
Modigliani y Ajmátova, el fugaz e interminable amor entre un pintor y una poeta únicos
En Un amor al alba, la francesa Élisabeth Barillé retrata la fugaz y poco conocida relación entre el artista italiano y la gran poeta rusa
Pedro B. Rey
Algunos encuentros, cuando quedan asentados por escrito, pueden dar lugar a malentendidos. Pensemos en las cartas que intercambiaron Franz Kafka y Milena Jesenska, uno de los epistolarios más inteligentemente amorosos de los que se tenga noticia. Contra todo, no pasó mucho más allá de ese intercambio. Se vieron solo dos veces (unos días en Viena y después en una rápida cita fronteriza). A Kafka le sorprendería (además de que sepamos quién es él) que le prestemos más atención a ese vínculo pasajero que a su vínculo final con Dora Diamant o, claro está, a ese inmenso corpus epistolar con Felice Bauer, su doble prometida con la que nada llegaría a buen puerto.

Sin embargo, cuando las paralelas de dos artistas (y por entonces Milena, que sería periodista, también escribía cuentos) se cruzan hay lugar para los interrogantes novelescos. En la huida de Shelley y Mary Shelley y los pases de Flaubert y Louise Colet (otro epistolario formidable), en los amores pendencieros de Verlaine y Rimbaud o la historia entre Virginia Woolf y Vita Sackville West (también quedaron cartas), puede rastrearse los fragmentos de los discursos amorosos de los que hablaba Roland Barthes.
Una de las versiones más recientes de esos cruces figura en Tiempo del corazón, la correspondencia entre Ingeborg Bachmann y Paul Celan (austríaca ella; judío, él, nacido en Rumania, pero instalado en París), los dos poetas más decisivos de la posguerra alemana. Esa amistad con vínculo amoroso latente es también el reflejo de una generación marcada indeleblemente por las cicatrices de toda una época.
Pero también puede ocurrir que esos encuentros se hayan dado sin mayor reflejo escrito, y entonces haya que acudir a la reconstrucción por un tercero, como ocurre en Un amor al alba. En este libro, la francesa Élisabeth Barillé (París, 1960) se centra en la breve y casi desconocida relación entre dos artistas de campos distintos. Por un lado, el pintor Amedeo Modigliani (1884-1920); del otro Anna Ajmátova (1889-1966), una de las más grandes poetas rusas del siglo XX. De esa relación pasajera apenas hay datos, excepto por un dibujo solitario que la escritora conservó con ella hasta el final de su vida, décadas después de la muerte del italiano.
El libro de Barillé es en parte una crónica que se vuelve novela, y viceversa. Las pesquisas aportan nueva información: por ejemplo, que no había un solo dibujo sino dieciséis, y que los otros quince habrían desaparecido durante la larga noche soviética, quizá convertidos, como los manuscritos de Mijaíl Bajtín, en papel para liar cigarrillos. La falta de testimonios abre en cambio camino a la especulación imaginativa,
El punto de partida que dio origen al relato es una pieza de Modigliani (que fue primero escultor, su verdadera vocación): Cabeza de mujer en piedra caliza, que en 2010 subastó la casa Christie’s por 6 millones de dólares. Aunque el catálogo no lo decía, Barillé –descendiente de rusos– reconoció en ella a Ajmátova.
"A Ajmátova le atrajo de Modigliani que era un lector desaforado de poesía, de Dante a Verlaine y Rimbaud"
¿Cómo se dio ese vínculo del que apenas hay datos? Ante la falta de certezas absolutas basta imaginar de manera verosímil algunos de los encuentros y situaciones. Lo único seguro es que Modigliani (al que todos tenían por un genio, aunque no lograra vender sus obras) y Ajmátova se cruzaron en 1910, en París, donde él trataba de hacer camino en el mundo del arte y ella estaba de paso, en luna de miel con su primer marido, el también poeta Nikolai Gumiliov. De vuelta en Rusia, él le escribirá algunas cartas (contra su esperanza, Barillé descubre en San Petersburgo que habrían sido quemadas por la propia poeta) y volverán a encontrarse al año siguiente (cuando Amedeo, que estaba en tránsito hacia la pintura, se habría dedicado a retratarla a ella en esa y otras piezas). Ninguno de los dos era por entonces conocido: ella apenas se disponía a publicar.
La descripción que hizo Joseph Brodsky de Ajmátova en uno de sus ensayos vuelve evidente qué le atrajo de ella a Modigliani: “Con su metro ochenta, de pelo oscuro, piel clara, ojos de un gris verdoso y pálido como los de los tigres polares, su esbeltez y su increíble agilidad, durante medio siglo fue pintada, moldeada, esculpida y fotografiada por una multitud de artistas”.
A su vez, Ajmátova –poeta de gramática tan precisa, de nuevo Brodsky, que manejaba el verso clásico, esa bestia negra de los vanguardistas, como nadie– se sintió atraída por el artista italiano de origen judío, atractivo a pesar de su escasa altura (medía 1,65), pero que era también un lector desaforado de poesía, de Dante a Verlaine y Rimbaud.
"Ajmátova, en el breve texto al final de su vida en que se dedicó a recordar a Modigliani, propuso un retrato que se opone al estereotipo"
Escrito con ritmo y precisión (y algún derroche de lirismo a la francesa), Un amor al alba tiene la virtud de avanzar por el relato a través de las vidas paralelas de sus protagonistas, que exceden aquel encuentro clave, pero efímero. Describe el París de la época (y los ateliers de Modigliani, como el que compartió con el también ruso Soutine) e imagina sobre la base de ciertos indicios que podrían haberse conocido en La Rotonde, famoso bar de Montparnasse. Pero también va delineando los orígenes de Modigliani (un testarudo creyente en la trascendencia del arte que no tenía problemas en fabular que estaba emparentado con el filósofo Spinoza) y el largo calvario posterior de Ajmátova en la URSS, donde perdió a su marido (Gumiliov fue ejecutado en 1920) y tuvo a su hijo preso por décadas en el gulag.
Ajmátova, en el breve texto al final de su vida en que se dedicó a recordar a Modigliani, propuso un retrato que se opone al estereotipo. En los días en que hacía sus anotaciones (fines de los años cincuenta) se había estrenado una película dirigida por Jacques Becker sobre el pintor (Los amantes de Montparnasse). Aunque no la vio, temía por su posible sentimentalismo y la indignaba que, según había escuchado, lo retrataran con todos los lugares comunes de la bohemia, incluyendo el consumo de alcohol y alguna orgía. Siempre que lo vio, dice la poeta, estaba perfectamente sobrio. Por lo demás, era la gentileza en persona. Aseguraba que nunca había posado para él, que la había pintado de memoria. No era, dice, a diferencia de Picasso, “ningún domador de mujeres”. “El desprecio no era en él, como en tantos hombres, el agente doble del deseo. Los hombres que dicen amar a las mujeres en realidad aman someterlas. Amar a la mujer es algo al alcance de cualquiera; amar a una mujer concreta, amarla, amarla como su igual; he ahí lo apasionante, lo difícil. Una igual: eso es lo que yo era a sus ojos; un igual es lo que veía yo en él”. Los encuentros entre la poeta y el pintor ocurrieron hace más de un siglo. La definición memoriosa fue anotada cincuenta años después. Debería ser definitivamente contemporánea.

Un amor al alba
Por Élisabeth Barillé
Periférica. Trad.: David M. Copé
188 páginas, $ 22.100

Tiempo del corazón
Por Ingeborg Bachmann y Paul Celan
FCE
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.