domingo, 31 de octubre de 2021

SEMANA DEL ARTE

PARA AGENDAR
Semana del Arte. Del 31 de octubre al 7 de noviembre. Toda la programación en Vivamos Cultura

El arte contemporáneo se larga con todo, como en una gran maratón
Tras La Noche de los Museos, la Semana del Arte sumará a su agenda en diferentes barrios de la ciudad la programación de la feria arteba; hasta el 7 de noviembre, de todo para ver
M. O.

LA PUESTA EN ESCENA KKK....SE LES TERMINA....


La botella está vacía y la política discute el envase

Francisco Olivera


Cada vez que algún macrista le advierte a su compañera Gladys González, presidenta de la Comisión de Medio Ambiente del Senado, eventuales objeciones a proyectos como la ley de etiquetado frontal, que acaba de sancionarse, o el del Gobierno para cobrarles una tasa a las empresas por el uso de envases no reciclables, presentado anteayer en el Congreso, la senadora contesta con el mismo argumento: “No hay que regalarle esas leyes a la izquierda”.
Los empresarios están bastante molestos. A los problemas obvios de la pospandemia, los titubeos de un gobierno inorgánico para acordar con el Fondo Monetario Internacional y una crisis estructural que impide crear trabajo en términos netos desde hace una década, la Argentina parece haberles antepuesto una agenda de proyectos propia de países nórdicos. Como si las ponencias que se oirán desde mañana en Glasgow, donde se desarrollará la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático, tuvieran mayor urgencia que los temas que, desde hoy, en Roma, con la presencia de Alberto Fernández, se van a tratar en el G-20 con líderes de todo el mundo.
En el kirchnerismo se jactan de este orden de prioridades. Lamentan incluso que a Glasgow no vaya una comitiva más numerosa, porque ahí, dicen, se discutirán los temas globales de los próximos ocho años.
“Claro, el tema ambiental es mucho más marketinero”, dijo, sonriendo,un funcionario que estará en ambos foros. Pero la Argentina no encuentra todavía soluciones a desajustes más elementales, algunos de ellos resueltos hace décadas por la mayor parte de las naciones. Hay, por ejemplo, 137 países con menos de 10% de inflación. Y no todos tienen, como este, la obligación de pagarle en marzo al FMI un vencimiento de 18.000 millones de dólares.
El malhumor de los empresarios no es tanto con el contenido de leyes que ven emergiendo en el resto del planeta como con un rasgo más autóctono que han empezado a detectar: cierta atmósfera con sesgo anticapitalista que se expresa principalmente en el Congreso, donde encuentran pocos legisladores dispuestos a prestarles atención. Dicen, por ejemplo, que no pudieron imponer una sola de las sugerencias que tenían para la ley de etiquetado y que incluso el texto que salió es el más rudimentario y hostil a la inversión. Que las alimentarias deban despedirse para siempre del tigre de las Zucaritas o del Capitán del Espacio, vínculos con el consumidor a los que han dedicado años, o que no puedan vender golosinas en los quioscos de los colegios no es nada en relación con esa dificultad de fondo.


Los detalles de la ley difieren además bastante de normativas que se proponen el mismo objetivo sanitario en otras partes. En las cámaras objetan que los octógonos aprobados sean, en sentido propio y figurado, una modalidad en blanco y negro si se los compara con la gama gradual de colores que expone la composición nutricional de cada producto en los países europeos donde rige el Nutricare. El espectro cromático informa y el octógono invalida, dicen. En Chile, por ejemplo, el perfil nutricional fue definido por el código alimentario local; en México, sobre la base de tipologías de consumo propias de ese mercado. Las categorías de la Organización Panamericana de la Salud que consideró la Argentina son, insisten, las más restrictivas de todas.
Es tarde para quejas, porque la ley tuvo un respaldo abrumador. Desde el principio de la discusión, los legisladores entendieron que el lobbying de los empresarios pretendía solo frenar la ley, nunca mejorarla. Y eso que, a principio de año, cuando empezaron estas reuniones, Sergio Massa les había ofrecido a algunos una oportunidad: poner el proyecto en consideración de varias comisiones, lo que en jerga legislativa equivale a dilatar el tratamiento y, por lo tanto, dar lugar a cambios en la letra chica. “La ley va a salir porque es una tendencia en el mundo”, les advirtió en ese momento el líder del Frente Renovador.
Es cierto que en el medio se mezclaron contratiempos. Se interrumpió, por ejemplo, el diálogo por una interna entre dirigentes de la Unión Industrial Argentina y José Ignacio de Mendiguren, diputado de licencia y cercano a Massa. Pero a los empresarios les quedó la sensación de que acercarse o no a quienes redactan las leyes daba exactamente lo mismo. Suponen que no hay fundamento que valga en un país donde da rédito combatir la generación de riqueza y, más aún, defender empresas es vergonzante.
“Ladran”, tuiteó Andrés Larroque el martes, sobre una tapa de Clarín que decía que la Cámara de Comercio Norteamericana en la Argentina cuestionaba el control de precios.
Pero la crítica del establishment económico se centra más en la oposición. “Los de Pro por lo menos se abstienen: los peores son los radicales”, protestó el presidente de una cámara. Están convencidos de que muchos legisladores ni siquiera se detienen en las consecuencias de los proyectos. Algún antecedente hay. La ley de alquileres, una iniciativa de Juntos por el Cambio que pretendía atenuar los precios de los contratos y consiguió exactamente lo contrario, subirlos más del 70%, fue sancionada hace casi un año y medio con 191 votos afirmativos, 24 abstenciones y… ni uno solo negativo. ¿Nadie sabía en el Congreso que esas regulaciones terminan siempre perjudicando a los inquilinos?
El otro ejemplo fue en diciembre, con la famosa cláusula de indemnidad en la negociación con Pfizer, que propuso la oficialista Cecilia Moreau, pero que votó también gran parte de la oposición e impidió que la Argentina tuviera en el primer semestre de este año 8 millones de dosis de la vacuna. Días atrás, durante la discusión por la ley de etiquetado, una conocida economista recibió llamadas de tres asesores legislativos que querían saber qué pensaba de la ley. Ella hizo observaciones sobre la prohibición de promociones y las ventas en instituciones educativas. ¿Pero eso está en el proyecto?, preguntaron los interesados. A la consultora le llamó la atención. “En los artículos 11 y 14. Por favor, lean la ley, tiene dos páginas”, contestó.
La sospecha de los empresarios es que casi siempre gana la corrección política. Una obviedad: resulta más atractiva la vereda de Greta Thunberg que la de Trump o Bolsonaro. Para el Gobierno esta agenda representa además una inmejorable oportunidad después de la derrota de las primarias. Son leyes de fácil aprobación que le permiten recuperar la iniciativa. En 2008, después de la crisis agropecuaria y el voto de Cobos contra la resolución 125, el kirchnerismo logró levantarse con dos leyes fundamentales que tuvieron votos de la oposición para estatizar Aerolíneas Argentinas y, dos meses después, el sistema previsional.
La campaña empeora las cosas: todo se vuelve una puesta en escena. Son las razones que les permiten a las fabricantes de bebidas suponer que el proyecto para envases presentado anteayer será ley. El borrador, que contempla una tasa de hasta 3% para empresas que usen recipientes no reciclables y crea un fondo que financiará la tarea de recicladores y cartoneros, pertenece al Poder Ejecutivo.
Funes de Rioja, presidente de la UIA, almorzó esta semana con Juan Cabandié, ministro de Medio Ambiente, y le hizo algunas recomendaciones. Entre ellas, que la medida no fuera solo una excusa para crear cargos y que no sirviera solo a los efectos de subsidiar trabajo: que en todo caso el trabajo de reciclar se concretara efectivamente. Cabandié hizo silencio.
La iniciativa prevé una recaudación centralizada, que hará la AFIP, y el proceso de reciclaje, a cargo de cada municipio. ¿Aceptarán los intendentes, que se llevan por coparticipación 0,005% de cada 100 pesos que obtiene el fisco en impuestos? Es probable que ese sea otro punto sensible, porque determinará hasta qué punto los jefes comunales están dispuestos a colaborar con una nueva caja que verán pasar. Será una discusión interesante. Hasta ahora, en sus territorios, las urgencias parecen bastante más elementales. Más que el envase, les preocupa que la pobreza no vuelva inaccesible lo que va adentro

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CUIDAR LA SALUD Y SABER QUÉ SE CONSUME


Tenemos etiquetado frontal. La importancia de saber qué comés
Se aprobó la ley de promoción de la alimentación saludable (dentro de la cual están los etiquetados octogonales): ventajas de consumir con información y sin engañar a los niños
N. L. 
Los octógonos advierten la alta presencia de calorías, azúcares o grasas saturadas
Sin grietas, sin grandes problemas ni discusiones: 239 presentes, 18 ausentes (un buen promedio), 200 a favor, 22 negativos y 16 abstinencias…
Esos son a grandes rasgos los números que ilustran el contexto: salió la ley que necesitábamos. Se trata de la ley de promoción de la alimentación saludable, dentro de la cual están los famosos etiquetados octogonales que advierten sobre excesos de azúcares, calorías, grasas o sodio en los productos.
Mucho se habló en los meses previos sobre restricciones: que no íbamos a poder comprar esto o aquello, que la movida era para prohibir, que cortaba libertades individuales de los consumidores... Pero nada más lejos de eso. ¿Por qué? Porque ahora vamos a tener los mismos productos, vamos a poder seguir comprando lo que queremos, lo que nos guste y cuando nos guste, pero con información. Nosotros como individuos, como consumidores, vamos a tener más libertades aun, porque vamos a tener más conocimiento. Ningún producto está prohibido.
La promoción de una alimentación saludable es una responsabilidad del estado en la cual colaboran muchas otras entidades, personas e instituciones. En este sentido, la ley no le permitirá al estado hacer compras públicas de productos con octógonos, en ninguna contratación o licitación. Esto deja afuera de las escuelas todo lo que tenga octógonos: de los recreos y de los comedores. Sin embargo, como decía, en tanto individuos y consumidores somos libres: entonces, si yo le quiero comprar un alfajor a mi hija para que lo lleve a la escuela, lo seguiré haciendo. Nadie me lo va a prohibir. Personalmente, es algo que hago de vez en cuando, porque elijo que así sea, porque decido que así quiero alimentar a mi hija. Otros días comerá tomates, o una mandarina… Cada familia, con la información pertinente, tomará sus decisiones, igual que siempre. La buena noticia es que con los octógonos hacemos pareja la información para todos.
La otra gran restricción tiene que ver con el marketing para niños. De nuevo: ningún producto que hoy existe dejará de existir. Solo que ya no podrán hacer atractivo su envase en su comunicación hacia los niños y adolescentes. O sea que el quiosco seguirá lleno y los cereales seguirán en la góndola, pero sin ositos ni súper héroes. Sin promos de juguetes ni personajes de la tele que, en lugar de aparecer en galletas dulces, lo harán en juegos, spiners, gorritos, o lo que el marketing diga. Pero no en productos comestibles con mucha grasa, azúcar y sal, que la mayoría de los padres compraban para dárselos diariamente a sus hijos sin saber el real contenido que les estaban ofreciendo.
Ahora bien, queda un punto clave: implementar la ley en cuestión. Lo que ya está fabricado, es decir, el stock existente, seguirá a la venta mientras tanto. Nadie tira nada: las empresas grandes tienen 180 días para presentar cambios y las pymes 12 meses.
Los gobiernos provinciales y municipales, en tanto, tienen que comunicar más y mejor las recomendaciones de las Guías Alimentarias Nacionales.
Por su parte, el Consejo Federal de Educación debe generar y presentar un Plan de Educación Alimentaria con actividades didácticas y contenidos para todos los niveles educativos.
Los técnicos y expertos están trabajando en los cambios que esta ley implica para el Código Alimentario. Y ya que estamos, podrían revisar la definición de “alimento” de nuestro Código, que necesita una actualización. Fíjense que define “alimento” como “toda sustancia o mezcla de sustancias naturales o elaboradas que, ingeridas por el hombre, aporten a su organismo los materiales y la energía necesarios para el desarrollo de sus procesos biológicos”. Una designación que incluye, además, “las sustancias o mezclas de sustancias que se ingieren por hábito, costumbres, o como coadyuvantes, tengan o no valor nutritivo”. O sea: algo que alimenta y algo que no se llaman igual. ¡Insólito! Pero bueno, paso a paso: quizás sea una batalla más difícil aún.
En definitiva, lo importante ahora es que la ley salió de ambas cámaras sin cambios, con unidad partidaria, sin grietas. Casi todos de acuerdo.
Mi opinión es que la ley salió porque tenía que salir, porque es necesaria, porque apuesta al futuro. Se preocupa por cuidar a los niños y niñas y escucha a quien no tiene voz en el mercado: la salud de los más chicos. Un real interés puesto en las generaciones que vienen.

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ESTRENOS DE LA SEMANA

EL RITUAL DEL ALCAUCIL
Documental sobre el olvido
G. C.

(ARGENTINA / 2020). DIRECCIÓN Y GUION: XIMENA GONZÁLEZ. CÁMARA Y FOTOGRAFÍA: MATÍAS COLLAVINI, XIMENA GONZÁLEZ. EDICIÓN: GABI JAIME, XIMENA GONZÁLEZ. SONIDO DIRECTO: CAMILA RUIZ DIAZ ODENA, ASSIZ ALCARAZ. DURACIÓN: 82 MINUTOS. CALIFICACIÓN: APTA PARA MAYORES DE 13 AÑOS.
Las historias se suceden con la imprecisión del recuerdo. Los nombres, las fechas, los detalles, todo se perdió en el tiempo, la única certeza es la ausencia. De caras familiares, de vecinos, de familias enteras que de un día para otro “desaparecieron”. En El ritual del alcaucil predominan las palabras por sobre las imágenes, testimonios de vecinos de una comunidad que nació y creció en torno a dos cementerios, el Israelita y el Municipal de Avellaneda. Y en las grietas de esas voces, en su mayoría sin rostro, aparecen apuntes de una historia fragmentada, que ni siquiera ellas pueden completar. Enseguida, la cautela enquistada que impide cerrar el relato de fosas comunes, tumbas sin nombre y vuelos de la muerte. Pero la película no juzga.
El documental de Ximena González va de menor a mayor, con recuerdos que conforme avanza el film aumentan en intensidad y crudeza. Lo que en los primeros minutos se insinúa, en la segunda mitad se intensifica. El dolor gana en detalle, como una necesidad de los protagonistas por reafirmar aquello de lo que fueron testigos, escucharon o asimilaron de sus mayores.
Sin embargo son destellos, porque enseguida el relato se asienta en las consecuencias del olvido, tópico presente a través de la presencia infantil; que desdramatiza es cierto, pero a la vez plantea un interrogante de cara al futuro, que funciona como obturador de las muy logradas intenciones del proyecto: ¿lo que no se recuerda realmente existió?

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Acción e intriga política
terremoto 8,5
A. L. 

(Baekdusan, Corea del sur/ 2019). direCCión y guion: Kim Byung-seo, LeeHey-jun.FotograFía: KimJi-Yong. elenCo: Ma Dong-seok, Lee Byunghun, Ha Jung-woo, Jeon Hye-jin, Bae Su-ji, Robert Curtis Brown. duraCión: 108 minutos. CaliFiCaCión: apta para mayores de 13 años

La industria de cine de Corea del Sur es una de las más potentes del mundo: produce anualmente cerca de 700 largometrajes y recauda unos 1400 millones de dólares en taquilla. Se hizo más visible en Occidente gracias al éxito de
Parasite –cuatro Oscar, incluyendo mejor película–, pero su vertiente alternativa también es muy valorada.
Terremoto 8.5 tiene como modelo a los formatos estandarizados de Hollywood, en este caso el del cine catástrofe. El film incluye a dos estrellas que garantizan rendimiento en el mercado local: Ha Jung-woo, actor, guionista y productor muy popular en su país, y Bae Su-ji, figura del K-pop más conocida por su seudónimo artístico, Suzy.
Su trama es simple: un volcán cuyas erupciones presagian la desaparición de la península coreana bajo un maremágnum de lava ardiente y un científico/héroe que propone una estratégica explosión con armas nucleares para evitarlo. Pero esas armas están en la frontera entre Corea del Norte y China, lo que equivale a un problema político.
Hay mucha acción, escenas espectaculares potenciadas por efectos especiales que los amantes de este tipo de ficciones valorarán, salvo que vean como un problema la decisión de estrenar el film con doblaje al castellano, una tendencia que empieza a crecer peligrosamente en nuestras salas. 

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EL ECONOMISTA SEMANAL

 


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¡¡¡¡ QUÉ GRAN IDEA !!!!...OTRA REALIDAD...OTRO MUNDO

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ES EL GEN. KKK...DURA PERO..AL FINAL... EXPLOTA Y MATA


Culpas ajenas, de ayer y de mañana

Sergio Suppo

Alfredo


El kirchnerismo cambia el discurso, pero no las mañas. Con el “ah, pero Macri” dibujó la única explicación posible del desastre social y económico.
En septiembre, el oficialismo fracasó en las elecciones primarias al pretender cargar todas las culpas sobre el expresidente. Frente a la posibilidad de otra derrota, ahora en el partido por los puntos del 14 de noviembre, empezaron a atribuir a la oposición, por anticipado, un posible colapso. Un “golpe blando”, sintetizó la candidata Victoria Tolosa Paz.
Nada nuevo en el nuevo discurso. El kirchnerismo tiene como reflejo exacerbado una vieja costumbre de la política argentina: poner en el adversario la responsabilidad de todas las desgracias.
"Stanley avisó otra vez que Washington solo ayudará a Buenos Aires en la renegociación de los plazos de pago al Fondo Monetario si la Casa Rosada presenta un plan mínimamente sustentable"
Juegan con fuego Cristina Kirchner y Alberto Fernández en medio de una crisis que escala minuto a minuto. Como ajenos a la realidad, se muestran enfrentados para diluir fracasos, sin aceptar que permanecerán unidos en sus destinos políticos a la hora de ser juzgados por los votantes. Uno y otro ya no están a tiempo para un divorcio político sin pagar un costo más alto que el que afrontan en esta tortuosa convivencia.
La esencia de las cosas suele estar en el origen. Fue necesario que el próximo embajador de los Estados Unidos, Marc Stanley, hiciera notar que el Gobierno no tiene un plan para combatir la inflación para que recordáramos aquel anuncio inicial del Presidente de que no consideraba necesario contar con un programa económico.
Por si hiciera falta, Stanley avisó otra vez que Washington solo ayudará a Buenos Aires en la renegociación de los plazos de pago al Fondo Monetario si la Casa Rosada presenta un plan mínimamente sustentable. No hay novedad. Es una condición ineludible establecida desde antes del primer incumplimiento argentino a otros tantos compromisos con sus acreedores.
La improvisación es el costo más alto que Fernández le transfirió a este país asolado a su vez por la pandemia. Si Macri relativizó la dimensión de la situación económica que recibió de Cristina Kirchner, Alberto pareciera no apreciar que la razón de su presidencia era el fracaso de su antecesor en esa misma cuestión, la economía.
"El dramatismo con el que el oficialismo presagia su hipotética derrota electoral sobrecarga un ambiente de incertidumbre"
Todo estaba a la vista, era obvio para los dos presidentes, pero ambos eligieron no afrontar una realidad que los terminó devorando. Fernández exhibió con orgullo su resistencia a intentar resolver el problema esencial del país. Ni para luego del efecto del Covid el Presidente piensa mostrar algo más que medidas sueltas e inconexas.
La evolución de la crisis cruza fronteras tenebrosas y se alimenta de ofrecimientos tan irracionales como el que Máximo Kirchner le hizo al Presidente al borde del abismo: “Estamos dispuestos a ir para adelante; chiflen que acá estamos”, dijo el jefe de La Cámpora.
Una semana atrás, al hablar ante un grupo de empresarios cordobeses, Domingo Cavallo dio varios rodeos antes de describir la situación económica. El economista al que Néstor Kirchner solía escuchar aun siendo presidente, dijo que el país está en una etapa parecida a la que precedió al Rodrigazo, aquel golpe inflacionario de 1975 que desató el ministro Celestino Rodrigo al tratar de actualizar de un tirón el fortísimo retraso que tenían las tarifas y los combustibles.
Vaciado de poder, al gobierno de la viuda de Perón le quedó poco menos que contemplar cómo se preparaba el golpe que lo derrocó en marzo de 1976. Era tarde cuando Ricardo Balbín dijo que había que llegar a las elecciones “aunque sea con muletas”. Es el kirchnerismo el que agita la idea de un golpe y se lo atribuye a la oposición.
El dramatismo con el que el oficialismo presagia su hipotética derrota electoral sobrecarga un ambiente de incertidumbre. Perder elecciones es una situación conocida por el kirchnerismo, de la que salió adelante en al menos dos oportunidades.
Distinta es su diezmada capacidad para sacar al país de la crisis con la que sigue colaborando con su decisión de no tener un plan para sofocarla y con la adopción de medidas comprobadamente inútiles. Imponer una lista de precios máximos, por ejemplo.
La decisión del nuevo secretario de Comercio, Roberto Feletti, va a toda velocidad del drama a la farsa y empezó por el ridículo acto de difundir una nómina en la que un 35 por ciento de los productos ya no se fabrican. No termina ahí. También está la visible reacción de los comerciantes a los apremios de los militantes en el conurbano, como una manifiesta pérdida de temor respecto de situaciones similares durante la presidencia de Cristina.
El debilitamiento de la autoridad no alcanza solo al Presidente. El ímpetu del nuevo jefe de Gabinete, Juan Manzur, se diluyó al final de dos semanas de hacer madrugar a los ministros. La capacidad de maniobra de la propia Cristina Kirchner se achicó en la medida en que, en lugar de mandar, elige tomar distancia de los fracasos que le atribuye a Alberto Fernández, su elegido.
La vicepresidenta debe decidir qué hará con el gobierno que creó. Así de crucial es su situación.
La derrota en las PASO la mostró obligando al Presidente a un cambio de gabinete al que él se resistía. El rumbo económico que impuso por escrito en la misma carta en la que emplazó a Alberto fue reemplazado por maniobras tácticas para canjear votos por “platita”. ¿Quiere Cristina ser algo más que la máxima influencer? A quienes se atrevieron a preguntarle si estaba dispuesta a reemplazar ella misma al Presidente les respondió un rotundo “no”. En apenas dos semanas y días se sabrá si Cristina fingió o dijo la verdad.
La oposición mira a la mayor distancia posible la superposición de las discordias oficialistas con la crisis económica. El presidenciable más aventajado, Horacio Rodríguez Larreta, ya decidió que no bien terminen de contarse los votos se pondrá de nuevo el uniforme de jefe de gobierno porteño.
Hay un punto en el que los errores del oficialismo empiezan a preocuparles a los dirigentes de Juntos por el Cambio. Una cosa es sacar más votos gracias a las torpezas del rival; otra, muy diferente, es afrontar una realidad caótica que pretenda barrer la norma institucional de un cambio de gobierno dentro de dos años. Así de dramático.

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MICROCLIMAS MUY DEVASTADORES


La razón y sus enemigos: la vigente amenaza de los personalismos

Julio María Sanguinetti
Hace mil quinientos años, Sófocles escribió y representó con éxito Antígona, una de sus grandes tragedias. En ella, la protagonista es condenada por el tirano Creonte al haber desobedecido su dictado, enterrando a su hermano conforme a la tradición de sus dioses. Hemón, sobrino de Creonte, increpa al tirano y se da uno de los diálogos mayores de nuestra civilización:

Creonte: –¿Acaso no la hemos sorprendido en crimen?

Hemón: –Tus conciudadanos lo niegan como un solo hombre.

Creonte: –¿Y la polis va a dictarme cómo tengo que mandar?

Hemón: –Ah… mira quién habla ahora como un niño.

Creonte: –¿Alguien que no sea yo puede dar órdenes en esta polis?

Hemón: –No sería una polis si acatara las órdenes de un solo hombre.

Creonte: –Por tradición, la polis es de quien la gobierna.

Hemón: –Solo en un desierto podrías gobernar perfectamente en solitario.

Desde aquellos remotos tiempos nos llega esa dialéctica entre la opinión ciudadana y el personalismo del tirano, entre el Estado opresor y la libertad personal.


Es un saludable ejercicio ubicarnos en esa perspectiva histórica para advertir cuánto hay de permanente en la naturaleza humana, pero también cuánto nos ha costado organizar un Estado en que la voluntad de la “polis” no sea usurpada por los personalismos. No hay que mirar muy lejos para entenderlo en los clamorosos ejemplos que nos desafían, como el de Trump, felizmente conjurado por la ley, o el de Ortega, encerrado con su mujer en su palacio, dictando destierros y prisiones para tergiversar la voluntad ciudadana en una elección digitada.
Cuesta creer que aún hayamos de luchar por el mero imperio de la ley frente a los desbordes personales de los ocupantes del poder. De qué manera una civilización occidental (y latinoamericana en particular) que parecería coincidir en los valores de la filosofía de la Ilustración lucha todavía en todos los frentes contra fundamentalismos y fanatismos de variados orígenes.
Esos personalismos normalmente pretenden sustentarse en un fundamentalismo democrático, que, amparado en una elección circunstancial, asume una omnipotencia sin barreras. Es el fenómeno populista del que tanto hemos hablado, y sufrido. Sin embargo, no se detienen allí los enemigos de la “razón ilustrada”.
Hay nobles causas transformadas en expresiones de fanatismo que “cancelan” el debate. Son los monopolistas de la indignación pública que, convocados por el nexo de las redes, se autoerigen en monopolistas de la moral pública y, en nombre de nobles causas ecologistas o humanistas, las deforman en el despotismo de un juicio sin apelación y una condena eterna. Se hace difícil razonar así.
Ocurre, por ejemplo, con los llamados pueblos originarios, en nombre de los cuales se ha desatado una reacción antihistórica contra una civilización –la nuestra– que, como todas las de todos los tiempos, se ha ido haciendo a fuerza de contradicciones y consensos, marchas y contramarchas. Latinoamericanos de habla castellana le reclaman a la España de hoy que pida perdón por el descubrimiento y la conquista, cuando si hubiera cuentas personales con el pasado los demandantes debieran de arreglarlas con sus ancestros que vinieron a América y no con los descendientes de los que se quedaron allá. Hipócritas perdones políticamente correctos intentan, simplemente, adormecer reclamos que debieran ser, por el contrario, analizados con rigor, mirando hechos y contextos, sin el dedo acusador de una justicia anacrónica que habla en nombre de las miradas de nuestro tiempo.
Estamos lejos de los tiempos del franquismo, del Día de la Raza y de don Cristóbal genio de los genios, de bondadosos curas adoctrinando en paz a ingenuos indígenas o heroicos cruzados llevando la civilización con la espada en una mano y el crucifijo en la otra. La evolución de las ideas ha superado hace tiempo, en el examen histórico, esas versiones rosadas, pero la misma razón impone detener esa locura avasallante que termina negándonos a nosotros mismos y pidiendo perdón por lo que somos, por la cultura misma a la que pertenecemos. Que en nuestras naciones poblaciones indígenas o de origen africano acusen rezagos es otra historia y ahí sí que el compromiso es nuestro y actual, para que asumamos nuestra responsabilidad con el presente.
Otros dogmáticos se enfrentan en nuevas versiones del eclipse de la razón. Desde el ángulo académico económico y, en ocasiones, desde voces empresariales, se asume que las decisiones políticas pueden y deben ser absolutamente objetivas. Es una versión moderna del utópico pensamiento de Saint Simon, que suponía que “en el nuevo orden político las decisiones deben ser el resultado de demostraciones científicas totalmente independientes de la voluntad humana”, que harían desaparecer la arbitrariedad, la incapacidad y las intrigas. Este sueño termina en la descalificación de la política, con todas sus consecuencias. Es no entender que la economía y la sociedad transcurren en medios humanos y espacios geopolíticos, donde hay creencias, emociones, pasiones, intereses e ideas inspiradoras, que marcarán preferencias en función de sus valores permanentes y sus circunstancias históricas. Son planteos usualmente muy bien intencionados, pero que terminan haciendo mucho daño por generar en la ciudadanía la impresión de que todo podría resolverse fácilmente, sin debates que se presumen innecesarios.
Naturalmente, el empleo de las redes también les ha dado a los aventureros políticos una capacidad de manipulación nunca vista. Se generan microclimas de temor, descalificaciones difamatorias o perniciosas explotaciones de prejuicios. Constituyen hoy el mayor desafío para la prensa y los partidos políticos organizados, que debemos redoblar el esfuerzo cívico, aguijonear conciencias libres y procurar que la razón sobreviva a los embates de los múltiples enemigos que la acosan. Rescatar el debate de las ideas, todo lo intenso que se quiera, pero sin descalificaciones ni reduccionismos.
No estamos en los tiempos de la Inquisición, pero bien podemos pensar que lo que hoy enfrentamos es mucho peor.


Expresidente de Uruguay

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INQUIETANTE LECTURA


Todos los demonios están aquí, de Marcelo Figueras
Caleidoscopio de diversas formas del horror
J. M. B. 

Aunque el terror le haya servido como paradigma, y en concreto Stephen King como inspiración modélica, podría decirse que Todos los demonios están aquí, la última novela de Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962), convive en su multiplicidad con un breve pero significativo ramillete de géneros, que van desde el policial hasta el humor negro, e incluso sobrevuela las aguas de la novela de aventuras.
Resulta particularmente interesante lo que sucede con los géneros cuando funcionan como punto de partida, y no de llegada, respecto de las expectativas que se cumplen y las que frustran. Si algo positivo ha regalado la contemporaneidad en literatura es el hecho de que la novela se permita ser cada vez más cosas, y en ese sentido los arquetipos a veces logran aportar su modesta pero saludable cuota de confusión.
La otra piedra basal que Figueras tomó para su novela es la eterna discusión respecto de si el Mal debe pensarse como un ente concreto, si es posible materializarlo, o si se trata en realidad de un espacio vacío. Y el modo que eligió para escenificar esa búsqueda o tensión hace pie, a su vez, en tres vértices, algo así como un caleidoscopio de las diversas formas del horror: una clínica neuropsiquiátrica, la Argentina de la debacle de 2001 –con los ecos de la dictadura ramificándose incesantemente– y, desde luego, la Divina Comedia, el texto que ha terminado por apropiarse de todos los imaginarios infernales y que aquí actúa como el estribillo cada vez menos asordinado que solo puede propiciar lo siniestro.
El protagonista de Todos los demonios están aquí –el título proviene, cuándo no, de Shakespeare– es Tomás Pons, un psiquiatra que trabaja en un hospital público y que recibe, en clave milagrosa, el ofrecimiento de dirigir una clínica en Tigre. Pons padece, junto a los males que amenazan devorarse una vez más al país entero, los propios, que incluyen una reciente separación que no deja de oprimirlo, una madre que ha pasado de una profunda depresión a una suerte de vacío mental, el recuerdo obsesivo del padre y deudas a granel. La retribución que le prometen es irreal, imposible de rechazar, y se vuelve asimismo el anzuelo que lo transporta a otra realidad, imposible de imaginar.
Pese a ciertos brotes de costumbrismo – que se manifiestan esencialmente en algunas secuencias de diálogo–, la novela está estructurada con absoluta solidez, realimentando su expectativa a cada momento. Figueras (autor, entre otras novelas, de El espía del tiempo y de La batalla del calentamiento) maneja con gran oficio y paciencia no solo el desarrollo de sus personajes, la lucha interna de su protagonista y la construcción de un verosímil complejo, sino también los hilos de la trama. Ninguno de los ejes principales resulta arbitrario o queda a la deriva, hallazgos nada menores en función de una espesura que la efervescencia de los capítulos finales no logra disimular.

Todos los demonios están aquí

Por Marcelo Figueras

Alfaguara

272 páginas, $ 1799

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LAMENTABLE MARIONETA...LOS CULPABLES SON SIEMPRE LOS DEMÁS


Permisos para mentir y motivos para desconfiar

Néstor O. Scibona



Desde que Carlos Menem admitió públicamente que si decía lo que pensaba hacer hubiera perdido las elecciones presidenciales de 1989, en la Argentina parece haberse naturalizado que las mentiras de cualquier calibre en boca de los políticos forman parte de las campañas electorales.
Este virtual permiso o licencia social para mentir o engañar, incluso descaradamente, ocupa una categoría más alta que las típicas promesas incumplidas, formuladas a veces con buenas intenciones y total desconocimiento o viceversa. El caso de Menem también es discutible, porque debió atravesar una segunda hiperinflación –con plan Bonex incluido– antes de encontrar un año después la tabla de salvación de la convertibilidad y las privatizaciones que marcaron toda la década del 90. Curiosamente, con amplio apoyo de quienes no lo habían votado.
Con Alberto Fernández ocurre algo muy diferente. El tono alterado y radicalizado de su discurso en Deportivo Morón muestra que su intención es captar sólo a los votantes kirchneristas del Frente de Todos que no fueron a las urnas en las PASO; sobre todo en el conurbano bonaerense. De ahí sus consignas de que la inflación no es culpa de la emisión, sino de los empresarios “pícaros” que especulan con los precios. O de “no arrodillarse ante el FMI porque antes están los millones de argentinos”, horas antes de la reunión que mantendrá hoy en Roma con Kristalina Georgieva.
Difícilmente este bagaje retórico para la tribuna atraiga a los sectores independientes y moderados que en 2019 contribuyeron a su triunfo electoral, por creer en sus promesas de cerrar la grieta política y no repetir los errores más groseros del cristinismo. No hace falta ser un teórico monetarista para advertir que la combinación de “maquinita” y revoleo electoralista de “platita” sin respaldo augura para los próximos meses una inflación superior al 50% anual, por más controles de precios que se apliquen. Máxime con una brecha cambiaria de casi 100%, el dólar y las tarifas anclados y las reservas del Banco Central (BCRA) en el tobogán. Nada que no se haya visto en el período 2010–2015. Hasta la prestigiosa revista The Economist consideró una locura hacer lo mismo de siempre y esperar un resultado diferente.
También es engañosa la consigna “primero se crece y después se paga” (al Fondo), incluida en el documento de La Cámpora con claro tono setentista y que el Presidente repitió al pie de la letra. Omitió decir que si hubiera un acuerdo a 10 años incluirá cuatro de gracia, que sería un plazo razonable para retomar el crecimiento; claro que con un programa económico que el Gobierno se resiste siquiera a esbozar antes de las elecciones. Por lo pronto, un reporte del G-20 difundido esta semana prevé que el PBI de la Argentina repuntará 7,5% este año, pero se desacelerará a 2,5% en 2022 y a 1,8% en 2023.
Sin embargo, el cambio más sorprendente de la campaña electoral es la sobreactuada reconversión discursiva del ministro Martín Guzmán, que acentúa la desconfianza sobre la economía post elecciones. Sus últimas declaraciones públicas de cabotaje (en el CCK y el canal de cable ultraoficialista C5N) antes de viajar a Roma, lo acercan más al relato de Máximo Kirchner que a su formación en la Universidad de Columbia.
En la misma sintonía que el FdT, adoptada por Alberto Fernández, ahora dice que “acabar con la dependencia del FMI es un acto de soberanía”; pero deja de lado que un país sin moneda pierde soberanía económica. También culpa abiertamente a Mauricio Macri por haber endeudado al Tesoro y al Fondo por haberle prestado los 44.000 millones de dólares que necesita refinanciar. Y aunque ciertamente hay poco que rescatar de la gestión económica macrista, evitó mencionar esta vez que desde hace décadas –y salvo cortos períodos– la dirigencia política argentina no logró estructurar un Estado financiable.
Si hubo una palabra que usó constantemente en su primer año y medio de gestión –como virtual Ministro de Deuda– fue “sustentable”, como condición para una política económica. A tal punto que algunos de sus colegas economistas bromeaban con que si tenía un perro, iba a ponerle ese nombre. Pero con su giro discursivo, ahora tiene por delante dos problemas. Uno, que la macroeconomía no fue sustentable a lo largo de 2020 (debido a la pandemia), ni tampoco lo es en 2021 pese al ajuste fiscal del primer semestre (cuando se hubiera podido cerrar el acuerdo con el Fondo), pero luego ese ahorro fue dilapidado para aumentar groseramente el gasto en la campaña electoral. Otro, que perdió credibilidad al dejar de hablar de economía y adoptar el relato político K, que claramente no lo ayuda a generar una pizca de confianza entre propios y extraños.
Poco quedó del ministro que meses atrás había sido aplaudido por empresarios al afirmar que la inflación era un problema macroeconómico. Ahora respalda implícitamente el congelamiento de precios al señalar que no existen discrepancias internas en el FdT, cuando los accionistas de la heterogénea coalición oficialista ya no las disimulan y hasta las hacen explícitas off the record. Difícil saber si quiere quedarse o irse según el resultado electoral del 14 de noviembre.
No sólo eso. Guzmán acaba de anotarse en la extensa lista de ministros de Economía que negaron una devaluación del peso antes de no tener otro remedio que aceptarla. En un reportaje por radio EcoMedios, el analista Claudio Zuchovicki recordó la secuencia de tres pasos que aplicaba en estos casos el fallecido economista Tomás Bulat: la primera vez los escuchás; en la segunda sospechas y, en la tercera, ya te parece inevitable.
Con esta lógica operan los mercados, que no son una institución donde se pueda tocar el timbre como creen muchos políticos, sino la suma de miles de decisiones individuales atentas a todas las señales oficiales para formar sus expectativas sobre lo que creen que pueda ocurrir en el corto y mediano plazo. De ahí que el segmento más libre del dólar (Senebi) trepara ayer hasta $207; el riesgo país superara los 1700 puntos básicos (un nivel más alto que el previo al canje de deuda de 2020 con los acreedores privados) y el BCRA debiera sacrificar casi US$300 millones de sus reservas en una sola jornada para atender la mayor demanda privada de divisas y cerrar octubre sin alterar su ritmo mensual de mini–devaluaciones por debajo de la inflación.

La combinación de urgencias electorales y escasez de reservas netas llevó al BCRA a agregar otro parche al régimen de múltiples tipos de cambio, que resulta cada vez más difícil de explicar y entender. A primera vista, parece razonable que los turistas extranjeros que viajen al país puedan abrir “cuentas bimonetarias” en bancos locales para realizar pagos electrónicos o con tarjeta a un tipo de cambio de $180 (dólar MEP), para que esos dólares vayan a las reservas del BCRA y evitar que se escurran en el mercado paralelo pese a una cotización más alta y con menos seguridad. Pero deja de serlo si se tiene en cuenta que un productor de soja percibe $67 por dólar y un profesional que exporta servicios de la economía del conocimiento cobra menos de $100.
También revela una concepción centrípeta, ya que ningún país de la región (ni Cuba) tiene un régimen similar para los turistas que deja en desventaja a la Argentina. Y que el oficialismo desconfía hasta de su sombra, al haber fijado un tope de US$ 5000 en efectivo para cargar en cada cuenta.
Todo esto abarata la épica que el Gobierno no logra instalar con su relato unificado por necesidad y urgencia. Al fin y al cabo, su objetivo hasta el 14 de noviembre es evitar que el dólar blue no tenga un número 2 por delante (apenas 1,2% más que ayer). Y después llegar a fin de 2023 sin una crisis macroeconómica, con un acuerdo básico con el FMI para salir del paso, siempre que el FdT logre ponerse de acuerdo sobre cómo seguir en medio de tanta desconfianza política y económica.


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