LA MÚSICA INSPIRADA EN EL AMAZONAS, EN EL COLÓN
GABRIEL SIVAK VOLVIÓ A LA ARGENTINA PARA TRANSMITIR EN UNA OBRA DE ORQUESTA LOS SONIDOS DE LA SELVA
Marcela Ayora —
Cae la noche y empieza a sonar un disco en la sala de la casa familiar. Allí, sobre el escritorio, con las veintiocho fichas listas para comenzar, un hombre y una mujer juegan al dominó. A la par de las vueltas de la púa sobre el vinilo, un niño comparte los pulsos y las armonías que escuchan sus padres. Casi siempre, clásico. A veces suenan conciertos de Mendelssohn o de Tchaikovsky.
Por esas noches de mediados de los años ochenta, el niño disfruta de esa escena de un día cualquiera, de la charla en familia entre los adultos y los chicos, de estar tendido sobre el piso –muy cerca de sus padres–, de que la música empiece a ocuparlo todo. Y tan fundacional resultó ser lo que ahí pasaba, como para convertir a aquel niño en el profesional que, décadas más tarde, y luego de residir por más de veinte años fuera del país, estrenó hace unos días –el 24 de mayo– en el Teatro Colón, Lágrimas de Tahuarí. Pieza de su autoría interpretada por la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, que estuvo bajo la dirección del maestro Manuel Hernández-Silva. Así, el músico Gabriel Sivak (Montevideo, 1979), que reside en Francia, volvió a la Argentina con esta obra que contempla, además, algo del reflejo de su historia, sus recorridos y búsquedas artísticas. Porque lo que llegó al Colón es un retrato del Amazonas, ahí donde el músico estuvo en 2022 conviviendo con una comunidad, los indios kuikuros, en el centro puro de la naturaleza. Como también es docente, dio una Clase Magistral sobre composición en la UNA (Universidad Nacional de las Artes).
No llevaba mucho sin presentarse en el país. “Había estado en 2022, cuando tuve un concierto con la Filarmónica de Río Negro”, recuerda Gabriel Sivak, refiriéndose al Festival de Bariloche. “Dentro de ese marco hice un concierto con Toquinho, que estaba en el mismo festival, y como yo tengo un proyecto con él (trabajo como pianista y arreglador en Francia), coincidimos y tocamos juntos”. Después de aquello, Sivak fue al Amazonas. Ese escenario de experimentación fue el comienzo de lo que luego maduraría hasta alcanzar la forma con la que se presentó hace unos días en el Colón.
Todas las tierras de un hombre
“Mi papá fue abogado de presos políticos y estuvo exiliado durante la dictadura. Había desaparecido su mejor amigo y socio. Se tuvieron que exiliar a Uruguay, medio que se salvaron de milagro. Mis padres, Jorge Sivak y Nora Araujo, se fueron del país en el 76. Yo nací en Montevideo. Volvimos con la democracia. Tengo la triple nacionalidad: argentina, uruguaya y francesa. Vivo en Francia hace más de dos décadas. En la Argentina, solo hasta los 21 años”, relata Sivak. Su carrera empezó con esos primeros años de estudios en la Ciudad de Buenos Aires, en el Ceamc (Centros de Estudios Avanzados en Música Contemporánea), pero a los 21 se fue a Francia. Entró en el Conservatorio de París y en La Sorbona. “A mí lo que me ocurría cuando entré al mundo de la música contemporánea estando en la Argentina, era que estaba todo muy direccionado hacia la escuela de Viena. Escribir todo en el estilo de Schöenberg era antinatural con mi naturaleza rítmica y armónica. Me costó muchísimos años entenderlo, comprender que mi estilo se situaba en otras latitudes”.
Para Sivak, hay tres maneras de pensar la música en el Siglo XX. “La corriente vanguardista dice que, después de la Segunda Guerra, decide hacer tabla rasa con el pasado y hacer una música completamente nueva. La corriente neoclásica, que rechaza ese pensamiento y dice: nosotros queremos seguir escribiendo en La menor. Y, por último, la posmoderna. Yo me inscribo en esa corriente que toma elementos de la vanguardia y del neoclasisismo”. Para un hombre de 45 años, que pasó ya más de la mitad de su vida haciendo música, resulta interesante escucharlo hablar sobre el porqué de esa pertenencia. “Yo no nací en Viena, en 1950. No puedo pensar y escribir como un vienés de esa época. Viví en Buenos Aires y escuché otras músicas. Si bien estudié en profundidad la Escuela de Viena como la de Francia, hice experiencias con la música popular. Tuve la posibilidad de tener acceso a una amplia gama de experiencias musicales que me formaron como persona y artista”.
Entonces, algo pareciera haberse constituido a partir de la escucha atenta desde la casa familiar, la formación académica, los consumos culturales del propio artista en sus tiempos, en sus tierras. Como si sobrevolara la siguiente idea: ¿cómo se arma el sentido de pertenencia artística, con todas esas músicas que entraron al cuerpo, las interpretadas al tocar un instrumento, las de la propia creación, las que se escuchan por estudio, trabajo, placer? ¿Dónde, en qué recorte el sujeto se para y dice acá es? Gabriel Sivak trae su propia idea de pertenencia: “En mi vida está el descubrir la escuela espectral, a artistas que a mí me marcaron mucho, como Egberto Gismonti, Naná Vasconcelos, haber hecho arreglos de música popular como tango, música brasileña. Poder permitir esta libertad desde lo académico, de decir que lo popular establece otros aires dentro de un artista”.
A ese repertorio de lo popular, también suma la influencia de Luis Alberto Spinetta. “Tuve acceso a esa lírica spinetteana. A los 13 años, yo no sabía quién era Rimbaud. Llego por él. Y 25 años más tarde hice un disco, La pasión, con obras vocales donde uso poetas surrealistas y pienso que van quedando gérmenes”. Destaca también a Horacio Salgán en el tango. “Yo soy pianista –dice– y Salgan fue una gran influencia del aspecto rítmico”. Por último, vuelve a las figuras de Naná Vasconcelos y Egberto Gismonti. Y Gabriel Sivak cava aún más profundo en el sentido de la identidad artística, cuando resalta que puede hacer obras que son honestas con lo que fue su trayectoria de vida y con lo que él es. “Cuando empecé a escribir música, no podía escribir obras dodecafónicas, había algo que era no natural. Me pasa también cuando escucho gente que escribe en el estilo de Stockhausen y que después vas a la casa y están escuchando tango. Siento que hay una disociación en la personalidad y no quise caer en eso”.
Eso en cuanto a la propia identidad, está esa síntesis del por acá es, en esto soy; parte de esa construcción tuvo que ver con lo aprendido en Francia. “Cuando llegué a París tenía miedo de no ser aceptado por las élites académicas. Un gran maestro, Eric Tanguy, me decía: ‘Lo que vos hacés no lo hace nadie, seguí con esto porque es único’. Sivak subraya muy especialmente que en La Sorbona le enseñaron a pensar. Que lo que aprendió ahí, lo aplica hasta en la vida y en el análisis paradigmático de una obra. Entonces, profundiza: “Hay una forma de analizar una sonata de Beethoven en el que todo se resume a la dirección entre dos notas: la tónica y la dominante. Y lo que pasa en el medio es como que se simplifica en su razonamiento diciendo, bueno, finalmente es la trayectoria: es ir desde aquí hasta acá, y después volver acá. Una forma de sintetizar y de resumir la realidad, y lo que está ocurriendo”.
Un mundo actual y complejo
Lágrimas de Tahuarí empezó con la idea de un viaje. Gabriel Sivak llegó al Amazonas en 2022. Pero, la idea de trabajar con la música nativa de esa selva comenzó en las cientos de horas de escucha del material que había encontrado en Francia. “Quería hacer una obra de orquesta inspirada en un viaje al Amazonas. A partir de ahí, me interné durante meses en un lugar de Francia que se llama el CNRS de Nanterre, un centro en la periferia de París, donde hay material de archivo de Etnomusicología. Expedicionarios que habían ido a vivir con los indios en los años 50, 60 y habían grabado materia”. Es decir, meses y meses de analizar material.
“Conseguí grabaciones –destaca Sivak–. Durante esos meses hacía lo que hago en mis obras: desarrollar las ideas, crear contrapuntos, transformar material que me inspiraba de lo que iba escuchando y aparecían ideas rítmicas”. Pero ahí no terminaba todo. Entonces, cruzó el azar: “Había algo que me estaba faltando. Ese material eran cosas muy primitivas, con modos de cinco notas y una percusión con rítmicas muy elementales”.
Pero ocurrió algo que le dio un giro a la obra: los incendios en 2019. Y su lectura del proceso de creación, cambió. Lo revive así: “Pasó a ser una obra que era un retrato contemporáneo del Amazonas incendiándose, las máquinas de deforestación aplastando a los indios. El contexto le dio un enfoque más político. El bagaje tímbrico entró en la obra: un pasaje imita las máquinas de deforestación, hay sonidos ligados al fuego. La obra empezó a tomar vuelo”. Eso como preproducción.
Luego, llegó el ir a vivir a Amazonas. “Íbamos a bañarnos a la selva con los indios, rodeados de árboles. Una sensación de paraíso que nunca había sentido en mi vida. Saliendo de la selva todo me resulta banal”, dice Sivak, y en seguida ata la idea del porqué de lo no banal estando entre los nativos. “La pureza de los indios, como entre ellos no hay intercambio dinerario, hay como una pureza de esos hombres que se perdió, que no existe más”. Al irse de Brasil, empezó con la obra. “Llegué primero a Bahía a componer y tuve la sensación de que todo era una banalidad. La ciudad, el ruido. El shock fue duro; salir de ahí, digamos”.
La experiencia duró un mes, pero fue intensa: durmió en la choza con los nativos, fue a sus rituales, grabó con ellos sonidos de pájaros. “Hacía la vida de ellos”, recuerda, y en unos de esos días, sobre el final, uno de ellos le pidió escuchar lo que él hacía. “Le puse el quinto movimiento y el tipo se puso a hacer una rítmica, que hacían en los rituales, y fue un momento de conexión mágico. El venía hacía lo que yo estaba creando”. Una capitalización de la experiencia. Sobre esto, el músico reconoce la influencia de los años de estudio en Francia. “Eso es algo sobre lo que me formaron mucho en La Sorbona, que cuando uno está haciendo un trabajo, hay que darle sustancia, leer mucho sobre el material. Buscar información, hacer un trabajo más allá del oficio de la escritura y la composición. Leer mucho para tomar vuelo”. A eso, el músico le suma cuidar el cuerpo, la cabeza. “Tengo una rutina: corro cinco veces por semana”. Remarca que ese deporte lo ayuda mucho a equilibrar el trabajo “bastante mental de la composición”. Arranca muy temprano y esas primeras horas las distribuye así: “Me levanto a las 6 de la mañana, a las 7 salgo a correr y a las 8 estoy componiendo”.
De las muchas cosas que le gusta hacer cada vez que viene a Buenos Aires, está eso que hacía también con su papá: “Caminar por la calle Corrientes, meterme en librerías, disquerías es algo que hacía con mi papá cuando yo era chico”. Y también lo opuesto: “Me gusta ir al Tigre, es un ritual de siempre”. La lista de los me encanta, sigue con el fútbol, “soy fanático de River”, juntarse con amigos del colegio secundario. “Cosas simples”, dice el hombre que crea formas complejas
Cae la noche y empieza a sonar un disco en la sala de la casa familiar. Allí, sobre el escritorio, con las veintiocho fichas listas para comenzar, un hombre y una mujer juegan al dominó. A la par de las vueltas de la púa sobre el vinilo, un niño comparte los pulsos y las armonías que escuchan sus padres. Casi siempre, clásico. A veces suenan conciertos de Mendelssohn o de Tchaikovsky.
Por esas noches de mediados de los años ochenta, el niño disfruta de esa escena de un día cualquiera, de la charla en familia entre los adultos y los chicos, de estar tendido sobre el piso –muy cerca de sus padres–, de que la música empiece a ocuparlo todo. Y tan fundacional resultó ser lo que ahí pasaba, como para convertir a aquel niño en el profesional que, décadas más tarde, y luego de residir por más de veinte años fuera del país, estrenó hace unos días –el 24 de mayo– en el Teatro Colón, Lágrimas de Tahuarí. Pieza de su autoría interpretada por la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, que estuvo bajo la dirección del maestro Manuel Hernández-Silva. Así, el músico Gabriel Sivak (Montevideo, 1979), que reside en Francia, volvió a la Argentina con esta obra que contempla, además, algo del reflejo de su historia, sus recorridos y búsquedas artísticas. Porque lo que llegó al Colón es un retrato del Amazonas, ahí donde el músico estuvo en 2022 conviviendo con una comunidad, los indios kuikuros, en el centro puro de la naturaleza. Como también es docente, dio una Clase Magistral sobre composición en la UNA (Universidad Nacional de las Artes).
No llevaba mucho sin presentarse en el país. “Había estado en 2022, cuando tuve un concierto con la Filarmónica de Río Negro”, recuerda Gabriel Sivak, refiriéndose al Festival de Bariloche. “Dentro de ese marco hice un concierto con Toquinho, que estaba en el mismo festival, y como yo tengo un proyecto con él (trabajo como pianista y arreglador en Francia), coincidimos y tocamos juntos”. Después de aquello, Sivak fue al Amazonas. Ese escenario de experimentación fue el comienzo de lo que luego maduraría hasta alcanzar la forma con la que se presentó hace unos días en el Colón.
Todas las tierras de un hombre
“Mi papá fue abogado de presos políticos y estuvo exiliado durante la dictadura. Había desaparecido su mejor amigo y socio. Se tuvieron que exiliar a Uruguay, medio que se salvaron de milagro. Mis padres, Jorge Sivak y Nora Araujo, se fueron del país en el 76. Yo nací en Montevideo. Volvimos con la democracia. Tengo la triple nacionalidad: argentina, uruguaya y francesa. Vivo en Francia hace más de dos décadas. En la Argentina, solo hasta los 21 años”, relata Sivak. Su carrera empezó con esos primeros años de estudios en la Ciudad de Buenos Aires, en el Ceamc (Centros de Estudios Avanzados en Música Contemporánea), pero a los 21 se fue a Francia. Entró en el Conservatorio de París y en La Sorbona. “A mí lo que me ocurría cuando entré al mundo de la música contemporánea estando en la Argentina, era que estaba todo muy direccionado hacia la escuela de Viena. Escribir todo en el estilo de Schöenberg era antinatural con mi naturaleza rítmica y armónica. Me costó muchísimos años entenderlo, comprender que mi estilo se situaba en otras latitudes”.
Para Sivak, hay tres maneras de pensar la música en el Siglo XX. “La corriente vanguardista dice que, después de la Segunda Guerra, decide hacer tabla rasa con el pasado y hacer una música completamente nueva. La corriente neoclásica, que rechaza ese pensamiento y dice: nosotros queremos seguir escribiendo en La menor. Y, por último, la posmoderna. Yo me inscribo en esa corriente que toma elementos de la vanguardia y del neoclasisismo”. Para un hombre de 45 años, que pasó ya más de la mitad de su vida haciendo música, resulta interesante escucharlo hablar sobre el porqué de esa pertenencia. “Yo no nací en Viena, en 1950. No puedo pensar y escribir como un vienés de esa época. Viví en Buenos Aires y escuché otras músicas. Si bien estudié en profundidad la Escuela de Viena como la de Francia, hice experiencias con la música popular. Tuve la posibilidad de tener acceso a una amplia gama de experiencias musicales que me formaron como persona y artista”.
Entonces, algo pareciera haberse constituido a partir de la escucha atenta desde la casa familiar, la formación académica, los consumos culturales del propio artista en sus tiempos, en sus tierras. Como si sobrevolara la siguiente idea: ¿cómo se arma el sentido de pertenencia artística, con todas esas músicas que entraron al cuerpo, las interpretadas al tocar un instrumento, las de la propia creación, las que se escuchan por estudio, trabajo, placer? ¿Dónde, en qué recorte el sujeto se para y dice acá es? Gabriel Sivak trae su propia idea de pertenencia: “En mi vida está el descubrir la escuela espectral, a artistas que a mí me marcaron mucho, como Egberto Gismonti, Naná Vasconcelos, haber hecho arreglos de música popular como tango, música brasileña. Poder permitir esta libertad desde lo académico, de decir que lo popular establece otros aires dentro de un artista”.
A ese repertorio de lo popular, también suma la influencia de Luis Alberto Spinetta. “Tuve acceso a esa lírica spinetteana. A los 13 años, yo no sabía quién era Rimbaud. Llego por él. Y 25 años más tarde hice un disco, La pasión, con obras vocales donde uso poetas surrealistas y pienso que van quedando gérmenes”. Destaca también a Horacio Salgán en el tango. “Yo soy pianista –dice– y Salgan fue una gran influencia del aspecto rítmico”. Por último, vuelve a las figuras de Naná Vasconcelos y Egberto Gismonti. Y Gabriel Sivak cava aún más profundo en el sentido de la identidad artística, cuando resalta que puede hacer obras que son honestas con lo que fue su trayectoria de vida y con lo que él es. “Cuando empecé a escribir música, no podía escribir obras dodecafónicas, había algo que era no natural. Me pasa también cuando escucho gente que escribe en el estilo de Stockhausen y que después vas a la casa y están escuchando tango. Siento que hay una disociación en la personalidad y no quise caer en eso”.
Eso en cuanto a la propia identidad, está esa síntesis del por acá es, en esto soy; parte de esa construcción tuvo que ver con lo aprendido en Francia. “Cuando llegué a París tenía miedo de no ser aceptado por las élites académicas. Un gran maestro, Eric Tanguy, me decía: ‘Lo que vos hacés no lo hace nadie, seguí con esto porque es único’. Sivak subraya muy especialmente que en La Sorbona le enseñaron a pensar. Que lo que aprendió ahí, lo aplica hasta en la vida y en el análisis paradigmático de una obra. Entonces, profundiza: “Hay una forma de analizar una sonata de Beethoven en el que todo se resume a la dirección entre dos notas: la tónica y la dominante. Y lo que pasa en el medio es como que se simplifica en su razonamiento diciendo, bueno, finalmente es la trayectoria: es ir desde aquí hasta acá, y después volver acá. Una forma de sintetizar y de resumir la realidad, y lo que está ocurriendo”.
Un mundo actual y complejo
Lágrimas de Tahuarí empezó con la idea de un viaje. Gabriel Sivak llegó al Amazonas en 2022. Pero, la idea de trabajar con la música nativa de esa selva comenzó en las cientos de horas de escucha del material que había encontrado en Francia. “Quería hacer una obra de orquesta inspirada en un viaje al Amazonas. A partir de ahí, me interné durante meses en un lugar de Francia que se llama el CNRS de Nanterre, un centro en la periferia de París, donde hay material de archivo de Etnomusicología. Expedicionarios que habían ido a vivir con los indios en los años 50, 60 y habían grabado materia”. Es decir, meses y meses de analizar material.
“Conseguí grabaciones –destaca Sivak–. Durante esos meses hacía lo que hago en mis obras: desarrollar las ideas, crear contrapuntos, transformar material que me inspiraba de lo que iba escuchando y aparecían ideas rítmicas”. Pero ahí no terminaba todo. Entonces, cruzó el azar: “Había algo que me estaba faltando. Ese material eran cosas muy primitivas, con modos de cinco notas y una percusión con rítmicas muy elementales”.
Pero ocurrió algo que le dio un giro a la obra: los incendios en 2019. Y su lectura del proceso de creación, cambió. Lo revive así: “Pasó a ser una obra que era un retrato contemporáneo del Amazonas incendiándose, las máquinas de deforestación aplastando a los indios. El contexto le dio un enfoque más político. El bagaje tímbrico entró en la obra: un pasaje imita las máquinas de deforestación, hay sonidos ligados al fuego. La obra empezó a tomar vuelo”. Eso como preproducción.
Luego, llegó el ir a vivir a Amazonas. “Íbamos a bañarnos a la selva con los indios, rodeados de árboles. Una sensación de paraíso que nunca había sentido en mi vida. Saliendo de la selva todo me resulta banal”, dice Sivak, y en seguida ata la idea del porqué de lo no banal estando entre los nativos. “La pureza de los indios, como entre ellos no hay intercambio dinerario, hay como una pureza de esos hombres que se perdió, que no existe más”. Al irse de Brasil, empezó con la obra. “Llegué primero a Bahía a componer y tuve la sensación de que todo era una banalidad. La ciudad, el ruido. El shock fue duro; salir de ahí, digamos”.
La experiencia duró un mes, pero fue intensa: durmió en la choza con los nativos, fue a sus rituales, grabó con ellos sonidos de pájaros. “Hacía la vida de ellos”, recuerda, y en unos de esos días, sobre el final, uno de ellos le pidió escuchar lo que él hacía. “Le puse el quinto movimiento y el tipo se puso a hacer una rítmica, que hacían en los rituales, y fue un momento de conexión mágico. El venía hacía lo que yo estaba creando”. Una capitalización de la experiencia. Sobre esto, el músico reconoce la influencia de los años de estudio en Francia. “Eso es algo sobre lo que me formaron mucho en La Sorbona, que cuando uno está haciendo un trabajo, hay que darle sustancia, leer mucho sobre el material. Buscar información, hacer un trabajo más allá del oficio de la escritura y la composición. Leer mucho para tomar vuelo”. A eso, el músico le suma cuidar el cuerpo, la cabeza. “Tengo una rutina: corro cinco veces por semana”. Remarca que ese deporte lo ayuda mucho a equilibrar el trabajo “bastante mental de la composición”. Arranca muy temprano y esas primeras horas las distribuye así: “Me levanto a las 6 de la mañana, a las 7 salgo a correr y a las 8 estoy componiendo”.
De las muchas cosas que le gusta hacer cada vez que viene a Buenos Aires, está eso que hacía también con su papá: “Caminar por la calle Corrientes, meterme en librerías, disquerías es algo que hacía con mi papá cuando yo era chico”. Y también lo opuesto: “Me gusta ir al Tigre, es un ritual de siempre”. La lista de los me encanta, sigue con el fútbol, “soy fanático de River”, juntarse con amigos del colegio secundario. “Cosas simples”, dice el hombre que crea formas complejas
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