Witold Pilecki, el hombre que se infiltró por su cuenta en el horror criminal de Auschwitz
Witold Pilecki, como oficial del Ejército y como prisionero de AuschwitzArchivo
El oficial polaco se ofreció de voluntario para dejarse detener como civil en el campo de concentración y conspirar desde dentro contra los nazis
Ramiro Pellet Lastra
Si existiera un diccionario del horror, la palabra Auschwitz sería el sinónimo más preciso de la maldad. Y sobre los ríos de tinta que corrieron sobre la nave insignia del sistema criminal nazi, que comenzó a operar hace exactamente 84 años, asoma el nombre del único prisionero que entró voluntariamente.
Sí, el oficial polaco Witold Pilecki cruzó las puertas del mayor centro de exterminio de la Segunda Guerra Mundial, donde dejaron la vida más de un millón de seres humanos deportados en tren de toda Europa, en su mayoría judíos, y se sometió al maltrato sistemático y degradante de sus guardias, a una existencia de absurda precariedad y casi seguro breve, por su exclusiva y soberana decisión.
Witold Pilecki, con su uniforme del Ejército polaco
Pilecki se hizo llamar de otro modo y se dejó atrapar por los ocupantes alemanes como un detenido más. Pero no era uno más. Era un hombre entrenado, resuelto, con objetivos específicos, que engañó a sus captores durante los dos años y medio que pasó como infiltrado en esas barracas.
Tuvo varios logros, frustraciones, y realizó su segunda proeza (la primera fue animarse a entrar) ejecutando un exitoso escape. Entró cuando quiso; salió cuando quiso: tenía las llaves del Infierno.
Guerrero y artista
Miembro desde joven del Ejército, pronto demostró también sensibilidad artística, pero debió abandonar sus estudios de bellas artes por falta de recursos. Se dedicó a la agricultura, trabajando en la granja de la familia en la actual Bielorrusia. Tocaba el piano, hacía fotos y escribía en prosa y en verso, como un poema que hizo sobre la granja. También ayudó a organizarse a los granjeros locales.
Casado y con hijos, este hombre de múltiples talentos e intereses volvió a vestir el uniforme militar cuando los nazis se lanzaron a la conquista de su país, en septiembre de 1939, la invasión que desató la Segunda Guerra Mundial. Por el otro lado llegaban las tropas soviéticas, debido al acuerdo de no agresión entre Moscú y Berlín, y Polonia quedó rápidamente repartida entre las dos potencias totalitarias.
Con su país ocupado, pasó a integrar la resistencia polaca, menos famosa pero igual de aguerrida que la francesa, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera por liberar a su país, incluso meterse en la boca del lobo.
Pilecki quería saber, como sus compañeros de armas, qué pasaba exactamente adentro del recién instaurado campo de detención de Auschwitz. ¿Qué se escondía en ese recinto donde muchos entraban pero nadie salía? Fue así que aceptó zambullirse a las entrañas del dragón.
Con lo que se sabe de Auschwitz, cuesta creer que alguien quisiera entrar por las suyas. Claro que no sabía exactamente con qué se enfrentaría. Si los nazis le dieron al horror una nueva dimensión, él se la dio al heroísmo.
Según el doctor Bartłomiej Kapica, jefe adjunto del Centro de Estudios Totalitarios en el Instituto Pilecki, con sede en Varsovia, lo suyo fue una mezcla de amor a la patria y amor a la humanidad. Descubrir qué había en ese agujero negro, ayudar a los internos que padecían lo indecible, y trabajar por la destrucción del campo, fue todo un mismo impulso y un mismo patrón de conducta.
“Lo más obvio es considerarlo un deber patriótico, ya que Pilecki pertenecía a la resistencia clandestina. Pero igual de importante, y menos obvio, es el nivel de virtud humana en el que se basó la decisión”, dijo Kapica. “Él creía que, independientemente de las circunstancias, estamos obligados a seguir siendo humanos. Y ser humano es tener algo dentro que puede compartirse con otros; por tanto, tenemos la obligación moral interior de ayudar a los demás”.
El ingreso
De manera que tomó la misión de infiltrarse. Enterados en la resistencia polaca de una inminente redada de los alemanes en Varsovia, donde harían arrestos masivos, Pilecki fue derecho al sitio señalado y esperó a que vinieran. Se dejó atrapar en un departamento.
Heinrich Himmler inspeccionando la construcción de la tercera fase de Auschwitz
Así relata ese momento el periodista inglés Jack Fairweather, autor de una biografía sobre Pilecki, The Volunteer: “Hay gritos, disparos que vienen de la calle. El cuidador del edificio corre escaleras arriba, golpea la puerta y grita: ‘¡Salga, salga mientras pueda!’. Pilecki dice: ‘Gracias por la información, estoy bien’”.
Fue llevado al otro lado, al sitio de donde nadie volvía. Las fotos de frente y perfil que le tomaron al ingresar a Auschwitz lo muestran con el número asignado, el 4859. Era la típica deshumanización nazi. Poco le importó: no estaba para corregirlos, sino para combatirlos.
Su plan consistía en organizar una red secreta entre los internos y enviar informes sobre las condiciones y la situación en el campo a la resistencia polaca. Debía conspirar contra los nazis y preparar a los reclusos para luchar cuando vinieran al rescate.
Pilecki relató detalladamente las condiciones de los detenidos en el campo de concentración nazi
La red que organizó en las mismas narices de los guardias se encargó, además, de robar alimentos y ropa para los internos, esconder a los heridos para que no los asesinaran, y distribuir medicamentos.
En Auschwitz, “un sistema diseñado en favor de poner a los fuertes sobre los débiles, compartir un trozo de pan con un prisionero que moría de hambre ya era algo de significado revolucionario”, según explicaban los organizadores de una exposición sobre Pilecki en 2020 en Berlín.
Súplica
El primer mensaje que logró sacar del campo se abrió camino hasta los comandantes de la Royal Air Force, en Londres. Era una súplica de intervención. “Por favor, por el amor de Dios, bombardeen este campo. Incluso si eso significa que moriremos en la operación, porque lo que sucede acá es tan terrible... tiene que terminar”, subrayó. Debía suponer que una operación bien ejecutada serviría para matar a unos cuantos nazis y permitir que los reclusos se evadieran, y le imprimió al mensaje un acento de urgencia indeclinable.
Pero la ayuda nunca vino. Ni con ese ni con los sucesivos mensajes que envió de contrabando fuera del recinto del mal a sus superiores y a los aliados. Por eso, así como había entrado, decidió salir. Quería relatar en persona, a quienes tenían las armas y tomaban las decisiones, los detalles de las atrocidades que había presenciado. Confiaba en conseguir la esperada operación y rescatar a sus compañeros.
El papa Francisco visitó Auschwitz en julio de 2016
Era la primavera de 1943. Los nazis estaban en retroceso, pero faltaba mucho, y los dramáticos relatos de Pilecki sobre la catástrofe y la matanza que se desarrollaba ante sus ojos en Auschwitz no le alcanzaron. ¿Qué había visto? Que había asesinatos, violaciones y esclavitud. Que Auschwitz elevó rápidamente su capacidad de destrucción, pasando de ser un campo de detención de prisioneros políticos y otros individuos a una máquina de exterminio, con la instalación de las cámaras de gas.
Pese a todo, una vez más descartaron lanzarse como él quería sobre el campo de concentración. Veían riesgos y complicaciones. Decidieron, por estrategia, meter todas las fichas en enfrentar a los alemanes en el terreno, sacarlos del país y ganar la guerra de una vez. Pilecki, siempre pragmático, volvió a tomar las armas y combatió a los alemanes hasta el final del conflicto.
Monumento en homenaje a Witold Pilecki
Con los nazis mordiendo el polvo, el problema pasó a ser la Unión Soviética, cuyos tanques habían “liberado” el resto de Polonia. Pasó a trabajar otra vez en la clandestinidad, ahora filtrando información fuera del país sobre los nuevos amos comunistas. Y al parecer más astutos que los nazis, los comunistas lo descubrieron, lo sentenciaron a muerte y lo ejecutaron en 1948. Fueron implacables.
Hasta la caída del comunismo en Polonia, en 1989, su vida y sus proezas se mantuvieron ocultas. Pero, a su manera, volvió a la vida con más fuerza, como el héroe que siempre fue y sinónimo de la lucha contra los totalitarismos. El instituto que lleva su nombre en Varsovia tiene filiales en varios países.
“Pilecki encarna la resistencia contra ambos totalitarismos: el nazismo y el comunismo. Pero aún más muestra la verdadera dimensión y el valor del compromiso con la comunidad. Por un lado, era un oficial de caballería, en la imaginación popular símbolo de la libertad individual, y por el otro personificaba el vínculo con los demás y el sentido del altruismo”, dijo Kapica sobre este ser extraordinario.
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