La escuelita K que forma cuadros para recuperar el poder
Se llama “Néstor Kirchner”, pretende ser universidad e imparte cursos y diplomaturas con perspectiva justicialista

Pablo Sirvén

Mientras el Congreso y la sociedad, indirectamente en las calles y en las redes sociales, debatieron con vehemencia sobre qué fondos públicos le corresponden a la universidad, la Escuela Justicialista Néstor Kirchner sueña con dar el estirón y acceder también al nivel terciario. Pero ¿es viable que consiga luz verde con el gobierno nacional en contra?
En la misma semana en que el Poder Ejecutivo volteó por decreto la denominación del centro cultural del mismo nombre y lo reemplazó por Palacio Libertad Domingo Faustino Sarmiento, la escuelita que pretende ser universidad revalidó fuertemente su ideario kirchnerista durante la convocatoria realizada por el peronismo bonaerense, que lidera Máximo Kirchner, en Monte Hermoso. Allí sus autoridades presentaron el proyecto académico en medio de una demostración de fuerzas afines a la candidatura de Cristina Kirchner como nueva jefa formal del Partido Justicialista, a partir del próximo 17 de noviembre. Las cartas sobre la mesa.
La ligazón de la EJNK con la expresidenta y exvice es innegable y viene desde su presentación en sociedad, cuando ella fue el plato fuerte, con una de sus típicas alocuciones de bajada de línea, en el Teatro Argentino, de La Plata, el 27 de abril de 2023. Entonces, CFK todavía era el factor dominante de la fuerza que gobernaba el país, en un trípode en el que los otros dos vértices estaban ocupados por el presidente Alberto Fernández y el empoderado ministro de Economía y candidato presidencial de Unión por la Patria, Sergio Massa, con sus planes “platita” para ganar la elección presidencial, en la que fue vencido en las PASO y en la segunda vuelta por el actual presidente Javier Milei.
En cambio, el principal referente del aula kirchnerista, Nicolás Trotta, había dejado su cargo de ministro de Educación en medio del cisma que provocó la anterior derrota electoral del oficialismo de entonces, en 2021, cuando fue reemplazado por Jaime Perczyk, en aquel momento rector de la Universidad Nacional de Hurlingham. Muchos pensaron que aquella era la circunstancia ideal para que Alberto Fernández se liberara del pesado lastre ultra-K que empeoraba su híbrido gobierno, pero no lo hizo. Sus intereses –y, especialmente, su libido– estaban puestos en otro lado.
“Militancia en formación; hagamos escuela”, es un eslogan de la casa de estudios virtual por la que ya han pasado en distintas “instancias formativas” nada menos que 15.645 estudiantes, a los que se les imparte “perspectiva ambiental, de género y multicultural”. En sus considerandos argumenta que “la construcción del conocimiento es inseparable de la militancia y la acción política” y que se pretende dotarla de la “filosofía justicialista”, porque “es nuestra identidad y el instrumento por excelencia para las grandes transformaciones”.
Fundir enseñanza con ideología, reconoce, es una prioridad. De allí el nombre Néstor Kirchner, “porque su coraje y creatividad en tiempos de crisis deben ser la inspiración que permita construir una nueva mayoría con protagonismo popular”, se sincera. Y subraya la idea de unir militancia con el sector de la educación formal, por ejemplo, con la Universidad Nacional de Moreno, y con gobiernos afines a su ideología, como el de México. Sinergia militante, ante todo.
En la misma semana en la que el vocero presidencial, Manuel Adorni, anunció que se tomarán pruebas de idoneidad a 40.000 empleados públicos, la EJNK pone el foco en la formación de funcionarios para los cargos electivos de gobiernos locales y el Poder Legislativo.
He aquí un punto interesante en el que la política rara vez repara. En tanto que para ejercer la medicina, la abogacía, la arquitectura o cualquier otra carrera tradicional hay que estudiar, recibirse y contar con un título habilitante, al máximo manejo de Estados municipales, provinciales y nacional accede cualquiera, en la gran mayoría de los casos sin la más mínima preparación previa. Hasta desde el periodismo hemos naturalizado esa ignorancia al justificar que los integrantes de un nuevo gobierno tardan un tiempo en familiarizarse con el “manejo de la botonera”. La ideología de cualquier color no puede resolver nada si al que le toca administrar no se ha formado previamente para ser idóneo en esa materia.
Financiada por organizaciones sindicales –Víctor Santa María y su poderoso Suterh a la cabeza–, varios PJ distritales y aportes individuales, la EJNK viene realizando cursos y diplomaturas. Confían en que la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (Coneau) la apruebe técnicamente, al procurar ser de gestión privada sin inversión gubernamental, más allá de que los vientos libertarios soplen en su contra. Nada desvía a los peronistas de su exclusivo foco de atención: recuperar el poder.
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Milei atiza la fragmentación y solo hace alianzas líquidas

Jorge Fernández Díaz
“El campo de batalla es un escenario de caos constante. El ganador será quien controle ese caos, tanto el propio como el de los enemigos”. Hay muchos ingenieros del caos y teóricos de la fragmentación, pero conviene siempre volver a un verdadero baquiano: Napoleón Bonaparte. Le gusta al “Triángulo de Hierro” de la Casa Rosada industrializar el banco de enojos sociales, sobreexcitando los extremos, como diría Giuliano da Empoli, y administrar y profundizar el desorden de una clase política –la “casta”– que voló por los aires y que recién ahora se despereza entre los escombros de la historia con notable amnesia, confusión identitaria y profunda desorientación. Es por marketing –nosotros contra ellos, el León contra la partidocracia infame– pero también por oportunismo político que Javier Milei teje solo relaciones líquidas con aliados fugaces: deben cumplir funciones puntuales, no mancharlo con sus reputaciones y desapegarse hasta la próxima aventura. Juramentos firmes en mesas de arena y a merced de la intemperie y el viento del desierto. El libertario, su hermana y su estratega saben que a su alrededor todo el sistema quedó roto, y procuran que se siga rompiendo en más partes, atomizando así a toda la dirigencia, incluso a aquella que potencialmente pueda convertirse en su aliada. Seamos, en todo caso, un petiso, pero eso sí, en un mundo de liliputienses, y logremos, si el futuro nos sonríe, hasta convertirnos en un gigante. Ese juego líquido y maquiavélico del presente los condena, como contrapartida, a una gobernabilidad agónica. Todo su proyecto se pone en peligro hasta el último minuto, juegan a la ruleta rusa con el Congreso y su principal antídoto consiste en vetar sus decisiones y blindarse luego con la ayuda azarosa de amigos de circunstancia.
La cúpula del radicalismo, con sus cada vez más estrechas vecindades kirchneristas, no parece recordar qué es ni adónde se dirige
Despojándonos de sentimientos y convicciones cívicas, sopesando fríamente la batalla, uno se pregunta si esta táctica será su salvación o su debacle. Dependerá, en gran parte, de si el programa económico deja las inconsistencias y si la recuperación se palpa finalmente en los bolsillos, porque de nada servirá que Milei acaricie el sueño del reinado de Bukele –amplísimas mayorías parlamentarias le permiten gobernar a su gusto– sin ofrecer a la población un resultado contundente y espectacular en la economía que más o menos equivalga a lo que logró el salvadoreño en materia de seguridad.
Examinar a la oposición balcanizada puede ser un buen ejercicio mientras la economía dicta su veredicto, y habría que comenzar por los más próximos: los amarillos. En el mundo de la “derecha stone” consideran que es un gran malentendido que ellos sean “el Pro con huevos” (sic). Es curioso que una parte del “macrismo” haya acatado también ese error conceptual; la culpa y el interés obran milagros. La Libertad Avanza encarna, efectivamente, otra clase de ideología: un populismo de derecha con praxis gramsciana, y un fundamentalismo de mercado. La coalición de Cambiemos, para horror de Milei –dime con quién te asocias y te diré quién eres– protagonizó un intento de restauración republicana acompañado de liberales, desarrollistas, socialdemócratas, radicales, librepensadores y peronistas institucionalistas. Que la narrativa y la pericia macroeconómica –el gradualismo tiene esos riesgos– no hayan funcionado, no es culpa de la idea sino de la implementación puntual, y como prueba habría que revisar la prosperidad alcanzada con esas mismas metodologías por otras grandes naciones. También sería bueno recordar algo muy paradójico que ocurre en este particular contexto internacional: el nuevo derechismo, en nombre de Occidente y en ocasiones secuestrando la palabra “liberal”, comienza a socavar precisamente a las democracias liberales. Parece haber, en consecuencia, una contradicción flagrante entre los restauradores de siempre y los saboteadores de moda.
Cristina Kirchner pretende conducir la renovación antes de que la renueven a ella
La cúpula del radicalismo, con sus cada vez más estrechas vecindades kirchneristas, tampoco parece recordar qué es, ni adónde se dirige. A veces, en términos bélicos, para escapar de los peligros de un monstruo hay que aliarse con otro, pero esto no es una guerra, correligionarios, sino un ajedrez de representaciones políticas. Para una retórica nacional y popular la igualdad está muy por encima de la libertad; para el anarcocapitalismo solo existe esta última, pero los radicales se caracterizaron por defender parejamente eso dos valores, y por reivindicar otro maridaje decisivo: tanto mercado como se pueda, tanto Estado como sea necesario. Millones de ciudadanos fuera del partido acompañan esa sensatez. El radicalismo gestiona cinco provincias, ocupa el sillón de vicegobernador en otras dos y maneja 500 de las 1200 intendencias de todo el país. Pero carece de líderes nacionales creíbles y carismáticos, y de las ideas claras en momentos turbios: a veces ha permitido incluso que le arrebataran banderas que le pertenecían. En una dinámica de pura polarización, su centrismo sin lucidez corre el riesgo de descuartizamiento.
Miley es, hoy por hoy, el que maneja el caos ajeno, y el único que llena el traje en este triste baile de disfraces harapientos
No le va mejor al movimiento justicialista, por cierto: Cristina Kirchner pretende conducir la renovación antes de que la renueven a ella. Quien manda quiere hacer hasta lo imposible por reformar todo y seguir mandando, bajo la vieja consigna de Lampedusa: cambiar algo para que no cambie nada. El peronismo de izquierda es solo una de las dos almas del peronismo, y como enseña Lula –derrotó a Bolsonaro deshaciéndose de sus izquierdismo– se insinúa la idea de que podría ser el turno de un peronismo de derecha. No el peronismo neoliberal de Menem –allí está firme el León tratando de quedarse con ese cetro– sino el “peronismo del Papa”, para simplificarlo de algún modo. Ese peronismo es pobrista, pero no progre, y corporativo, pero no bolivariano. Tienen rating Moreno y Grabois porque podrían ser outsiders de esa añeja franquicia, pero sus imágenes son tan negativas que resulta difícil imaginar que cautiven a las masas y cobren consistencia. Cuando se llega hasta el final, por este camino de ruinas, se advierte la vacancia de personas con magia y credibilidad, y se recuerda la importancia menos de determinados ideales que de liderazgos efectivos y emblemáticos. A pesar de su violencia verbal y sus errores y políticas más controversiales, Milei es, hoy por hoy, el que maneja el caos ajeno, y el único que llena el traje en este triste baile de disfraces harapientos y máscaras cuarteadas.
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