domingo, 25 de agosto de 2024

EL TAN QUERIBLE ALFREDO BARBIERI


Alfredo Barbieri, el carismático humorista que cosechó un único enemigo, temía morir en el olvido y fue enterrado con su perro
Hijo del guitarrista de Carlos Gardel y padre de Carmen Barbieri, se destacó en el cine y en el teatro de revistas y se consagró como uno de los cómicos más populares de los 50 y 60; falleció en Puerto Rico, en 1985, y sus restos fueron despedidos por miles de personas en Parque Patricios
Mariano Casas Di Nardo
Alfredo Barbieri, el carismático humorista que cosechó un único enemigo, temía morir en el olvido y fue enterrado con su perro
Alfredo Barbieri había recuperado la alegría. El calendario marcaba julio de 1985 y él estaba junto a su compañía en plena gira por San Juan de Puerto Rico con motivo de la Semana Gardeliana. Allá lo adoraban, primero porque se veían todas sus películas de humor y segundo porque era el ahijado del mismísimo Carlos Gardel, debido a que su padre Guillermo Barbieri, había sido la primera guitarra del Zorzal Criollo. En tierra boricua, donde Alfredo se presentaba, sea un estudio de televisión o un teatro, recibía enardecidas ovaciones. Parecía estar reviviendo sus años de gloria, esos que por el 50 y 60 lo habían convertido en uno de los humoristas más importantes del espectáculo argentino.
La revista Aquí se mata de risa, de 1975, estuvo encabezada por Adolfo Stray, Alfredo Barbieri, Don Pelele, Moria Casán, Vicente Rubino y Rafael Carret
La noche del viernes 6 de julio, tras una exitosa presentación en un programa del canal Telemundo, regresó rápido al hotel Dupont Plaza para bañarse e ir a una cena en su honor que le habían organizado los productores de la gira. Le habían preparado un asado y todo estaba dispuesto para un cálido recibimiento. Barbieri era puntual como reloj suizo. Y pasaban los minutos y no llegaba. Ante la inédita demora, su amigo y compañero del grupo “Tango y folclore” Jorge Mardel fue a buscarlo al hotel. No atendió el llamado desde la recepción, tampoco respondió ante los golpes en su puerta y al ver que estaba trabada desde adentro, junto al conserje forzaron la cerradura. El cuerpo semidesnudo, solo cubierto por un toallón, del cómico yacía en el piso. Había terminado de bañarse y cuando se dispuso a cambiarse, un paro cardiaco terminó con su vida. En la habitación encontraron remedios para afecciones cardiovasculares, aunque nadie sabía en realidad la magnitud del cuadro que lo aquejaba. Esa misma noche en su casa de Buenos Aires, su perro Poli no paraba de ladrar ante el enojo de Ana Caputo, esposa de Alfredo y madre de Carmen. A las horas entendió por qué.
Hombre de familia
Alfredo Barbieri nació el 21 de septiembre de 1923 en la provincia de Buenos Aires pero se crio en el barrio porteño de Parque Patricios. Hijo de Rosario Acosta y Guillermo Barbieri, fue el quinto hermano de María Esther, Carmen Luz, Marta Adela y Guillermo Oscar. De chiquito lo apodaban “El gauchito”, sobrenombre que le puso su padrino de bautismo, el propio Carlos Gardel.
Alfredo Barbieri, fanático de Huracán
Alfredo se quedó huérfano de padre a los 12 años, cuando el 24 de junio de 1935, el avión que llevaba a todos los músicos de Gardel se incendió al querer despegar en el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín, Colombia. Pero en su apellido tenía ADN artístico y aunque de chiquito era fanático de Huracán y hasta llegó a ser mascota del equipo campeón del 1928, su pasión por la música le definió el camino. Comenzó trabajando como mensajero de correo pero paralelamente aprendió contrabajo, el cual lo llevó a tocar en las orquestas de Barry Moral y de Xavier Cugat, este último lo tentó para irse con ellos a Las Vegas pero rechazó la oferta para no dejar sola a su madre. “Mi papá amaba a su familia. Para él lo más importante era su mamá”, dice su hija Carmen Barbieri en exclusivo para LA NACIÓN. “Después conoció a mi mamá y la amaba, a su manera porque era muy mujeriego, pero muy respetuoso y respetado. Después nací yo y sé que me amaba. Para él lo primero era la familia y a la par el trabajo”.
Como todo actor popular de aquella época, Don Barbieri triunfaba tanto en teatro como en cine. Eran los comienzos de 1950 y esa duplicidad se retroalimentaba a pura venta de entradas. Mientras en los escenarios porteños brillaba junto a su colega Don Pelele, sobre todo en el Maipo y en El Nacional; en la pantalla de celuloide compartía afiche alternando protagonismo con Lolita Torres y Amelita Vargas. Entre 1951 y 1959, filmó 16 películas, a razón de dos por año.
“Era un padre maravilloso que trabaja mucho. Cuando yo era chiquita filmaba dos películas por día. Durante la tarde filmaba una, a la noche iba al teatro y después iba a filmar otra película, en cine se filmaba mucho de noche y madrugada, y entrada la mañana, volvía a casa, se daba una ducha y me llevaba al zoológico”, dice Carmen. “Aunque ahora no parezca, de chica yo no quería comer, entonces el médico le dijo que yo debía salir todas las mañanas a tomar aire para abrir el apetito y él me llevaba a caminar. Entrábamos cuando le daban de comer a los animales porque era amigo del director y estábamos nosotros solos en todo el predio. Me recuerdo muy chiquita caminando de su mano entre esos inmensos animales. Después volvíamos y él se acostaba un par de horas hasta el mediodía, que se levantaba y volvía a trabajar”.
Barbieri junto a su esposa, Ana Caputo, y su hija, Carmen Luz
Capocómico de linaje, Alfredo Barbieri se destacó por sus fonomímicas, por ser un músico que tocaba con gran calidad la batería, el violín y el contrabajo; y por manejar todos los registros del humor, cualidad que lo convirtió en uno de los indispensables de la cartelera teatral de los 50, 60 y 70, compartiendo escenario con Fidel Pintos, Mariano Mores, José Marrone y Tita Merello, entre muchos otros; mientras llevaba al estrellato a vedettes como Nélida Lobato, Noemí y Norma Pons, Moria Casán y Zulma Faiad. Incluso hizo debutar a su propia hija en el escenario del teatro Cómico, actual Lola Membrives. Si bien cuando Carmen era una niña, no quería que siguiera sus pasos, nada pudo hacer ante el histrionismo de su pequeña. En una nota a la revista La Semana, Amelita Vargas reconoce: “No quería que Carmencita fuera artista porque decía que por el teatro y por el público hay que dejar la vida. Él quería que fuera médica o abogada, pero yo la veía bailar y hacer gracias y le pedía que no se oponga que ella también era una artista de raza”.
Carisma, talento y un único enemigo
Todo el mundo quería a Don Alfredo Barbieri y él nunca tuvo problemas con nadie. Con casi nadie. Solo un enemigo cosechó a lo largo de su carrera artística: Jorge Porcel. Simplemente lo odiaba. Es que lo conocía en todas sus facetas, sobre todo en la de Don Juan, pero poco pude hacer para que su hija Carmen no se enamorara del otrora cantante de boleros que cautivaba a la platea del Maipo con su voz y simpatía. En una de esas noches entre función y función, cuando la efervescente vedette le contaba a su vestuarista Enrique Brown el sentimiento que tenía por Porcel, se lo llegó a escuchar a Alfredo gritar: “Me voy porque no quiero morir en una cárcel… ¡Lo quiero matar!, ¡lo quiero matar!”. Y ante la sorprendente mirada de los presentes se preguntaba: “No sé qué le habrá visto ella a ese gordo”.
El humorista junto a su hija, Carmen
Un hecho muy poco conocido fue cuando Alfredo tuvo un accidente con su automóvil. Pudo haber sido una tragedia, sin embargo las consecuencias se redujeron a una breve internación. Quien tuvo que ir a su casa a avisarle a su mujer del accidente fue su compañera Amelita Vargas, con quien estaba filmando en ese momento Escuela de sirenas y tiburones. Carmen Babieri tenía apenas seis días de vida y se quedó con la artista mientras su mujer lo fue a visitar. Vargas nunca había cambiado un pañal, por lo que durante esa tarde improvisó un papel que no le era familiar en la realidad, el de madre.
Fanático de Jerry Lewis, uno de sus planes favoritos era ver en familia sus películas que conseguía en VHS. También era espiritista, de la Escuela Científica Basilio, pero no hablaba del tema, era muy reservado con su vida privada y había cuestiones que nunca desarrollaba como religión y política.
"Tenía una gran capacidad de improvisación, era capaz de sacar un chiste de la galera en medio de una toma sin que esté previsto y que quedara mejor de lo pautado", dice Antonio Grimau, compañero de elenco en la película Ritmo a todo color (1980)
La última película de las más de 20 que filmó fue Ritmo a todo color en 1980, donde compartió elenco con Jorge Barreiro, Manuela Bravo y Silvia Arazi. Antonio Grimau, el verdadero protagonista del film lo recuerda : “Me sentí honrado de trabajar al lado de un señor que perteneció a una maravillosa generación de artistas. Aprendí de él en esos dos meses de trabajo a manejarme frente a una cámara con una enorme espontaneidad y frescura. Tenía una gran capacidad de improvisación, era capaz de sacar un chiste de la galera en medio de una toma sin que esté previsto y que quedara mejor de lo pautado”. Sobre su calidad humana agrega: “Un hombre de mucho humor fuera de las cámaras. En los momentos donde compartíamos café y comida, mostraba un espíritu alegre, contaba anécdotas, hacía chistes y trataba con respeto a todos por igual, tanto al director como a los técnicos. Además compartíamos el amor por Huracán y eso nos unió aún más porque hablábamos mucho de fútbol”.
Por fuera de los flashes y de las portadas de revistas que le buscaban sus infidelidades, Barbieri tenía un amor incondicional. Su perro Apolo 11. Un pinscher miniatura que nació en 1969 y que llevaba su nombre por la nave que había llegado a la luna ese mismo año. “Mi papá me lo había regalado a mí pero lo amaba tanto a él que lo seguía a todos lados”, cuenta Carmen. “Pero semejante nombre para tan chiquito animal no le quedaba bien, entonces quedó Poli. En muchas de sus funciones, yo lo tenía encima y mi papá me miraba y me pedía que lo soltara, se iba a su lado, mi papá le decía: ´Hacé pichí acá´ y Poli hacía pis en el telón y la gente se moría de risa”.
El matrimonio Barbieri con Poli, el perro que era la debilidad del humorista
“Cuando mi papá muere, Poli dejó de comer. Ya tenía 16 años y el veterinario nos dijo que para que viviera más, mi mamá se tenía que mudar de cuarto, cerrar la puerta de la habitación que había sido de ellos y como estaba viejito y ya casi no tiene olfato, iba a pensar que estaba durmiendo ahí dentro. Y fue así. Poli se pasó sus últimos tres años de vida tranquilo en casa y dormía en la puerta de la ex habitación de mi papá”, relata la actriz y conductora.
Ya en los albores de los 80, Alfredo Barbieri había tenido una significativa baja de trabajo. Su dilema era saber si a su velorio iría alguien a despedirlo. Si bien tenía su reconocimiento y prestigio, esos teatros abarrotados de público ya no existían. Gracias a una gestión de los hermanos Edgardo y Juan Carlos Mesa y por el aquel entonces presidente argentino Raúl Alfonsín, trajeron su cuerpo embalsamado desde Puerto Rico para estudiar los verdaderos motivos de su deceso y comprobaron fehacientemente que su corazón simplemente había dejado de latir.
Lo velaron en la sede social de Huracán, en el Salón de los Enamorados. Aquella mañana, Avenida Caseros fue cortada de repente por miles de personas que querían darle su último adiós. “Hacía cinco días que había muerto y todo el mundo estaba expectante por su velorio. Fue una despedida inolvidable. No tengo registro en lo personal de un velorio con tanta gente. Estaba toda la comunidad artística, todo el barrio de Parque Patricios y todos los quemeros revoleando sus remeras”, recuerda Carmen.
Sus restos descansan junto a los de Poli en el Panteón de Actores del cementerio de la Chacarita.

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