sábado, 10 de agosto de 2024

Los primeros años de Gustavo Cerati






Los primeros años de Gustavo Cerati: su pasión por las historietas, la astronomía y la facilidad para la música que definió su futuro
Gustavo Cerati vestido de superhéroe, en 1966
Este 11 de agosto se cumplen 65 años del nacimiento del querido músico; la infancia y la adolescencia del genial artista, antes de que formara Soda Stereo con Charly Alberti y Zeta Bosio
Mauro Apicella
Gustavo Cerati, que cumpliría 65 años el próximo domingo, tuvo una vida, antes de que el primer álbum de Soda Stereo llegara a las bateas de las disquerías, en agosto de 1984. Gustavo, en aquel momento, no era un adolescente. Ya tenía 25 años. Y si bien, para muchos, su vida comienza con la primera canción del primer disco de Soda, otros se apasionan por los pequeños detalles de esa prehistoria que tiene, incluso, canciones que pronto serán editadas de manera oficial. Su temprana partida -pronto se cumplirán diez años de su muerte- y sus últimos años, que pasó internado en estado de coma, hacen más notoria la pérdida, la necesidad de volver a los recuerdos, de retornar a su obra y de revisar aquella precuela llamada Soda Stereo.
Todo lo que sucedió de ahí hacia atrás es una prehistoria que apasiona a los más fans de la banda y de la carrera solista de Gustavo Cerati. También a los periodistas, especialmente aquellos que se han sumergido en la historia del artista que acuñó la frase “Gracias totales” (esa que varias décadas después se convirtió en un tatuaje que lleva Chris Martin, cantante de Coldplay, grabado en uno de sus brazos).
Gustavo Cerati, un pequeño "malcriado"
Los primeros registros a los que estudiosos y fanáticos pudieron llegar son de dos canciones que Gustavo cantaba cuanto tenía 5 o 6 años, a mediados de la década del sesenta. “Ocho días tristes”, una traducción libre de Ben Molar, y una versión en castellano de “You Don’t Have To Say You Love Me”, popularizada por Dusty Springfield. En la biografía Algún tiempo atrás, La vida de Gustavo Cerati, el periodista Sergio Marchi cuenta la apreciación (poco objetiva, por cierto) que tenía Juan José Cerati de la voz de su hijo Gustavo. “Una espléndida voz, un extraordinario cantante”, habían sido las definiciones del papá. Sin embargo, Marchi escribió en su libro: “Gustavo tenía una voz fuerte pero ronca, fallaba en la dicción como cualquier niño de cinco o seis años que todavía no domina cabalmente los fonemas; mantenía el tono aunque no lograra del todo la afinación (...) sin embargo, Juan José terminó por ser un involuntario visionario porque con el tiempo su hijo iba a convertirse en uno de los mejores cantantes del rock argentino y latinoamericano”. La calificación es absolutamente certera. Si hubo en Cerati un talento para expresarse, para aquellos años solo era un proyecto que debía trabajar la pronunciación, la afinación, el fiato. Y como la vida artística de ningún artista comienza realmente en un primer disco, es bueno detenerse en estos detalles que parecen pequeños, porque culminarán teniendo un peso importante dentro de la carrera de un músico.
El rock argentino ha tenido pocas grandes voces con sobradas cualidades técnicas. Nunca fue un género en el que los intérpretes llamaran la atención por ese tipo de recurso. Solo unas pocas voces se destacaron en ese sentido. Lo que se terminó imponiendo en el rock vernáculo fueron los repertorios de “canción de autor” (es decir, las propias creaciones de un grupo o un solista) y la cualidad de contar (en el caso de una banda) con un cantante de voz particular, que se diferenciara del resto, más allá de que pudiera terminar siendo sobresaliente o no. Además de “singularidad”, la voz de Cerati era de buena calidad.
Gustavo Cerati, de guitarreada, en la sobremesa de un almuerzo
De todos modos, en esa minuciosa biografía se deconstruye la vida de un niño común, apasionado por la música y por los descubrimientos que había en los compilados discográficos de Modart en la noche. Y vislumbrar que ese sería el destino unívoco de su vida, no habría revelaciones trascendentales sino un proceso, sin prisas ni pausas. A los 8 o 9 años también era un apasionado de las historietas protagonizadas por Batman, Superman, Flash, Linterna Verde y Aquaman, entre otros. La lógica y la intuición se fueron alternando en su vida y hasta se detuvo en su capacidad de ambidiestro, sin que ello fuera realmente una habilidad natural.
Para los Cerati, matrimonio con tres hijos, lo natural era que la Coca Cola sobre la mesa solo estuviera los fines de semana y que, justamente, esos descansos de sábado y domingo fueran con alguna salida al aire libre, de picnic. Terminado el año, unas vacaciones en Mar del Plata o San Bernardo y el riguroso ahorro de don Cerati, que permitió acceder a la casa propia, esa que fue para toda la vida, en la calle Heredia, casi esquina Giribone, del barrio de Villa Ortúzar.
“Gustavo era muy gritón, hablaba gritando”. Así lo recuerda Adriana Torea, una de sus compañeras de tercer grado, en el colegio de doble escolaridad al que iban. Y también recuerda los días felices que compartieron en el coro. Gustavo recibió su primera guitarra criolla, cantó y tocó temas folklóricos en los actos escolares; también corrió, más rápido que cualquiera de sus amigos, en cada picado que jugó en la plaza que estaba a la vuelta de su casa y tuvo todos los recuerdos de cualquier niño y adolescente criado en el seno de una clase media porteña, en las décadas del sesenta y del setenta. Eso incluyó las travesuras que pudieron haber sido el germen de alguna canción. ¿Por qué no? Que cada uno saque sus conclusiones.
Una explosión en el colegio
Semanas atrás, los ex Soda Stereo Charly Alberti y Zeta Bosio anunciaron que publicarían un tema inédito de la banda, que solo quedó en un demo, el primero que grabaron como trío. Había una historia de la adolescencia de Cerati que el guitarrista había querido convertir en canción. Informalmente se la llamó “Dime Sebastián”. Refiere a una historia que tuvo anécdotas verdaderamente explosivas.
Gustavo Cerati en una imagen del álbum familiar
“Hacia 1975, Sebastián Simonetti -escribe Marchi en la biografía-, compañero de Gustavo durante toda la secundaria, con quien compartía el interés por el espacio y la vida extraterrestre, hizo volar el laboratorio de química del Instituto San Roque. Fue una detonación inolvidable. Como Simonetti estaba muy avanzado en física y miraba constantemente al cielo, más interesado en los aviones de la Fuerza Aérea que hacían maniobras que en la lección que el profesor se afanaba en dictar (...) un día le propusieron que experimentara en las horas de laboratorio”. Y allí acudió con su amigo Cerati y otros secuaces, hasta el día que hicieron explotar uno de los dos motores de cohete que habían creado. En Sebastián Simonetti, Gustavo encontró un aliado para su interés por la astronomía, durante un tiempo en el que la temática espacial estaba de moda, tras la llegada del hombre a la Luna. “Gustavo venía a casa y nosotros teníamos parque atrás, nos tirábamos boca arriba, a la noche y yo le iba nombrando el hexágono celeste”, contó Simonetti en una de las entrevistas de este libro. “A mi me decían marciano. De ahí salió ‘Contame Sebastián”. No era ´Dime Sebastián -aclara- sino Contame Sebastián de las estrellas”.
“Un tipo muy creativo”
Cerati adoraba todo lo relacionado al universo, pero no lo apasionaba más que la música, quizá por esa facilidad que tenía, por encima del resto, o por un talento que luego terminó volcado en Soda Stereo y en su carrera solista. Las décadas del sesenta y del setenta fue una especie de gran escuela de música. Porque el folklore, que circundaba todo el espacio escolar y cierto entorno familiar, le cedió terreno primero a los Beatles y luego, ya en esos setenta de su adolescencia, a esa avalancha de rock progresivo que llegaba especialmente desde el Reino Unido.
Su profesor de guitarra, Quique Berro, contó que Gustavo estaba fascinado con algunos álbumes de Genesis: “A él le gustaba esa música más elaborada. Le interesó mucho cómo eran los acordes, lo que más lo intrigaba al principio; trabajamos partes de Supper’s Ready, y también vimos un poco un tema de Steve Hackett llamado ‘Horizons’ [solo para guitarra]. Gustavo no era disciplinado pero suplía eso con talento. Yo le insistía en la parte técnica y la parte física, porque veía que tenía buenas ideas, pero no las podía resolver. Tenía algo en su cabeza que quería llevar a cabo y era la composición de sus canciones. Yo le explicaba, pero como era un tipo muy creativo no le gustaba tanto trabajar sobre algo muy estipulado. Yo hacía bases de temas para explicarle enlaces armónicos, progresiones, y él se me pegaba para ver cómo eran esos pasajes. De hecho, el arpegio ese de ‘En la ciudad de la furia’, la entrada de Mi Menor con séptima, lo hacíamos siempre: jugábamos todo el tiempo. Cuando escuché la canción me sentí súper bien de haber podido colaborar para que eso estuviera ahí”.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

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