jueves, 31 de marzo de 2022

MALVINAS....40 AÑOS


Los héroes negados que la escuela no quiere recordar

Jorge Fernández Díaz
Cuando el teniente trepó hasta la cima y se llevó los prismáticos de campaña a los ojos, vio el escalofriante espectáculo que se abría paso en la bruma: fragatas, destructores, helicópteros y lanchones iniciaban el masivo desembarco. Era el Día D en el estrecho San Carlos, y la treta del teniente primero Esteban había sido un éxito: una vez tomado el pueblo y requisadas prolijamente las viviendas en busca de radios, armas y vehículos, había permitido que los isleños continuaran con su rutina y había escondido a su tropa. De lejos y con aquellas apacibles chimeneas humeantes, parecía un acceso despejado; si los ingleses no hubieran caído en la trampa su estrategia hubiese sido distinta: los comandos habrían llegado por la noche y habrían asesinado a los soldados argentinos.
En ese momento, Esteban hizo un cálculo correcto: había en aquellas costas cinco mil hombres, y él disponía de solo cuarenta efectivos. Nadie le hubiera reprochado seguir la lógica, que consistía en dar por radio la "alerta temprana" a sus superiores, y luego rendirse con honor. Pero aquel muchacho de 28 años que estaba a cargo de la Compañía C hizo lo inesperado: avisó y presentó batalla. Su proeza está en los libros de la historia militar de la Argentina y de Inglaterra; nadie conocía muy bien, sin embargo, lo que pensaba íntimamente durante esa guerra maldita. Carlos Esteban se había recibido en Córdoba de licenciado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Sabía a esas alturas que Galtieri no sabía, y que esa conflagración era un enorme error estratégico. Estaban destinados a perder, pero no podía contárselo a nadie. Tal vez no le hubiera desagradado a Borges relatar la parábola de un valiente que aun reconociendo la futilidad trágica de su sacrificio, carga todo el tiempo con su secreto escepticismo y realiza a su vez una hazaña heroica.
Esteban, sus oficiales y aquella antología de conscriptos de la clase 62 que habían sido entrenados hasta la fatiga formaron parte del discretísimo operativo de reconquista de las islas Malvinas, y más tarde rodearon Darwin y redujeron a una población dócil que los esperaba con banderas blancas. El jefe de esa localidad se llamaba Hardcastle, y mientras tomaban el té en su casa, Esteban advirtió con un estremecimiento que su propia mujer posaba en un retrato con la hija del flemático anfitrión: habían estudiado juntas en un colegio bilingüe de La Cumbre. Se le antojó que esa asombrosa casualidad podía ser una señal del destino. A veces se alejaba del campamento para llorar, extrañaba mucho a su esposa y a su pequeño hijo; creía que nunca iba a volver a verlos. Después se recuperaba y echaba una arenga a sus bravos, a quienes todos cuidaban con esmero y con quienes compartían penurias sin distingos. Esa actitud fue tan ejemplar que años más tarde el Pentágono envió una psiquiatra para determinar por qué entre ese puñado de reclutas no se habían producido ulteriores suicidios ni secuelas graves, ni denuncias ni maltratos, y en qué había consistido la fórmula mágica de sus líderes.
El 1° de mayo la Inteligencia les anticipó que sufrirían un ataque de aviación, y se refugiaron en los acantilados; hubo ocho horas de bombardeo y de guerra aérea con varios muertos, pero ellos salieron ilesos. Les dieron una nueva misión: marchar a la zona norte y controlar el estrecho por el que podía colarse la segunda flota más poderosa de Occidente. Es precisamente allí donde sucede el legendario combate de San Carlos, que comienza cuando Esteban baja la colina, se comunica con la comandancia y prepara a los gritos el repliegue. El primer Sea King surge entonces de la nada, y Esteban ordena cuerpo a tierra y silencio absoluto. A los cien metros, da orden de abrir fuego: los fusiles tronaron, las balas sacaron chispas del fuselaje y el helicóptero se bamboleó, empezó a largar humo y aterrizó de manera brusca. Sin pérdida de tiempo, el teniente dispuso un cambio de posición. Justo en ese momento un Gazelle con un sistema de cohetes se les vino encima. Lo atendieron con la misma fusilería. El aparato se sacudió en el aire, la cabina estalló en mil pedazos y el piloto, mal herido, intentó escapar hacia la desembocadura; su máquina cayó en el río y comenzó a hundirse.
Los británicos, desde la cabecera, empezaron a dispararles con morteros. Ellos cruzaron otra cuchilla y un Gazelle idéntico quiso cortarles el paso: "Repetimos la concentración de fuego y se desplomó totalmente en llamas -recuerda Esteban-. No hubo chance de que se salvara nadie de la tripulación". En esa mañana de sangre, el efecto sorpresa y la adrenalina jugaban a favor de los perdedores. Que siguieron moviéndose, ahora para ganar altura. El tercer Gazelle se presentó en sociedad apretando los gatillos, pero dibujaba un blanco perfecto: cientos de proyectiles le dieron una dura bienvenida y lo sacaron de circulación. Fue en ese instante en que se abrió una extraña tregua. Cuatro helicópteros que costaban veinte millones de dólares habían sido derribados en veinte minutos. Los ingleses, sorprendidos, hacían el control de daños y evaluaban la insólita situación, y la Fuerza Aérea argentina preparaba un ataque para impedir la avanzada. Esteban sabía que la infantería inglesa los buscaría por cielo y tierra para eliminarlos. Era hora de partir.
Lo que sigue es una ardua aventura que Hollywood no hubiera desaprovechado: los cuarenta y dos, considerados ya "desaparecidos en acción", caminaron tres días y tres noches por la turba y el frío. En el libro Bravo 25 se revelan sus peripecias: encontraron una casa vacía con algunos pocos alimentos donde a veces sonaba el teléfono en vano, pernoctaron al abrigo de las ventiscas y fueron acechados -mientras aguardaban escondidos y con aliento cortado- por un helicóptero que dio varias vueltas a su alrededor sin decidirse a destruirla o a marcharse. Anduvieron bajo el sol pálido hasta el agotamiento, dieron con un caserío kelper, lo coparon a punta de pistola y enviaron dos estafetas en Land Rover a dar la buena nueva al Ejército. Tras incontables peligros, los rescataron, y en Puerto Argentino fueron recibidos con algarabía. Mohamed Alí Seineldín estaba particularmente exaltado. Esteban le relataba el despliegue impresionante que había visto en el estrecho, pero el teniente coronel parecía sordo a los datos; confiaba en la Virgen: cuando lleguen los piratas -decía- ella producirá una tormenta y los hundirá. Esteban seguía guardándose su amargo y exacto diagnóstico; a las pocas horas solicitó permiso para regresar a Darwin y participar de la defensa final. Allí su jefe acordó la rendición tras una intensa y desigual refriega. Esteban y sus oficiales eran tratados con deferencia y admiración por el enemigo, aunque nunca quisieron privilegios: compartieron con los soldados rasos sus mismas incomodidades. Al regresar a la patria, toda la "compañía de oro" fue condecorada, y el áspero informe Rattenbach la dejó a salvo de cuestionamientos. Esteban está retirado y es hoy director del Departamento UADE Business School: en su posgrado enseña escenarios estratégicos, planeamiento, negociación política y derecho diplomático. Pocos saben quién es ese profesor afable. Mayo contiene las efemérides de lo que estrategas militares denominan el "combate de San Lorenzo del siglo XX". Escasas o quizá ninguna escuela dará cuenta, sin embargo, de esta historia callada por nuestra estupidez y nuestra mala conciencia. Esta derrota verdaderamente sublime.

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MALVINAS....40 AÑOS


El rock and roll desaforado de la guerra
Por qué no se vuelve a pensar igual en Malvinas después del teatro documental, revelador y poético, de Campo minado

Constanza Bertolini
FRENTE A FRENTE. Excombatientes ingleses y argentinos protagonizan la obra de Lola Arias que volvió al Teatro San Martín
¿Alguna vez viste un hombre prendido fuego? ¿Alguna vez viste a alguien ahogarse en el mar helado? ¿Alguna vez visitaste la tumba de un amigo con su madre? ¿Lo hiciste? ¿Lo hiciste? ¿Lo hiciste?” Campo minado no se termina cuando los aplausos truenan en la sala al final de la función. Tampoco la emoción se aplaca después de la primera, la segunda ni la tercera vez que se la ve, incluso si esta última es por televisión, en el living de una casa impregnada por los miedos de una incipiente pandemia.
Así como la obra de teatro tuvo su carácter inédito al reunir por primera vez sobre un escenario a tres excombatientes de Malvinas de cada bando, seis años después de su estreno la huella en el espectador sigue siendo inédita. Sostenerles la mirada a esos hombres, exudar con ellos un rock and roll desaforado y catártico, sumergirse en las historias de sus días en las islas, eso sí es una experiencia inmersiva. Tal vez más inmersiva aún que la instalación que “sopla” en la cara como si fuera el viento del Atlántico Sur en el hall del mismo Teatro San Martín donde también se exponen los magníficos retratos en blanco y negro que Juan Travnik tomó a otros héroes como estos. Cuarenta años de la Guerra de Malvinas volverán a contarse de muchas maneras en los 74 días que van del 2 de abril al 14 de junio.
Tres excombatientes argentinos y tres del lado inglés son intérpretes de su propia vida
Hasta que en 2013 inició la investigación que dio origen a un trabajo documental tan revelador como poético, tan desgarrador como político, la directora de Campo Minado, Lola Arias (Buenos Aires, 1976), podía recordar por experiencia propia algunos retazos de los tiempos de Malvinas: la melodía y la letra de la “Marcha” o una escena más o menos cotidiana de su infancia, como era ver a un veterano vendiendo estampitas en el colectivo.
La memoria de una chica de cinco o seis años, en otros casos, puede volver hasta aquel 1982 en la remembranza del frío rezo que cada mañana se hacía al ingresar al aula de la escuela o en la foto de una pila de pasamontañas multicolores tejidos en casa para enviar a “nuestros soldados”. Arias tiró de la punta de un hilo emotivo, corrió el manto de neblinas y con un material de gran peso específico desató una conmoción con esta pieza biodramática que ya fue de la Argentina a Inglaterra para recorrer luego Alemania, Grecia, unos veinte países. No solo hizo la obra: Campo minado fue antes una videoinstalación y luego una película (Teatro de guerra), filmada a la par de los ensayos del teatro y estrenada en la Berlinale.
Galtieri y Margaret Thatcher, cara a cara. Veteranos ingleses y argentinos en medio del mismo campo escénico. Un campo de batalla devenido en un potente maquinaria teatral al servicio del recuerdo
Para Arias no era nuevo el proceso de convertir a un no-actor en actor (otros dos muy buenos ejemplos son Mi vida después y Atlas del comunismo). En este caso, hizo unas sesenta entrevistas antes de quedarse con estos intérpretes de su propia vida. Si técnicamente, al comienzo, Marcelo, Rubén y Gabriel eran –como los bandos– “enemigos” de Lou, David y Sukrim, hoy nadie se atrevería a verlos ni llamarlos de esa forma. Allí están del lado argentino el soldado Vallejo (apuntador de mortero devenido atleta de triatlón), Rubén Otero (sobreviviente del hundimiento del buque General Belgrano y baterista de una banda tributo a los Beatles) y Gabriel Sagastume (que nunca quiso disparar y antes de entregarse a esta obra trabajaba como abogado penalista).
Los seis vuelven a este otro campo con la experiencia en el cuerpo y en la memoria: como una esquirla clavada en la mente, uno de los ingleses no puede sacarse la imagen de aquel soldado muerto en sus brazos, con un disparo en la cabeza y la foto de su familia en el bolsillo de la chaqueta. También traen un equipaje de soldaditos de juguete, mapas, diarios íntimos, instrumentos musicales, y vestuarios que se ponen y se sacan a la vista de todos.
Por el lado británico, Lou Armour (después de la guerra, profesor de niños con problemas de aprendizaje), Dave Jackson (que pasó de escuchar códigos por radio a atender pacientes: es psicólogo) y Sukrim Rai (uno de los gurkhas nepaleses que sirvieron al ejército inglés, más tarde guardia de seguridad). En escena ellos no resuelven los asuntos de la soberanía, no explican las razones del conflicto ni siquiera discuten si a las islas hay que llamarlas Malvinas o Falklands: cada uno lo hace a su modo. Los seis vuelven a este otro campo con la experiencia en el cuerpo y en la memoria: como una esquirla clavada en la mente, uno de los ingleses no puede sacarse la imagen de aquel soldado muerto en sus brazos, con un disparo en la cabeza y la foto de su familia en el bolsillo de la chaqueta. También traen un equipaje de soldaditos de juguete, mapas, diarios íntimos, instrumentos musicales, y vestuarios que se ponen y se sacan a la vista de todos.
“Si hubiese más obras como esta no existirían las guerras, porque esos soldados no habrían aceptado enfrentarse”, le decía un niño a su padre al final de una función en Londres. Sus palabras recorrieron el mundo de boca en boca, pero no llegaron lo suficientemente lejos: mientras Campo minado va por una nueva temporada en Buenos Aires, Rusia y Ucrania cuentan de a miles los muertos. Se huele el miedo de morir y el miedo de matar.

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EL PULSO DEL CONSUMO


Algo más peligroso se esconde debajo de esta inflación
El constante aumento de los precios está desgastando los cimientos de la estructura social; hay una crisis de sentido que conduce a la sociedad a un profundo individualismo y a una especie de “sálvese quien pueda”

Guillermo Oliveto
"¿Cómo puede ser que trabaje todo el mes y tenga que comprar un jean en cuotas?" Es una de las preguntas retóricas que surgen en las encuestas de investigación
Los argentinos somos expertos en economías disfuncionales. Que la inflación deteriora el poder adquisitivo, modifica conductas, provoca enormes distorsiones, impacta en mayor medida en los que menos tienen y genera mal humor social ya lo sabemos. Mientras nos acaloramos en debates conocidos, debajo de la superficie está ocurriendo algo bastante más sustancial y peligroso. Esta vez la inflación –2200% acumulado entre 2011 y 2021, 55% anual proyectado para 2022– está desgastando aceleradamente los cimientos de la estructura social.

Se consolida a lo largo de nuestros relevamientos cualitativos más recientes la emergencia de un fenómeno diferente. Si las crisis económica y social están en la epidermis del cuerpo colectivo, es decir, a la vista de todos, en la dermis se oculta la emergencia de una crisis de nuevo tipo. A los ciudadanos les está cambiando el interrogante existencial. Ya no se preguntan “por qué”, sino “para qué”. Se está gestando una crisis de sentido.
Cito algunas frases textuales, varias de ellas expresadas con un énfasis que brota del enojo y otras, con la voz tenue de la resignación. “Mi marido y yo nunca paramos de trabajar y ahora laburamos mucho más todavía. Llegás a fin de mes y no ves los frutos de todo lo que estás trabajando”. Una mujer de clase media baja. “Vivo con miedo a que se rompa un caño. Tenés que arreglar algo y te quedaste sin plata”. Un hombre de mediana edad, también de clase media baja. “Ahí empieza el fastidio, uno se enoja y se pone loco: laburo todo el año y no puedo llevar a mis hijos a McDonald’s ni comprar zapatillas. No da”. En este caso, un hombre joven de clase media alta. “Por la pandemia dejé de ir al gimnasio y ahora no puedo pagar 3, 4 lucas por mes. Tuve que achicarme tanto… eso te genera estrés”.
Podría ilustrar la argumentación con decenas de este tipo de menciones. Elijo para redondear la idea estas dos últimas, que entiendo que operan como una especie de síntesis de la época: “Antes, electrodomésticos y tecnología se compraban por placer; ahora, cuando se rompen”, clase baja. “Ir a comprar es ir a pasarla mal”, clase media alta. Como vemos, el patrón es transversal. Cada uno en su lugar y a su medida, todos se enfrentan al mismo dilema.
Una pregunta que me han hecho bastante en los últimos meses es: ¿cuánta inflación tolera la gente? Mi primera respuesta fue: “No lo sé”. Tengamos en cuenta que los procesos hiperinflacionarios son, para buena parte de la población actual, o un vago recuerdo o algo que directamente nunca vivieron. Con lo cual, los parámetros son otros. Digamos, de los años 90 para acá.
Una vez caída la convertibilidad, la inflación dejó de ser una abstracción teórica y volvió a ser un problema de todos los días. Ya desde el año 2007 entró en la zona del 25%. En 2014, producto de la devaluación de febrero de aquel año, fue del 36%. En 2016, ante la recomposición de las tarifas de servicios públicos, llegó al 41%. Pero en 2017 se había logrado reducirla para que se ubicara nuevamente en la zona del 25%. En 2018 y 2019, las sucesivas devaluaciones la impulsaron nuevamente para concluir aquel año con 53,8%. La violenta caída de la economía en el tiempo de la pandemia más la cuarentena (-10%) logró atemperar el indicador de 2020: 36,1%. Desde “la salida”, las cosas “se desmadraron”, consumidores dixit.
Cuatro sucesos
El año pasado se conjugaron cuatro sucesos en simultáneo que agravaron la percepción de cuánto rinde el dinero. 1) En la reapertura, todos trataron de recuperar lo más rápido posible lo que habían perdido durante el cierre. Los que compran son argentinos, pero los que venden también. 2) Volvieron una serie de gastos que no estuvieron durante el confinamiento –hoteles, restaurantes, cultura, entretenimiento, transporte y en alguna medida indumentaria y belleza–. De acuerdo con los datos de la última encuesta de gastos del Indec, todos esos bienes se llevan el 39% de las erogaciones mensuales promedio de un hogar. Solo por el efecto apertura y el deseo contenido, a las familias les aparecieron tentaciones nuevas que naturalmente había que pagar. Salir implicó necesariamente gastar más. 3) La angustia por un encierro tan prologando y tortuoso hizo que en la liberación no se hicieran las cuentas. Aquellos que podían –no todos pudieron– salieron a comerse el mundo de un bocado. La consigna fue “a vivir la vida”. La extraordinaria temporada de verano lo demuestra. Absolutamente lógico, merecido y previsible. 4) Fue un año electoral. Habitualmente en esos años “hay más plata en la calle”.
Pero el verano terminó, y en marzo, como siempre, llegan la realidad y la tarjeta. No solo la inflación de febrero trajo un dato que superó las expectativas del mercado, 4,7% mensual, sino que ahora se prevé un valor más alto para el mes donde históricamente “sube todo”.
Las estadísticas que publica el Banco Central en función de sus consultas con los mejores economistas del país ya proyectan para este año un valor que sería el más alto desde 1991: el citado 55%. Hay economistas muy serios y ecuánimes diciendo que ese promedio se queda corto: podría ser 60% o más.
De cumplirse estas proyecciones, considerando que en 2021 la inflación fue del 51%, como mínimo los precios de la economía argentina se habrán duplicado al cabo de dos años.
Insisto: no sé cuánta inflación tolera la sociedad y qué implicaría que no lo hiciera. Pero sí sé que cuando el ajuste de los precios oscilaba alrededor del 25% anual, la suba del consumo mejoraba el humor social. Parecería un nivel que estos argentinos expertos razonablemente pueden manejar. En cambio, cuando supera ese umbral, ya las cosas adquieren otro cariz. Una bruma de fastidio nubla la mirada y condiciona la percepción. Las evidencias empíricas lo demuestran.
“La plata no vale nada”
El Indec publicó la semana pasada un gran dato: el desempleo bajó en el cierre de 2021 hasta alcanzar el 7%. No hay celebración ni cambio de humor a la vista. ¿Por qué? Los consumidores ya ni siquiera apelan al clásico “la plata no alcanza”, ahora suben la intensidad y vociferan que “la plata no vale nada”.
Lo otro que sé es que es muy difícil que se recomponga el poder de compra con una suba general de precios como la que se prevé.
Es en este punto donde se produce “la crisis de sentido”. Y ese “para qué” se agiganta en el sentir de todos aquellos que tienen un trabajo y cada mañana saltan de la cama con el despertador. ¿Qué sentido tiene romperme el lomo si al final no puedo ahorrar? Y si no puedo ahorrar, no puedo progresar. ¿Vale la pena esforzarme si con suerte logro mantener lo que tengo? ¿Para qué dar la pelea si es imposible no ya comprarme una casa, sino un auto o, lo que es peor, las marcas favoritas de indumentaria o alimentos? ¿Cómo puede ser que trabaje todo el mes y tenga que comprar un jean en cuotas? Estas son algunas de las preguntas retóricas que también registramos.
Lo más alarmante de la crisis de sentido es que conduce a la sociedad a un profundo individualismo y una especie de sálvese quien pueda. Cada cual anda por la vida metido en su propia burbuja y solo está dispuesto a salir cuando se siente amenazado. Un gran “todos contra todos” que carcome el sentir colectivo.
En estos niveles de inflación, todos sienten que el otro se está quedando con algo que es de ellos. Los compradores piensan que los vendedores les cobran de más. Y los vendedores ven cómo su rentabilidad se reduce hasta un punto que pone en riesgo la subsistencia de su negocio. El punto es que todos son compradores y vendedores en diferentes momentos. Es como un perro que se muerde la cola. La impotencia deviene entonces en apatía, desgano y una profunda carencia de entusiasmo.
El individualismo creciente está aflojando peligrosamente los nudos de la cohesión social. La gran mayoría de los argentinos se siente como un hámster que gira y gira hasta caer agotado. El cansancio es doble. No solo por el esfuerzo, sino por percatarse de que esa rueda no los está llevando a ningún lado.

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SALUD....CÁNCER DE COLON


Un cáncer altamente letal y los estudios fundamentales para prevenirlo, que pocas personas se hacen en el país
Apenas el 5% de las personas en edad de hacerlos se realiza los controles para detectar un tumor que causa 20 muertes por día en la Argentina

Gabriela Navarra
La colonoscopía es un método eficaz para detectar pólipos en colon y recto
Debido a la postergación por la pandemia, apenas el 5% de las personas en edad de hacerlos se realiza los controles para detectar un posible cáncer colorrectal. “Ese 5% es una estimación –explica Julia Ismael, exdirectora del Instituto Nacional del Cáncer (INC), directora de la Fundación Gedyt y miembro del Comité Ejecutivo de @All.Can Argentina–. En la última Encuesta Nacional de Factores de Riesgo de 2019 se indicó que el 31,6% de la población de 50 a 74 años se había efectuado alguna vez en su vida un examen de detección, pero como con la pandemia estos controles disminuyeron entre un 80% y 90%. Hoy nos enfrentamos a este descenso, que es alarmante”.
A pocos días de Día Mundial de Concientización contra el Cáncer Colorrectal, que se celebra el 31 de marzo, los especialistas recuerdan que es el segundo en prevalencia y mortalidad en nuestro país, con 16.000 nuevos casos anuales (un promedio de 43 diarios) y más de 7500 muertes: 20 por día. Aquí y en el mundo se recomiendan programas de screening o tamizaje que consisten en un test inmunoquímico de detección de sangre oculta en materia fecal, anualmente, a toda la población de 50 a 74 años.
Aproximadamente 15 de cada 100 de esos tests da positivo: algo que no siempre indica un cáncer, pero sí es un llamado de atención que requiere la práctica de una videocolonoscopía (VCC), que se realiza bajo sedación y con una preparación especial para limpiar antes el intestino. Una vez que una persona se hizo una VCC, los controles periódicos deben seguir con ese mismo método.
“En el mundo muere cerca de un millón de personas por año por este cáncer –dice Lisandro Pereyra, gastroenterólogo, endoscopista y coordinador del área de Gestión del Conocimiento del Hospital Alemán–. Sin embargo, está considerado el más fácilmente prevenible. Tiene una lesión previa o precursora de lento crecimiento, un pólipo adenomatoso que tarda más de 10 años en ser maligno y esto otorga una ventana de tiempo para estudios de prevención”.
Luis Caro, presidente de la Fundación Gedyt y director de la carrera de médico endoscopista en la Universidad de Buenos Aires (UBA), afirma que de cada 100 VCC que realizan a pacientes sin riesgo aumentado encuentran pólipos en 30 a 40 personas. “La detección y resección de estos pólipos adenomatosos, aún no malignos, permite disminuir eficazmente la incidencia de la enfermedad –confirma Caro–. La VCC es al mismo tiempo un método diagnóstico y terapéutico: en el mismo acto se diagnostica y se trata al paciente”. El viernes 31, Gedyt organiza un simposio abierto y gratuito sobre el tema (https://www.fundaciongedyt.org.ar/index.php)
Además, agrega Caro, detectar preventivamente es costo efectivo: “Es mucho más económico hacer una VCC que tratar un cáncer, porque en los primeros seis meses un tratamiento oncológico puede representar 150.000 dólares. Por eso es que muchas empresas de medicina prepaga enfatizan la necesidad de realizar controles preventivos que permitan encontrar pólipos mediante VCC y realizar su resección antes de que progresen a un cáncer”.
María Cecilia López, presidenta de la Confederación Unificada Bioquímica de la República Argentina (Cubra), sostiene que “con prevención y diagnóstico precoz, la mortalidad podría ser mucho menor: 9 de cada 10 casos podrían curarse si se detectan a tiempo. Sin embargo, los estudios de detección temprana son materia pendiente en la Argentina. La mayoría de los pacientes llega a la consulta en fase avanzada de la enfermedad”.
El embudo del sistema
Ubaldo Gualdrini, miembro del Servicio de Coloproctología del Hospital de Gastroenterología Bonorino Udando y expresidente de la Sociedad Argentina de Gastroenterología (SAGE), informa que el hospital donde se desempeña cuenta con los tests inmunoquímicos de sangre oculta en materia fecal, “pero no tiene capacidad de hacer prevención. Para los pacientes sintomáticos, los que necesitan atención más urgente (que tienen sangrado, cambio en el ritmo evacuatorio, anemia, baja de peso, trastornos digestivos) hay una demora de más de seis meses para hacerle una VCC. Lo mismo pasa cuando un test de sangre oculta da positivo: en ese lapso la persona está angustiada, temerosa, creyendo que puede tener un cáncer”.
El especialista, que fue director del Programa Nacional de Prevención y Detección del Cáncer Colorrectal (cargo que dejó tras siete años en 2018), detalla que durante su gestión el 80% de las provincias no tenían capacidad instalada para desarrollar programas de prevención con VCC. “En algunas provincias, no todas, había kits de sangre oculta. Pero para que un programa realmente funcione tiene que abarcar a toda la población, con capacidad instalada tanto de tests como de colonoscopías posteriores”, añade Guadrini.
El Hospital Udaondo de la ciudad de Buenos Aires, especializado en gastroenterología
Un médico endoscopista de un importante hospital porteño, que pidió no ser identificado, comenta un panorama similar: “Faltan anestesistas, que son imprescindibles porque la VCC se realiza con sedación. Hay muchos endoscopios rotos, no hay turnos. Es imposible así hacer alguna prevención”, describe.
Por otra parte, la VCC es un método que enfrenta ciertos obstáculos. “No solo faltan colonoscopios, especialmente en el nivel público –señala Pereyra–, sino también la formación de recursos humanos. La preparación es otra de las barreras: hay que tomar purgantes, aunque en los últimos años son mucho más aceptables”.
Gualdrini cita las barreras sociales. “Para hacerse una VCC hay que tomarse dos días en el trabajo: uno para la preparación y otro para la realización, hay que ir acompañado porque el paciente recibe una sedación. Además, los purgantes cuestan no menos de 5000 pesos”.
El momento adecuado

En el sitio de la Asociación Americana del Cáncer (ASCO, por su sigla en inglés) se indica que en los Estados Unidos el 37% de los pacientes con cáncer colorrectal son diagnosticados en estadios iniciales; el 36%, cuando el cáncer se ha diseminado a ganglios linfáticos y órganos cercanos; y el 22%, si se proyectó a órganos más distantes, como el hígado o los pulmones.
Todo indica que no se conoce en nuestro país qué proporción de tumores colorrectales son detectados avanzados, pero una investigación de @All.Can Argentina sobre 400 pacientes oncológicos de la Capital indicó que 6 de cada 10 casos de cáncer de colon fueron diagnosticados antes de su diseminación. La misma investigación mostró que menos del 10% de pacientes se había hecho algún examen preventivo, mientras el 90% había concurrido al médico cuando tuvo algún síntoma compatible. Especialmente en el sector público, los pacientes ya diagnosticados tuvieron que esperar casi siete meses el inicio del tratamiento.
Si bien las recomendaciones internacionales indican un test de sangre oculta en materia fecal entre los 50 y 74 años, en ciertos grupos de mayor riesgo hay que anticiparse y pasar directamente a la VCC. ¿En quiénes y cuándo?
“Junto con mi colega Leandro Steimberg, endoscopista del Hospital Durand, sobre las guías nacionales y algoritmos de inteligencia artificial creamos la Aplicación Calculador de Pesquisa y Vigilancia del Cáncer Colorrectal (Captyba). Se puede bajar gratuitamente y hasta el momento tiene unos 12.000 usuarios; la mayoría, médicos –explica Pereyra–. Primero la usaron especialistas, pero se fueron sumando generalistas, clínicos, de familia. Una parte de la población tiene riesgo aumentado y debe comenzar controles antes de los 50 años. Esta aplicación ayuda al médico a determinar cuándo, ni hacer exámenes de más ni de menos. Además, la aplicación envía un mail al paciente para recordarle cuándo debe volver a controlarse según los últimos resultados”. La aplicación cuenta con el aval de varias sociedades científicas locales, como la SAGE o Endoscopistas Digestivos de Buenos Aires (Endiba).
Silencio oficial
En nuestro país, el Programa Nacional de Prevención y Detección Temprana del Cáncer Colorrectal fue creado para disminuir su incidencia y mortalidad. Desde allí se indica que todas las personas de 50 a 74 años deben realizarse un test de sangre oculta en materia fecal y menciona a la VCC como método diagnóstico y terapéutico, ya que permite detectar y extirpar pólipos.
Se intentó ponerse en contacto con el titular de ese programa, Agustín Kirschbaum, quien informó que solo podría responder preguntas después de la autorización del Instituto Nacional del Cáncer (INC). Ante el requerimiento, se enviaron cinco preguntas por escrito, pero no hubo respuesta al cierre de esta nota.
Algo similar sucedió con el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires: se solicitó hablar con la persona a cargo del programa de tamizaje del cáncer colorrectal porteño, pero tampoco hubo contestación.
Mientras tanto, como cada día, 20 personas morirán hoy de cáncer de colon.

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EL ECONOMISTA.....NOTICIAS

 


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CRÍTICA DE TEATRO


Como vaca mirando un tren: El fuerte latido de una mujer en busca de la dignidad
Una vez más, la directora y dramaturga Natalia Villamil indaga en las complejidades del universo femenino, con el apoyo de una gran actriz como Laura Nevole.
Carlos Pacheco

Como vaca mirando un tren
Dramaturgia y dirección: Natalia Villamil. Intérprete: Laura Nevole. Música: Carlos Ledrag. Coreografía: Carla Rímola. Escenografía y vestuario: Rodrigo González Garrillo. Iluminación: Ricardo Sica. Directora asistente: Felicitas Oliden. Sala: Teatro del Pueblo, Lavalle, 3636. Funciones: domingos, a las 19. Duración: 50 minutos.


Una mujer transcurre sus días siguiendo unas rutinas que de tanto repetirse se han ido grabando en su cuerpo de una manera casi brutal. Su soledad extrema, en el medio del campo, la ha llevado a convertirse en un ser sumamente desesperanzado. Pero cada noche, la llegada de su marido a la casa, le promueve una rebeldía que irá aumentando con el tiempo. Él, con sus actitudes, con su forma violenta de tratarla, le ha permitido imaginar la posibilidad de un cambio. Sabe que es difícil pero, a la vez, está convencida de poder manejar algunas armas que la posicionen de otra manera.
La mujer desafía a su propio destino. Sale al campo en la noche a enfrentarse con su interior que, en cruce con el exterior, le permitirán dejar de lado sus debilidades para reconocer que posee una fortaleza que ya no podrá ser doblegada por un hombre.
Como en Rota, Natalia Villamil vuelve a intentar develar las complejidades de un universo femenino humillado y sojuzgado y muestra a una mujer que aún puede hacer latir con fuerza su corazón para ganar un espacio de pertenencia que la dignifique. Cuenta a la vez con una actriz capaz de jugar a fondo con su imaginario y aún con el del espectador (lo demostró de manera espléndida en Trópico del Plata) potenciando ese relato con sus máximas posibilidades expresivas. Nevole transforma notablemente su cuerpo para darle la verdadera profundidad a ese personaje complejo que le propone un desafío interior muy fuerte.

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STREAMING


Recuento superficial de una debacle memorable
Milagros AmondarayJared Leto y Anne Hathaway, en Wecrashed

(Estados unidos/2022). creadores: Lee Eisenberg y Drew Crevello, basada en el podcast Wecrashed: The Rise and Fall of Wework de David Brown. elenco: Jared Leto, Anne Hathaway, Kyle Marvin, America Ferrera, O.T. Fagbenle, Anthony Edwards. disponible en: Apple TV+.

Desde el reciente estreno de The Dropout (Star+) acerca de la exfundadora de Theranos, Elizabeth Holmes, hasta la inminente llegada de Super Pumped por Paramount+ sobre el nacimiento de Uber, las nuevas ficciones se están nutriendo del micromundo de los entrepreneurs y sus caídas en desgracia, con los matices de cada caso. Wecrashed, la flamante miniserie de Apple TV+ creada por Lee Eisenberg y Drew Crevello –cuyos primeros tres episodios ya están disponibles en la plataforma de streaming– se suma a la lista de alusivas al ascenso meteórico de una empresa emergente (las famosas startups) y su rápido descenso plagado de guerra de egos, litigios y una realidad insoslayable: ni el líder más carismático puede sostener durante mucho tiempo una fachada.
Basada en el podcast de David Brown, Wecrashed pone la lupa, inicialmente, sobre Adam Neumann (Jared Leto), un joven israelí decidido a convertirse en multimillonario, quien utiliza todo su arsenal de verborragia, tenacidad e ideas enrevesadas para conseguirlo, ya sea una prenda “revolucionaria” para un bebé o un zapato con taco desplegable. Sin embargo, según el planteo de la serie, no es hasta que Adam conoce a Rebekah (Anne Hathaway), una aspirante actriz que decide dar clases de yoga, que se le prende la lamparita. La joven, quien termina convirtiéndose en su esposa, le asegura que no tendrá éxito si no desarrolla un concepto ligado a su propia historia. Y así, Adam recuerda felizmente cuando vivía en un kibbutz y busca trasladar ese sentimiento al resto del mundo. ¿Cómo? Erigiéndose como un gigante del coworking.
Wecrashed muestra en sus primeros episodios cómo Adam forma sociedad con Miguel Mckelvey (Kyle Marvin), con quien funda Wework, una empresa que ofrecía espacios enormes que se terminaron expandiendo a numerosas ciudades, ideales para que otros empresarios pudieran reunirse en un escenario descontracturado. El “We” [“Nosotros”] del Wework no fue una elección casual. Neumann buscaba despegar a su criatura de otras startups (si bien acá no estamos hablando de un “unicornio” de Silicon Valley, las similitudes están) al aludir en sus grandilocuentes discursos a cómo Wework era, ante todo, un movimiento, con una comunidad que se reunía para celebrar la rutina laboral mientras abundaban las fiestas, el alcohol, y la eventual resaca.
En sus inicios, la empresa descansaba en ese espíritu jovial y en su target millennial, y en cierta forma se aprovechaba de lo que generaba su appeal en los jóvenes que daban sus primeros pasos en el mercado laboral y que se sentían honrados de formar parte del staff de Neumann. Con el tiempo, la fachada empieza a caer junto con la reputación de una empresa que se vendía como algo que no era (en raras ocasiones su creador se ceñía a destacar su innovación desde el punto de vista inmobiliario sino que hablaba de una revolución que no era tal), como quedó demostrado cuando salió a la Bolsa y su valor cayó estrepitosamente, con su CEO siendo apartado de su rol en medio de deudas millonarias y críticas por el modo en que manejaba sus negocios.
La serie cuenta con dos duplas de directores más que atractivas como las de Glenn Ficarra-john Requa (Focus), y la de Shari Springer Berman-robert Pulcini (American Splendor), por lo que no escatima en algunas secuencias brillantes, especialmente en el episodio que retrata lo que sucede en un día de festival organizado por la empresa donde convergen diferentes tópicos que luego se exprimen en demasía. Desde el papel que cumple Rebekah, una mujer muy interesante cuyo pasado familiar incide directamente en su contribución a Wework y a la vida de su esposo, al descontrol suscitado en la empresa y el machismo imperante denunciado por sus empleadas (la empresa recibió demandas de toda clase, ya sea por discriminación etaria como por episodios de acoso laboral).
De este modo, a medida que Wecrashed avanza, va quedando claro que las ocho horas de duración no solo son excesivas sino que además resultan desperdiciadas en trivialidades cuando se podría haber profundizado en los personajes secundarios, aspecto en el que sí triunfa The Dropout, a pesar de tener a una figura protagónica fascinante que podría haberse devorado todo a su paso. Esa banalidad ocasional no favorece a una miniserie que se muestra más cómoda en el humor, género que tanto Leto como Hathaway dominan sin problemas cuando la ficción les da espacio para hacerlo.

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