miércoles, 23 de octubre de 2024

LECTURA..."De un gris antiguo".." La suerte del escritor (Galería Editorial)"




Inclasificables Grandes libros para lectores curiosos y sin edad
Parecen obras que apuntan a un público infantil, pero en verdad se trata de textos que, acompañados de ilustraciones, se dejan disfrutar por los amantes de los volúmenes difíciles de catalogar
Natalia BlancDe un gris antiguo Alejandra Kamiya y Yael Frankel Limonero
Hay libros que parecen para chicos, pero no lo son. Despistan por sus páginas ilustradas y sus formatos: algunos tienen tapa dura y son extragrandes; otros, pequeñitos; los hay, también, flacos y alargados. Al sumergirnos en los textos enseguida percibimos una voz que atrae e invita a leer, aunque cierta estética aniñada pueda desconcertar. Ya se trate de libros álbum, poemarios, silent books o, incluso, de clásicos literarios revisitados por artistas, hay obras que representan un desafío para editores, libreros, bibliotecarios, críticos y lectores porque escapan de las clasificaciones de géneros y edades. Sus autores buscan burlar límites, traspasar fronteras y experimentar con recursos gráficos y narrativos. En muchos casos, esa exploración creativa da como resultados libros excepcionales que parecen para chicos, pero no lo son.
Dos lanzamientos recientes de editorial Limonero, que este año cumplió una década de trayectoria especializada en libros ilustrados (la mayoría, destinados al público infantil), son ejemplos perfectos de esta tendencia que apunta a todo público.
De un gris antiguo, escrito por Alejandra Kamiya e ilustrado por Yael Frankel, presenta un recorrido poético narrado en tiempo potencial. “Nunca até a un animal, tampoco lo haría con él. Nos seguiríamos el uno al otro. La distancia es el hilo que se tensa o se distiende. Tendríamos temor de habernos perdido, de que uno de los dos hubiera soltado su punta”. Así comienza el relato de Kamiya, acompañado por la imagen de un elefante. De medio elefante, en realidad, porque solo se ven las patas. Un dibujo pequeño en uno de los márgenes inferiores sugiere que la voz proviene de ese personaje pintado por Frankel con trazos negros como de tinta china que carga un objeto verde. Ese es el único color del libro, de tapa dura y formato rectangular, que sorprende con un delicado detalle de edición: un par de páginas en papel transparente quefuncionancomoseparadorentre los versos. La narradora cuenta un viaje y, al llegar al final, no sabemos si se trata de un sueño, de una fantasía. Pero no importa.
Otro libro de la misma editorial busca ampliar el universo de lectores. La colección Billy Besta, de Jill Senft, es imposible de clasificar por género y por edad del supuesto lector. Con la rúbrica en la portada de la Asociación de Amigos de los Mercados de Pulgas y el Instituto de Curiosidades y Cultura Material, que rinden homenaje “al gran coleccionista Billy Besta en el 24 aniversario de su fallecimiento”, es una especie de catálogo de objetos que apunta sin vueltas a un lector adulto. Acá no hay un guiño de ternura; hay ironía. Basta con prestar atención a los títulos de los capítulos para advertirla: Matrimonio I y II; Separación de bienes I y II, Soltería, otra vez y No más intentos.
Adolescentes y jóvenes pueden decodificar el “chiste” sobre la tortuosa experiencia de la división de bienes en una pareja, pero queda claro que el autor busca la complicidad de alguien que discutió a muerte por conservar una cafetera con pico ondulado o un lapicero con forma de hocico de perro. Objetos de uso cotidiano que pueden convertirse en botines de guerra, aunque no sirvan para nada.
En línea con el título anterior, La coleccionista de cabezas, de Ana Matsusaki(editadoenelpaísporLa Marca Terrible), también presenta un personaje obsesionado por objetos. Pero, en este caso, no se trata de relojes, lapiceras ni floreros. La protagonista de este libro delirante creado por la autora e ilustradora brasileña colecciona cabezas que guarda adentro de frascos de vidrio y estudia con atención. Así, descubre que en la cabeza de una arquitecta hay, por ejemplo, “miedo a trazar líneas rectas” y en la de una cocinera, “un pez que se escapó de la parrilla y se convirtió en mascota”. Al final, llega el desafío: descubrir qué hay en la cabeza de Rosalía y pensar qué puede haber en la de cada lector.
Una prueba de que en general no se sabe en qué estante de la bibliotecao de la librería ubicar esta clase de títulos es que hay concursos literarios que recurren a la etiqueta “Fuera de categoría” para catalogar ciertos libros.


Es el caso de varios de los trabajos de Nicolás Schuff; entre ellos, Ese cuento (de la editorial cordobesa Portaculturas) y de La suerte del escritor (Galería Editorial). Con ilustraciones de Christian Montenegro, Ese cuento juega con las palabras y va a fascinar a quienes disfrutan de los libros sin tramas, esos que se leen porque sí, por el puro placer de la lectura. “Ese cuento/ que viene y se va/ que crece y se enreda/ se va por las ramas/ confunde las tramas/ le crecen flores, espinas/ se vuelve novela ensayo poesía”, dice en una de las páginas de estética delicada. La suerte del escritor, ilustrado por Pedro Mancini, también propone un juego. De formato pequeño y cuadrado, narra las peripecias de un escritor que, “por suerte, además de escribir libros, tiene un trabajo que le da de comer”. Con gran sentido del humor, la historia( en principio, sencilla) crece y crece hasta volverse desopilante. Por suerte.
Hay muchos otros ejemplos de grandes libros para lectores sin edad, pero Otra lluvia, de Laura Devetach y María Wernicke (Calibroscopio), se destaca por su prosa poética y sus ilustraciones en blanco y negro con detalles narrativos en color. Regalo perfecto para los amantes de los volúmenes inclasificables, apunta a quienes buscan reparo de “otras lluvias”, esas que parecen caer, muchas veces, solo arriba de nuestro paraguas.

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