sábado, 31 de julio de 2021

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La ideología del prejuicio gobierna la Argentina
El discurso y la acción oficialistas parecen guiados por estereotipos, simplificaciones y categorías más cercanas a la caricatura que a la realidad

Luciano Román


Estela de Carlotto dice que el cacerolazo fue de "gente bien vestida, de clase media-alta"
Si hubiera que explicar, ante un auditorio de extranjeros, la ideología que hoy gobierna la Argentina, tal vez deberíamos concentrarnos en describir la psicología del prejuicio. Tanto el discurso como la acción del Gobierno parecen guiados por estereotipos, simplificaciones y categorías más cercanas a la caricatura que a la realidad, siempre mucho más compleja, heterogénea y diversa que la que el poder parece registrar.
El manejo de la pandemia y de la economía ha expuesto, en este año y medio, una colección de prejuicios que apenas parecen disimularse en el inicio de la campaña electoral. Todos expresan una marcada hostilidad contra la clase media, contra el que progresa, contra el que produce y defiende sus propios márgenes de autonomía y libertad. Todos apuntan, además, a generar divisiones, a simplificar y a crear enemigos y “culpables”. Cumplen, en ese sentido, el manual básico del populismo: pinta al mundo en blanco y negro; traza una línea gruesa entre “buenos y malos”. Desprecia los matices y las sutilezas, rechaza el análisis profundo de las cosas y reduce la realidad a categorías simplonas y esquemáticas. Es el mismo manual que, en uno u otro sentido, han usado Trump, Maduro y Bolsonaro.
Desde esa perspectiva, el Gobierno ha incentivado un reproche contra “los que viajan a Miami”, en la misma línea argumental con la que había estigmatizado a los runners en el inicio de la cuarentena. Se busca, así, exacerbar cierto resentimiento, sin hacer ningún esfuerzo por aproximarse a los fenómenos sociales con algún grado de rigor ni con vocación de comprenderlos. En esa visión maniquea, el que viaja a Miami es individualista, tilingo e insensible. Por eso, dejarlo varado es casi un acto de justicia. “Somos un gobierno que defiende a los débiles, no a los que se van a tomar sol a la Florida”. Con ese eslogan vulgar, se escribe una nueva página del relato.
Se trata de la misma matriz conceptual que generó, en su momento, el conflicto con el campo. Para la ideología del prejuicio, el productor agropecuario es un terrateniente que se sienta a esperar que crezca “el yuyo” y que las vacas engorden. Meterle la mano en el bolsillo es otro acto de justicia.
La ideología del prejuicio alienta esos estereotipos, tal vez porque debe inventar culpables que encubran sus propios fracasos. La estrategia parece demasiado rudimentaria: el problema no es la ineficacia del Estado para testear y garantizar el plan de vacunación, sino los que viajan y traen en sus valijas la variante delta. El problema no es el vacunatorio vip, sino el “tilingo irresponsable” que quería salir a correr o a remar en la soledad del río. El ideologismo, mientras tanto, demoró casi ocho meses la habilitación de las vacunas norteamericanas.
En esa línea, el Gobierno ha creado su propio código de culpabilidad: los padres que reclamaban la apertura de las escuelas eran militantes “anticuarentena” que no se bancaban a sus hijos en la casa; el que viajaba para vacunarse afuera era “un egoísta” que no aceptaba sufrir, como el resto, la demora en el plan de vacunación; el que pedía Pfizer era un caprichoso, y hasta merecía que Copani le dedicara una canción; el que se atrevía a discutir el manejo de la pandemia era un “negacionista”, y el que reclamaba libertad para trabajar y circular era “un antivacunas” o alguien que ponía “la economía por encima de la vida”. Los que se plegaban a los banderazos no eran “argentinos de bien”. Los que se oponen “al modelo” es porque “odian al país”.
La ideología del prejuicio se extiende más allá de la salud y la economía. El Presidente dijo hace unos días, al presentar los DNI no binarios, que “a los periodistas conservadores les molesta que yo me refiera a todes”. La sentencia quedó escrita: el que no utiliza el llamado lenguaje inclusivo, y mucho más el que lo cuestiona, es “antiderechos” y “conservador”. Están en la vereda opuesta a la de la amplitud y el progresismo. ¿Es progresista marcar con una X en el DNI a las personas que no se identifican como hombre ni como mujer? ¿Es progresista decir “todes” y subejecutar las partidas destinadas a la igualdad de género (como reveló Laura Serra en una investigación periodística sobre los fondos del Ministerio de las Mujeres)? ¿Es progresista haber cerrado las escuelas durante más de un año y provocado un “tsunami” de deserción escolar? ¿Es progresista avalar la opresión, la censura y la violación de derechos humanos en Cuba, Venezuela y Nicaragua? Tal vez en la Argentina haya que empezar a discutir qué es el progresismo. ¿Quién es más progresista?: ¿una funcionaria que evade los aportes de la empleada doméstica y le ofrece como compensación un plan social? ¿O un pequeño comerciante o productor que da trabajo, paga sus impuestos, corre riesgos y ahorra para hacer un viaje con su familia?
La ideología del prejuicio no nace de un repollo: germina sobre ideas y preconceptos que están en la sociedad. Busca exacerbar y estimular resentimientos. Pero hay otra pregunta que vale la pena formular: ¿no se habrá llegado demasiado lejos en la técnica de distorsionar las cosas para reducirlas a meros estereotipos? Quizá se esté pasando del prejuicio a la banalidad, en una fase aún menos sofisticada y más burda. Quizá eso implique, incluso, una marcada desconexión con la realidad.
Creer que los que se quejaban por las escuelas cerradas eran “padres opositores” es no comprender el impacto de esa medida en los sectores más vulnerables y la tragedia que eso ha implicado para chicos y adolescentes sin contención familiar. Es no calibrar, incluso, el efecto en los propios estudiantes, a los que la falta de escolaridad les amputó una parte de su juventud. ¿Alcanza un guiño impostado a L-Gante para interpretar a los jóvenes? Con la misma liviandad se ha asociado a “los que viajan a Miami” con un lujo de ricos y famosos, sin empatía por los que hacen grandes esfuerzos para viajar con sus hijos o con los que viajan por compromisos familiares, laborales o académicos. Creer, a esta altura del siglo XXI, que viajar es un lujo de ricos es mirar el mundo con anteojeras. El prejuicio, después de todo, es primo hermano de la incomprensión y la ignorancia.
Esta misma ideología es la que estigmatizó la meritocracia, confundiéndola con elitismo. Otra vez la incomprensión y la desconexión con la realidad: ¿no cree en el mérito el obrero que se sacrifica para que su hijo vaya a un colegio parroquial y acceda a una mejor educación? ¿No cree en el esfuerzo individual el pibe que recorre la ciudad bajo la lluvia en bicicleta, haciendo delivery para pagarse sus estudios? ¿En qué cree, sino en el mérito de su propio trabajo, el cuentapropista que cobra un trabajo grande y lo invierte en el revoque de su casa? ¿Qué motiva, sino la confianza en el mérito y el esfuerzo, a los deportistas olímpicos que hoy representan a la Argentina en Japón?
En el afán por simplificar y crear estereotipos, quizá el Gobierno haya perdido hasta el olfato y la sensibilidad para interpretar al que todos los días madruga para trabajar. En 2008 confundieron al chacarero de piel curtida con el estanciero de la vaca atada. Con la misma ligereza hoy se estigmatiza a los que viajan a Miami, cuestionan los cepos a la libertad y reclaman colegios y negocios abiertos. “Biden es peronista y Cuba, la revolución”. Todo se mezcla en ese engrudo de prejuicios y esnobismo pseudoideológico que divide entre “argentinos de bien” y “de mal”. ¿Quién será el próximo culpable?

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HISTORIA DEL ARTE


Etiquetas con sello de autor: el arte de comunicar un buen vino
Ilustraciones, acuarelas, grabados y diseños inspirados en la naturaleza y otros imaginarios de Baco y Dionisio se exhiben cada vez con más atractivo en el pequeño espacio de una botella.
C. M. 
Etiquetas de la edición limitada de Antología Julio Le Parc y distintas variedades de Rocamadre
Un renovado maridaje entre arte y vino comenzó a repoblar las góndolas de etiquetas con sello de autor. Ilustraciones, acuarelas, grabados, diseños digitales y distintas variaciones del collage toman protagonismo en el delicado recorte que presenta la legendaria bebida. Con referencias a los viñedos y paisajes donde se cultivan las vides, a la fauna autóctona y a los ciclos naturales, a las fiestas y faenas de la vendimia, a desiertos marinos y sirenas en parajes donde hoy crece la uva, estas creaciones disruptivas y minimalistas hacen su despliegue gráfico, atraen y muchas veces sorprenden.
La tendencia vino de la mano de los cambios en los perfiles de los consumidores, con nuevos públicos jóvenes que invitan a renovar estéticas. Así, la etiqueta narra el producto desde nuevos abordajes en esa impresión de papel que no suele superar los 12x10 centímetros (aunque las hay más estilizadas, apaisadas y hasta ovaladas) y amplía su mensaje más allá de lo técnico o propio del producto.
Desde un diseño inspirado en una obra de Julio Le Parc para una de las bodegas más grandes de la región al trabajo de numerosos creadores de diferentes lugares del país -varios oriundos de la tierra del vino, Mendoza-, las etiquetas se abren como pequeñas ventanas y espacios de exposición en cada botella. Algunos vinicultores abocados a la producción orgánica se arriesgan y otorgan total protagonismo a la obra de arte. Así, el tiempo que se detiene cuando el ojo busca un vino en la góndola es, también, un momento para deleitarse.
Ilustraciones de Maite Ortiz para Ernesto Catena
Mujeres de la vendimia y pájaros enamorados


Marina Di Campello, Maite Ortiz e Inés Fraschina son las últimas artistas convocadas por la bodega de Ernesto Catena -“el poeta del vino”, define a su propio estilo vitivinícola como “el camino del artista”- para ilustrar sus etiquetas. Con este espíritu, la casa, fundada en el año 2000 y situada en Vista Flores, Mendoza, se mueve bajo el concepto de Wine is art!
“La creatividad artística es el alma de nuestra bodega. Nace de nuestra vida cotidiana. Todo vino tiene una historia detrás, y otra por delante. Los diseños de etiquetas, envases, tapones, cápsulas y cajas son una oportunidad para expresar aquello que sentimos a través del mundo del vino y de la vida”, señala Catena, admirador de las tradiciones locales y del arte precolombino.
“Trabajamos con artistas amigos cuya filosofía y estilo nos interesan. Les compartimos la ideología de la bodega y la personalidad del vino que vamos a etiquetar,m y comienza un ida y vuelta de ideas e imágenes. Muchas veces la etiqueta no se termina hasta la hora de mandar a imprenta. Son situaciones tragicómicas quizás parecidas a cuando un artista monta una muestra”, señala el productor, que regenta las bodegas Tikal, Siesta, Domaine Almanegra, Mara de Uco y L’Orange.
Marina Di Campello empezó a trasladar sus creaciones a etiquetas de vinos en 2016. “No imaginé en ese momento la magnitud del trabajo que se me estaba ofreciendo ni las puertas que abriría. Después de hacer mi primera etiqueta para la línea de Animal Organic, me invitaron a Mendoza dos meses a Chacras de Coria con el equipo de Animal House para aprender el proceso del vino y participar de la vendimia. Todas las etiquetas de obras hechas a mano están basadas en ideas de Ernesto”, cuenta la autora desde Nueva York. Su primer trabajo para Fammi L’amore, en monocopia, son tres mujeres “expertas en el arte de la seducción”. También creó la imagen de los vinos Be my hippie love, una acuarela que baila al ritmo de una flauta y un bandoneón, pisoteando las uvas como antes de la existencia de la prensa. Someleame, un vino de caja, lleva sus dibujos en lápiz negro de figuras sirviendo, catando y jugando con el vino. También diseñó la etiqueta del Tatú, de L’ Orange, un esgrafiado con collage de papel negro y rojo en el que tres personas trabajan sobre un ánfora.
Ilustraciones de Marina Di Campello para Ernesto Catena

Inés Fraschina creó etiquetas para Animal Organic con ilustraciones y técnica digital inspirándose en paisajes y animales del país. “Una remite al sur de la Argentina y muestra a un oso ucumar observando a una pareja de pájaros carpinteros enamorados. En otro caso me inspiré en Misiones, donde un yaguareté acecha a unos monos capuchinos que están jugando sobre los árboles. Casi todos estos animales están en vías de extinción, por eso nos parecía importante visualizarlos y contarlo en el dorso de la etiqueta”, señala. Para ella este proyecto fue como un sueño: “El vino es un objeto de deseo, la gente ama tomarlo y las etiquetas cada vez son más lindas. Una de mis preferidas siempre fue la de Animal, porque la ilustración es del gran Henri Rousseau, así que para mí era una gran responsabilidad hacer una edición limitada de ese vino especial”.
Ilustración de Inés Fraschina para Ernesto Catena

Maite Ortiz dio vida a acuarelas, con fondos e ilustraciones que luego escaneó para integrar y diseñar la gráfica impresa de botellas de Mara de Uco, Maremmano y Ommagio. “Me inspiro en la naturaleza, los animales y los ciclos naturales. En Omaggio trabajé a partir de fotos y referencias de la finca en Mendoza. Para Maremmano me basé en imágenes de los perros que están en las fincas, y para la etiqueta de Mara de Uco ilustré este hermoso animal, la mara de la Patagonia, corriendo, saltando o en distintas poses”, relata. La artista, que vive en Alemania, apunta que el trabajo con la bodega es lúdico y lleno de referencias e intercambios. “Las etiquetas de los vinos suelen comentarse, leerse en una sobremesa, y me imagino al vino ahí, siendo compartido. Me parece hermoso saber que mis dibujos están en esos momentos de comunión”, expresa.
Ilustración en lápiz de Mariana Sissia para Finca Suárez
Estampas irrepetibles y enormes rocas en el Valle de Uco


Paraje Altamira, en el Valle de Uco, Mendoza, y su particular suelo con enormes rocas calcáreas, fue recreado en grafito sobre papel, en base a retratos fotográficos, por la artista Mariana Sissia para los diseños de Finca Suárez.
“Las etiquetas hablan del lugar de un modo literal y muy preciso. Este también es el enfoque de los vinos: tratar de capturar el terruño de su manera más pura y sin intervención. En este caso saqué fotos de distintos lugares y Mariana las pasó a dibujo. Solo lápiz y papel, la misma nobleza y precisión que buscamos con los vinos”, señala Juanfa Suárez, creador de las marcas Finca Suárez y Rocamadre.
“Juanfa tenía fotos bellísimas de estas rocas y yo venía realizando dibujos de paisajes áridos y deshabitados desde hace varios años, y eso mismo presentaban las fotos, razón por la que en parte acepté el trabajo. El proyecto se adecuaba a lo que me inspira, como el paisaje rocoso, y a mis intereses: es un vino que no es masivo y la propuesta de una bodega familiar que hace un producto cuidado, orgánico”, considera la artista.
Las etiquetas de Rocamadre son realizaciones de Fábrica de Estampas

En el caso de Rocamadre, los vinos tienen la particularidad de llevar etiquetas frontales íntegramente destinadas a una pieza artística, también referentes al paisaje de la zona. Fábrica de Estampas, proyecto creativo impulsado por Victoria Volpini y Delfina Estrada, se encarga de estas piezas artísticas, que “también hablan del lugar pero de una manera más poética, con un fuerte componente artesanal y personal”, indica Delfina.
Son estampas en monocopia con distintos materiales: papeles, maderas, telas y otros elementos pintados que dan forma al diseño con plantillas, a modo de collage, y que luego se entintan y pasan por la prensa calcográfica, máquina que, con presión, transfiere las texturas de la matriz al papel. El resultado se fotografía y se replica. “Esto tiene mucho que ver con el proceso del vino, que deriva en algo irrepetible. No hay manera de hacer una estampa igual a otra: vino y arte se sienten así un poco más personales”, resalta.
Los elementos que inspiran a la dupla creativa son los que conforman el escenario natural de Paraje Altamira: cielos, rocas, colores. “Un grabado en una botella es potente porque ambos están hechos para circular y compartir la memoria. Nos gusta que no sea una imagen estática en una pared y que la experiencia no sea solo contemplativa, sino que pueda estar en los bolsos, en las mesas, en las estanterías, que una gota de vino la manche, que se agarre de mano en mano”, expresan.
Obras de Federico Lamas para Traslapiedra
Visor de etiqueta: para mirarla mejor


El artista plástico y videasta Federico Lamas ha trasladado a los vinos de Traslapiedra la novedosa técnica que utilizó en su proyecto Visión Infernal: a través de un visor rojo, se revelan ilustraciones ocultas. Así, cada etiqueta esconde una segunda etiqueta que aparece al mirarla con el filtro que trae cada botella.
La bodega incorpora a sus diseños un contenido poético, asimismo, inspirado en el paisaje donde se encuentra su finca, antiguamente estuvo cubierto por el mar y que hoy es una zona desértica. Por eso dicen que su vino proviene de un desierto marino. “Ese oxímoron encendió la chispa del imaginario de las etiquetas, en las cuales se puede ver a un marinero que se enamora de una sirena o un barco encallado en la punta de una montaña”, cuentan.
Lamas dice que el proyecto de Traslapiedra “matcheaba perfecto” con la forma en que él resuelve el humor y la ironía en sus obras. “Ellos querían revelar una narrativa oculta en la naturaleza del vino mismo, que eran las propiedades del suelo que tienen anclaje en un mar que existió hace millones de años en esas tierras y que definen bastante las cualidades de Paraje Altamira”, apunta. En ese contexto, surgió el concepto del “vino de desierto marino”, con el personaje de “un marinero que vive con frustración anacrónica el vaciamiento del mar en la cordillera. Lamas dice que siempre le dio importancia al alcance popular que pueda tener una obra, por eso valora el soporte de un vino como forma para entablar nuevos diálogos. “Hay gente que termina comprando obra en mi estudio por los vinos de Traslapiedra”, señala.
Antología Julio Le Parc, de Rutini Wines
Julio Le Parc, de antología


Rutini Wines presentó años atrás una etiqueta para su segmento ultra premium de un tinto color rojo intenso y matices azules que lleva el nombre Antología Julio Le Parc. La exclusiva partida, edición limitada a 2.000 botellas, contiene un vino del enólogo Mariano Di Paola ideado para homenajear al prestigioso artista, que asimismo toma como inspiración la obra Desplazamiento que Le Parc creó en 1965. La botella y el estuche fueron diseñados por el estudio Zemma-Ruiz Moreno con la dirección artística de Yamil Le Parc, hijo del artista, y el producto recibió en 2017 el Premio Pentaward de Plata, en Barcelona.
“Este vino singular comparte la esencia de dos notables creadores mendocinos (Le Parc y Di Paola), nacidos al pie de la Cordillera, y quienes -a través de su arte- supieron darle forma y vida a este producto que anhela ser una expresión única del terruño del que provienen”, señala la bodega.
Renovación de la etiqueta de San Felipe Caramañolas realizada por Panco Sassano sobre la obra original de Alejandro Sirio

Por otra parte, en Bodega La Rural, la tradicional línea San Felipe Caramañolas llevó en sus inicios una etiqueta con diseños de 1925 del reconocido ilustrador Alejandro Sirio, cuyos dibujos originales para este trabajo llegaron a formar parte de una exposición en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Dentro de un proyecto de renovación de la imagen, la marca convocó al ilustrador y diseñador gráfico Panco Sassano para aggiornar la etiqueta. “Por un lado, remite al pasado de la marca y al origen de la botella. En su momento, el producto la rompió por la creatividad del empaque, llamó mucho la atención. Con mi intervención, conmemoré el trabajo de Alejandro Sirio justamente volviendo a los orígenes y generé un sistema de identidad visual con un lenguaje gráfico más amplio, capaz de adaptarse a nuevos canales, como las redes sociales”, explica el artista.
Etiquetas de Diego Ballester para Maal Wines
Biolento, Biutiful, Paciencia: nombrar el vino


Miguel Oveja, Leonardo Olivera y Diego Ballester son los autores de las etiquetas de Bodega Maal Wines, regida por Matías Fraga, viticultor que se muestra convencido de que las etiquetas “definitivamente son una forma de arte” y cuyos productos llevan nombres muy particulares. Sobre esto, profundiza: “Por un lado, buscamos expresar de una manera figurativa algo que pensamos, sentimos o queremos decir y, al mismo tiempo, despertar reacciones. Las etiquetas son una especie de resumen visual de lo que queremos decir con cada vino , por eso elegimos a los artistas de una forma muy personal”.
Sobre el proceso creativo, Fraga señala: “Nos gusta que el nombre sea una única palabra suficientemente fuerte como para generar una reacción. A partir de ahí, buscamos una imagen que explique ese nombre. Por ejemplo, en nuestra finca Las Compuertas producimos un malbec orgánico en el que el control natural de las hormigas es el principal desafío. Del manejo “bio” que hacemos en el viñedo y de la “violencia” de la hormiga que arrasa con todo a su paso surgió el nombre Biolento y en la etiqueta la imagen de la hormiga como símbolo de ese vino”.
El artista mendocino Diego Ballester es el autor de las etiquetas de gran parte de las del portfolio de Maal Wines, “todas con estilo minimalista, donde la imagen y el mensaje son muy fuertes”, señala. “Siempre es una satisfacción que una botella lleve un diseño propio, pero con estas etiquetas fue algo especial, porque las hicimos en un momento que no era común ver este tipo de diseños tan limpios e icónicos. Llamaron la atención de la industria y de los consumidores, marcaron un antes y un después, con un estilo que con el tiempo se empezó a ver bastante”, reflexiona.
Los vinos de la marca incluyen otros nombres como Imposible (fue la primera etiqueta que diseñaron y está inspirada en una palabra que escucharon demasiadas veces al decidir iniciar una bodega propia), NN (nacido de la mezcla entre un vino rosado y un tinto del año, que no es ni una cosa ni la otra) y Rebelión (vino que no tiene suelo al que aferrarse ya que combina uvas de tres viñedos diferentes).
El licenciado en Artes Plásticas Leonardo Olivera, con larga experiencia en la ilustración de etiquetas, es el autor de la correspondiente al malbec Paciencia, una virtud que la bodega considera esencial en la búsqueda del vino definitivo. Suele realizar varios bocetos y a veces incorpora terminaciones de grabado antiguo, acuarela, xilografía o carbonilla a su obra. “La satisfacción de ver mi trabajo en una etiqueta es inmensa y gracias a que ahora en los diseños de las etiquetas se les da mucha importancia a las ilustraciones la motivación es cada vez mayor”, manifiesta.
Dadá Incrediblends y una etiqueta descontracturada, como los vinos
“El dadaísmo desafió lo establecido”


Finca Las Moras (Valle de Pedernal, San Juan) toma a la vanguardia estética surgida a principio del siglo XX para su línea Dadá Incrediblends. Este movimiento, según apunta la bodega, “se caracterizaba por un desafío a lo establecido y se manifestaba a través de composiciones descontracturadas, frases burlescas y hasta desafiantes de los principios clásicos que definían lo correcto y lo incorrecto allá por el 1900”.
Bebiendo de estos conceptos, la marca se identifica “con ese lado rupturista y contestatario”. Los diseñadores del estudio Pierini Partners se encargan de llevar a la imagen estos supuestos. “Dada tiene un gran anclaje al arte y ahora Incrediblends lleva mucho más al frente esta impronta porque tiene ilustración en su etiqueta, pero las distintas representaciones buscan convertirse en símbolos de la expresión creativa del hombre”, señalan. “Es un gran desafío, porque no se trata de lograr un arte bonito y nada más sino de generar una imagen que comunique o simbolice la sustancia del producto, su mística”.
Etiqueta de Mosquita Muerta Wines

Mosquita Muerta Wines, por su parte, piensa sus etiquetas de manera conjunta con el estudio Boldrini & Ficcardi y se inspiran en dichos populares, chistes, amores, éxitos, fracasos, telenovelas. “Podríamos decir que nuestras etiquetas son un destilado de la realidad que nos atraviesa”, apuntan.
Así, mientras las bodegas ponen el foco en el arte como elemento de comunicación visual, algunos consumidores aprecian la presencia las obras en la botella. Enrique Aller Atucha es uno de ellos. “El año pasado, con mi pareja empezamos a animarnos a comprar vinos por las etiquetas que nos gustaban. Hay todo un arte en la etiqueta. Es divertido, es lindo y hay algunas increíbles, que llaman mucho la atención y aportan valor. Yo me considero un etiquetero”, dice.

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M. A.

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Alfred (el enorme James Stewart) es un hombre tímido que trabaja en una tienda y que canaliza todos sus pensamientos en la correspondencia que le envía a una destinataria cuya identidad desconocemos. Un día, su rutinaria existencia da un vuelco cuando su jefe contrata a una joven llamada Klara (Margaret Sullavan) con quien inicialmente tiene una pésima relación, como toda screwball comedy que se precie de tal. Eventualmente, Alfred descubrirá que su compañera de trabajo es la misma persona con quien se está escribiendo las cartas, solo que decide ocultarle el secreto.
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Nominada a cinco premios Oscar, El cartero está basada en la novela del chileno Antonio Skármeta, Ardiente paciencia, obra que deslumbró al realizador y actor italiano Massimo Troisi al punto de querer escribir y dirigir una traspolación que le hiciera justicia. Como se encontraba muy enfermo a esa altura, delegó la tarea de dirección en Michael Radford, pero sí formó parte del proceso de escritura del guion y, claro, es el protagonista de esta historia en la que interpretó al cartero Mario Ruoppolo, su rol póstumo: el actor murió un día después de la conclusión del rodaje.
El cartero (1994)
La historia de gestación de El cartero es fascinante y la actuación de Troisi ya cumple con creces ese deseo de adaptarla de la manera más perfecta posible. En el film, Ruoppolo entabla una amistad con el poeta Pablo Neruda (Philippe Noiret), la única persona a quien le entrega cartas en esa pequeña isla italiana donde el célebre autor está exiliado. Será el escritor quien ayude al hombre en la escritura de cartas de amor para el objeto de su afecto, Beatrice Russo (Maria Grazia Cucinotta), al igual que a superar su miedo a traducir en palabras propias esos sentimientos que implosionan dentro suyo.
Disponible en Qubit.tv.

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Posesión
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Esas cartas habían sido escritas en el siglo XIX por dos poetas victorianos, Randolph Ash (Jeremy Northam) y Christabel LaMotte (una deslumbrante Jennifer Ehle), quienes se admiraban intelectualmente pero cuyos intercambios son la prueba de que entre ellos se había gestado un vínculo prohibido para la época (LaMotte era bisexual, Ash estaba casado), que ocultaron por el resto de sus vidas. Ese ida y vuelta entre ellos es de una sensualidad y visceralidad tal que varias frases se vuelven memorables al instante, como la que pone en tinta Christabel: “Ningún simple humano puede pararse en un fuego y no ser consumido”.

Disponible en MUBI.

*A todos los chicos de los que me enamoré (2018)

A todos los chicos de los que me enamoré Netflix
Uno de las grandes éxitos en la apuesta por la renovación de la comedia romántica teen de Netflix es la trilogía de A todos los chicos de los que me enamoré, basada en las novelas young adult de Jenny Han. Si bien la última entrega, Para siempre, logra superar el traspié de la olvidable secuela, lo cierto es que el primer film es encantador y perfecto dentro de sus ambiciones. Lara Jean (Lana Condor) tiene 16 años y está secretamente enamorada del novio de su hermana, Josh (Israel Broussard), sentimiento que se guarda para sí y para las cartas que escribe. Sí, Lara Jean escribe mucho. Lo hace cada vez que se siente atraída por alguien.
Cuando por un hecho que escapa a su conocimiento todas las cartas guardadas se envían a sus destinatarios, la joven deberá enfrentar la situación y allí entra en escena Peter (Noah Centineo, una revelación), el chico más popular del colegio a quien le había escrito tiempo atrás, y con quien finge estar en una relación para desviar la atención de lo que siente por Josh. El arreglo le sirve también al galán de la secundaria, quien busca darle celos a su ex. En la ejecución de ese plan, los protagonistas terminarán enamorándose. Con claros homenajes a películas de los 80 como Si tuviera novio -a la cual se le hace un guiño poco velado-, A todos los chicos de los que me enamoré también es un manifiesto, en la era de las redes sociales, sobre la belleza que reside en los intercambios manuscritos, y la importancia de que sean los jóvenes quienes mantengan viva la tradición.

Disponible en Netflix.

*Si supieras (2020)

Si supieras Netflix
Si supieras es tan simple como entrañable, y nos recuerda a otro largometraje de similares características: La verdad acerca de perros y gatos, de Michael Lehmann. A su vez, ambas historias están enteramente atravesadas por Cyrano de Bergerac, la obra de Edmond Rostand a la que se le da una atractiva vuelta de tuerca. La realizadora Alice Wu pone el foco en varios relatos, con tres protagonistas claros. Por un lado, nos encontramos con Ellie Chu (Leah Lewis), una joven introvertida que oculta su orientación sexual. Por el otro, está su mejor amigo, Paul Munsky (Daniel Demier, excelente), el arquetipo de caballero sin espada que se vuelve incondicional de la joven, su leal confidente.
Por último, Si supieras nos presenta al interés romántico de ambos, Aster Flores (Alexxis Lemire), acaso el personaje menos trabajado, una excusa para explorar la vida interior de Ellie. Por temor a que sus sentimientos queer sean muy evidentes, la aplicada adolescente acepta escribir cartas haciéndose pasar por Paul, con Aster como destinataria, misivas de una hermosa sensibilidad propia del estilo de la realizadora de Saving Face.

Disponible en Netflix.

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SOLUCIONES TECNOLÓGICAS


Antes de que te pase lo mismo
Estos son los tres repuestos que pueden salvarte de un gran problema
A. T. 
¿Falló el monitor y es el único que tenés? Sabemos lo que se siente
Estas cosas pasan, y pasan todo el tiempo. Solo que no nos damos cuenta de lo complicado que se puede poner todo hasta que llega el día fatal. Eso le ocurrió al Dr. Ricardo Wainsztein, oculista y gran amigo mío, que este miércoles descubrió que el televisor al que tenía conectada su computadora de escritorio falló catastróficamente. Por catastróficamente quiero decir que hizo un clic muy sospechoso y ya no dio más señales de vida. La luz testigo en el frente se apagó y no volvió a responder a ningún botón, tecla, palmada, etcétera.
Antes de que lo pregunten, sí, por supuesto, verificó las conexiones de video y de corriente, cambió las pilas del control remoto, mandó a vacunar al gato y todo lo demás. Nada, cero, había ido a parar a dev/null y a los fines prácticos esa pantalla no servía más. Hasta acá, todo normal. Los dispositivos fallan, y una pantalla, aunque sea de 40 pulgadas y se use para ver series, es un dispositivo y por lo tanto, tarde o temprano, va a fallar. Es cierto que he jubilado más de un equipo que todavía funcionaba bien, pero eso fue solo porque se quedaron sin soporte por parte de Windows, y esa obsolescencia también es una forma de dejar de funcionar.
Así que ninguna novedad. Más aún, mi amigo había hecho los correspondientes backups de los contenidos de esa computadora. Excepto por un pequeño detalle. Y esa es otra regla de la informática: tu backup es algo por definición incompleto. Siempre (pero siempre) te queda esa presentación para dar una clase al día siguiente. Justo la noche previa a que falle la pantalla.
Así que ahora tenés una computadora inaccesible con unos archivos que necesitás para dar una clase. Y una notebook. La pregunta que cualquier persona en su sano juicio se haría es cómo usar la pantalla de la portátil como monitor de una computadora de escritorio cuyo monitor acaba de pasar a mejor vida.
Tiene sentido. Las notebooks tienen una salida VGA, casi siempre, y a veces una HDMI. Depende de la añada, el varietal y todo eso. Pero es de rigor que ofrezcan la posibilidad de sacar la señal de video hacia un monitor externo, tanto para trabajar más cómodo como para hacer presentaciones.
Pero una salida de video es eso, salida. Saca la señal de video hacia otros dispositivos. No está diseñada para tomar una señal de video y pasarla por la pantalla de la notebook. Ni viceversa. Hay excepciones, pero son eso, excepciones, y con entera certeza no es el caso de las computadoras que tenés en tu casa o en tu oficina. Así que mi amigo tenía un problema. Sin una pantalla muleto, acceder a una computadora de escritorio es en principio imposible. Esperen, sí, por supuesto, existen dos modos de hacer esto. Por un lado, existe la computación en red, un nombre algo confuso para decir que podés conectar un teclado, un mouse y una pantalla a una máquina por medio de la red. Eso es todo. No es ágil y cada tanto le encuentran alguna vulnerabilidad, pero anda.
La otra opción es la proyección inalámbrica, que en Windows es relativamente simple; en este link pueden encontrar los pasos por seguir. El problema es que salvo que hayas hecho algo antes de que el único monitor que tenés pase a mejor vida, estás encerrado en un círculo vicioso. Concedido, las computadoras, en particular las de escritorio, son muy dúctiles y si uno se da maña hay algún kung-fu que podría sacarnos del pantano. Pero tiene que ser un kung-fu muy bueno.
Así que me disculparán que la solución que le ofrecí haya sido un poco elemental. Le pregunté si no tenía a alguien conocido cerca para pedirle prestado un monitor y sacar esos archivos. Le pareció una idea salvadora, con lo que di el asunto por terminado. Pero algo me seguía importunando. No tenía muy claro qué, pero algo no me cerraba. ¿Por qué nunca me había planteado el escenario en el que se encontraba ahora Ricardo? Entonces oí un ruido en la calle, giré la cabeza hacia la ventana y, justo debajo, estaba la respuesta. Ahí, sin mayor orden, había varios teclados, un par de pantallas y dos o tres notebooks apiladas. En una caja, justo al lado, toda clase de periféricos, sobre todo ratones, y una vida de discos rígidos, placas de video, etcétera.
Uno tiende a creer que su normalidad es la de todos, y de ninguna forma tiene que ser así. Lo usual es que nos saquemos de encima los equipos que ya no usamos, ¿porque para qué los vas a querer? Terminamos teniendo una computadora, una pantalla, un mouse, un teclado. Por ahí hay más de un celular, pero quién sabe dónde.
Así que antes de entrar en cuestiones mas elaboradas, acá va mi solución infalible, de bajo costo y accesible para todos los niveles de destreza informática: si una pantalla, un mouse o un teclado todavía más o menos andan, no los tires. Tené siempre repuesto de eso que en la jerga se conoce como entradas y salidas de datos. O sea, como mínimo, un monitor (no importa si es medio viejo) y un teclado (si le falta una tecla, sirve igual). Parece mentira, pero lo que le pasó a este querido amigo muestra que hemos hecho avances notables en tecnología, pero sin pantalla y sin teclado, estás frito. Salvo que seas Kwai Chang Caine.
A las notebooks también las alcanza esta ley. El otro día derramamos una copa de vino sobre el teclado de una portátil. Una buena máquina, para peor. Mucha memoria, disco rápido, pantalla excelente y táctil, un procesador de nueva generación y teclado a prueba de derrames. Esperen que se me pase la risa. Será a prueba de derrames, pero toda la hilera de la Q a la P dejó de funcionar. (Para ser justos, los teclados a prueba de derrames evitan que el líquido entre en los circuitos y destruya la computadora, porque son estancos, pero suelen sufrir daños en esa batalla.) Todavía es posible poner la contraseña para ingresar a ese equipo mediante la pantalla táctil y tengo el plan de cambiarle el teclado (ya se lo extraje, de hecho), pero la solución inmediata para recuperar un número de cosas fue un tecladito Bluetooth con baterías solares. Que no sé de dónde salió. Pero una vez más salvó el día.

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TEATRO NACIONAL CERVANTES....ACTIVIDADES


ENCUENTROS ALREDEDOR DE "EDIPO REY"

Cinco encuentros sincrónicos virtuales en los que el equipo artístico de "Edipo Rey" nos comparte la experiencia creativa del espectáculo. ACTIVIDAD GRATUITA Y FEDERAL, CON INSCRIPCIÓN PREVIA.
Dirigido a directores, directoras, actores, actrices, bailarines y bailarinas, performers, músiques, escenógrafes, diseñadores y diseñadoras de iluminación, artistas visuales, docentes de todos los niveles, traductores, traductoras y amantes del idioma de todo el país.
Leer programa completo aquí: http://www.teatrocervantes.gob.ar/grupos-comunidades/
▼Cronograma de encuentros e inscripción▼

1. Jueves 5 de agosto, de 18 a 20 h: El TRABAJO SOBRE EL TEXTO Y DE PUESTA. A cargo de Cristina Banegas, directora y adaptadora del espectáculo junto a Esteban Bieda. INSCRIBITE ACÁ: https://bit.ly/3kbEOb6
2. Jueves 12 de agosto, de 18 a 20 h: LA MÚSICA Y EL ESPACIO. A cargo de Juan José Cambre, artista visual, diseñador escenográfico, Carmen Baliero, compositora del universo sonoro y la música original, Hernán Franco, actor y performer y Liza Casullo, música y performer, ambos integrantes del coro trágico de Edipo Rey. INSCRIBITE ACÁ: https://bit.ly/2TcBpOe
3. Jueves 19 de agosto, de 18 a 20 h: LA LUZ. A cargo de Jorge Pastorino, diseñador de luces y video del espectáculo. INSCRIBITE ACÁ: https://bit.ly/2UEY5XI
4. Jueves 26 de agosto, de 18 a 20 h: EL ARTE. A cargo de Juan José Cambre y Greta Ure, diseñadora del vestuario. INSCRIBITE ACÁ: https://bit.ly/3xEH52s
5. Jueves 2 de septiembre, de 18 a 20 h: LA ACTUACIÓN. A cargo de Guillermo Angelelli (Edipo), Elvira Onetto (Yocasta), Raquel Ameri (Corifeo). INSCRIBITE ACÁ: https://bit.ly/3ef60C0
Dudas y consultas - Área de Gestión de Públicos - Lunes a viernes de 10 a 18 h.
Mail: gestiondepublicos@teatrocervantes.gob.ar
WhatsApp: 1124562633

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