
¿Dónde están los clásicos en el streaming? Los grandes nombres que faltan y las películas que sí pueden verse
Más corazón que odio (1956), de John Ford, con John Wayne, disponible en Max
El argumento recurrente de que no hay nada para ver se vuelve acuciante para los cinéfilos formados y en potencia; una selección, plataforma por plataforma, de las perlas ocultas para disfrutar
Leonardo D'Esposito
Es probable que el lector se identifique con la siguiente situación: llega a su casa, recuerda una película equis que le gustó y decide volver a verla. Tiene todos y cada uno de los servicios de streaming disponibles en el país y es probable que, VPN mediante, también utilice alguno extranjero. Pasan tediosos minutos, quizás una hora, buscando el film en cuestión, que no aparece en ningún servicio. Cansado, apaga el televisor o recae en El padrino, que aparece en casi todas (por no decir “todas”) las plataformas. No es una queja respecto de El padrino: tenerla en la grilla es como tener el Quijote o la Biblia en la biblioteca de casa.
En caso de que el espectador reniegue de El padrino, es probable que el algoritmo de Netflix, por ejemplo, le recomiende otras cosas “parecidas” a la primera que quiso ver. Lo mismo el resto de las plataformas. O que, finalmente, termine optando por la última serie histórica sobre el avance de los mongoles sobre Occidente, con Angela Bassett como Gengis Khan. Y dormirse, claro.
La queja se escucha mucho en reuniones familiares y de amigos: “No hay nada para ver”. Es una queja sorprendente cuando nunca se produjo tanto contenido audiovisual como hoy y nunca fue tan fácil acceder a él desde el sillón y usando un par de dedos. El problema reside en que las plataformas no honraron las esperanzas que habíamos cifrado en ellas. Cuando surgió Netflix en 2012, la piratería comenzó a bajar, y lo hizo de modo sostenido hasta 2019 ¿Para qué tomarse la molestia de buscar y piratear algo cuando, por un fee razonable, uno tenía mucho contenido de todos los tiempos?
Luego vino la guerra del streaming, se acabó eso de que un contenido “de una empresa” estuviera en la plataforma “de otra”, y el campo se cerró más. Hoy, de paso, hay que amortizar el costo sideral de esa guerra. Por supuesto, la piratería está muy por encima de lo que estaba en 2012. La primera razón es que, para estar en la conversación sobre lo último que sale, los usuarios solo pagan en los Estados Unidos dos servicios de streaming, no cinco o diez. Nadie tiene “todo”. Y a eso hay que sumar las entradas de cine cuando amerita. La segunda es más complicada: la maraña a veces inextricable de derechos. Maraña que logró que nueve décimas partes del cine que valdría la pena se haya esfumado de donde podría ser visto. Es cierto, pueden encontrarse “cosas” por YouTube… mientras los dueños de los derechos no se enteren.
Dicen los antiguos que, en tiempos mitológicos, hombres y mujeres con cigarrillos en la mano sentábanse en bares de la Avenida Corrientes hasta casi despuntar el nuevo día, interpretando las obras cinematográficas de Ingmar Bergman. O de Jean-Luc Godard. O de Akira Kurosawa. O de Federico Fellini. O alguno caía con el descubrimiento de un filme extraño como Salmo rojo, musical sobre una revolución campesina de Miklós Jancsó, o del checo Jan Nemec. La cartelera porteña tenía películas de todas partes.

En la lista anterior, no se incluyen a Hitchcock, Ford o Hawks (que podían hacerlo mejor, muchas veces, que Godard o Bergman) porque también había prejuicios ideológicos. Pero todos, incluyendo a Ford, Hitchcock y Hawks, se estrenaban. O el niño Scorsese, o el debutante Spielberg, o el ignoto Terrence Malick. De todos modos, sería ser demasiado romántico decir que “todo tiempo pasado fue mejor”. Que ese cine menos centrado en el impacto inmediato y más en la reflexión (por decirlo de un modo muy grosero) no ocupe hoy lugar es algo que ha pasado en casi todo el mundo, salvo donde se subsidia la exhibición no solo local.
Piensen qué sabemos hoy de Wong Kar-wai, del cine japonés alejado de los géneros o del animé, o qué pasa cuando se estrena un Marco Bellocchio (créase o no, sucedió este año, también un Nanni Moretti). El problema es otro: nada de todo esto aparece en las plataformas, o muy poco, cuando era su lugar natural. ¿No querés restrenar Más corazón que odio? Mandála al streaming (está en Max). ¿Te quedó dando vueltas en el depósito Cenizas y diamantes? Mandála nomás. ¿Tenés esa genialidad de Retorno del pasado? Dale, ponéla, qué te cuesta el iconito…
Cuesta mucho. Muchísimo. En primer lugar, los derechos de exhibición para las películas han sido comprados por empresas que son “gestoras de derechos”. En segundo, hay un derecho diferente por cada “ventana”: uno para cines (theatrical, por su definición en inglés), uno para Pay-Per-View, otro para premium, otro para cable básico, otro para TV abierta, otro para plataformas, etcétera. Y no siempre la empresa que tiene esos derechos tiene los de todas las ventanas. Son caros, carísimos al nivel de deber abonar 1600 euros por una única exhibición de Blow-Up, película de 1969 dirigida por Michelangelo Antonioni ¿Cantidad de películas de Antonioni en el streaming? Ah, no, tampoco hay. Así que ahí hay un primer problema.
El segundo es tecnológico: gran parte del acervo audiovisual no se editó nunca en DVD o Blu-Ray, por lo que no hay copias digitales que puedan pasarse a plataformas. Aunque -una vez más- esto es bastante relativo: todos los “grandes maestros” internacionales han tenido alguna cajita recopilatoria. Puede el lector intentar (no lo aconsejamos) la búsqueda non sancta de películas de Max Ophüls, Carl Dreyer o Yasujiro Ozu. Sí, están.
¿Entonces por qué no aparecen nunca en las plataformas, si son material que, con buena presentación y curaduría podrían ampliar el público, generar audiencia para otros materiales y sostener la demanda de “novedades”? Hay varias respuestas. La primera, que el mayor gasto que hacen las plataformas es en tecnología. Y eso implica servidores. Piensen que las películas son un conjunto de datos que debe almacenarse físicamente en alguna parte, que muchas veces hay miles de personas pidiendo el mismo contenido al mismo tiempo, etcétera. A la hora de gestionar el almacenamiento, se opta por lo que se vuelva más rentable en el corto o mediano plazo. No será, pues, una retrospectiva de Bergman, aunque hay nombres del cine que suelen utilizarse como “banderas” en las plataformas cuando existe alguna excusa (son pocos nombres, de todos modos: Hitchcock, Spielberg, Scorsese, Burton o Tarantino, no mucho más).

El segundo, que el culto a las novedades ha hecho que ese almacenamiento se gestione especialmente alrededor de ellas y de las métricas de cada país. En la Argentina, Disney podría disponer de muchos más servidores para El encargado, mientras que en los Estados Unidos le daría muchísimos menos: lo importante es servir la novedad rápido allí donde encuentra mayor demanda. El tercero: como los contenidos nuevos son cada vez más caros, una de las maneras de que recuperen sus costos es que se vuelvan opción única. A veces las plataformas olvidan que el usuario opta por un servicio, no por un contenido único, y que puede abandonarlo cuando la oferta no es variada. De hecho, el mayor desafío que enfrenta el streaming a futuro es conservar una masa de suscriptores sostenible.
Hay una tercera explicación, más retorcida pero no menos real: las plataformas no están diseñadas para “cinéfilos” (se podría considerar como tal hoy a quien conoce el nombre de más de tres directores de cine). Es decir, están pensadas para aquel que, tras el día de trabajo, enciende el televisor a que le cuenten un cuento, cualquier cuento, que lo extraiga de lo cotidiano. No para quienes quieren “conocer” un arte, bucear en sus obras, entender a quienes lo crearon. El problema es que eso, que es posible con la literatura (y por supuesto que también entretenerse: ¿cómo la va a pasar mal alguien con Cándido de Voltaire o La ventana indiscreta de Hitchcock?) no lo es con el cine porque es caro. Así nomás: hay que amortizar millones.

Dirá el lector “Esas películas de los años 40, 50, 60… ¿no se han amortizado ya?” Y responderemos “sí, pero igual”. La cuestión de la propiedad intelectual es aquí central; nadie quiere mostrar lo suyo sin cobrar un peso. Y las plataformas prefieren poner los suyos en algo de lo que puedan hacer otros negocios. Difícil vender una remera de Salo o los 120 días de Sodoma (aunque quién dice que no puedan ser un éxito las basadas en los dibujos de Fellini). Dato: cuando el cable digital estalló, mucho de este cine volvió a abastecer pantallas. Hoy, incluso en las otrora señales de clásicos como TCM está ausente salvo trasnoches demasiado trasnochadas.
Estamos hablando de un cine central, el de la Nouvelle Vague, los italianos comprometidos o los iconoclastas como Buñuel. Hay mucho más: un cine “medio”, incluso norteamericano, lleno de buenas películas que podría tranquilamente calmar ansiedades. Y tampoco. Quien recuerde Angustia de un querer, Los puentes de Toko-Ri, ¡Bésame, tonto! y las comedias de Doris Day y Rock Hudson, sepa que son invisibles. Y aquí ya no estamos en ese campo que (falsamente) se puede denominar “difícil”. Quien cuente con cierta marca de televisores, por ejemplo, puede encontrar en el streaming nativo películas que fueron bastante exitosas en los 70 como Capricornio uno (conspiración sobre un falso viaje a Marte, el elenco tenía a Elliot Gould, James Brolin, Sam Waterston, Hal Holbrook, y era bastante buena) o La cuenta regresiva (donde un transatlántico entra a una tormenta de tiempo y llega a minutos antes del ataque a Pearl Harbor, con Kirk Douglas y Martin Sheen) porque esos derechos de algo que no terminó de ser un megaéxito deben salir muy baratos. Y porque, después de todo, es solo cuestión de dinero. Aún así, en cada una de las plataformas se pueden rescatar títulos como para tener un paisaje al menos de lo que el cine -especialmente, pero el caso de las series clásicas es mucho peor- alguna vez fue.
Max
Lo bueno es que une el acervo de Warner con todas las compras que hizo Ted Turner (MGM, Universal, etcétera) para formar lo que fue TNT. Pero los clásicos van y vienen. Hoy lo más completo es Hitchcock (de El tercer tiro a Trama macabra, toda su etapa estadounidense más exitosa, incluyendo Vértigo, La ventana Indiscreta, Psicosis, Intriga internacional o Los pájaros). De los títulos híperclásicos, son imperdibles Lo que el viento se llevó, Casablanca, Gilda, Cantando bajo la lluvia y el enorme melodrama de Vincente Minelli Dios sabe cuánto amé (o Como un torrente, o Some Came Running). Hay bastante de los años 70 en la plataforma (Tarde de perros, Reto a muerte, Obsesión mortal -o Play Misty for Me, ópera prima como director de Clint Eastwood-; Harry, el Sucio, Taxi Driver) y acaban de volver los monstruos de la Universal de los años 30 (Drácula con Bela Lugosi, Frankenstein y La novia de Frankenstein con Boris Karloff, etcétera). Desgraciadamente, solo de Hollywood, aunque antaño solía aparecer Amarcord, de Fellini, por breves períodos.
Disney+
En el caso de Disney, lo “clásico” es casi básico: (casi) todos los largos de animación que hizo la firma desde Blancanieves (1937) aunque faltan cosas. Lo mismo con cortos brillantes de los años 20 y 30 (Skeleton Dance, Building a Building). Aunque habría que prestarle especial atención a las películas de aventuras de los 50 como 20.000 leguas de viaje submarino, Viaje al centro de la Tierra, La isla del tesoro y Secuestrados, todas películas sobre literatura juvenil que son modelo en cuanto a adaptación. En la solapa de Star+, hay bastante de los 80, con las sagas Terminator, Depredador, Alien y Duro de matar. Pero en cuanto a verdaderos clásicos, cine “de antes”, muy poco. Por la muerte de Alain Delon, comenzamos a buscar: por razones de derechos, sí puede ver en esta plataforma la versión restaurada de El gatopardo, de Luchino Visconti, y el gran drama negro El clan siciliano, con Delon, Jean Gabin y Lino Ventura. Estadounidense hay un poco más: la oscarizada película de Elia Kazan La luz es para todos, el paseo por el romance de Marlon Brando (hace de Napoleón) en Desirée; o el melodrama tremendo La caldera del diablo. También alguna joya más nueva, como la obra maestra de Scorsese El rey de la comedia (sí, es la mejor del director).
Prime Video
Caja de sorpresas: pueden encontrarse películas de Lina Wertmüller (Pasqualino Settebellezze, Mimí metalúrgico, Amor y anarquía), la genialidad El conformista, de Bernardo Bertolucci; pueden verse varias buenas películas de wuxia (las artes marciales épicas chinas) como Érase una vez en China o La novia del cabello blanco); La carroza de oro, de Jean Renoir; La dama desaparece, del período británico de Hitchcock, y películas de Alberto Sordi, Gina Lollobrigida (La romana, que es muy buena), y bastantes melodramas mexicanos, aunque no de los más conocidos. Entrar a buscar en Prime (que tiene una de las interfaces más confusas y menos precisas del mercado) es una especie de aventura porque hay mucho cine del “escondido” y de toda nacionalidad, pero sin auténtico orden, como para tener una idea sobre el material que le da peso. Igual faltan grandes autores.
Netflix
Cada vez menos en lo que es “clásicos”. Imperdibles de hoy, los largos de Monty Python que quedaron (Los caballeros de la mesa cuadrada y La vida de Brian); la gran película de Pablo Trapero Mundo grúa; especialmente Five Came Back: the Reference Films (las películas que hicieron para el esfuerzo de guerra John Ford, John Huston, George Stevens, William Wyler y Frank Capra); y sí, la reconstrucción final de El otro lado del viento, la película que Orson Welles había dejado inconclusa. Después sí, hay un poco de todo de los años setenta (Barrio chino, ¿Dónde está el piloto?) y un poco más. Y como en todas las plataformas, está El padrino.
Mubi
Es donde más frecuentemente aparecen los maestros de ayer, porque básicamente se dedica al cine de festivales y retrospectivas, aunque está bastante centrado en el hoy. De todos modos, se puede ver hoy una pequeña retro de Godard (Sin aliento, Pierrot, el loco, Dos o tres cosas que sé de ella, Masculino-femenino); Al azar, Baltazar, de Bresson; El imperio de los sentidos, de Nagisa Oshima; París-Texas, de Wim Wenders; o El sacrificio, de Andrei Tarkovski. Eso sí, una parte de la selección (no necesariamente el archivo, por donde pasa todo esto) cambia a diario: siempre hay treinta películas que duran “en cartel”, cada una, treinta días. Una sube, otra baja. De todos modos la selección es bastante más amplia en estilos, formas, géneros, autores y épocas (aunque sí, hay mucho “consagrado por la crítica” que suena un poco académico) que en cualquiera de las otras. E incluso ha rescatado grandes momentos del cine popular que hoy desaparecieron, como el terror mexicano. De las plataformas a mano, el lugar más seguro para buscar la historia del cine.
Cine. Ar
Imposible no mencionarlo. En este servicio de streaming gratuito hay una gran cantidad del buen cine clásico argentino restaurado. Grandes films de Carlos Hugo Christensen, por ejemplo (No abras nunca esa puerta, Si muero antes de despertar, Safo), casi todo lo que hicieron Armando Bó e Isabel Sarli (que tienen películas absolutamente brillantes) y ejemplos del mejor melodrama, la comedia y el cine negro. Una centena de filmes clásicos que muestran qué pudimos haber sido.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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