
Un pasaje sin nombre, testigo de corridas de toros, amores trágicos y fantasmas: los secretos y la historia de la ‘calle del pecado’
La calle del pecado en la Buenos Aires colonial
La ciudad de Buenos Aires esconde una callejuela sin nombre; un pasaje lleno de historia que, con el correr de los años, fue recibiendo diferentes denominaciones, pero la mayoría lo conoce como la ‘calle del pecado’.
Jessica Blady
“Hay una tradición de barrio, desautorizada bajo el punto de vista histórico, que asigna el nombre de este brevísimo callejón de setenta varas (casi 59 metro) que pone en comunicación la Plaza del general Belgrano (antes de Monserrat) en su parte media de este al oeste, con la calle de Lima, una historia explicativa de su nombre sugestivo”, se puede leer en una nota publicada en la revista Caras y Caretas #23, del 11 de marzo de 1899, donde se trata de desentrañar el porqué de la bautizada ‘calle del pecado’.
La callejuela en cuestión aún existe y debe ser la única de la Ciudad de Buenos Aires sin un nombre asignado. Hoy se utiliza como playa de estacionamiento, emplazada entre Lima –donde nace en el número 350 y se extiende en dirección a la avenida 9 de Julio–, Moreno y Belgrano, frente al edificio del Ministerio de Obras y Servicios Públicos (actual sede del Ministerio de Salud); según cuenta el historiador porteño y ex director del Museo Histórico Cornelio Saavedra, Alberto Gabriel Piñeiro, en las páginas de Las calles de Buenos Aires: sus nombres desde la fundación hasta nuestros días, publicado en el año 2003 por el Instituto Histórico de la Ciudad.

A la callecita ‘pecaminosa’ también se la conoció con el nombre de Fidelidad y Aroma; se cree que fue el antiguo toril de la primera plaza de toros de la ciudad; una calle ‘embrujada’ y una zona de perdición –la ‘villa cariño’ colonial– transitada por gran parte de la población. Un callejón oscuro donde la ley no tenía cabida, y cuyas leyendas urbanas llegan hasta nuestros días. Pero, ¿qué secretos esconde la antigua calle del pecado?
Camino a la plaza de toros
La primera corrida de toros registrada en Buenos Aires data del año 1609, en la actual Plaza de Mayo. Con la llegada al trono español de Felipe V, en 1700, la pasión de los nobles por las corridas empezó a menguar y el espectáculo quedó reservado para fechas específicas como la fiesta de San Martín de Tours o la asunción de un nuevo monarca. Para la década de 1770, la población pedía que las corridas fueran algo regular, pero la falta de respuesta oficial causó la proliferación de encuentros clandestinos, realizados en baldíos alejados del centro o en terrenos privados de la ciudad.

En 1790, el carpintero Raimundo Mariño y otros vecinos propusieron la construcción de una plaza de toros definitiva, pensando que la idea iba a mejorar el estatus de la zona. Con la aprobación del virrey Nicolás de Arredondo, la primera plaza de toros ‘porteña’ se erigió en el actual barrio de Monserrat, con frente a la calle Bernardo de Irigoyen, entre la Av. Belgrano y Moreno; justo frente al actual edificio del Ministerio de Acción Social. Se inauguró en 1791 con capacidad para dos mil espectadores y se estima que, en sus ocho años de actividad, hubo unas 120 corridas en las que se recaudaron más de 7000 pesos, en gran parte destinados a obras de empedrado.
La construcción de la plaza de toros causó el efecto contrario del que los vecinos esperaban: los alrededores se colmaron pulperías y prostíbulos. Cuando no funcionaba, la arena servía como ‘aguantadero’, y por las noches eran foco de robos y violencia. Por aquel entonces, el pasaje más famoso del lugar, que se usaba como ingreso de los toros a la plaza, ya tenía el mote de ‘calle del pecado’; pero su reputación no mejoró tras la demolición de la plaza en 1799.

Testigo de un amor trágico y no correspondido
“Se narra un vulgarísimo drama pasional, de esos que ocurren todos los días entre las gentes del pueblo, en el que una muchachita requerida de amores por un galán de pañuelo al cuello y aro en la oreja, ante la negativa rotunda y desdeñosa de corresponder a la ardiente pasión del don Juan orillero, cayese una noche acribillada a puñaladas en esa callejuela, huyendo el matador, que a las dos noches se le encontrara ahorcado en los propios barrotes de la reja a que solía asomar la cara de cielo de su víctima”. Así narró el hecho la crónica de Caras y Caretas.
La joven en cuestión vivía en Bernardo de Irigoyen 347 (actual 627). Su enamorado: un torero andaluz que la mató cuando debió volver a España y ella no quiso acompañarlo. Poco después, él se ahorcó en la reja de la casa o, según otras versiones, fue víctima de la venganza, como recopila el artículo titulado La plaza Monserrat y la calle Del Pecado, publicado en la La Razón el 8 de enero de 1920. Cuenta la leyenda que, a partir de este hecho delictivo –”Aquello no habría sido un pecado sino un crimen”–, en 1812 el pasaje quedó bautizado con el nombre de El Pecado o Del Pecado, aunque ya venía arrastrando su naturaleza ‘inmoral’ desde hace rato.
La creencia popular aseguraba que los espíritus de la pareja trágica merodeaban por la zona, también conocida como “la calle embrujada”. Aunque esta última denominación también podía hacer referencia a la proximidad de un camposanto que se ubicaba en Lima y Belgrano, a metros de la Iglesia de Nuestra Señora de Monserrat, la parroquia que le da nombre al barrio porteño. Para los menos supersticiosos, las ‘ánimas’ que acechaban el lugar eran simples malvivientes que aprovechaban la mala reputación y oscuridad del pasaje, pululando por las pulperías y los prostíbulos, desatando peleas y hechos de sangre.

Un ‘aroma’ particular
En la sesión extraordinaria del Honorable Concejo Deliberante del 26 de julio de 1870, el pasaje volvió a ser rebautizado, esta vez como calle de la Fidelidad. Así lo menciona Francisco L. Romay en El barrio de Monserrat, para muchos, un significado asociado a la cercanía con el cuartel del regimiento de Pardos y Morenos, que habían peleado fielmente contra los invasores ingleses.
La callejuela porteña también alojó saladeros, barracas de cueros y de frutos y hortalizas que se descomponían y dejaban escapar su hedor insoportable. A estos olores se sumaban los de otros desperdicios como animales muertos y las inmundicias de los propios humanos que utilizaban la calle como baño público. Con esto en mente, podrá sonar irónico que el 27 de noviembre de 1893 una ordenanza le impuso el nombre de calle Aroma, pero la denominación no hace referencia a los olores del lugar, sino a la batalla de Aroma: combate librado en los campos de Aroma o Arohuma (actualmente correspondiente al departamento de La Paz, Bolivia) el 15 de noviembre de 1810, entre las fuerzas patriotas al mando de Esteban Arce y Bartolomé Guzmán y los realistas de Fermín Piérola. Una victoria clave en el camino hacia la independencia argentina, ya que ocurrió una semana después de la batalla de Suipacha.
El pecado en la actualidad
Como casi todo en la ciudad de Buenos Aires, el pasaje y sus alrededores ya no son los mismos. Los terrenos fueron expropiados en 1900, y en el año 1934 comenzó la construcción del Edificio MOP, antigua sede de las dispersas oficinas del Ministerio de Obras Públicas; la única edificación que tiene domicilio sobre la Av. 9 de Julio. Las calles con el mote de ‘pecado’ o ‘fidelidad’ desaparecieron, pero sí existe un pasaje con el nombre de Aroma en la zona de Flores Sur, a pocas cuadras de avenida Carabobo.

Tampoco quedan muchos recuerdos de las plazas de toros –hubo otra en la Plaza San Martín de Retiro y otra en Parque Lezama–, del trágico amor de la muchacha y el torero andaluz ni de los ‘fantasmas’ que atormentaban a los habitantes del viejo Monserrat; un barrio repleto de historia –escenario de la fundación de la Trinidad, la actual Buenos Aires, el 11 de junio de 1580, cuando Juan de Garay y unas decenas de pobladores arribaron desde Asunción y Santa Fe–, aunque nació formalmente en el año 1972.
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