Una fábrica de mosquitosEl llamativo método que puede ser efectivo para combatir el dengue
Texto de Alejandro Horvat
El dengue se ha convertido en un importante desafío para salud pública en América Latina, y la Argentina ha sentido el impacto de esta amenaza de manera contundente. Durante la última temporada, el país reportó más de 100.000 casos confirmados, lo que lo convirtió en uno de los brotes más graves de su historia reciente. Este aumento en la incidencia de la enfermedad ha llevado a que los expertos se planteen nuevas estrategias de control y prevención. Ante esta crisis, surge una pregunta provocadora: ¿puede un enfoque que involucra la manipulación de mosquitos ser una de las respuestas para combatir el dengue de manera efectiva? En este contexto, el método Wolbachia, utilizado con éxito en países como Brasil, Indonesia y Colombia, aparece como una posible solución para enfrentar este problema de salud pública. El método consiste en infectar a los mosquitos Aedes aegypti con una bacteria llamada Wolbachia. Esta bacteria, que se encuentra de manera natural en muchos insectos, altera la forma en que los mosquitos transmiten el virus, disminuyendo su capacidad de propagación. Pero, ¿cómo funciona exactamente este método y cuáles son sus implicancias para el control del dengue en la Argentina?
La Wolbachia fue descubierta en 1924 por el científico estadounidense Simeon Burt Wolbach. Desde entonces, se ha estudiado su impacto en diversas especies de insectos. En 1971, se observó que la introducción de Wolbachia en mosquitos Aedes aegypti causaba una disminución en su población debido a que las hembras infectadas no podían reproducirse de forma efectiva. Esto despertó el interés de los investigadores para utilizar esta bacteria como herramienta de control de enfermedades transmitidas por mosquitos. Para infectar a un mosquito, los científicos realizan un proceso de microinyección, que consiste en introducir la bacteria directamente en los huevos o embriones del mosquito. Este método permite que la Wolbachia se establezca en las células del mosquito y se transmita a las siguientes generaciones a través de la reproducción. El proceso comienza con la extracción de la bacteria de insectos que la portan naturalmente, como la mosca de la fruta (Drosophila). Luego, los huevos de los mosquitos Aedes son microinyectados con Wolbachia en las primeras etapas del desarrollo embrionario, un procedimiento delicado que requiere un equipo especializado y un manejo cuidadoso para garantizar la viabilidad de los huevos. Una vez que los mosquitos infectados nacen, la bacteria se multiplica dentro de ellos y se hereda a través de la reproducción. Tanto los machos como las hembras pueden portar la bacteria, pero la transmisión se realiza principalmente a través de las hembras a sus crías. Finalmente, los mosquitos infectados son liberados en el ambiente y, al reproducirse con otros no infectados, la bacteria se transmite a las nuevas generaciones, disminuyendo así la capacidad de los mosquitos para transmitir enfermedades como el dengue, zika y chikungunya.
Los resultados del método han sido impactantes en otros países. Según datos del World Mosquito Program (WMP), Indonesia logró reducir la incidencia del dengue en un 77%, mientras que en Colombia la baja fue del 73%. En Brasil, donde se producen millones de mosquitos infectados anualmente en fábricas especializadas, también se ha reportado una caída significativa en los casos de dengue. De hecho, en la ciudad colombiana de Medellín, se ha levantado una fábrica de mosquitos que tiene la capacidad de liberar hasta 40 millones de insectos por semana. Este desarrollo cuenta, por ejemplo, con el apoyo de organizaciones internacionales como la Fundación Bill y Melinda Gates. “En Colombia seleccionamos para la prueba piloto el barrio París, en las afueras de Medellín, un sector que tenía hiperendemia de dengue y condiciones socioeconómicas muy difíciles en terrenos tomados. Pero hicimos una encuesta entre la población y hubo un apoyo masivo al experimento por el prestigio que tiene la Universidad de Antioquia. Además, sabíamos que si la experiencia no funcionaba, como era un barrio apartado, fácilmente podíamos eliminar toda la población de mosquitos con insecticida”, describió el investigador principal del proyecto realizado en Colombia, Iván Darío Vélez, doctor en enfermedades infecciosas, en una entrevista que brindó Así fue como en 2015 los expertos recorrieron las calles de ese barrio una vez por semana durante cinco meses y liberaron mosquitos con Wolbachia. Esta experiencia demostró que, aun a esta altura sobre el nivel del mar, la bacteria permanece en generaciones sucesivas dentro de los mosquitos e impide la transmisión de los virus. “Hoy estamos en cero casos de dengue en un barrio como París, que por años fue hiperendémico”, afirmó Vélez. Sin embargo, aunque estos resultados son prometedores, el método todavía no ha sido implementado en la Argentina, y su aplicación genera debates entre los expertos sobre su viabilidad y efectividad en el contexto local.
Así funciona el método Wolbachia
Según el Ministerio de Salud de la Nación, si bien se ha estudiado el método, por el momento no está contemplado ponerlo en práctica a nivel local. Para Corina Berón, investigadora del Inbiotec-Conicet, la implementación en la Argentina presenta varios desafíos. Si bien reconoce que ha mostrado buenos resultados en países con condiciones selváticas y ambientes de difícil control, como algunas regiones de Brasil, sostiene que "introducir insectos no es siempre una buena opción". Berón subraya que en biología, la introducción de organismos en un nuevo ecosistema puede traer consecuencias impredecibles. "En la Argentina tenemos ambientes muy diversos, y este método puede no ser la mejor opción en todos los casos", afirma. Esta consideración es clave para entender que no todas las soluciones que funcionan en un lugar pueden ser replicadas con éxito en otro. También genera controversia el impacto del método Wolbachia en la población de mosquitos. "Aunque se reduce la transmisión del dengue, el mosquito seguirá presente, seguirá picando y molestando", comenta Berón. Además, insiste en que existen otras herramientas de control menos invasivas, como el uso de Bacillus thuringiensis israelensis (BTI), un insecticida biológico que no genera resistencia en los mosquitos y es altamente específico, afectando únicamente a larvas de mosquito, sin causar daño a otros organismos. Eduardo López, jefe del Departamento de Medicina del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, es más optimista respecto a la adopción del método en el país."Podemos importar mosquitos infectados de Brasil, o comenzar a producirlos localmente", comenta, aunque reconoce que el desafío logístico es considerable. La Argentina necesitaría instalaciones y personal capacitado para manejar la producción y liberación de estos mosquitos en grandes cantidades, algo que todavía no está en marcha. Además, la introducción de mosquitos infectados con Wolbachia requiere una planificación cuidadosa y campañas de educación pública para explicar a la ciudadanía los beneficios y evitar confusiones con las prácticas actuales de fumigación.
Adrián Díaz, biólogo y director del Laboratorio de Arbovirus de la Universidad Nacional de Córdoba, señala que el método que utiliza la bacteria Wolbachia en los mosquitos Aedes se basa en un fenómeno conocido como incompatibilidad citoplasmática. Según Díaz, "cuando un macho infectado se cruza con una hembra no infectada, la descendencia no es viable". Sin embargo, las hembras infectadas pueden cruzarse con machos silvestres, lo que significa que, aunque inicialmente se busca reducir la población de mosquitos, a largo plazo, este método puede no disminuir la cantidad de insectos. Esta complejidad del método es una de las razones por las que se requiere una evaluación cuidadosa de su aplicación en el contexto argentino. A pesar de este desafío, la bacteria Wolbachia también juega un papel crucial en la reducción de la transmisión del virus del dengue de los mosquitos ya infectados. "La bacteria impide que el virus se replique en las glándulas salivales del mosquito, reduciendo así la cantidad de virus que se transmite al ser humano", señala Díaz. La posibilidad de utilizar esta bacteria como un medio para controlar la propagación del dengue y otras enfermedades transmitidas por mosquitos ha sido un área de investigación activa, y los resultados iniciales son prometedores, pero su utilización a nivel local aún es una incógnita.
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Razones económicas y culturales: una tendencia se consolida en las prácticas funerarias de los porteños
En la ciudad de Buenos Aires, la cremación desplazó al entierro como la opción predominante para la disposición final de los cuerpos de los fallecidos
Camila Súnico Ainchil

La ciudad de Buenos Aires experimentó un cambio significativo en las últimas dos décadas en las prácticas funerarias de los porteños. Durante gran parte del siglo XX, el entierro de los fallecidos fue la norma, pero a partir de 2007 la cremación comenzó a imponerse. Esta preferencia no solo ha sido sostenida, sino que se intensificó: en 2022 ya el 60% de los cuerpos fueron cremados, frente a un 40% sepultados. El fenómeno se alinea con una tendencia global.
Entre enero y agosto de este año, se registraron 9582 cremaciones, lo que representa un aumento en comparación con las 9032 cremaciones realizadas en el mismo período de 2023. Si bien también hubo 3581 inhumaciones por sepultura en los primeros ocho meses del año frente a 3157 en igual período del año anterior, las inhumaciones en nicho disminuyeron: 1344 frente a 1527.
Desde el Ministerio de Espacio Público porteño, que gestiona el Cementerio de la Chacarita, indicaron que “la cantidad de cremaciones estuvo subiendo por un cambio de costumbres en los ritos funerarios”. En esa necrópolis, funciona el único crematorio público de la ciudad; opera con 18 hornos que funcionan 18 horas al día para poder atender la creciente demanda de servicios de cremación, lo que muestra la magnitud del cambio.

Una de las principales razones de esta transformación fueron los costos. Cremar un cuerpo en Buenos Aires puede costar entre 550.000 y 980.000 pesos, dependiendo del tipo de servicio y el lugar elegido. En contraste, un entierro puede superar fácilmente el millón de pesos, sin contar los gastos adicionales como el mantenimiento de la parcela o de la tumba. Así, el factor económico hizo que muchas familias opten por la cremación como una solución más accesible.
Ana Belforte, quien optó por cremar los restos de su madre en 2022, comentó a este medio las razones que la llevaron a tomar esa decisión: “No podíamos afrontar el costo de un entierro tradicional. La cremación fue la opción más razonable y también se ajustaba a los deseos de mi madre, quien no quería ocupar espacio en un cementerio”. Desde 2007, la cremación supera consistentemente al entierro, con un crecimiento anual del 1% al 2%.
Además del costo, la falta de espacio en los cementerios públicos de Buenos Aires fue otro factor determinante. La ciudad registra aproximadamente 100 muertes diarias, y la capacidad de cementerios como Chacarita, Recoleta y Flores está cada vez más limitada. Esta situación llevó a muchas familias a elegir cementerios privados, como el Británico y el Alemán, que suelen ser elegidos por quienes buscan un servicio más personalizado y un entorno más tranquilo para despedir a sus seres queridos.

La evolución hacia la cremación en Buenos Aires también se refleja en el cambio cultural que tuvo lugar en la Capital. Históricamente, la influencia del cristianismo en la Argentina promovió el entierro como la forma más adecuada de disposición del cuerpo, pero en las últimas décadas, esta visión cambió. Funcionan incluso osarios en diversas iglesias, donde los deudos de los fallecidos pueden depositar las cenizas de sus seres queridos. En 2001, los entierros todavía superaban a las cremaciones, con 20.773 contra 18.432. Sin embargo, en 2007 se invirtió la relación y para 2009 la diferencia era de 9000 cuerpos, tendencia que se mantuvo y fortaleció.
En el mundo
A nivel global, la cremación también ganó terreno de manera significativa. En Japón, por ejemplo, donde la escasez de tierra es un problema crítico, más del 99% de los cuerpos son cremados. En Europa, países como el Reino Unido y Suecia adoptaron masivamente esta práctica funeraria, y en Estados Unidos la cremación superó al entierro por primera vez en 2015. Este aumento global se debe no solo a consideraciones económicas y espaciales, sino también a un cambio en las creencias culturales y religiosas sobre la muerte y la disposición de los cuerpos.
Durante siglos, la Iglesia Católica promovió el entierro como la única forma aceptable, a partir de la creencia de la resurrección de la carne. Sin embargo, en 1963 el papa Pablo VI permitió oficialmente la cremación para los católicos, aunque bajo ciertas condiciones. En 2016, el Vaticano emitió nuevas directrices que permiten la cremación, pero prohíben la dispersión de las cenizas o su conservación en el hogar, exigiendo que las cenizas sean enterradas en un lugar sagrado como un cementerio o una iglesia.

En contraste, el judaísmo prohíbe la cremación y exige el entierro como la única forma aceptable de disposición. El hinduismo, por otro lado, promueve la cremación como parte integral de sus rituales funerarios, basados en la creencia de que el cuerpo debe ser destruido para liberar el alma. Este contraste en las creencias religiosas refleja la diversidad de enfoques hacia la muerte y el tratamiento de los cuerpos, tanto en Buenos Aires como en otras partes del mundo.
El impacto ambiental de la cremación fue un tema de creciente preocupación, especialmente en ciudades densamente pobladas como Buenos Aires. Aunque la cremación resuelve problemas de espacio, la quema de cuerpos genera emisiones significativas de dióxido de carbono. En respuesta a estas preocupaciones, algunos países empezaron a explorar alternativas más ecológicas. Un ejemplo destacado es el Reino Unido, donde la “cremación con agua” o hidrólisis alcalina se está implementando como una opción más sostenible. Este proceso utiliza una solución de agua y productos químicos para descomponer el cuerpo en un ambiente controlado, generando una fracción del dióxido de carbono que produce la cremación tradicional. Aunque esta tecnología aún no está disponible en Buenos Aires, representa una posible solución a futuro.

Testimonios de las familias porteñas también reflejan este cambio cultural. Victoria Ledesma, quien cremó los restos de su padre en 2021, explicó “Mi papá siempre fue una persona pragmática. Nos dijo que no quería un entierro costoso. La cremación fue la decisión correcta”. Otro caso es el de Mario Urquiza, que cremó a su esposo en 2018: “Él era muy consciente del impacto ambiental y siempre decía que no quería ser un problema para nadie después de su muerte. La cremación nos permitió cumplir con sus deseos y despedirnos de una manera que sentíamos respetuosa”, dijo.
Así, la cremación se ha integrado en la vida cotidiana de Buenos Aires, no solo como una necesidad económica o práctica, sino también como una opción que se alinea con las creencias y deseos personales de los individuos y sus familias. La tendencia sigue en aumento.
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