juez de la causa, Ramón Vázquez, el magistrado no pudo advertir el momento justo del cambio y les pidió que lo hicieran de nuevo, pero "más despacio", según consigna la edición del Diario Crítica del 10 de septiembre de ese año..
El propio Rodríguez Araya lleva consigo a uno de los niños cantores, el día en que fueron detenidos
Ya con las dos esferas indicadas en poder de los organizadores del tongo, el sorteo continuó. Un rato después, Navas y Praino, con las bolillas respectivas empalmadas, pasaron al frente del sorteo, simularon sacarlas de los bolilleros y cantaron, con fingida sorpresa y auténticos nervios, la cifra ganadora.
Mucha gente le jugó a la gallina
Lo que no sospechaban los muchachos era que mucha gente se había enterado de que algo raro había pasado en ese sorteo de la Nacional. Sin ir más lejos, al día siguiente el Diario Crítica, en un pequeño recuadro, anunciaba: "El 025, número anticipado desde ayer, salió en la grande".
La publicación daba cuenta de que era enorme la cantidad de gente que había jugado en la previa al 025, y no precisamente porque todos hubiesen soñado con gallinas (el significado de aquel número en la quiniela), sino porque había corrido la voz. Tanto que, incluso, muchos levantadores de juego se habían negado a tomar las apuestas a ese número.
El propio Enrique Tambone, capataz de los cantores y uno de los organizadores de la estafa, confesó, días después: "Me gusta hacer gauchadas, por eso difundí entre mis amigos que saldría el 025".
Los cantores "cantaron"
Tampoco se le pasó por alto la maniobra a Rodríguez Araya, que cuando a las sospechas difundidas por Crítica se sumó que la hermana de uno de los cantores había ido a cobrar una decena del premio, decidió interrogar él mismo a los autores del fraude.
Fue así que, tres días después del sorteo, demorados y acorralados por las pruebas, "los cantores cantaron" y el dinero fue recuperado tras diversos allanamientos en los domicilios de los implicados. En el jardín de la casa de uno de ellos, por caso, se encontraron 53 mil pesos enterrados. Los premios habían sido cobrados urgentemente por los mismos ganadores del premio o por allegados.
El juez Vázquez observa una de las bandejas de las bolillas en la reconstrucción del affaire de los niños cantores, 10 de septiembre
A pesar de que mucha gente participó o se benefició con este fraude, solo fueron a prisión ocho personas, todos ellos "niños cantores", con penas de entre 3 años y medio y 4 años de cárcel. Los que terminaron "a la sombra" en Caseros fueron Miguel Adaga, Francisco Scalise, Enrique Tambone, Enrique Steimberg, Ricardo López, Andrés Pérez, Nicolás Praino y Ángel Navas. Francisco Mañana se salvó de la prisión por ser menor de edad: tenía 16 años. Era el único que estaba un poco más cerca de pasar por niño.
A pesar de haber descubierto el fraude, Rodríguez Araya fue compasivo con los muchachos. "Ellos no vivían en el hampa, ni de allí venían; y sin embargo sus espíritus honrados se contaminaron en el ambiente corrupto de la Lotería", escribió en su libro.
En la reconstrucción del hecho, el propio juez nunca pudo ver cómo hicieron los cantores la maniobra fraudulenta
La justificación -o excusa- de sus acciones que le dio al legislador santafesino uno de los cantores habla mucho del espíritu de aquella época, y quizá también de la actual: "¡Qué quiere! Casi todos viven bien y gastan más de lo que tienen, y todos los ven y nadie dice nada... ¡Nosotros también tenemos derecho a pasarla bien!".
El crimen, en tres momentos
Un plan audaz
El sueño de hacerse rico: Algunos de los jóvenes que integraban el cuerpo de "niños cantores" de la Lotería cambiaron las bolillas del 31.025 y del premio de $300.000 por bolas hechas por un tornero amigo
Lotería, en el foco
Investigación por corrupción: El diputado radical santafesino Agustín Rodríguez Araya creó una comisión para investigar irregularidades en el ente del juego; en ese contexto se ejecutó la estafa de "La grande"
Número repetido
"La gallina", a la cabeza: Los "cantores" ejecutaron con brillantez su timo con las bolas; pero en la quiniela ya todos sabían que iba a salir el 025; uno de los implicados hizo correr la voz. Y perdieron
G. W.

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TECNOLOGÍA...ARPANET E INTERNET


Medio siglo de Arpanet, y recién estamos en los albores de esta nueva realidad
El martes próximo llegaremos a un hito sorprendente, y por más de un motivo. El 29 de octubre de 1969, a las diez y media de la noche, se puso en marcha Arpanet, la predecesora de internet. En la edición especial por el quincuagésimo aniversario de la revista  cuyo primer ejemplar apareció también en 1969, publiqué un extenso artículo sobre los pormenores del surgimiento de Arpanet.
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En resumidas cuentas, a las 22.30 del miércoles 29 de octubre de 1969, el estudiante de la Universidad de California en Los Ángeles Charley Kline envió el primer mensaje por una red que había recibido el nombre de Arpanet. El receptor fue un programador llamado Bill Duvall, del Stanford Research Institute, en Menlo Park, a unos 500 kilómetros al noroeste. Arpanet, nacida de la Guerra Fría, acababa de despertar.
Lo de la Guerra Fría no es una exageración. En 1957, la Unión Soviética lanzó el primer satélite artificial de la historia, el Sputnik-1. Aunque era un hito astronáutico significativo, lo más importante del Sputnik era en realidad su lanzador, el cohete que lo llevó a la órbita. Había sido estrenado dos meses antes, se llamaba R-7 y fue el primer misil balístico intercontinental exitoso. Dicho de otro modo, el Sputnik le estaba mandando a Estados Unidos un mensaje desolador: los soviéticos podían lanzar bombas atómicas sobre su territorio cuando quisieran.
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Esto causó, previsiblemente, un pasmo nacional que terminó, entre otras cosas, con la creación de una agencia de proyectos de investigación avanzada, ARPA, por sus siglas en inglés. De allí, el nombre de la primera red que estrenaba un concepto nuevo en eso que hoy llamamos conectividad.
Arpanet conmutaba paquetes, en lugar de conmutar líneas, como la telefonía convencional. La puesta en práctica de ese concepto cumplirá medio siglo el martes. Asombra porque los efectos que la Red tuvo sobre la civilización fueron revolucionarios. Y también porque, muy a pesar de los avances que hemos visto en estos 50 años, todavía estamos en los albores de la revolución digital.
La red galáctica
Hay una diferencia sustancial entre Arpanet e internet. Grosso modo, la primera comunicaba computadoras (repito, grosso modo), mientras que la segunda conecta redes. Dicho simple, cuando tu computadora o tu teléfono se vincula con el proveedor de servicio (hoy esa conexión es más o menos constante, pero no siempre fue así), pasás a formar parte de la red de ese proveedor, que a su vez está vinculada, mediante internet, a muchas otras redes
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Pero ambas, Arpanet e internet, se basan en un concepto que es menos técnico que social, la de una red mundial accesible a todos. Esa idea fue desarrollada por Joseph Carl Robnett Licklider en 1962, una época en la que las computadoras solo aparecían en las películas de ciencia ficción y la civilización se encontraba bajo la amenaza constante de una guerra nuclear que habría sido devastadora para toda la humanidad; 1962 fue el año de la crisis de los misiles en Cuba, por ejemplo.
En la práctica, Arpanet no nació con el espíritu que hoy tiene internet (por un número de motivos; en otros, que en 1969 no existían computadoras pequeñas y económicas), pero ese espíritu precede a su nacimiento y por eso Licklider es considerado el padre de todo esto. Por supuesto, también hicieron un aporte fundamental los ingenieros que diseñaron la conmutación de paquetes (Paul Baran, Donald Davies, Leonard Kleinrock), los que crearon los protocolos de Internet (Bob Kahn y Vinton Cerf) y un sinnúmero de otras personas (estudiantes, ingenieros, programadores) que crearon esto que hoy conocemos como la red de redes. Tim Berners-Lee, por ejemplo, creador de la web, o Ray Tomlinson, que concibió el correo electrónico. A decir verdad, la lista de las personas que gestaron internet podría llenar fácilmente todas las páginas del suplemento
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Ocurre, sin embargo, más de medio siglo después, que la idea de una red mundial ya no suena extravagante en absoluto. Incluso podría decirse que se da un efecto paradójico. Está tan presente en nuestras vidas que no somos conscientes de que, en efecto, al menos la mitad de la humanidad está las 24 horas del día conectada a una red global. Con lo bueno y con lo malo que eso trae aparejado.
Los veteranos de la Red recordarán, no obstante, que cuando internet llegó a nuestros hogares, en la década del '90 (en agosto de 1995 le tocó el turno a la Argentina), no pocos aseguraban que se trataba de una moda pasajera. Lo mismo habían opinado de las computadoras personales, una década atrás. Se juzgaba que eran cosas de nerds, de hackers o de ambos. Pero Licklider tenía razón. Antes de la Red, la humanidad se encontraba -diría que literalmente- desconectada.
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Como estamos lejos de ser perfectos y como, además, nada garantiza que vayamos a sobrevivir a nosotros mismos (vuelvo a recordar aquí el año 1962), el estar conectados no es una panacea. Pero, a mi juicio, es mejor que estar por completo desconectados. Aunque sea porque ahora vamos a poder salir de la duda. ¿Somos capaces de sostener una conversación planetaria civilizada? ¿Son más los que se involucran o los que miran para el costado? ¿Queremos un mundo mejor o solo queremos tener razón? ¿El acoso online, los trolls y las noticias falsas son una patología? ¿O son la norma? Según un estudio del Pew Research Center solo el 6% de los adultos en Estados Unidos producen el 73% de los tweets con contenido político. ¿Por qué tiene tanta relevancia entonces esa red? ¿La tiene? Son preguntas todavía por responder y, en todo caso, internet (y las computadoras accesibles, sin las que la Red tal como la quiso Licklider no sería posible) está funcionando como un catalizador de nuestras mejores virtudes y de nuestros peores defectos.
Por 50 años más
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Hay un sorprendente paralelismo entre estas tecnologías y la imprenta de tipos móviles metálicos de Gutenberg (sí, ya sé, no es la primera vez que lo digo). Medio siglo después de la Biblia en 42 líneas, el mundo empezaba a volverse dependiente de los impresos, que circulaban cada vez con menos fiscalización (aunque todavía pasarían siglos antes de que la idea de la libertad de prensa no fuera vista como algo inconcebible). Sin embargo, ya no era posible volver atrás. Nueve millones de libros se habían publicado en esos 50 años.
Con el cómputo accesible e Internet está pasando ahora, medio siglo después de Arpanet, lo mismo. La impresión en serie también expuso lo mejor y lo peor de la civilización, pero fue indispensable luego para su progreso. Con 4200 millones de personas conectadas y la economía de los países industrializados enteramente dependiente de la Red, esta nueva realidad nos pone a prueba, nos interpela y lo cambia todo. Y como con los libros, es hora de aceptar que esta transformación recién empieza y que es tan profunda que tal vez lleve otro medio siglo terminar de aceptarla. Si no acaso mucho más.

A. T.

EL ECONOMISTA....NOTICIAS,

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