viernes, 9 de agosto de 2024

Berugo Carámbula, de Telecataplum e Hiperhumor a erigirse como uno de los conductores más queridos de la TV argentina






Berugo Carámbula: de aquel irreverente gaucho Gabino al conductor que se atrevió a soñar y a competir con Susana
Berugo Carámbula, de Telecataplum e Hiperhumor a erigirse como uno de los conductores más queridos de la TV argentina
Alejandro Romay le propuso competir con la diva de los teléfonos y no dudó; de ahí en más, ese músico uruguayo un poco payaso un poco actor, se metió definitivamente en el corazón de los argentinos
Guillermo Courau
El actor estaba entre bambalinas, maquillado, con la letra sabida y feliz por la oportunidad. A su lado pasaban técnicos, compañeros y una productora apurada por resolver un problema de último momento que tenía la dueña del programa, Susana Giménez. Al mismo tiempo, en el estudio de Telefe retumbaba la voz de Hugo Sofovich, dando instrucciones al equipo técnico desde el control. Y en un momento todo se detuvo, el actor empezó a sudar frío, a tener palpitaciones, a desesperarse. ¿Por qué, si era apenas un sketch más de los miles que había hecho a lo largo de su carrera? ¿Por qué, si estaba en un set de televisión, un espacio que siempre sintió como propio y con el que soñaba desde chico? Para Berugo Carámbula, aquello fue la sospecha de que algo en su salud no andaba bien. El primero de los ataques de pánico, que comenzó a sufrir cada vez más frecuentemente, y la antesala del Mal de Parkinson, que diezmó paulatinamente los últimos diez años de su vida, truncando una carrera que parecía no tener techo. “Hubo momentos en que tuve que dejar de trabajar porque no podía, me desmayaba, me sentía muy mal”, confesó alguna vez.
Berugo siempre había sido flaco, siempre había sido divertido, siempre había sido músico, siempre había sido joven. Enfrentarse a una enfermedad degenerativa era mucho más que eso para él: era romper para siempre con la imagen que construyó para los medios, para su familia y para él mismo. El único camino posible, el que conocía mejor que ningún otro y nunca le había fallado era el del humor. Y a él se entregó de lleno.
El músico que hacía reír
“El primer día que llegué a Buenos Aires me paré frente al Obelisco y quedé impresionado por la cantidad de gente que había y que seguramente nunca volvería a ver en mi vida. Ahí me dije: ‘algún día todos los que están acá me van a saludar’. Y me saludaron. Ahora, cuando vengo en avión de noche y veo todas las lucecitas, digo: ‘pensar que casi todos esos tipos me conocen’”. A los siete años, Heber Hugo Carámbula (cuyo nombre artístico surgió de la dificultad de su hermano menor para nombrarlo), oriundo como Julio Sosa de Las Piedras, Uruguay, comenzó a estudiar guitarra. A los 13 ya había formado su primera banda de jazz -la Crazy Clown Jazz Band- con sus primos, con la que ganó un concurso para presentarse en una radio de Montevideo.
Cuando a comienzos de la década del 60 se incorporó al elenco de Telecataplum, todavía era un gracioso amateur. Tanto así que su ingreso al programa fue como guitarrista de la banda musical que acompañaba al grupo, la Chicago Stompers, por iniciativa de Julio Frade. Todavía no había en él marcas claras de su futuro como actor. Es más, el resto de sus compañeros se lo dejaba claro en cada grabación: “Cada tanto me dejaban hacer algún papelito. Me decían: ‘Che pibe, salí de ahí’ o ‘Ponete allá, pero no hables porque arruinás todo’. Tantas veces aparecí que terminé formando parte del elenco. Nunca me pudieron echar”. Aunque aparentemente, en un principio tuvieron muchas ganas: “Comencé mal, porque lo hice robando cámara. Dos de los protagonistas estaban en un bar charlando y yo era el que atendía, y me aburría: el sketch duraba como diez minutos. Metí el dedo en una botella e hice como que no lo podía sacar; terminé trepado al mostrador luchando con la botella. Estuvieron a punto de echarme”.
María Carámbula junto a Berugo, su papátwitter

El camino de “Los uruguayos” de un lado al otro del charco es bien conocido, y Berugo era parte del riñón más sólido del grupo. En ese sentido, la exitosa seguidilla de ciclos que el grupo desarrolló en Buenos Aires, le sirvió para consolidar personajes, que anteriormente no habían tenido recorrido. En sus palabras, a diferencia del uruguayo, al argentino le gusta ver el mismo gag una y otra vez –“a la misma hora y por el mismo canal”–, lo que además de reafirmarlo en su rol cómico, le permitió desmarcarse del resto de sus compañeros. Por ejemplo, con el gaucho Gabino, aquel payador de rima incorrecta que era silenciado bruscamente por Enrique Almada cuando estaba a punto de deslizar una barbaridad: “Fue un personaje muy querido para mí. Empezó entre amigos, lo hacía en las fiestas cuando me pedían que tocara la guitarra y que cantara algo. Empecé a hacer al payador para decir un poco lo que pensaba. Así les cantaba algo y, a la vez, podía criticar los chorizos o las mollejas en los asados”.
Alejandro Romay fue quien más insistió para tener a “Los uruguayos” entre sus filas cuando recuperó Canal 9, y también fue el primero que vio en Berugo Carámbula las aptitudes necesarias para enfrentarlo a un nuevo desafío, el de conductor.
Alcoyana, Alcoyana
En 1987, Susana Giménez consolidó su rol de diva de la televisión argentina gracias a Hola Susana, programa de entretenimientos que se emitía diariamente por ATC. Con su habitual rapidez de reflejos, Alejandro Romay buscó desde el 9 la manera de disputarle rating al ciclo y comenzó desesperadamente a buscar un nombre que pudiera estar a la altura de la popularidad de la diva.
Dicen que viendo una grabación de Hiperhumor encontró la respuesta: ese muchacho Berugo tan divertido, plástico e irreverente, tenía pasta de conductor y hasta ese momento nadie se había dado cuenta. Se lo propuso y este inmediatamente dijo que sí: “Yo sabía que podíamos ganarle a Hola Susana, me tenía mucha fe. Igualmente, no sentía que competía con Susana, que fue y es la reina absoluta de la televisión. Pero cuando empezamos, yo pensé que podríamos hacerle frente sin problemas. Y nuestro rating fue verdaderamente espectacular. Soy igual delante de cámaras y detrás, ese es un punto en común que tenemos con Susana. Y eso es algo que el público agradece”.
Atrévase a soñar, que comenzó en 1988, no se caracterizaba por un gran despliegue ni presupuesto. Su puesta en escena era muy austera, por lo que todo pasaba por “el ángel” del conductor: “Yo veía a Héctor Larrea en Seis para triunfar, y decía ‘tengo que hacer un programa así’. Y justo a los pocos meses surgió la oportunidad de Atrévase a soñar. En todo lo que hago soy un poco payaso. No soy nada ortodoxo. La gente se enganchó conmigo porque, cuando un participante perdía, yo saltaba sobre la mesa y lo agarraba del cuello, culpándolo por no haber ganado. El público siempre se rio conmigo”.
Hay que colocar esta anécdota en contexto para entender la importancia y el legado de Berugo Carámbula en la televisión argentina. Al momento de su debut, la conducción de los programas de entretenimiento se dividía entre una generación de hombres simpáticos, atildados, siempre de traje y corbata (Héctor Larrea, Juan Alberto Badía, Fernando Bravo, Silvio Soldán) y una nueva generación más joven e irreverente (Marcelo Tinelli, Julián Weich, Mario Pergolini). Carámbula tuvo la inteligencia de situarse en el medio: ofrecer una imagen cuidada, pero desbandarse de acuerdo a su impronta humorística: “Rompí el modelo de conductor tradicional, me permito cualquier locura. Igualmente, las notas musicales siempre son siete, lo demás son variaciones”.
Tiempos de cambio
La década del 90 encontró a Berugo feliz, pero agotado. Su labor como actor corría paralela a su trabajo como conductor. A los proyectos televisivos se había sumado el cine (medio que siempre amó a partir de su debut en 1970, en la película Joven, viuda y estanciera), con la saga infantil de Brigada explosiva.
En televisión, el camino era errático, pero nadie olvidaba que Atrévase a soñar había superado los 35 puntos de rating. El músico, actor y conductor era la figura rutilante de una televisión que estaba en proceso de cambio.
Con Tinelli y Pergolini a la cabeza aparecían otro tipo de contenidos, más provocadores y menos indulgentes, con una platea que así y todo, celebraba. Berugo no estaba dispuesto a dejarse llevar por la corriente y traicionar sus principios, aun cuando eso significara dar un paso al costado. Decía en 1995: “Creo y sostengo que en un programa en el que interviene el público, los protagonistas son ellos, no nosotros los conductores. Por eso les debo respeto. Eso no quiere decir que no me pueda reír con ellos, pero no es lo mismo eso que reírse de ellos. Uno cambia con el correr de los años, pero creo que la televisión cambió más rápido que Berugo. Sé muy bien cuánto me gusta la televisión, pero a veces me siento un ingenuo. Tengo cierta cosa inocente en mi forma de ser. Trato de aggiornarme, pero no por eso voy a cambiar mis hábitos. No me gusta hablar mal, como se hace en la televisión ahora, ni me interesa pasármela diciendo malas palabras, ni mostrando colas todo el tiempo. Es cierto, todo eso te puede dar más rating, pero prefiero resignar algún punto de audiencia a hacer cosas que no van conmigo. Igualmente, la gente no es tonta y se da cuenta de que un programa tiene que tener algo más que colas o bromas grotescas”.
Berugo Carámbula participó de Son amores, en los comienzos del nuevo siglo
Si Berugo le dio un descanso a la televisión, o la televisión le dio un descanso a Berugo, era cosa de semántica. Pero lo cierto es que durante ese parate, en el que el actor pudo concretar el anhelado y merecido descanso para poder disfrutar de la familia, llegó aquella visita al programa de Susana Giménez, aquella espera entre bambalinas que le regaló su primer ataque de pánico. El principio de su enfermedad.
El humor como respuesta a todo
En 2002, Berugo fue convocado por Adrián Suar para un papel en Son amores. El actor no se sentía bien, sabía que ya no era el mismo de antes, pero la idea lo entusiasmó y dijo que sí. El público celebró su reaparición en público y él volvió a sonreír, aunque la procesión iba por dentro: “Mientras hacía la tira tuve más episodios de pánico. En ese entonces me sentía muy mal. Era como tener el grado máximo de ansiedad, estar como en el aire, no podía respirar, sentía que me iba a morir por el grado de palpitaciones. No sé si el Parkinson fue posterior, pero comencé a tener dificultades para mover las manos y lograr una postura correcta con el cuerpo. Tenía vértigo y mayor secreción de saliva”.
Faltaba todavía para que aparecieran las peores señales de su enfermedad, pero su situación era lo suficientemente agobiante como para retirarse paulatinamente del medio que le había dado todo. Su último trabajo fue como cliente en La peluquería del nieto de Don Mateo, versión a cargo de su gran amigo, Miguel Ángel Rodríguez.
Cuando los vestigios de su mal fueron evidentes, Berugo Carámbula decidió combatirlo de la mejor manera: riéndose de él. Como aquel que mira a la muerte a la cara, que la desafía, el actor ofrecía en cada aparición pública un puñado de frases en torno a su presente: “El Parkinson tiene su lado positivo, por ejemplo, para echarle azúcar a los churros, para bajar los termómetros. En cambio, no recomiendo dedicarse a francotirador. En mi familia tuvimos un caso previo, el de una tía que estuvo 14 días para enhebrar una aguja”.
A veces, también hablaba en serio: “Lo que más me duele es no poder volver a tocar la guitarra. Escucho a mis hijos tocando juntos -Gabriel y Joaquín, ambos músicos- y por ahí yo subía y tocaba con ellos, ahora no lo voy a poder hacer nunca más. Nuestro destino está marcado y nadie lo dobla, a pesar de la frase arenguera que dice: ‘Cada uno es artífice de su propio destino’. Me parece muy bien que la gente se preocupe por mejorar, pero la realidad es que está todo escrito”.
Berugo murió el 14 de noviembre de 2015, por complicaciones en su enfermedad. El hombre que honró durante toda su vida la máxima de no contar lo que le pasaba para no preocupar a los que quería, ocultó lo peor de su dolor al público. Y decidió despedirse buscando una última sonrisa: “No me obsesiona la muerte. Qué diferencia hay entre una persona como yo, que me voy a morir con un Parkinson, a otra persona que se va a morir igual. Eso sí, si yo me enterara de que alguno se queda vivo y no se muere, ahí sí, me agarraría una bronca bárbara”.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.