jueves, 6 de junio de 2024

FUTURO Y EDITORIAL


El cambio necesita superar la paradoja del bloqueo
Para establecer una nueva agenda, las fuerzas transformadoras deberán ser ratificadas por el voto popular en sucesivos turnos electorales; así se consolidará la república y habrá desarrollo inclusivo
Daniel Gustavo Montamat
La paradoja del bloqueo..Alfredo Sábat
Marie-Jean-Antoine Nicolas de Caritat, conocido como marqués de Condorcet (1743-1794), fue un francés con una mente enciclopédica que algunos destacan como filósofo, matemático, científico y político. Los economistas lo rescatan en la galería de los clásicos. Es considerado un pionero en el uso de las matemáticas en la disciplina económica. En los veinte años finales de su vida tuvo una labor intelectual prolífera. Schumpeter lo reconoce como un matemático de nota que aplicó el cálculo de probabilidades a cuestiones legales y políticas, además de propagar la tesis de los derechos naturales, la soberanía popular, y promover la igualdad de derechos de las mujeres.
En política, participó de la revolución de 1789, pero terminó siendo crítico de la Constitución francesa de 1793, y, como consecuencia, fue tildado de traidor por los revolucionarios. Maximiliano Robespierre buscó descalificarlo diciendo que “era un gran matemático para los hombres de letras, y un distinguido hombre de letras para los matemáticos”. Perseguido por los jacobinos, fue detenido y hallado muerto en su celda dos días después, víctima de un edema pulmonar, que algunos asocian a un envenenamiento. Sus reflexiones sobre el voto en democracia y el planteo de lo que se conoce como “la paradoja de Condorcet” han revivido su fama presente.
Según el francés, el sistema de votación de las democracias genera una inestabilidad que le es inherente. Se pregunta: ¿cómo las preferencias individuales de los electores al votar se pueden traducir en decisiones políticas que se impongan al conjunto? La respuesta a flor de labio es: con el voto mayoritario. Pero Condorcet muestra que, bajo ciertas hipótesis posibles de asumir, se puede arribar a un impasse donde es imposible llevar adelante la voluntad expresada en el voto, lo que traba el sistema. Callum Willians, en el libro The Classical School, busca ilustrar la paradoja con un ejemplo accesible a todos, asumiendo que las preferencias del votante son racionales en sentido estricto (en la jerga de Condorcet “carácter transitivo”). Si un comensal prefiere una pizza a un burrito mexicano, y un burrito mexicano al sushi, entonces también prefiere una pizza al sushi. Condorcet procede a demostrar que aun cuando todas las preferencias de los votantes sean racionales (transitivas), en el agregado grupal las preferencias del conjunto pueden tornarse “intransitivas” y paralizar acuerdos para instrumentar lo votado.
C. Williams sigue ejemplificando: tres amigos tienen que decidir si van a almorzar a un restaurante italiano, mexicano o japonés. Recordemos, el orden de preferencias de la primera persona es pizza, burrito, sushi. El de la segunda, burrito, sushi, pizza, y el de la tercera: sushi, burrito, pizza. En esta circunstancia es imposible para los amigos decidir racionalmente adónde ir a almorzar. Elegir una pizza no es una decisión mayoritaria, porque las otras dos personas prefieren otra comida. Lo mismo con el burrito o con el sushi. El ciclo se puede repetir una y otra vez, circularmente, y no habrá elección posible.
La paradoja de Condorcet saltó al estrellato cuando el economista Kenneth Arrow, alrededor de los años 50 del siglo pasado, tomando el razonamiento del francés, desarrolló el “teorema de la imposibilidad”, donde intenta probar que bajo ciertas hipótesis se torna muy difícil traducir el agregado de preferencias individuales en la formación de decisiones colectivas. La paradoja de Condorcet fue reivindicada en el terreno político cuando, con motivo del Brexit, donde los británicos decidieron mayoritariamente separarse de la Unión Europea, siguió un debate que se redujo a tres opciones sobre las condiciones de salida: los que propiciaban un “Brexit duro”, los que militaban por un “Brexit blando” y los que insistían en permanecer en el bloque (Remain). Ninguna de las tres opciones podía imponerse sobre las otras dos coaligadas. Para una salida negociada, que no trajera mayores consecuencias, finalmente los “duros” tuvieron que tender puentes y acordar con los “blandos” tras las elecciones de 2019, que dieron mayoría absoluta a los conservadores. La paradoja de Condorcet puede ser sintetizada en una sentencia: una sociedad que vota puede quedar enfrentada a tres opciones, ninguna de las cuales reúne más apoyo que las otras dos combinadas.
La expresidenta planteó la elección presidencial de 2023 como “una elección de tres tercios”. Y los números, tanto en las PASO como en la primera vuelta, le dieron la razón. En la segunda vuelta, los votos de La Libertad Avanza, que demandaban un cambio drástico, se sumaron a los votos de Juntos por el Cambio, que propiciaban un cambio posible. Javier Milei fue elegido presidente por el 56% de los votos. Pero una vez en el gobierno, frente a las reformas que planteó el Poder Ejecutivo (DNU y ley ómnibus) y a las urgencias de la coyuntura para frenar el proceso inflacionario, empezó a insinuarse, con caja de resonancia en el Congreso, la paradoja de Condorcet (dicho sea de paso, el francés es muy ponderado en los círculos liberales). El cambio drástico, a veces irreverente de las formas republicanas, amalgamó el voto duro del Presidente; el cambio posible aglutinó a una parte del voto de JxC y de terceras fuerzas minoritarias. Finalmente, los refractarios al cambio, con intereses en el statu quo, agruparon el espacio de resistencia al cambio (kirchnerismo e izquierda).
El fracaso inicial en la aprobación en particular de la ley ómnibus y la media sanción en el Senado para dejar sin efecto el DNU presidencial preanunciaban un escenario de impasse, de tres tercios, donde ninguna de las alternativas podía imponerse a las otras dos coaligadas. Hasta las manifestaciones del Presidente expresaban ese ánimo. Prometía seguir adelante, contra viento y marea. En el discurso de marzo en el Congreso, el Presidente empezó a tender un puente para lidiar con la paradoja, condicionando la firma de un Pacto de Mayo con los gobernadores, a la sanción de los nuevos proyectos de leyes que se enviarían al Congreso. Insistió, sin embargo, en su escepticismo con los resultados. No hay duda de que el otrora oficialismo, ahora oposición, apuesta al rechazo o a la parálisis legislativa para privar al Gobierno de las reformas necesarias para consolidar la estabilización y rectificar el rumbo económico. Con tres tercios y circularidad entre cambio drástico, cambio posible, y no cambio (además, con puentes de diálogo dinamitados) se corre el riesgo serio de inviabilizar el proceso de transformación que demanda un voto mayoritario de la sociedad. Y, por defecto, el populismo siempre preserva sus fueros.
Con la media sanción que dio diputados al paquete impositivo y a la Ley Bases, y con la posible aprobación de estos instrumentos en el Senado, el cambio drástico comienza a cimentar puentes políticos con el cambio posible. La resistencia al cambio –gatopardismo incluido– empieza a expresar el voto minoritario con el que perdió el poder. La estabilización sigue siendo clave y vendrán nuevas reformas para consolidar el cambio. ¿Coincidencias básicas o consensos para el cambio? Las “coincidencias básicas” presuponen un acuerdo con un foco más coyuntural, de corto plazo. Los “consensos” remiten a políticas de largo plazo, a políticas de Estado en la alternancia republicana del poder. Para establecer una nueva agenda las fuerzas del cambio deberán ser ratificadas por el voto popular en sucesivos turnos electorales. Así habrá consolidación de la república y desarrollo inclusivo. Y el cambio será un punto de inflexión en la Argentina decadente.

Doctor en Economía y en Derecho

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Es imperativo modificar el impuesto a las ganancias
Cualquier reforma tributaria debe ser el resultado de un debate serio y profundo, que no sea objeto de parches ni de proyecciones electoralistas
El impuesto a la renta es uno de los tributos más aplicados en el mundo, pues responde a su carácter progresivo, como esquema ideal en el sistema tributario. Ello implica que a mayor renta corresponde un mayor impuesto. Si la progresividad es razonable y las deducciones personales son adecuadas, el impuesto resultará equitativo, acompañará la capacidad contributiva de las personas y se convertirá en uno de los tributos menos distorsivos.
Lamentablemente, en nuestro impuesto a las ganancias, sucesivos parches legales han derivado en que hoy no cumpla los objetivos que debería tener un impuesto de este tipo. Estas distorsiones reconocieron un hito con la reforma de la ley 27.725, conocida como ley Massa. Surgen así diversos parches, que desnaturalizan el impuesto, con diversos conceptos que no se consideran gravados a tales fines. A ello se suma la falta de deducciones personales adecuadas y una irrazonable escala de imposición.
Todas estas distorsiones se agravan con los compartimientos estancos de la tributación sobre las rentas. Los salarios hasta 2.340.000 pesos brutos, equivalentes a menos de 15 salarios mínimos vitales y móviles, no pagan actualmente impuesto a las ganancias. Por el excedente de ese monto se paga un impuesto independiente –impuesto a las ganancias cedular–, sin mayores posibilidades de deducir la mayoría de los gastos que podían deducirse antes de sancionada la mencionada ley.
La propuesta de reformas del impuesto en el paquete fiscal, aprobado por Diputados y en discusión en el Senado, corrige en gran parte estos problemas. No obstante, el mínimo imponible, de 1.800.000 pesos para un trabajador soltero y de 2.400.000 pesos para uno casado con dos hijos, sigue siendo muy bajo, teniendo en cuenta que esa cifra no está muy por encima del costo de una canasta familiar.
La iniciativa tampoco resuelve adecuadamente la situación de quienes tienen ingresos un poco más altos. Especialmente si nos comparamos con países como Estados Unidos, donde quienes le dejan al fisco el 35% de sus ingresos son aquellos contribuyentes cuyas rentas exceden los 245.951 dólares por año, un monto mucho más alto que el que se aplica en la Argentina.
Sin duda, la falta de una apropiada actualización de las deducciones permitidas –algo que no resolvió sino que agravó la ley Massa– ha hecho que, cada vez más, modestos salarios medios experimentaran una mayor carga impositiva.
En la mayoría de los países desarrollados el impuesto a la renta es el que genera la mayor recaudación (un 70%). En la Argentina, si se contres sidera la recaudación de impuestos nacionales entre enero y abril de este año, representa apenas el 18,17% –incluyendo las empresas–, mientras el IVA alcanza el 47,79%; el impuesto al cheque, el 9,24%, y el impuesto PAIS, el 9,25%. Esto nos lleva a que todo lo que compramos contenga en promedio un 50% de carga impositiva.
Por su parte, el último dato del mes pasado registra un crecimiento del 10% de la recaudación impositiva, luego de ocho meses de caída real interanual. Esa situación responde al significativo aumento de Ganancias, merced a la devaluación de diciembre de 2023 y los tributos vinculados al comercio exterior, entre los que se destaca el impuesto PAIS, cuya suba fue del 1239,3% anual.
Está claro que cualquier reforma tributaria debe ser el resultado de un debate serio y profundo, alejado de la demagogia electoralista, de tal manera que no deba ser objeto de nuevos parches al poco tiempo de su sanción. Los cambios permanentes en las normas tributarias, tanto como los impuestos sancionados con carácter extraordinario y temporario que pronto se transforman en eternos, solo nos alejan de la normalidad económica, que debe estar signada por la previsibilidad y la seguridad jurídica.
Sin dudas, la iniciativa aprobada por la Cámara de Diputados, por estas horas analizada en el Senado, será mejor que el régimen actual, derivado de la reforma ideada por Massa el año pasado, siempre que se complemente con adecuadas deducciones personales que tornen equitativo el impuesto sobre los ingresos, como lo es en muchos otros países.
Los cambios temporarios en las normas tributarias que se transforman en eternos nos alejan de la previsibilidad y la seguridad jurídica

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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