lunes, 15 de julio de 2024

Andrés Hatum...Y.. el Rabino Alejandro Avruj


Los juegos del poder empresarial, en un relato ambientado con parte teórico-práctica
Con su característico humor abrasivo, Andrés Hatum presenta su primera incursión en la ficción con un libro que muestra el lado más oscuro del universo laboral
Laura Marajofsky
Andrés Hatum, profesor de la Universidad Di Tella, presentó su "Desactivar la bomba", libro en el que profundiza sobre el impacto de una mala gestión en las compañías
Para los que ya están acostumbrados al humor abrasivo de Andrés Hatum su nuevo libro, Desactivar la bomba: una historia de líderes peligrosos (Vergara) aun siendo una primera incursión en la ficción, parecerá una continuación natural del estilo al que el autor nos tiene acostumbrados. Para otros, quizás, será una grata sorpresa y encontrarán en este nuevo formato una original y divertida historia que combina un relato ambientado en el mundo corporativo con una parte teórico-práctica, un combo más que atractivo. Por último, para los más pragmáticos o acostumbrados al formato ensayo, el libro además contiene una serie de tests y estrategias para su aplicación en organizaciones a modo de epílogo.
“Las organizaciones que tiran debajo de la alfombra la basura, no se van a sentir cómodas con el libro. Sí veo que la gente va a leer el libro y, mientras lee, se va a reír y va a asentir con la cabeza todo lo que les pasa a ellos en sus propias organizaciones: las mentiras, las estupideces de recursos humanos, las evaluaciones inservibles, las actividades fuera de la empresa que no sirven para nada, la hipocresía, el juego de poder, la maldad”, dispara al comienzo de la charla Hatum, PhD de Warwick Business School y profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), además de autor de varios títulos sobre esta temática: El antilíder, Carreras extraordinarias para gente común, Infierno y Fragmentados.
Andrés Hatum reconoce que una mala gestión puede desencadenar una serie de consecuencias adversas que van desde el aumento del estrés y la ansiedad en los trabajadores
–Es el quinto libro que publicás en castellano sobre esta temática, pero esta vez te volcaste a la ficción, o en parte a la ficción, ya que el libro tiene una sección más teórico-práctica al final. ¿A qué se debe esta decisión?
–En realidad, este es mi libro número 18, de los cuales cuatro los publiqué en Inglaterra. Tuve una época, como todo académico, que también escribía papers. Escribir es parte de mi vida, porque escribiendo voy creando marcos conceptuales que los llevo a clase después. Escribí una novela porque me gusta explorar en la escritura. De hecho, empecé a escribir novelas en 2019 y no paré. Tengo tres novelas intimistas escritas que no publiqué aún. Vamos a ver si algún editor se anima… La novela que presento en este caso es una fábula sobre las atrocidades corporativas, sobre las oficinas espantosas y jefes horribles. No puedo decir de mierda, ¿no? Pero básicamente hablo de eso usando humor negro, sarcasmo y usando todos los recursos que usan las empresas para enloquecernos. Cualquiera que trabaje se va a sentir identificado por algo, sea por los personajes o por los vaivenes emocionales que han pasado en las organizaciones.
–¿Es cierto que en los Estados Unidos este formato crónica o ficción+ensayo se utiliza bastante?
–Hay un autor, Patrick Lencioni, que usa este modelo de novela + caja de herramientas y marco conceptual. La idea con este modelo es que el lector encuentre en la novela la realidad de lo que pasa en la vida real con humor negro, pero que al final se lleve conceptos para poder analizar y analizarse. Al final del libro hay tres tests para entender si uno es un jefe basura.
–¿Cómo fue la construcción de la novela? ¿Te inspirate en algún caso conocido para contar lo que sucede dentro de CACA (Compañía Argentina de Comercio Asociada)?
–CACA, el nombre de la empresa, es ficticio. Es una empresa podrida desde los cimientos, desde sus valores y, cuando eso pasa, todo explota. Y es el gran problema de las organizaciones: declamar una cosa y hacer otra. Decir que la gente es importante y, ante la primera crisis, echan todo lo que pueden. Cuando la gente deja de ser activo estratégico para ser activo descartable, hay que rajar de esa organización. Me inspiré en todo lo que vi a lo largo de mi vida, sea en organizaciones que uno conoce o en casos famosos. Enron, sin ir más lejos, la compañía que explotó en mil pedazos en 2001, es un caso típico de una organización carcomida por la toxicidad de las personas, la falta de valores y el afán de logro desmedido que llega a un punto de no retorno cuando empezás a mentir, y eso te lleva a ser corrupto y a caerte en el agujero del inodoro. Estuve, en algún momento, en organizaciones podridas, con colegas que bien podrían ser alguno de los protagonistas de mi novela.
La acción de la novela de Hatum transcurre dentro de CACA (Compañía Argentina de Comercio Asociada)
–¿Podés definir en qué consiste el “jefechotismo” y por qué es un “flagelo organizacional”?
–Creo que la palabra “jefechotismo” no requiere mucha traducción. Es la peor calaña de jefe ya que logra juntar dos características que pocos antilíderes tienen: desestiman los valores de las organizaciones y creen que las personas son descartables. Hacen uso y abuso del poder. El “jefechotismo” incluye tres grandes falencias en el líder: ese líder es un psicópata, abrasivo y narcisista. Cuando combinás los tres, lo que tenés adelante es el infierno mismo.
–¿Cómo describís estas tres falencias?
–La personalidad abrasiva tiene una habilidad natural para golpear a otros de manera irritante y a veces dolorosa; nos deja tecleando. Quieren generar resultados a toda costa. El narcisista tiene un delirio de grandiosidad y superioridad. No tiene interés genuino por la gente, pero necesita del otro para crear una sensación de validación y reconocimiento. Finalmente, tenemos al líder psicópata. No todos los psicópatas están en prisión; algunos están en la dirección de la empresa, como en el libro. El líder psicópata no es incompetente, pero sí destructivo. Son peligrosos porque son aquellos que empujan al fraude, a la corrupción y a las conductas poco éticas. Mientras más arriba en el poder, más psicópatas vas a encontrar.
–Por otro lado, hay un ensañamiento con la figura del departamento de Recursos Humanos y cómo se suelen subir a las modas corporativas sobre las cuales también te pronunciás bastante en el libro y en su conclusión.
–El libro expresa bien este paradigma de los recursos humanos inservibles. La directora de recursos humanos se llama Silvina Lagarca, creo que tampoco requiere traducción. Hay un autor de los Estados Unidos, Dan Lyons, que lleva al límite su odio por el área de recursos humanos y dice que “(a los de RR.HH.) les encanta la moda de la neurociencia, aunque la mayoría no puede distinguir una amígdala de una verruga anal”. Puede que Lyons esté exagerando un poco, algo le habrá pasado en la vida que quedó enojado, pero hay mucho profesional de recursos humanos que lo único que hace es estar en eventos para dar la cara, hablar lo bien que se lo pasa en su empresa pero, cuando vuelven a la organización, se sacan la careta y son la Bruja Cachavacha.
En un estudio de Bumeran del año pasado, la Argentina salió campeona regional de burnout laboral, el artículo decía que, pese a detectar una mayoría de empleados con problemas, “el 56% de los profesionales de HR (Recursos Humanos) no implementan medidas puntuales para combatir el burnout”.
Con este título hace su primera incursión en la ficción con una historia que mantiene el estilo al que el autor nos tiene acostumbrados
–¿Cómo pueden funcionar mejor estos espacios para no convertirse en “Recursos Humanos Inservibles”?
–Es clave que el profesional de recursos humanos entienda el negocio, entienda de cambio y transformación y comprenda temas de estructura. Cuando tenés esa tríada, el directivo de recursos humanos es la mano derecha del CEO. Tuve y tengo la suerte de trabajar en empresas donde esto pasa, pero también tuve la experiencia nefasta de no saber para qué algunas compañías tenían un directivo de recursos humanos. Cuando ese directivo es malo o inútil, es como la empleada estatal de Gasalla: una burócrata insufrible.
–Y sobre el burnout laboral…
–Lo del burnout es una pandemia en las organizaciones. Pensá lo siguiente: en la década del 80, cuando no existía la tecnología de hoy, vos te ibas a tu casa después del trabajo y, salvo que se incendiara la oficina, recibías un llamado al teléfono fijo. Te ibas de vacaciones y te desconectabas. Hoy eso es imposible. La tecnología nos ayudó a hacer más rápido el trabajo, pero también nos arruinó la vida. Te levantás y lo primero que hacés es revisar el mail, WhatsApp, las redes sociales. Ya llegás al trabajo estresado. Ahí hay una necesidad de cuidar a la gente respetando sus horarios de descanso. Si un jefe te manda un mail a las once de la noche, no está teniendo en cuenta el descanso y la necesidad de bienestar de su gente. Hay compañías que regulan esto prohibiendo, salvo una emergencia, que se moleste a la gente con cosas que no te cambian la vida si lo comunicás en horario laboral. Hay que evitar lo que dice Jeffrey Pfeffer, un autor que admiro. Él dice que la gente literalmente muere por un salario. De hecho, el estrés le cuesta al mercado muchísimo dinero y, los jefes tóxicos son los que generan esto. Una encuesta muestra que el 94% considera que han trabajado alguna vez con una persona tóxica en su vida laboral. Yo me pregunto: ¿qué necesidad hay?
–En este contexto (creciente precarización, jefes tóxicos, falta de contención, estrés) no sorprende el crecimiento de fenómenos como el Quiet Ambition entre los más jóvenes. ¿Basta con tener buenos jefes o líderes idóneos, o hay que repensar todo el trabajo como lo entendemos hoy?
–No es uno o el otro. Primero, las empresas tienen que promocionar a quienes tienen las competencias para jefes, no a las personas que consiguen solamente los mejores resultados, porque podríamos estar promocionando a bestias, a serpientes con traje. También podés llevar al límite de la incompetencia a alguien y ahí perdés al buen vendedor, por ejemplo, y ganás un pésimo jefe. También hay que repensar el trabajo. ¿No te preguntaste por qué seguimos trabajando 8 horas por día (con suerte) y, hasta la pandemia, era obligatorio ir a una oficina? ¿Por qué todavía tenemos que matarnos en el laburo todo el año y solo tener 15, 20 días de vacaciones? ¿Vivimos para trabajar o trabajamos para vivir? Ya hay pruebas piloto en algunos países de Europa para poder entender qué sucedería con la productividad de las empresas si trabajáramos 4 días por semana, no 5. ¿Cambia mucho? ¿Se funde la empresa? ¿Por qué luego de la pandemia muchas empresas quieren que volvamos a la oficina sí o sí? ¿Para amortizar el edificio? Mi novela contempla esa situación también. Yo creo que la oficina, como un hub de colaboración, está buena, pero no hace falta ir todos los días. Y si una empresa es paleolítica y paquidérmica y pide ir todos los días, lo mejor que puede pasarle a esa organización es que pierda todo el talento posible y se va a dejar de joder.
"La pandemia nos trastocó la escala de valores, el bienestar se puso al tope de nuestra escala: queremos estar bien, y son las generaciones más jóvenes quienes más están empujando el tema", reconoce
–En los datos del apartado, como en “El estrés mata”, señalás que los más jóvenes están privilegiando su salud mental con trabajos de menor carga horaria/demanda, resignando posiciones de más responsabilidad o directamente obviando la posibilidad de escalar en la jerarquía de una empresa.
–La pandemia nos atravesó a todos como sociedad y a todas las generaciones que trabajan: Baby Boomers, X, Y, Z y que son los más jóvenes que tienen mucha más claridad de cómo quieren vivir. Las generaciones más grandes estamos seteadas en que hay que trabajar, que el trabajo es salud, que el trabajo dignifica, y la mar en coche. No todo trabajo dignifica, hay trabajos malos, hay trabajos que te matan, te aburren, te deprimen. Y son los más jóvenes los que rápidamente, por su educación y los cambios en su contexto, se dieron cuenta de que así no se puede y que si la organización no cambia ellos buscarán la forma de trabajar que prefieran. Esto empezó con los Millennials y se profundizó aún más con los Z, que es la generación que empezó a trabajar en la pandemia.
–Cuando los jóvenes van a las entrevistas laborales pesan otras cuestiones . La balanza se inclina de manera diferente.
–Todos trabajamos online, nadie se murió, nadie se fundió, fuimos productivos. Volver a lo de antes es antediluviano. Es no haber entendido nada de lo que está pasando. La pandemia nos trastocó la escala de valores, el bienestar se puso al tope de nuestra escala: queremos vivir bien, queremos estar bien, y son las generaciones más jóvenes quienes más están empujando el tema. Hoy van a una entrevista laboral y la flexibilidad, la ubicación de la oficina, la cantidad de días que tienen que ir a trabajar y sus vacaciones son los temas que tienen en cuenta a la hora de decidir por un trabajo o descartarlo.
–¿Creés que la situación actual en la Argentina potencia la aparición de estos jefes tóxicos o del “jefechotismo”?
–Definitivamente. Las crisis generan que estos líderes emerjan. ¿Y sabés qué es lo peor? Que la gente los banca porque no tiene opción. Cuando la crisis arrecia estos líderes se ponen el traje de enérgumenos con ganas porque saben que van a poder hacer lo que quieran sin que nadie diga nada. También saben que las encuestas de clima en momentos de crisis no funcionan porque esas encuestas no les van a dar tan mal básicamente porque la gente tiene trabajo y tiene miedo de perderlo. Es allí cuando se aprovechan para apretar, extorsionar a sus colaboradores. Y lo hacen con una sonrisa felina porque saben que pueden pedirte cualquier cosa y que vos, por no perder tu empleo, vas a aceptar. Esto cambia cuando hay estabilidad, la gente ya no se banca cualquier cosa. A los líderes brutales los soportamos en momentos de crisis, luego, con la calma, queremos a alguien normal, que no nos estrese. Es como el auto. Si hay tormenta y tu auto está sucio, nadie te mira. Cuando sale el sol te dicen: “sucio, lavame”.
–Volviendo al libro, ¿te imaginás o te gustaría que las empresas lo puedan usar para trabajar temas de liderazgo, motivación o gestión organizacional?
–Definitivamente veo al libro como un disparador para analizar los temas que planteás. De hecho, ¡el libro hace eso! Pero no veo a una empresa dándole el libro a sus empleados diciéndoles: “lean y critiquen”. Tal vez me imagino, y esto me encantaría, que alguien compre el libro y se lo deje en el escritorio de su jefe basura como un mensaje subliminal: sos lo peor que hay en esta empresa, cambiá o te reventamos.
–Quizás mandarle un sobre-bomba a un jefe que no soportamos sea un poco mucho... pero, ¿tenés alguna anécdota que nos puedas compartir sobre alguna venganza hacia un jefe tirano o tóxico que te hayan contado o hayas visto?
–No quiero contar trapitos sucios de otros, así que te voy a contar algo que me pasó a mí. Son dos historias. Una cuando era muy joven, en mis primeros laburos en el Estado. Mi jefe era horrible. Era secretario de Estado y era un tirano espantoso. Había contratado un criminalista para caminar entre los empleados y ver qué hacíamos. Terrible. Él tenía una amante y yo tenía que organizar un congreso importante para el país. Me sugirieron poner sus habitaciones cerca. Puse a cada uno en puntas distintas del hotel. Me odiaron. Finalmente, me fui de ahí. Envié un fax (imaginate hace cuántos años) diciéndole que era un “choto” como jefe y que le recomendaba hacer un curso de manejo de personal porque él no sabía hacerlo.
–¿La otra anécdota?
–Muchos años después, otro líder de la organización viene a mi oficina y me dice “Andrés, me llegó un comentario de que vos dijiste que yo era un inútil”. Lo miré y le dije: “No, equivocado, yo dije que vos y todos los miembros del comité directivo son unos inútiles, no sos vos solo”. No sabía qué decirme, se quedó de una pieza, se dio media vuelta y se fue. Pensé que me echaban, cosa que no me importaba, pero no pasó nada. A veces hay que decir las cosas que uno piensa. No como yo las dije, pero hacerse valer, que el jefe entienda que uno no es un estúpido, tiene personalidad y está dispuesto a rebatir y debatir sus ideas. Para esto hace falta personalidad y lo que Amy Edmonson llama “seguridad psicológica”. Esto es clave para poder manifestarse libremente. Por supuesto que esa seguridad psicológica no se logra si la organización no la permite. En mi caso eso era inexistente, o sea que yo actué como un kamikaze. Eso no lo recomiendo.
–¿Te gustaría seguir incursionando en la ficción, o por ejemplo, te imaginás como guionista de alguna serie sobre estas temáticas?
–Amo la ficción. Leo muchas novelas y los autores argentinos como Luis Mey, Agustina Bazterrica, Agustina Caride, Guillermo Martínez, Juan Von Zeschau me encantan. Me imagino escribiendo algo para teatro o tele sobre estos temas. Cuando publiqué el Antilíder, con Mario Segade vimos la punta de algo de ficción. Algún día se dará. Tal vez mi oficina de ficción sea como The Office, Severance o como la del libro de Lemaitre, Recursos inhumanos (está la serie en Netflix), donde la brutalidad puede llegar a lugares impensados. Mientras tanto sigo escribiendo, probablemente me veas con una novela intimista que vengo trabajando hace tiempo. Vas a ver a otro Hatum, más cuestionador de las cosas que nos pasan en la vida: la soledad, la desesperación, la búsqueda del propio camino.

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Alejandro Avruj: “La política merece tener más espiritualidad”
El rabino de la Comunidad Amijai defiende el aporte ético de la fe a los liderazgos públicos y, a 30 años del atentado a la AMIA, agradece el apoyo del actual gobierno al estado de Israel
Malú Pandolfo
Avruj, que trabajó en villas junto al padre Pepe, tiene una fluida relación con el Papa Francisco, de quien destaca: ”es muy genuino”
En la vida del rabino Alejandro Avruj hubo un día que resultó bisagra. El próximo jueves se cumplirán treinta años del atentado a la sede de la AMIA, donde falleció el hermano de su novia de entonces y actual mujer. A partir de entonces se reafirmó su compromiso religioso. Años después, cuando colabora en barrios carenciados de Buenos Aires de la mano del padre Pepe, conoció a Jorge Bergoglio, cuando aún no era el Papa Francisco, con quien construyó una sólida relación. Su tarea social se remonta a 2002 cuando, ya recibido de rabino, volvió de Israel y comenzó a trabajar en el Joint, organización judía filantrópica americana surgida en la Segunda Guerra Mundial.
Rabino de la Comunidad Amijai, Avruj fue dos veces presidente y ahora vicepresidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana. Recibió el Premio a los Derechos Humanos por la B’nai B’rith Argentina, por su trabajo social en villas de emergencia y, junto al padre Pepe, fue galardonado con el premio “Hombres de Buenos Aires”, otorgado por la Fundación Banco Provincia de Buenos Aires.
En lo personal, Avruj considera que hay un fuerte nexo entre las generaciones que se van sucediendo. “Somos el resultado de un montón de esperanzas y expectativas de nuestros abuelos y bisabuelos, y creer firmemente que somos parte de esa ruta y ese camino nos hace tener una misión”. La frase, extraída del libro de Marcos Peña, El arte de subir (y bajar) la montaña, le pertenece.
Argentino como sus padres, la infancia de Alejandro Avruj transcurrió en Villa Crespo. Con papá taxista y mamá ama de casa, la suya fue una familia de clase media judía, no practicante, tradicional del barrio. Dice de sus padres que “ninguno de los dos pudo terminar sus estudios. Lo que hicieron es esforzarse tremendamente para que tanto yo como mi hermana lo lográsemos”. Sus abuelos vinieron al país desde Polonia y Austria. Bernardo, el padre de su abuelo, había llegado a la Argentina un año antes de la Segunda Guerra Mundial, a traerle una novia a su hijo. De este modo se aseguraría de que se casaría con una chica cercana a la familia.
–¿Su hijo la conocía?
–No, no importa, eso es lo de menos. De esa época, a la única que conocía era a esa novia.
–Y se casaron…
–Claro. Mi bisabuelo le trajo una novia y un paquete de tefilín, elementos rituales que nos ponemos cada mañana los judíos al rezar. Esos tefilín viajaron en el tiempo porque ni mi abuelo se los puso ni mi padre se los puso, pero son los que yo uso cada mañana en el brazo, cerca del corazón y entre los ojos, para poder alinear y equilibrar lo que sentimos, lo que pensamos y lo que hacemos.
Una vez que novia y tefilín llegaron a destino, en Buenos Aires la familia le pidió a Bernardo que no volviera a Europa porque se veía venir la Segunda Guerra Mundial. “Pero él tenía las llaves del templo, era el que lo cuidaba. Y, obvio, tenía que volver ya que sus amigos lo iban a estar esperando”, narra Alejandro Avruj. Así fue cómo su bisabuelo volvió al pequeño pueblito de donde había partido. Justamente adentro del templo, los nazis lo mataron junto a sus amigos en la Shoá. “Nos quedaron aquella novia y los tefilín. Eso me pareció siempre muy fuerte”, continúa Avruj.


–¿Cuánto de la historia de tu bisabuelo está hoy en vos?
–De alguna manera, me atravesó fuertemente cuando conocí ese relato, cuando llegaron los tefilín a mis manos. Me parece una historia muy poderosa esto del legado del amor a la familia.
La familia de Alejandro también participa en la Comunidad Amijai. Su mujer, Marina, es fundadora y creadora de los grupos que además dirige, para acompañar a personas que perdieron a un ser querido. Sus cuatro hijos también desarrollan allí actividades musicales o de enseñanza. Y el papá del rabino “es un ladrillo acá: me acompaña en cada ceremonia, todos los sábados. Reza y estudia conmigo hace treinta años”, cuenta. El año pasado la Comunidad Amijai cumplió treinta años. A diez cuadras de la sede se acaba de fundar una nueva casa exclusiva destinada a jóvenes, para encuentros, espacios de estudio y espiritualidad. En el luminoso despacho de Avruj del barrio de Belgrano, se destacan una foto del rabino con el Papa Francisco y un paquete de tefilín, el de su bisabuelo. “Me emociona siempre saber que es algo que viajó en el tiempo y en mi historia y que me acompañó a cada rincón del mundo adonde fui”, confiesa.
–Ese bisabuelo sí tiene que haber sido practicante si tenía la llave del templo…
–Sí, pero después pasó lo que sucedió en muchas familias que vinieron de inmigrantes a hacer la América, a ver de qué manera se reconstruían después del desastre, de haber dejado todo allá, al resto de la familia, sus casas, sus oficios. Y venir acá a hacer qué sé yo qué, a ver si podían estudiar, quizás. Yo crecí en el barrio de Villa Crespo. Ahí fui a la escuela primaria de la colectividad, después a la secundaria.
–Y retomaste la práctica religiosa, que para tu bisabuelo habrá sido muy importante.
–Totalmente. Hay una potencia muy grande en esa historia. Hay una historia muy linda en el Talmud, la enciclopedia de la sabiduría judía. Es la historia de un hombre al que se llamaba “el dueño de las alas”. En tiempos de los romanos estaba prohibido usar tefilín. Estaba prohibida la práctica del culto judío. Y este hombre iba orgullosamente con sus tefilín en el brazo por la calle. De pronto lo ve una patrulla romana y lo empieza a correr hasta que lo atrapa. El hombre se saca los tefilín y los esconde atrás de la espalda. Le preguntan qué tiene en las manos y cuando abre las manos, se transforman en alas y se va volando. Por eso se llama “el dueño de las alas”. Y yo sentí esa historia, la de estos tefilín, volando hasta acá. Es muy parecido: una persecución, con el drama, con el horror, con la prohibición y con un mensaje que trascendió la historia.
La infancia y la adolescencia de Alejandro Avruj fue feliz. Le gustaba cantar y, cuenta, entró al mundo del judaísmo por la música. “No sé lo que es un Do. No sé nada de música, pero siempre me gustó cantar. Yo tenía un templo a dos cuadras y empecé a participar. Me pidieron que me quedara para cantar y me encantaba. Alguien me escuchó y me ofreció ir a cantar en las altas fiestas, en un templito en el barrio de Mataderos. Un templo muy chiquito, muy humilde, que estaba prácticamente cerrado desde hacía veinte años. Abría solamente para las fiestas, una vez al año. Yo tenía 17 años. Fui y cuando terminé de cantar me dijeron que me esperaban el año siguiente. Yo me sentía el gran rabino”, relata Avruj, quien además de cantar, tenía que hablar en la celebración.
–¿Al año siguiente volviste?
–Obvio. No sabía qué decir, así que le pregunté a un conocido qué tenía que decir, una prédica. Dije exactamente lo mismo los años siguientes. Un papelón total. Pero fue una experiencia maravillosa.
–Y eso te abrió algo más que el mundo del canto.
–Sí, porque descubrí que desde ese lugar podía, no solamente cantar para mí, sino también ayudar a que otros se movilicen, se conecten, se busquen. Y también ayudar a muchas familias de un barrio humilde.
–¿A partir de ahí empezó tu trabajo social?
–Sí, en la década del noventa. Y, al final de la década del noventa, allí había diez viejitos, todos polacos, que se encontraban los sábados a la mañana. Se necesitan diez personas para rezar. Uno de ellos falleció, que era justo el que leía la Torah. Y me llamaron. Sabían que yo iba una vez por año. Empecé a ir ahí y aprendí a los golpes. Fue un tiempo maravilloso.
Acto por el aniversario número 29 del atentado a la AMIA
–Tu vida, en paralelo, ¿cómo transcurría?
–Yo empezaba a noviar con mi actual esposa. Y me escapaba de estudiar en el seminario. Estudié Filosofía, Comunicación y otras cosas, pero no terminaba de anclar en qué. Nunca pensé que iba a ser rabino. Me escapaba del seminario por varias cosas.
Si bien le huía a la idea de formarse y de llegar a ser rabino, hubo un quiebre en el año 94 con el atentado de la AMIA. “El hermano de mi novia –mi actual esposa– murió en la AMIA, con 21 años. Eso fue un quiebre en la familia. Pero, en ese momento, en la comunidad de ese pequeño templito, en Yom Kipur, en el día del perdón, se llenó. Había mucho temor. La gente pensaba que los templos iban a estar vacíos, que nadie iba a ir. La verdad es que los templos se llenaron y el templito de Mataderos también se llenó de gente. Yo dije que el viernes siguiente abriría el templo y ahí nació la comunidad. Y ahí me vi en la obligación, en el compromiso de mantener una llave en un lugar que estaba muriéndose”, narra.
–¿Eso avivó tu vocación?
–Sí. Empecé a ir al seminario con la condición de no ser rabino, para estudiar. Necesitaba herramientas, conocer más, saber qué decir. No podía seguir diciendo el mismo sermón.
–¿Por qué no querías ser rabino?
–Por un lado, cuando uno va estudiando, va descubriendo historias de rabinos que son gigantes. Tipos que escribieron de todos los temas en tiempos en los que no existía la birome. Que un libro se siga leyendo cada semana desde hace 3300 años, que se siga traduciendo a todos los idiomas del planeta, que las religiones lo terminen tomando, quiere decir que algo dice.
–¿Tenías miedo de no estar a la altura?
–Y claro, porque el mundo judío no es vertical. No hay rabino superior, máximo rabino. No existen las categorías como en el cristianismo. Como rabino sos igual que Maimónides. Pensaba que yo no iba a estar a la altura de tipos que escribieron cosas increíbles, de filósofos de otra categoría, de místicos impresionantes. Por otro lado, hay ciertos personajes religiosos… y yo no quería ser eso. La verdad es que sentía que no tenía nada que ver con eso.
–¿Te referís a otras corrientes?
–No, a cualquier corriente religiosa. Hay cosas de la religiosidad, de algunos líderes religiosos, que no comparto, que considero que no están a la altura, que no representan valores importantes por lo que dicen, por su prédica, sus fanatismos, cosas retrógradas. Dentro del judaísmo y fuera del judaísmo. No me sentía cómodo ni a derecha ni a izquierda.
"Hay un país que nos ha atacado dos veces y dejó cientos de argentinos muertos en nuestra ciudad, en el ataque a la AMIA y a la embajada. Sería ridículo que la Argentina fuera neutral", dice Avruj
–¿Hasta que…?
–Hasta que encontré un texto en el Talmud, que dice así: que la Torah son dos caminos. Un camino de fuego y un camino de hielo. Si agarrás el camino de fuego y leés la Torah por el camino de fuego, te quemás. Y si agarrás por el camino de hielo, te congelás. Y uno siente que no hay escapatoria. Por lo que deja entrever el texto, lo que aparece en silencio entre los dos caminos, es otro camino. Es el tuyo: no necesitás ser ni un iluminado ni alguien a quien no querés copiar. Tenés que trabajar por buscar tu propia esencia, tu mensaje, tu faro y tu lugar en el mundo que está solamente esperándote a vos. Hay un lugar que cada uno vino a ocupar, que es el suyo, que no tiene que ser el de ningún otro. Entonces, dije, voy a ver qué tipo de rabino voy a ser.
–¿Qué características hoy tendría que tener un líder para conseguir una sociedad sana?
–Genuinidad, ser auténtico, no simular hacia afuera lo que no se es por dentro; tener el suficiente carácter y rigor para decir, hacer e imponerse en las cosas de las que ideológicamente se está convencido, más allá de lo que digan; y, a la vez, tener el otro brazo para abrazar y ser empático, amoroso, solidario y generoso con las personas que no lo van a lograr porque no pueden. Tiene que tener los dos brazos, el del rigor y el del amor, el de la justicia y el de la empatía. Y que la prédica y la acción estén inspiradas en principios éticos y profundamente espirituales.
–¿La crisis aleja o acerca a la religión?
–Hay de todo. Hay mucha pérdida de identidad, de asimilación y desgano. Ahora, también hay mucha búsqueda, retorno y reencuentro. La crisis impacta en un mayor crecimiento en la comunidad que es de clase media tradicional. Así como está la expectativa para una mejora, se está esperando con mucha angustia. La crisis impacta en la cantidad de familias que hay que asistir y ayudar, en los proyectos que uno tiene para hacer crecer algunas cosas. Pero, como somos un espacio que entrega espiritualidad, optimismo y esperanza, jamás los podemos abandonar. Si hay algo que ha caracterizado al pueblo judío es su fortaleza en la esperanza. Hemos sufrido muchos golpes, siendo el pueblo más pequeño del mundo. Somos el 0,2% de la población del mundo. Hemos sido un pueblo profundamente resiliente y hemos aprendido a, ante cada destrucción, responder con una nueva construcción.
Reencuentro con el Papa Francisco
“Acá en 2001 el 30% de la población judía pasó a estar por debajo de la línea de pobreza. Yo era uno de los directores de un programa. Se consiguieron fondos para atender las necesidades en comida y en techo y salud. También había una línea de fondos para la sociedad en general, y yo dirigía esos programas. Ayudamos a más de treinta comedores comunitarios en todo el país. Les dábamos de comer a cerca de 8000 chicos todos los días”, explica. En la villa 21-24, en Barracas, trabajó codo a codo con el padre Pepe, junto a quien fundó un comedor. Con él conoció a quien entonces era el cardenal Bergoglio, antes de ser Papa, “en su faceta más conocida, la de estar con la gente humilde”, señala.
–¿Cómo era esa faceta más conocida?
–Era genuino. Yo entablé una relación muy linda. El último evento interreligioso que hizo en Buenos Aires fue en mi templo, en Hanukkah, en diciembre de 2012. En noviembre de 2012 me llamó para que oficiáramos juntos una ceremonia por la Noche de los cristales rotos, que fue simbólicamente el comienzo del Holocausto, en la Catedral de Buenos Aires. Fue muy hermoso y muy fuerte abrir la Catedral para semejante conmemoración. Y al mes siguiente yo lo invité para que viniera a prender la primera vela de la fiesta de Hanukkah. Diciembre, Buenos Aires, 52 grados de calor: de pronto llega él todo transpirado. “¿Qué pasó, padre?”, le pregunté. “No, es que el subte…” Nadie hubiera dicho nada si él llegaba con su coche, su guardia y su chofer, su escolta. ¡Era el cardenal de Buenos Aires! Le ofrecí un vaso de agua. “No, ¿están tomando mate?, tomemos unos mates”, contestó. Y estuvimos tomando mate en la oficina como unos amigos. Y en marzo era Papa.
–¿Mantienen la relación?
–Fui varias veces a Roma. Esa foto que tengo con él habla de su genuinidad. Eso es en Jordania. Poquitos meses después de ser elegido Papa hizo su primer viaje a Israel, a la Autoridad Palestina y a Jordania. Jordania es un país musulmán. El 99% de la población es musulmana. Él hizo una misa en el estadio de fútbol de Amán. Había 50.000 personas. Toda la comunidad católica de Jordania estaba ahí porque es una minoría. Después de la misa salió con el Papamóvil. Yo estaba en un costadito y de pronto pasó y me vio. Frenó el Papamóvil y bajó a saludar al único paisano que había. Yo me quedé con la imagen de un país de mayoría musulmana con toda la comunidad de nuestros hermanos católicos en la fe y que haya detenido el coche para saludarme… Yo no sabía qué decirle. Él me preguntó cómo estaban los chicos, una cosa tan genuina. A mí me parece un tipo muy verdadero.
–¿Qué opinás sobre el vínculo entre la religión y la política?
–Para mí es total el vínculo. Creo que es una de las cosas que merece tener más la política. Más espiritualidad, más retorno a unas fuentes de inspiración ética que es lo que trae la religiosidad. Digo que total porque nuestro libro sagrado, la Torah, que es el texto madre de las grandes religiones monoteístas, cuenta la historia de un señor llamado Moisés, que no fue otra cosa que un gran líder revolucionario político que llevaba adelante una gesta fenomenal contra el poder tiránico de turno para liberar a su nación. De eso habla la Torah, de la importancia de construir una sociedad basada en principios éticos, libres de tiranías, con igualdad de oportunidad para todos, reconociendo que no somos todos iguales, pero admitiendo la importancia de la igualdad de oportunidades. De eso se trata la historia de la Torah: de un hombre que lucha no por su propio bienestar y su propio status, porque se muere en el desierto. Abandona el poder verdadero para transformarse en un hombre con un bastón en el medio del desierto, donde muere. Pero con un idealismo fenomenal, en contra de los tiranos y las autocracias de turno, para llevar adelante un espíritu de realización en una tierra soberana, independencia para construir una sociedad ética. Si eso no es política, no sé qué es.
–¿Cuál es tu opinión sobre el actual gobierno y sobre la cercanía del presidente Milei con el judaísmo?
–Sé que es un ferviente lector, estudioso y amante del pueblo de Israel. Primero hay que hablar de la Argentina, que históricamente ha sido aliada de Israel. Fue de los primeros países en reconocer al Estado de Israel y de enviar una embajada. Históricamente ha estado a su lado y ha reconocido su derecho no solo a existir, sino también a defenderse. No solo eso. Nosotros hemos tenido aquí y en las últimas semanas han sido ratificados por la justicia, dos ataques arteros de Irán en nuestro país, en el corazón de nuestra ciudad. Hay un país que nos ha atacado dos veces y dejó cientos de argentinos muertos en nuestra ciudad, en el ataque a la AMIA y a la embajada. Sería ridículo que la Argentina fuera neutral. Traigo a Irán porque Hamas y Hezbollah son brazos armados de un Irán que está detrás armando, proveyendo ideológicamente, económicamente, militarmente y que, por primera vez después de tantos años, finalmente arrojó 331 misiles a todo Israel, indiscriminadamente.
–¿Siempre se sintió el apoyo argentino? ¿El apoyo de Occidente es suficiente?
–Los países, los referentes y los gobiernos más importantes de Occidente claramente están con Israel. Ser neutral entre democracia y autocracia es una definición. Con la posición de Milei, como argentino estoy orgulloso. No como judío, sino como argentino estoy orgulloso de que mi país tenga una posición muy clara frente al terrorismo y en defensa de una democracia. Quiero celebrar y agradecer, no solo al presidente sino también a la Argentina, de estar del lado de las democracias occidentales. Yo espero una sociedad que luche por los principios que tanto nos ha costado conquistar, de los valores más altos de Occidente, que están basados en la tradición judeocristiana.
En el plano más íntimo, Alejandro Avruj no se autodefine porque considera que, no solo él sino todos deberían autodefinirse, simplemente, como buscadores. Para él, es más interesante la pregunta que la respuesta. Por eso está en una búsqueda continua, en un camino profundamente espiritual. Da clases y estudia a diario, además de liderar una comunidad importante, como es Amijai. Su trabajo incluye acompañar familias, enseñar y además llevar adelante trabajo social y educativo. También está involucrado en la política comunitaria o de representación hacia afuera con otros credos
–¿Cuánto tiempo estudió para ser rabino?
–Un montón. El seminario acá dura no menos de ocho años. Es un año más en Israel. Yo, antes del año en Israel, me fui a estudiar a Estados Unidos un año, en el Seminario Teológico de Nueva York. Después estudié en la Universidad Hebrea de Jerusalén y en un seminario de Jerusalén. Aparte, tenés que tener una carrera universitaria. Yo tuve un primer título en organización y dirección de instituciones y dos másters que hice en Estados Unidos y en Israel, en educación y en literatura rabínica.
–Has estudiado la mitad de tu vida…
–Siento que estoy estudiando más ahora. Eso fue mi formación. Estudiar, estudio yo por mi cuenta.
–¿Cómo es un día tuyo?
–Cada día mío es un mundo. Me levanto muy temprano a la mañana y lo primero que hago es ir a varios gimnasios. Me ejercito físicamente en mi casa. Mientras me ejercito, no escucho música, sino que estudio con rabinos del exterior a los que sigo. Y termino con el gimnasio del alma. Es el gimnasio del físico, de la mente y del alma, donde termino con mis momentos de rezo, inspiración y meditación personal.


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