lunes, 31 de octubre de 2022

EL ESCENARIO...RESULTADOS


Un resultado que promete una mejor relación bilateral
Mientras el Presidente y el kirchnerismo festejan como propia la victoria de Lula da Silva, de fondo emergen la necesidad de relanzar el Mercosur, acelerar el ingreso a los Brics y reencauzar el acuerdo Unión Europea-Mercosur3
Claudio Jacquelin
Lula da Silva junto a Alberto Fernández y Cristina Kirchner, en la Casa Rosada
Entre las muchas dicotomías que impone la polarización política argentina, la elección de Brasil permite encontrar un acuerdo tácito entre una mayoría de dirigentes de distintas fuerzas políticas. Relanzar la relación bilateral es una necesidad que oficia como imperativo categórico. Y el triunfo de Lula facilitaría el alcance de tal prioridad.
Esa es la más importante coincidencia que atraviesa en estas horas a las dos coaliciones mayoritarias, al margen de los muchos matices que existen y de expresiones minoritarias extremas que discrepan de esa conclusión. Ahí está lo importante, aunque no lo urgente.
Ese punto de encuentro tiene por disparador factores concretos, tangibles, como los intereses nacionales, las extremas necesidades económico-comerciales y los proyectos de desarrollo de la Argentina. Pero las coincidencias se diluyen cuando se incluyen variables más estridentes y más visibles, como las afinidades ideológicas, los vínculos personales, los alineamientos políticos, las especulaciones electorales de cada uno y las narrativas de ocasión que igualan situaciones disímiles, al traspolarlas sin contexto.
Esa última será la imagen destinada a imponerse ahora: el triunfo de Lula, más que ningún otro, por el volumen simbólico del presidente electo y por el peso dominante de Brasil, refuerza la imagen del regreso de la ola de los gobiernos populares (o populistas) de izquierda, que signó el comienzo del siglo XXI en la región. Puede ser una conclusión apresurada y dar lugar a festejos, lamentos o prevenciones destinados a revisarse. Tanto por la nueva conformación del propio mapa político brasileño, más polarizado que nunca, como por las realidades y perspectivas que atraviesan y desafían a cada uno de los países del continente.
En lo inmediato, el kirchnerismo festeja (en Brasil y en la Argentina) como propia la elección triunfante de Lula, sin importar la estrecha diferencia con la que se impuso sobre Jair Bolsonaro. La victoria es para el oficialismo tan importante como la derrota del actual presidente brasileño, convertido en un enemigo, a pesar del efecto negativo que esa confrontación tuviera para los intereses comerciales argentinos. La campaña de Bolsonaro en la que llamaba a votar contra el candidato del PT para evitar que Brasil se convirtiera en la Argentina actual y sus recurrentes ridiculizaciones de la situación del país y su relación con los dirigentes argentinos ubicados en las antípodas del oficialismo alimentan hoy la sensación de revancha del oficialismo.
En términos kirchneristas se trata del regreso del “líder de la izquierda latinoamericana”, después de haber sido víctima de una persecución política, mediática y judicial (el lawfare), que lo llevó a la cárcel. Un espejo en el que a Cristina Kirchner y sus seguidores les gusta y buscan reflejarse, proyectarse y con el que pretenden tomarse revancha por anticipado. Pero son simetrías imperfectas y forzadas. Las realidades de uno y otro país no funcionan de forma sincrónica.
Lula no es Cristina
Demasiadas distancias median entre los pasados, los presentes y los futuros de unos y otros. Así como Brasil no es la Argentina, Lula no es Cristina, ni el PT es el kirchnerismo. Historias, realidades, posibilidades, oportunidades, condicionamientos y formas de ejercer el poder separan a unos de otros. Muchas diferencias que el ruido y el humo de la militancia y la propaganda suelen difuminar, aunque sirvan para construir escenarios. Además, el contexto nacional e internacional en el que asumirá Lula su tercer mandato no se parece en nada al existente en sus primeras presidencias. Alberto Fernández y Cristina Kirchner pueden dar fe.
Quien seguramente más motivos tiene para celebrar el triunfo de Lula en el plano personal es Alberto Fernández, aunque no necesariamente pueda beneficiarse de este regreso a la presidencia del viejo líder sindical para su gestión actual y proyección electoral. La relación entre ambos excede el plano político. Como le gusta subrayar (y más en estas horas) al entorno presidencial, fue Fernández el único político argentino que visitó al ahora presidente electo brasileño en la cárcel.
Además, Fernández antes de ser presidente participó de varias gestiones internacionales por Lula, entre ellas se cuentan los dos viajes al Vaticano en los que le pidió al papa Bergoglio su intercesión por su situación judicial y su libertad. Una razón más que atendible para esperar algún gesto de gratitud de quien el Presidente considera su amigo. Pero es mejor ser cauteloso, el tiempo, las contingencias que impone el poder y los desafíos de gobernar pueden generar limitaciones.
Fernández seguramente recordará por estas horas que en la primera de esas gestiones en Roma, el 26 de enero de 2018, también abogó por la situación de Cristina Kirchner. Fue el primer gesto concreto para sellar la muy reciente reconciliación que ambos acababan de firmar en diciembre de 2017 y que concluyó con el premio de la candidatura que lo llevó a la presidencia. Pero ni la gratitud de Cristina ni la concordia entre ambos resistieron al paso del tiempo. Antecedentes.
Tal vez por eso y por puro realismo, en la Casa Rosada celebran desde lo personal y lo político y prefieren ser moderados en cuanto a sus efectos para la relación bilateral durante lo que queda del mandato de Fernández.
“Además de relanzar el Mercosur, en lo más rápido que Lula nos puede ayudar es para acelerar el ingreso al Brics y reencauzar el acuerdo Unión Europea-Mercosur”. Brics es la alianza económica comercial que integran Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica, a la que la Argentina fue invitada a sumarse, pero el gobierno de Bolsonaro se ocupó de dilatarla.
En lo inmediato, en el Gobierno y en buena parte de la oposición confían y esperan que la ley que regula la transición en Brasil funcione plenamente y no ocurran turbulencias hasta la asunción de Lula. Es un motivo de preocupación por acá la estrecha diferencia por la que se impuso Lula sobre Bolsonaro y dada la falta de templanza personal del derrotado. La diferencia es casi idéntica a la que le dio el triunfo a Mauricio Macri por sobre el hoy embajador en Brasilia Daniel Scioli en 2015. Pero el presidente saliente de Brasil no tiene el espíritu deportivo ni la plasticidad ideológica de Scioli.
Diferencias en la oposición
En la oposición mayoritariamente se impone una cautelosa satisfacción por el triunfo del candidato del PT, al margen de su cercanía identitaria e histórica con el kirchnerismo y el refuerzo que implica el reverdecer de la izquierda regional.
La excepción y decepción se da en el extremo derecho de Juntos por el Cambio (con Miguel Pichetto y Joaquín de la Torre, al frente) y en Javier Milei y sus libertarios antisistema, que se jugaron por Bolsonaro, por sus coincidencias ideológicas y por el aliciente que, por reflejo, podría darles la reelección del exmilitar a sus propios proyectos electorales, al margen de lo que otro mandato de Bolsonaro pudiera implicar en términos económicos y vínculos internacionales para la Argentina.
Tanto Pichetto como Milei y De la Torre se habían ilusionado con que la convalidación de la defensa de los valores conservadores y el neoliberalismo económico con el que comulgan generara un clima de opinión o una ola que mojara estas costas y los pudiera llevar a ellos a las playas del poder. O cerca. De todas maneras, potenciarán la muy buena elección, a pesar del fracaso, que hizo su referente Bolsonaro y la consolidación de su partido como una de las dos fuerzas políticas dominantes de Brasil. Pero derrotas son derrotas.
Con menos coincidencias e identificaciones ideológicas (al margen de algunas similitudes estéticas) también se lamentan por cuestiones políticas, pero no por razones de política exterior y conveniencia económica, en el sector de Patricia Bullrich y, con más matices, en la cercanía de Mauricio Macri. “Un triunfo de Bolsonaro hubiera ayudado a equilibrar la inclinación a la izquierda del continente y eso nos hubiera beneficiado para la campaña, aunque no necesariamente en el plano de la relación bilateral o de la inserción internacional”, admiten en el entorno de la lanzada precandidata presidencial de Pro.
En cambio, en el campamento de su rival interno Horacio Rodríguez Larreta consideran que “más allá de coincidencias o diferencias de enrolamientos políticos, para la Argentina es mejor Lula que Bolsonaro. No es igual tener al frente de un continente con vocación imperial, que está acá al lado, como Brasil, y es nuestro principal socio comercial a un pragmático internacionalista que a un tóxico aislacionista”, argumentan.

Desde un plano más conceptual y más énfasis en la realidad política local, el virtual canciller de Rodríguez Larreta, Fernando Straface, sostiene que “Brasil es y debe ser la primera, la segunda y la tercera prioridad de la política exterior argentina, más allá de la disonancia personal que pueda haber entre los presidentes, como la actual entre Bolsonaro y Fernández, que es inadmisible y solo nos perjudicó”.
La expectativa de relanzar el Mercosur, de revitalizar el adormecido proceso del acuerdo UE-Mercosur y de establecer una nueva relación bilateral, que permita potenciar la inserción de la Argentina en el mundo tanto para abrir nuevos mercados como para recibir inversiones extranjeras, genera un punto de coincidencia clave para analizar el triunfo de Lula.
Dos nuevos conceptos que empiezan a dominar el glosario internacional pospandemia, tras la invasión rusa de Ucrania y ante el creciente enfrentamiento (no solo comercial) entre Estados Unidos y China, alientan esa mirada. Se trata de nearshoring y friendshoring, dos neologismos que se utilizan para explicar o promocionar una tendencia a la inversión y el desarrollo en regiones y países cercanos y con coincidencias político-institucionales. Conceptos que vendrían a ser superadores de la globalización y que gana adeptos y promotores entre expertos en temas internacionales, economistas y empresarios.
Ese contexto da una perspectiva renovada para encauzar la relación bilateral con Brasil que para muchos actores tiene más probabilidades de alcanzarse (o intentarse, al menos) con el triunfo de Lula. Si la Argentina hace los deberes. Ni más ni menos. Pero al menos hay algunas coincidencias mayoritarias.

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Infosalus: Estas son las diferencias del rendimiento físico en hombres y en mujeres. Europa Press

 

Agencia Europa Press. Noticias e información de actualidad


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TECNOLOGÍA....NOTIFICACIONES



En serio, ¿qué vamos a hacer con las notificaciones?
Estamos aprendiendo a cambiar de estado mental cada dos o tres segundos; es inhumano
Estamos ante una crisis atencional de proporciones apocalípticas. Si seguimos así no solo vamos a terminar quemados, sino que nuestra capacidad de trabajar se va a degradar mucho más de lo aceptable. A ver qué opinan de estas dos soluciones que se me ocurrieron
Ariel Torres
Como más o menos todos saben, los nuevos teléfonos y las versiones mas recientes de los sistemas operativos de uso personal (Windows, macOS, Linux, en orden de popularidad) tienen alguna función para reducir el número de notificaciones. Es algo así como el Modo Avión, pero de uno, del usuario. Por ejemplo, el Asistente de concentración de Windows reduce las notificaciones hasta llegar a un mínimo vital en el que solo emite las alarmas. Si me permiten una sugerencia, añadiría una opción más, llamada Armagedón o algo parecido. O sea, no me molesten salvo que venga el fin del mundo.
Un asistente de concentración es, aparte de una herramienta que, hasta donde pude averiguar, no solo nadie usa, sino que casi nadie sabe que existe, una admisión de responsabilidad. Es decir, que estas tecnologías, con todo y sus innumerables beneficios, nos llevaron de lo que en 2015 denominé como el delirio ontológico de estar siempre disponible a una atomización del tiempo tan minuciosa que estamos aprendiendo a cambiar de estado de consciencia cada dos o tres segundos. Eso está muy bien para los cerebros electrónicos, que así simulan lo que en la jerga se llama multitasking, pero es demoledor para la salud mental de las personas.
Ahora bien, me dirán, y les anticipo que tienen razón, que si seguimos en esta lógica vamos a terminar todos de atar. Sí, por supuesto. Pero de ninguna manera eso es lo más grave.
¿Te puedo llamar?
Uno de estos días me desperté, abrí el correo y me encontré con un mensaje de un colega que me preguntaba si todavía estaba editando cierta nota, porque aparecía como que la tenía tomada mi usuario. Ese mensaje era del día anterior a las 7 de la tarde. Como, mal que me pese, soy de lo más puntual, a esa hora de ese día mi nota ya estaba cerrada hacía rato. Di por sentado algún errorcito del sistema, pero como además de puntual soy obse, abrí la notebook para verificar, y ahí estaba. La nota había quedado abierta en mi portátil, y el sistema de edición, como corresponde, la había mantenido intocable para los otros usuarios. Hasta que, como nunca respondí ese mensaje de mi colega, llamaron a Sistemas, que liberó la nota y, al día siguiente, como también corresponde, salió impresa.
Por supuesto, mi primera reacción fue la de flagelarme (soy del ‘60, lo nuestro es la culpa), pero mientras estaba en esto cayeron como 28.000 notificaciones que me distrajeron incluso de los latigazos que me estaba propinando por incompetente e irresponsable. WhatsApp, por supuesto. Ya saben cómo es. Cada persona tiene la sensación de ser la única que te habla a vos, sin darse cuenta de que hay otras 29 personas que están haciendo lo mismo. Así que además de la opción Armagedón, les propongo que WhatsApp informe cuántas otras personas están mensajeando simultáneamente a ese interlocutor. Aunque sea para que les dé lastima, qué se yo. No es difícil. Al lado de cada avatar, un número. Fondo rojo, obvio. Ese número indicará cuántas personas están en ese momento mandándote activamente mensajes por WhatsApp.
Además, mientras estaba castigándome por despistado, también cayeron las notificaciones de la compañía de teléfono, por SMS y por correo (éramos tan felices cuando solo nos interrumpía el correo, ¿recuerdan?). Al parecer, quieren conocer mi opinión, y la quieren conocer ahora. Noto últimamente que ya se están impacientando y no sé si acaso la próxima vez van a apelar no ya al mensaje de email marketing sino a la carta documento. Lo mismo pasa con el banco, aunque, cosa curiosa, el lunes, cuando le consulté a mi oficial de cuentas por un tema, no me respondió. Sigo esperando. Es la misma oficial de cuentas que me clavó el visto el 4 de noviembre de 2021 a las 16,24. Debe tener muchos mensajes, pobre.
En fin, estaba intentando despachar los mensajes de WhatsApp (los SMS y el mail solo hacían ruiditos, aunque también son una distracción), cuando, por fin, ocurrió algo realmente serio, así que tuve que intentar concentrarme. Para qué. Fue como concentrarse en medio de un tifón. Además, sonó el teléfono, dos veces. Una era una llamada por error, calculo. Entre tanto, Twitter trinó varias veces, me hablaron por el mensajero de Facebook y por el de Instagram, y entonces, como era de esperarse, llegó la estocada mortal: un mensaje de audio. Luego otro. Y otro más.
La buena noticia, si me permiten este patético acto de resignación, es que desde hace ya bastante WhatsApp los reproduce uno atrás del otro automáticamente. Al menos te quedan las manos libres unos 2 segundos más. Pero, hablando en serio, he notado que las personas que normalmente (civilizadamente) me escriben textos cambian al modo Disculpame Por el Audio Pero Estoy Manejando (o DPAPEM, para abreviar) tan pronto se suben al automóvil. Así que pregunto: si no podemos evitar ametrallar con audios a nuestros contactos cuando manejamos, ¿no sería hora de pensar en erradicar el automóvil?
No, chiste, la industria automotriz no tiene la culpa. Pero todos sabemos cuál es el problema con los mensajes de audio. Incluso cuando aguces el oído y lo pases a 16X roban tiempo. Pero hay algo peor. Si estás oyendo música, como es mi caso la mayor parte del día, tenés que apretar Pausa, sacarte los auriculares y poner los audios.
Bueno, eso, me puse a oír la perorata cuando una persona muy querida me escribió un mensaje directo por Twitter. Le iba a contestar, pero entonces Windows me interrumpió para preguntarme si enviaba unos archivos que le parecían sospechosos para su análisis (son solo direcciones web a un sitio de noticias hacker, pero bueno, más vale un falso positivo), y, cuando hube dicho que no, recibí el anuncio del trailer de una película que jamás voy a tener tiempo de ver, cortesía de IMDb, aparte de una frustrada alerta de tormenta, ofertas de Amazon, el aviso nueva serie en Netflix (no miro series, Netflix), y el despistado que nunca falta y que así, de la nada, como si te hubieras pasado la vida esperando ese momento, te pregunta qué opinás sobre el efecto de la luz azul de las luminarias LED en la producción de melatonina y los consiguientes trastornos del sueño. Para entonces, el DM quedó irremediablemente olvidado.
No abundaré. Si no lo queremos ver es otro asunto, pero estamos frente a una crisis atencional de dimensiones apocalípticas. Atencional no existe en el DRAE, pero ya está aceptado como tecnicismo en psicología. El DRAE, gracias a Dios, no interrumpe con notificaciones, dicho sea de paso. Al revés que Dictionary.com, por dar un ejemplo.
Voy a esto. Es cierto que las notificaciones tienen por fuerza que afectar nuestra salud mental. Pero antes de eso, y ahora mismo, están dañando nuestra capacidad de trabajar. Dejando de lado los accidentes espantosos que, hasta donde se sospecha (es difícil probarlo), tuvieron que ver con mirar notificaciones en el celular, esta cantidad demencial de interrupciones está degradando la calidad general de lo que hacemos. Y eso es por definición muy malo.
Configuración de notificaciones en Windows 11
A primera vista no parce haber solución. Excepto los tiernos, tan ingenuos asistentes de concentración. Y no parece haber solución porque se supone (se supone) que si tenemos todos esos mensajeros, apps, redes y servicios es para que nos avisen cosas. Y es humanamente imposible ir decidiendo uno por uno cada tipo de mensaje que sí queremos recibir. Bueno, así como WhatsApp debería decirnos “esa persona a la que estás por mandarle un mensaje ahora está hablando con otras 29 personas”, las notificaciones deberían aparecer una sola vez. Si no las leés, entonces pasarían a una pantalla oculta que podrás mirar cuando tengas ganas y no estés en medio de un cierre o manejando por la Panamericana. Así que hay una solución. Pueden usar esta idea libremente, y, por favor, sin notificarme.

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PATORUZÚ CONTRA LOS NAZIS Y A BOLEADORA LIMPIA...



Patoruzú contra los nazis. Los pilotos argentinos que llevaron al cacique a la Segunda Guerra Mundial corrieron la misma suerte
El comandante de escuadrilla “Ñaña” Adamson en su Spitfire “Hacete a un Lau” en1944.
El personaje creado por Dante Quinterno sirvió como amuleto y carta de presentación de los voluntarios argentinos que combatieron en el aire para los Aliados
Claudio Meunier
Un poco de pintura, un pincel, un buen pintor y un avión competente. ¿Qué más necesita un piloto para destacarse en el aire, entre otras naves? Moda o cábala, durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, los aviones de combate llevaron grabados todo tipo de dibujos o leyendas. Algunos pilotos los llevaban como amuleto, mientras que otros los utilizaban como carta de presentación en cada enfrentamiento. Era su forma de mostrar credenciales e intimidar al enemigo.
El Barón Rojo (Manfred Albrecht von Richthofen, piloto alemán considerado ”as de ases”, ya que derribó 80 aeroplanos enemigos) fue uno de los máximos exponentes de esta tendencia. La aparición de su triplano Fokker pintado de color rojo era un aviso que la tragedia de la vida, corta por cierto, se hacía presente.
El comandante de escuadrilla “Ñaña” Adamson en su Spitfire “Hacete a un Lau” en 1944. El piloto rosarino pasó tres años en el frente de Burma, sirvió junto al escuadrón 136 “Woodpeckers” y combatió a las fuerzas del Japón. No solo se convirtió en el artista de la unidad decorando aviones sino que también fue el editor de una revista llamada OASIS que reflejaba las vivencias de su escuadrón en la lejana India. 
Durante la Segunda Guerra, los pilotos argentinos que se alistaron como voluntarios en las Fuerzas Aliadas continuaron con esta tradición. Así aparecieron nuevas imágenes, de evidente inspiración criolla, estampadas en sus máquinas de guerra. Los venerados grabados de gauchos creados por Florencio Molina Campos, por ejemplo. También los nombres de localidades, provincias e incluso colegios.
Sin embargo, hubo una imagen en particular, de un héroe de historietas creado por el dibujante Dante Quinterno, que sobresalió entre otros motivos. La figura del cacique Patoruzú ejerció un gran magnetismo entre los pilotos.
No todo era aviación. En la imagen, el Jeep Willys “Patoruzú” del voluntario argentino Lt Keith Watson que pertenecía al Regimiento de Caballería 22 Dragoons, durante la campaña de Italia 1943/1944. 
“Servite de esta, trompeta”
Un puñado de jóvenes anglo-argentinos pintaron en las narices de sus aviones de combate al cacique tehuelche. La imagen de Patoruzú era en sí misma una declaración de principios: representaba honestidad, algo de inocencia, absoluta lealtad, mucho coraje y también fortuna. Algunos lo rodeaban con frases típicas de la caricatura: “Servite de esta trompeta”, “Hacete a un lau”... De esta manera, sentían que llevaban consigo al combate parte de su Argentina natal.
Increíble pero real, aquellos aviones de tecnología moderna para la época portaban la imagen del recordado indio Patoruzú y se enfrentaron en el aire a cazas del imperio japonés y de la Alemania dirigida por Adolf Hitler.
Cedric Henman, piloto voluntario argentino en la RAF que identificó su caza Hawker Typhoon con la pintura de Patoruzú a partir de 1942
Patoruzú entró en la Segunda Guerra Mundial en 1942. Tuvo su bautismo de fuego de la mano de Cedric Henman, piloto argentino, con un duelo sobre el Mar del Norte. Se enfrentó contra un caza alemán. Su nave no poseía las bondades del avión enemigo, que era ágil, rápido y tenía un armamento letal. Henman, que nunca antes había peleado y se encontraba en evidente desventaja, logró una victoria sorprendente. Su debut -que fue también el de Patoruzú- fue prometedor.
El argentino regresó a su base con su primera victoria en el aire. Sus dotes como aviador lo transformaron, con el correr de los años, en un piloto experimentado. Voló, combatió y sobrevivió. En junio de 1944, cuando se produjo el desembarco Aliado en las costas de Normandía, que pasó a la historia como “el Día D”, piloteaba un nuevo modelo de caza Typhoon al que bautizo “Patoruzú II”.
“ Patoruzú II” fue el segundo caza personal del argentino Cedric Henman durante los combates del día D y los posteriores en el avance sobre Normandía, tiempo en que fue derribado por fuego antiaéreo alemán y se convirtió en prisionero de guerra. 
La cantidad de misiones que concretó logró extenuar la capacidad mecánica de su avión, que entró en reparaciones por una pérdida de aceite. A Henman no le quedó otra alternativa que tripular otro avión, uno “de ocasión”. Ese cambio insignificante, modificó su historia personal para siempre: la suerte de Patoruzú lo abandonó.
Mientras el Patoruzú II era reparado, Henman condujo el avión “prestado” y atacó a las columnas de transportes alemanes que se retiraban del frente de combate por los caminos vecinales de la Francia rural. Realizó dos ataques exitosos, pero mientras se disponía a realizar una nueva embestida, una voz emergió por la radio. Era su comandante, que volaba a su lado, quien le informó que su avión había sido impactado por la artillería alemana y comenzaba a ser devorado por las llamas. Henman se retiró del área con la intención de ganar altura y, al mismo tiempo, fijar el rumbo hacia la base.
El fuego alcanzó una furia inusitada y envolvió su avión. Le ordenaron saltar en paracaídas: las llamas lamían los tanques de combustible y el humo inundó la cabina. En ese momento, Henman volaba sobre las líneas aliadas. Imaginó que podría descender mansamente en su paracaídas y ser rescatado con seguridad por las tropas amigas. Pensó que sólo volvería al combate con su caza Patoruzú II, así la suerte nunca más lo abandonaría. Se quitó las correas y saltó del avión. El ímpetu del viento lo golpeó y, de pronto, se encontró rodando por el aire, cayendo a toda velocidad hacia la tierra.
Vista general del Hawker Typhoon Mk IB “Patoruzú”, caza personal del voluntario argentino Cedric Henman. 
Un sacudón repentino lo dejó colgando del paracaídas. Era un día despejado. Sentado, inmóvil, flotando a mil quinientos metros de altura, tenía una vista maravillosa del campo francés que le recordó a las pampas argentinas. Sin embargo, esta placentera experiencia acabó de golpe. Henman se dio cuenta que, desde tierra, tropas alemanas le disparaban. Alzó su vista y observó varios agujeros en su paracaídas. El sonido de disparos aumentaba a medida que se acercaba al suelo. Al mismo tiempo, la brisa comenzó a llevarlo hacia el este, donde había realizado sus ataques.
Antes de tocar tierra, Henman volvió su mirada al paracaídas y llegó a contar 17 agujeros. No comprendía porqué las balas no lo habían impactado. Entendió que, de alguna manera, Patoruzú lo seguía protegiendo. El aterrizaje fue perfecto. En segundos se quitó el paracaídas y corrió en dirección al bosque más cercano.
Escuchó las voces de los soldados alemanes que lo buscaban. El retumbar de botas corriendo y los gritos se multiplicaron cuando encontraron su paracaídas. Luego sonó el estampido de ametralladoras que dispararon hacia los arbustos, de forma indiscriminada.
A los pocos minutos, un soldado joven de unos 16 o 17 años armado con un revólver, lo descubrió. Henman emergió de la vegetación con sus manos por sobre la cabeza. Lo registraron, lo maniataron y lo pararon contra un árbol. Un grupo de soldados se alineó frente a él, como un pelotón de fusilamiento. Cuando levantaron los rifles para apuntar, en un movimiento que pareció coreografiado, una oficial de la temible S.S. irrumpió en escena gritando y el cabo a cargo del pelotón de fusilamiento improvisado demoró la orden de fuego.
El oficial vació los bolsillos de Henman, revisó lentamente sus efectos personales, observó su tarjeta de identificación y luego, en un precario inglés, le informó que sería llevado para ser interrogado. Sus días de cautiverio tras las alambradas de un campo de prisionero acababan de comenzar.
PATORUZÚ, CONTRA LOS JAPONESES
En Burma, el olvidado frente del sudoeste asiático, otro piloto argentino, Ian Andamson, nacido en la ciudad de Rosario, pintó la imagen de Patoruzú en su avión caza Hurricane. Pero no creó solo la imagen del cacique: debajo de la figura agregó también la leyenda “Hacete a un Lau”.
Ian “Ñaña” Adamson, pintor y rugbier. Abandonó su Rosario natal, se ofreció como piloto voluntario en la RAF y se convirtió en el propulsor de la imagen de Patoruzú. Decoró con su arte aviones propios a los que bautizó “Hacete a un Lau”. Pintó la imagen del cacique sobre un escudo con los colores de la bandera argentina. 
Adamson y sus compañeros de escuadrón llevaban una vida miserable, apiñados en una choza precaria. En el aire se enfrentaban a los japoneses, mientras que en tierra luchaban con mosquitos y sanguijuelas, contra una humedad insoportable y una lluvia que parecía no terminar nunca. Sus aviones apenas sobrevivían a la intemperie, a merced de los monzones.
Sin embargo, Adamson y su querido Hurricane Patoruzú volaron juntos por dos años seguidos. Tuvieron su bautismo de fuego el 22 de mayo de 1943. Veinte bombarderos japoneses Mitsubishi Lily regresaban a base luego de bombardear el puerto de Chittagong. Adamson y sus compañeros, que volaban a una altura superior, se lanzaron sobre ellos. Adamson se lanzó en picada, apretó el botón de disparo y se sorprendió al observar un gran resplandor sobre el bombardero. Las llamas comenzaban a envolver a su enemigo. Voló tan cerca del avión japonés que alcanzó a ver las luces del panel de instrumentos en color rojo, símbolo de una masiva emergencia a bordo.
Adamson se retiró de la escena excitado por su primer derribo como piloto de caza. Sin embargo, cuando regresó a su base, fue sorprendido por una noticia que lo conmocionó: una bomba japonesa había caído sobre su choza, destrozando todas sus pertenencias. Se sintió afortunado: él y su Patoruzú se mantenían a salvo.
El cacique argentino Patoruzú pintado en la nariz del caza Hawker Hurricane que perteneció al Comandante de la Escuadrilla 60, Ricardo Lindsell, mientras operaba contra las fuerzas japonesas en el frente de Burma. 
Ricardo Lindsell un ex empleado de la fábrica Alpargatas, se encontraba en una base próxima a la de Ian Adamson. Soñaba con regresar a la Argentina luego de la guerra, pues la empresa le guardaba su puesto. Sería suyo si lograba sobrevivir a la guerra con los japoneses. Su carrera fue meteórica: se enroló como piloto en la Fuerza Aérea Canadiense y pronto se convirtió en comandante del Escuadrón 60 de la Royal Air Force. Participó en la recordaba batalla de Kohima y se dedicó a operaciones de ataques a tierra. Su avión personal, un Hurricane provisto de cañones, llevó pintado un Patoruzú de dimensiones considerables. Sus pilotos lo podían distinguir en el aire por la estampa del indio. Lindsell sobrevivió a las misiones encomendadas, nunca fue herido y pudo regresar a la empresa Alpargatas con algunas condecoraciones ganadas en el frente de batalla.
Cobertura del diario La Nación (1944). Regreso a la República Argentina del Jefe de Escuadrilla Ricardo Lindsell, piloto Patoruzú que combatió junto a otros 125 argentinos en el frente de Burma contra las fuerzas imperiales japonesas.
Christopher Garland Ford, piloto en el mismo frente que Adamson y Lindsell, se contagió de la moda. Pintó en su avión Hurricane un Patoruzú enorme. Llevó al frente de batalla otras tradiciones criollas, como tomar mate, que compartió con sus compañeros ingleses.
Ford también sobrevivió a los duros combates en Burma. Casi muere en su Hurricane al llevarse por delante un tendido eléctrico: cayó a la vera de un río pero emergió entre los restos de su caza Patoruzú con vida. Como diría más tarde, “ayudado por mi querido indio Patoruzú”. Como jefe del Escuadron 155, llevó la insignia de Patoruzú hasta el final de la guerra.
Todos los pilotos argentinos que llevaron a Patoruzú pintado en la nariz de su avión tuvieron la dicha de sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial. Oscar Lorenzo Sundt, descendiente de noruegos, voló un caza americano F6F Hellcat en un escuadrón de la armada británica a bordo del portaaviones de escolta. También pintó al indio, por supuesto. Pero el final de la guerra contra Japón lo sorprendió en el momento preciso que iba a realizar su primera misión de combate. No tuvo tiempo ni necesidad de mostrar los dientes.
Oscar Lorenzo Sundt, voluntario argentino que piloteaba un caza americano Grumman Hellcat utilizado por la aviación naval británica y que bautizó “Patoruzú”. El rostro del cacique se advierte pintado en el capot del motor. 
La increíble sociedad entre los pilotos argentinos y el gran Patoruzú no terminó en la Segunda Guerra Mundial. La Fuerza Aérea Argentina continúo la tradición: sus bombarderos Glenn Martin 139 y luego sus Avro Lincoln de origen británico fueron decorados con imágenes del cacique tehuelche Patoruzú sentado sobre una bomba esgrimiendo sus boleadoras

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