Los ingresos laborales pierden peso en la economía global
Según un estudio de la Organización Internacional del Trabajo, la automatización de tareas es una de las causas por las cuales gana participación la riqueza derivada de las tenencias de capital; la inteligencia artificial podría ampliar las brechas en las sociedades
Emilio Sánchez Hidalgo

MADRID (El País).– Hay dos formas de ganar dinero: con el fruto del trabajo o con ingresos del capital, recibidos por propietarios de activos como tierras, edificios, acciones o patentes. Como la segunda vía suele limitarse a los ricos, indica una mayor desigualdad cuanto mayor sea su peso en el total de ingresos de los ciudadanos de un país.
Según un informe reciente de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el capital gana peso respecto a los salarios en los últimos años, un fenómeno que se explica principalmente por el desarrollo tecnológico. Las horas de trabajo que ha recortado la automatización contribuyen al cambio, que podría ir más allá, a causa de la inteligencia artificial, si no se toman medidas compensatorias, según concluye el estudio.
“Los ingresos laborales, junto con los de capital, que son los ingresos obtenidos por los propietarios de activos, suman el ingreso nacional total. Dado que los ingresos de capital tienden a concentrarse entre individuos más ricos, la participación de los ingresos laborales se usa ampliamente como una medida de la desigualdad”, detalla el informe, que advierte sobre una contracción de 0,6 puntos en la participación de los ingresos laborales en los ingresos mundiales desde 2019. Entonces suponían el 52,9% del total, porcentaje que cayó al 52,3% en 2022, valor en el que permanece.
En las últimas dos décadas la reducción fue mayor, de 1,6 puntos porcentuales, con 0,6 de ellos concentrados en el último lustro. Aunque la baja parece modesta en términos de puntos porcentuales, según los autores del estudio “el efecto es significativo”. La OIT calcula que este retroceso representa 2,4 billones de dólares menos en ingresos laborales a nivel mundial en 2024, respecto de 2004. Europa apunta un retroceso de un punto desde 2019; las Américas y África, de 1,2 puntos; los Estados Árabes, de 0,8, y Asia y el Pacífico, de 0,2.
La contracción es mayor en España, de 1,58 puntos. En 2019 los ingresos laborales suponían el 59,5% de la riqueza y hoy, el 57,9%. La contracción también es muy superior a la del promedio mundial si el foco se pone en 20 años: desde 2004 el peso de los salarios cayó 4,46 puntos, cuando la media global es de 1,6.
Roger Gomis, autor del estudio, detalla que el estancamiento (o leve repunte en España) de esta variable en los dos últimos años puede deberse a subas salariales derivadas del alza de precios. “Esta dinámica se pudo ver reforzada por la evolución positiva del empleo durante el período, así como la tendencia a la baja de las tasas de desempleo y de subutilización de la fuerza de trabajo”, agrega.
“Los países deben tomar medidas para contrarrestar el riesgo de una disminución en la participación de los ingresos laborales. Necesitamos políticas que promuevan una distribución equitativa de los beneficios económicos, incluyendo la libertad de asociación, la negociación colectiva y una administración laboral eficaz, para lograr un crecimiento inclusivo y construir un camino hacia un desarrollo sostenible para todos”, indica Celeste Drake, directora general adjunta de la OIT, en la nota de prensa que acompaña al estudio. En ella también se lamenta que la mayor brecha aleja la posibilidad de cumplir con uno de los objetivos de desarrollo sostenible 2030 de la ONU, el que busca reducir la desigualdad.
A partir de una muestra de 36 países, la mayoría con economías avanzadas, el análisis de la OIT concluye que las innovaciones tecnológicas en las últimas dos décadas “han producido aumentos persistentes en la productividad laboral y el crecimiento económico, pero también pueden reducir la participación de los ingresos laborales”. En el estudio se destaca el papel específico de la automatización, el proceso por el cual tareas desarrolladas por humanos son asumidas por robots.
Las conclusiones revelan que una innovación tecnológica provoca un aumento significativo en la productividad laboral, de 2,1% en el año de la innovación y de 1,7% cuatro años después, dada la persistencia de los efectos. Según los investigadores, “como el crecimiento del producto no acompaña totalmente al de la productividad, las horas trabajadas disminuyen un 0,7% inicialmente, lo que genera una reducción en el empleo, aunque menor (0,4 %)”. Estas caídas son “temporales” y la participación de los ingresos laborales disminuye 0,3 puntos porcentuales en el año del impacto, pero el efecto “persiste, aunque moderado, a lo largo del tiempo. Aunque no nos limitamos a un tipo específico de innovación tecnológica, los resultados indican que las dominantes en las últimas dos décadas fueron las asociadas a la automatización. © El País
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Iván Sasovsky

En los últimos años la presión impositiva de la Argentina fue en aumento. Con picos de más de 30 puntos del producto bruto interno (PBI) en 2015, el índice se encuentra entre los más altos de la región, según el último cálculo realizado por la OCDE (que contempla datos de 2022).
De hecho, mientras que entre 2000 y 2022 el crecimiento de la carga tributaria fue de 4,5 puntos porcentuales sobre el producto en el promedio de América Latina y el Caribe, en nuestro país ese incremento fue de 10,4 puntos porcentuales, siempre según las mediciones del ya mencionado organismo.
No es ilógico ese dato ni debería sorprender, si se tiene en cuenta que todas las manifestaciones de capacidad contributiva son alcanzadas por impuestos y, en algunos casos, incluso más de una vez.
Sí es posible que llame la atención que el último dato arrojado por los informes de la OCDE muestre que la presión impositiva de la Argentina (de 29,6% sobre el PBI) está más cerca del promedio de los países desarrollados (34%) que del dato promedio para el conjunto de países de América Latina y el Caribe (21,5%).
Más aún es llamativo ese dato, si se tiene en cuenta el nivel socio-económico de la Argentina, que es un país con más de la mitad de su población sumergida en la pobreza. Por eso, se puede afirmar que tenemos una economía “africana” con impuestos “europeos”.
El “perdón” de siempre
El hecho de tener un sistema tributario tan complejo y cambiante no solamente es perjudicial para los contribuyentes (los emprendedores, las empresas, etcétera), sino también para los organismos de recaudación.
El control, pese a que se cuenta en algunos casos con herramientas de última tecnología, se presenta como dificultoso. Sobre todo cuando hay tantas marchas y contramarchas, como las que hubo en los últimos años.
Eso explica una parte del hecho de que, según algunas estimaciones, un 50% de la economía en la Argentina no está declarada. No existe un castigo visible para quienes dejan de facturar operaciones y eligen el efectivo como una manera de no dejar rastros.
Otra parte de la explicación está en el beneficio que se obtiene. Es que, a mayor presión impositiva, mayor es el premio que logra el que no paga en tiempo y forma sus obligaciones tributarias.
Por último, está la impunidad que ofrece el mismo Estado, al establecer, pasado un determinado período, un perdón fiscal a través de un plan de blanqueo. Este es un hecho recurrente que no tiene banderas políticas.
Hoja de ruta para Milei
Pese a todo lo comentado, el momento actual puede ser una bisagra. Pero, para que lo sea, es necesario que se lleve adelante una reforma que ponga el foco en una reducción y en una simplificación del sistema tributario.
La eliminación del impuesto PAIS es una gran noticia (el presidente, Javier Milei, afirmó que en diciembre dejará de aplicarse), pero eso apenas puede considerarse el primer paso de muchos que se necesitan.
La Argentina tiene los peores impuestos de todos. Muchos de ellos, incluso, no existen en ninguna otra parte del mundo, como el que pesa sobre los débitos y créditos bancarios. Las retenciones a las exportaciones también deberían dejar de existir.
Y la lista continúa. Pero es necesario destacar que el esfuerzo no debe ser solamente del Gobierno nacional, sino también de las provincias y de los municipios. Porque la presión fiscal es responsabilidad de todos.
No hay que olvidar que en 1994, cuando se reformó la Constitución Nacional, se estableció un plazo de dos años para definir un nuevo esquema de coparticipación federal de impuestos. A 30 años de ese momento, la tarea sigue pendiente.
Por eso, este blanqueo tiene que ser la última oportunidad para poner las cuentas tributarias en orden. Y debe servir como hoja de ruta para una serie de cambios profundos que logren reducir la presión impositiva y ayuden a la llegada de inversiones.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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