
El “Bar Notable” que fue punto de encuentro de colectividades e inspiración para una clásica novela argentina
Café Izrim
Durante más de tres décadas, con categoría de bar notable fue un ‘pedacito de Turquía en Buenos Aires’, punto de reunión e inspiración literaria
Jessica Blady
Para este bar, todo comenzó antes de su creación, cuando el 3 de junio de 1888, a partir de la instalación de la Fábrica Nacional de Calzado, los operarios y sus familias en Villa Crespo –por aquel entonces La Villa de Antonio F. Crespo, en honor al intendente municipal– confluyeron con los inmigrantes que llegaban en oleadas desde diferentes partes del mundo. El ambiente bohemio de la zona se fue creando a partir del sentido de comunidad y el alto grado de actividad social de los habitantes. Los cafés jugaron un rol fundamental en el ADN cultural y artístico del barrio, que alcanzó su máximo esplendor durante la década del cuarenta.
A finales del año 1932, en esta confluencia de criollos y extranjeros y a pocas cuadras de ‘La Nacional’ -la casa colectiva que inspiró a Alberto Vacarezza para escribir El conventillo de la Paloma- Jaim Danón, un judío sefardí oriundo de Esmirna (Izmir en turco), abrió las puertas de este café bautizado como su ciudad natal, construido sobre la base de tres habitaciones de un inquilinato de la calle Gurruchaga. En 1940, su coterráneo Alejandro Rafael Alboger se hizo cargo del local, y seguiría firme en su puesto hasta 1965, año de su fallecimiento, y un punto de inflexión para el bar que, a partir de ese momento, cambió de esencia y adoptó un estilo más convencional.

En su apogeo, Café Izmir fue un distante y ensoñador recuerdo del desaparecido Imperio Otomano. Un pedacito de Turquía en Buenos Aires y un punto de reunión y entretenimiento para armenios, árabes cristianos, griegos, judíos y musulmanes que disfrutaban, en armonía, de la música de su orquesta típica estable, juegos, bebidas turcas como el raki y otras exquisiteces orientales salidas de su cocina. Por fuera, los clásicos ventanales y la puerta doble de madera no llamaban demasiado la atención; por dentro, se llegaron a ver odaliscas y bailarines que armonizaban con los dorados de la decoración y las paredes adornadas de arabescos, que completaban una atmósfera tan ‘exótica’ como ecléctica.
Izmir fue un refugio para los hombres del barrio, un segundo hogar donde pasaban el tiempo fraternizando: trabajadores que hacían una parada obligatoria por el café y las noticias de la mañana; los que pululaban por la tardecita, estirando la hora de la siesta con una partida de ajedrez o backgammon para no tener que volver al conventillo con su mujer y sus hijos; o los que esperaban el ajetreo y la comilona de la noche, con gusto a ese hogar que tuvieron que abandonar por diferentes motivos. Aunque no todos eran ‘paisanos’ de Villa Crespo. Hasta el icónico bar llegaron consumidores de Flores, Palermo, La Boca, el centro porteño, viajeros del interior del país y hasta motevideanos que cruzaban el charco.

Las charlas y celebraciones se daban bajo la atenta supervisión de Alboger, “un anfitrión de carácter, con un trato agradable y paternal. Siempre predispuesto a la ayuda, que cooperaba con varias entidades benéficas existentes en el barrio, incluido el Pro-Hogar Policial de la Sección 27″, según testimonios que logró recopilar entre familiares, amigos y habitués, Carlos Szwarcer, historiador y periodista. Entre los calificativos para su dueño destacan el respeto y la simpatía, una suerte de ‘caudillo’ que, desde la barra, se enteraba de todo y no titubeaba al momento de sumar algún consejo o interceder ante la policía “para que las autoridades agilizaran la libertad de algún demorado, en tiempos en que los inmigrantes carecían de documentación totalmente en regla o cuando eran penados por un hecho menor”, describe Szwarcer.
El Izmir en las páginas de Marechal
Leopoldo Marechal fue un fiel representante de la rama de escritores conocida como el Grupo Florida –junto a nombres destacados como Victoria Ocampo y Oliverio Girondo–, denominado así porque la revista en la que publicaban se encontraba cerca de la calle porteña y porque se reunían en la ya cerrada Confitería Richmond. El poeta y dramaturgo también frecuentaba el Izmir –vivió en Tres Arroyos 280 (entre Olaya e Hidalgo), a pocas cuadras del lugar– y no dudó al momento de incluir alusiones al café y su variopinta clientela en las páginas de Adán Buenosayres, su novela más celebrada y una de las máximas obras de la literatura argentina.
Comparada por muchos críticos literarios con En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, La metamorfosis de Franz Kafka o el Ulises de James Joyce, la odisea simbólica del poeta Adán (un alter ego del autor) lo pasea por las calles de Villa Crespo en un año indeterminado de la década del veinte; una narración fantástica donde retrata una serie de paradigmas, la geografía urbana y arrabalera de la ciudad y suma a amigos suyos de la vida real representados en diferentes personajes. Marechal nos guía por una Buenos Aires que, como el Café Izmir, ya no existe, pero quedó inmortalizado en pasajes como este:
“Con el oído atento, Adán Buenosayres detiene sus pasos frente al «Café Izmir», cuyas cortinas metálicas, a medio bajar, le permiten ver un interior brumoso en el cual se borronean figuras humanas que se mantienen inmóviles o esbozan soñolientos ademanes. Una canción asiática se oye adentro, salmodiada por cierta voz que, sobre un fondo musical laúd o de cítara, lloriquea en las aes y se desgarra en las jotas. Hasta el olfato de Adán llega el olor del anís dulce y del tabaco fuerte que arde sin duda en los narguiles de cuatro tubos”.

Crónica de una muerte anunciada
Con la muerte de Alboger, el 29 de abril de 1965, la suerte del Izmir quedó echada. Por aquel entonces, el café todavía mantenía muchas de sus características más significativas, pero sus alrededores –y la idiosincrasia– ya no eran los mismos de tres décadas atrás. Los yernos del turco, Naum Szwarcer y Alberto Cafferata, se hicieron cargo del bar hasta el año 1969, cuando una familia asturiana, los Rodríguez, compró el fondo de comercio. Así, la convencionalidad se apoderó del establecimiento y los cambios económicos y sociales lo convirtieron en un mero lugar de paso para los empleados de la zona.
El lunes 9 de octubre de 2000, el Café Izmir cerró sus puertas para siempre. El lote fue demolido en abril de 2004 para darle lugar a la construcción de un edificio de propiedad horizontal que no guarda ninguna reminiscencia del llamativo establecimiento original. Afortunadamente, todavía permanece en la memoria de algunos vecinos de Villa Crespo, en las páginas de Marechal, en la lista creciente de los bares notables de la ciudad y en el alma y la historia de Buenos Aires, a veces, un tanto cruel con su patrimonio y su pasado cultural.

Ganarse la categoría de Bar Notable
“Se considera ‘notable’ a aquellos bares, billares o confiterías relacionados con hechos o actividades culturales de significación; aquellos cuya antigüedad, diseño arquitectónico o relevancia local le otorgan un valor propio”, reza la ley 35/98, que busca destacar la impronta de estos establecimientos tan tradicionales, inseparables de la historia y la cultura de la ciudad, sobre todo, aquellos que permanecen en el tiempo y les dieron la bienvenida a más de un personaje destacado.
Desde su publicación en 1998, la lista de ‘bares notables’ de la Ciudad de Buenos Aires se fue achicando debido al cierre de muchos de estos lugares pintorescos, pero otros –como La Biela (el bar más antiguo, que funciona desde el año 1850), el Café Tortoni o La Giralda– hacen gala de su resiliencia, y la mayoría pasaron a formar parte del patrimonio cultural porteño. Hoy persisten 80 bares notables en Buenos Aires; con el paso del tiempo, algunos lograron reabrir sus puertas, pero varios se despidieron para siempre de sus reuniones y sus copetines. Es el caso del Café Izmir, que solía estar ubicado en el número 432/436 de la calle Gurruchaga en Villa Crespo, donde hoy se levanta un moderno edificio de departamentos.

Café Izmir fue mucho más que un bar y restaurante. Fue el centro de convergencia de distintas colectividades, sede de amenos debates religiosos y un espacio de inspiración literaria que atrajo a la intelectualidad argentina tras su mención en la novela Adán Buenosayres, escrita por Leopoldo Marechal en 1948. Pero Izmir ya era un famoso punto de reunión tras su apertura en la década del treinta, al menos, para los asiduos del barrio y los inmigrantes que, día a día, poblaban las calles de la zona.
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